Lygia Fagundes Telles
Lygia Fagundes Telles (São Paulo, 1923-2022). Fue miembro de la Academia Brasileña de Letras, Academia Paulista de Letras, el PEN Club de Brasil y la Academia de las Ciencias de Lisboa. Desde la adolescencia manifestó su interés en la creación literaria, la cual fue incentivada por los escritores Carlos Drummond de Andrade y Erico Verissimo. Entre la amplia producción de la autora sobresalen las novelas Ciranda de Pedra (1954), Verão no Aquário (1963) y As Meninas (1973). Sus libros han sido publicados en diversos países: Portugal, Francia, Estados Unidos, Alemania, Italia. Holanda, Suecia, España y República Checa. Asimismo, su obra ha sido adaptada a la televisión, al teatro y al cine, y ha sido traducida a diversos idiomas (alemán, español, francés, inglés, italiano, polonés y sueco). Fue merecedora de los premios Camões (2005), Jabuti (1973 y 2001), Candango (1969), Guimarães Rosa (1972), Coelho Neto, Pedro Nava(1989) y APCA (2007), entre otros, por su notable producción literaria. Agradecemos la traducción al español de Ayda Elizabeth Blanco Estupiñán.
Ella subió sin prisa la tortuosa ladera. A medida que avanzaba, las casas escaseaban, modestas casas extendidas sin simetría y aisladas en terrenos baldíos. En medio de la calle despavimentada, cubierta aquí y allí por la maleza, algunos niños jugaban en una ronda. La débil canción infantil era la única nota viva en la quietud de la tarde.
…..Él la esperaba recostado en un árbol. Esbelto y delgado, vestido con un blusón azul marino, cabello largo y desaliñado, tenía un aire jovial de estudiante.
…..—Mi querida Raquel.
…..Ella lo encaró seria. Y se miró los zapatos.
…..—¡Mira todo ese barro! Solo a ti se te ocurre un encuentro en un lugar como este. ¡Qué mala idea, Ricardo, qué mala idea! Tuve que bajarme del taxi allá abajo, jamás iba a subir hasta aquí.
…..Él se rio, entre malicioso e ingenuo.
…..—¿Jamás? Pensé que vendrías con ropa deportiva y te apareces así tan elegante. Cuando estábamos juntos usabas unos zapatos altísimos, ¿te acuerdas?
…..—¿Me hiciste subir hasta aquí para decirme eso? —preguntó ella, guardando el pañuelo entre el bolso. Sacó un cigarrillo. —¿Y entonces?
…..—¡Ay, Raquel!… —él la agarró por el brazo. —Estás hermosa. Y ahora fumas esos cigarrillos malos. Te juro que tenía que ver una vez más toda esa belleza, sentir ese perfume. ¿Y entonces? ¿Me equivoqué?
…..—Podrías haber escogido otro lugar, ¿no? —Suavizó la voz. —¿Qué lugar es ese? ¿Un cementerio?
…..Él se volteó hacia el viejo muro en ruinas. Indicó con la mirada el portón de hierro, carcomido por el óxido.
…..Un cementerio abandonado, angelito. Vivos y muertos, todos desertaron. Ni los fantasmas se quedaron, mira cómo esos niños juegan sin miedo —añadió apuntándolos en su ronda.
…..Ella aspiró lentamente. Soltó el humo en la cara de su compañero.
…..—Ricardo y sus ideas. ¿Y ahora? ¿Cuál es el plan?
…..Delicadamente él la tomó por la cintura.
…..—Conozco muy bien el lugar, toda mi familia está enterrada allí. Vamos a entrar un momento, te voy a mostrar la puesta del sol más linda del mundo.
…..Ella lo miró por un segundo. Irguió la cabeza con una sonrisa.
…..—¿Ver la puesta del sol? ¡Ay, Dios mío!… ¡Fantástico, fantástico! Me rogaste que tuviéramos un último encuentro, me atormentaste por días, me hiciste venir desde tan lejos hasta este lugar, una última vez, ¡solo una! ¿y para qué? ¡Para ver la puesta del sol en un cementerio!
…..Él también se rio, fingiendo el nerviosismo de un niño cuando es atrapado haciendo travesuras.
…..—Raquel, linda, no me hagas esto. Tú sabes que me hubiera gustado llevarte a mi apartamento, pero soy aún más pobre, como si eso fuera posible. Vivo en una pensión horrible, la dueña es una medusa que se la pasa espiando por la cerradura.
…..—¿Y crees que yo iría?
…..—No te pongas brava, yo sé que no irías, eres súper fiel. Entonces pensé, si pudiéramos conversar un poco en una calle alejada… —dijo él, acercándose más.
…..Le acarició el brazo con las puntas de los dedos. Se puso serio. Y poco a poco varias arrugas pequeñas fueron apareciendo alrededor de sus ojos ligeramente apretados. Las arrugas se hicieron más profundas en una expresión astuta. En ese instante ya no se veía tan joven como aparentaba. Pero después sonrió y la red de arrugas desapareció sin dejar rastro. Recuperó el aire inexperto y medio desatento.
…..—Hiciste bien en venir.
…..—Quieres decir que el plan… ¿Por qué mejor no nos tomamos algo en un bar?
…..—No tengo dinero, angelito mío, tú lo sabes.
…..—Puedo pagar.
…..—¿Con dinero de él? Prefiero tomar veneno para hormigas. Escogí este plan porque es gratis y muy decente, no existe un paseo más decente, ¿no estás de acuerdo? Incluso es romántico.
…..Ella miró alrededor. Liberó el brazo que él le sujetaba.
…..—Fue un riesgo enorme, Ricardo. Él es muy celoso. Está harto de saber que tuve mis romances. Si nos descubre juntos, ahí sí quiero ver si tus fabulosas ideas me van a arreglar la vida.
…..—Pero me acordé de este lugar precisamente porque no quiero que te arriesgues, angelito. No existe un lugar más discreto que un cementerio abandonado, mira, completamente abandonado —prosiguió él, abriendo el portón. Las viejas bisagras gimieron.
…..—Ni tu amigo ni ningún amigo de tu amigo sabrán que estuvimos aquí.
…..—Es un riesgo enorme, ya te lo dije. No insistas con ese juego. ¿Y si llegan con algún entierro? No soporto los entierros.
…..—¿Y entierro de quién? Raquel, Raquel, ¿cuántas veces tengo que repetirte lo mismo? Hace siglos que nadie es enterrado aquí, creo que no quedan ni los huesos, ¡qué bobada! Ven conmigo, puedes tomarme del brazo, no tengas miedo.
…..La maleza dominaba todo. Y no satisfecha con haberse propagado por los canteros, había subido por las sepulturas, se había infiltrado ávida por las grietas del mármol, había invadido las alamedas de piedras verdosas, como si quisiera con su violenta fuerza de vida cubrir para siempre los últimos vestigios de la muerte. Caminaron por la larga alameda bañada por el sol. Los pasos de ambos sonaban como una extraña música hecha del sonido de las hojas secas trituradas sobre las piedras. Enojada pero obediente, ella se dejaba llevar como una niña. A veces mostraba cierta curiosidad por una u otra sepultura con pálidos medallones de retratos esmaltados.
…..—Es inmenso, ¿cierto? Y tan miserable, nunca vi un cementerio tan miserable, ¡qué deprimente! —exclamó ella, tirando la colilla del cigarrillo en dirección a un ángel decapitado. —Vámonos, Ricardo, ya no más.
…..—¡Ay, Raquel, contempla un poco la tarde! ¿Deprimente por qué? No sé dónde lo leí, la belleza no está ni en la luz de la mañana ni en la sombra de la noche, está en el crepúsculo, en ese tono medio, en esa ambigüedad. Te estoy dando un crepúsculo en bandeja de plata y te quejas.
…..—No me gustan los cementerios, ya te lo dije. Y menos un cementerio pobre.
…..Él le besó delicadamente la mano.
…..—Tú le prometiste a este tu esclavo que le ibas a dar un atardecer.
…..—Sí, y me equivoqué. Puede ser muy gracioso, pero no quiero arriesgarme más.
…..—¿Así de rico es él?
…..—Riquísimo. Me va a llevar a un viaje fabuloso al Oriente. ¿Has oído hablar del Oriente? Vamos a ir al Oriente, querido.
…..Él recogió una piedra y cerró la mano. La pequeña red de arrugas se extendió de nuevo alrededor de sus ojos. Su rostro repentinamente se oscureció, envejecido. Pero la sonrisa reapareció y las pequeñas arrugas se borraron.
…..—Yo también te llevé una vez a pasear en barco, ¿lo recuerdas?
Recostando la cabeza en su hombro, ella comenzó a caminar más despacio.
…..—¿Sabes, Ricardo? Creo que eres medio loco… Pero a pesar de todo, a veces extraño esa época. ¡Qué año ese! Cuando lo pienso, no entiendo cómo aguanté tanto, ¿te imaginas?, ¡un año!
…..—Lo que pasa es que habías leído La dama de las camelias, y estabas toda frágil, toda sentimental. ¿Y ahora? ¿Qué novela estás leyendo ahora?
…..—Ninguna —respondió ella frunciendo los labios. Se detuvo para leer la inscripción en una lápida despedazada: —En memoria de mi querida esposa, mi amor eterno —leyó en voz baja. —Pues sí. Duró poco esa eternidad.
…..—Él tiró la piedra en un cantero reseco.
…..—Pero es ese abandono el que le da encanto a todo esto. No existe la menor intervención de los vivos, la estúpida intervención de los vivos. Mira —dijo señalando una sepultura grieteada, la maleza brotando insólita dentro de la grieta —el musgo ya cubrió el nombre en la piedra. Por encima del musgo, aún surgirán las raíces, después las hojas… Esta, la muerte perfecta, sin recuerdos ni nostalgia ni un nombre. Ni siquiera eso.
…..Ella lo asió con más fuerza. Bostezó.
…..—Está bien, pero ya vámonos, la pasé muy bien, hace tiempo que no la pasaba tan bien, solo un hombre como tú puede hacer que la pase tan bien. —Le dio un beso rápido en la mejilla. —¡Ya basta, Ricardo, quiero irme!
…..—Solo unos pasos más…
…..—¡Pero este cementerio no acaba, ya anduvimos kilómetros! —Miró hacia atrás. —Nunca había andado tanto, Ricardo, voy a quedar exhausta.
…..—¿La buena vida te volvió perezosa? ¡Qué mal! —se lamentó él, llevándola hacia adelante. —Girando por esa alameda está el mausoleo de mi familia, desde allí se ve la puesta del sol. ¿Sabes, Raquel? Caminé muchas veces por aquí tomado de la mano de mi prima. Por ese entonces teníamos doce años. Todos los domingos mi mamá venía a traer flores y a arreglar la pequeña capilla en la que está enterrado mi papá. Yo y mi primita veníamos con ella y nos quedábamos por ahí, agarrados de la mano, haciendo tantos planes. Ahora las dos están muertas.
…..—¿Tu prima también?
…..También. Murió cuando cumplió quince años. No era tan bonita, pero tenía unos ojos… Eran verdes como los tuyos, parecidos a los tuyos. Increíble, Raquel, increíble como ustedes dos… Ahora pienso que toda su belleza radicaba en los ojos, medio oblicuos, como los tuyos.
…..—¿Se amaban?
…..—Ella me amaba. Fue la única persona que… —Hizo un gesto. —En fin, no tiene importancia.
…..Raquel le quitó el cigarrillo, aspiró y se lo devolvió.
…..—Tú me gustabas, Ricardo.
…..—Yo te amé. Y todavía te amo. ¿Ves la diferencia?
…..Un pájaro chocó contra un ciprés y gorjeó fuerte. Ella se estremeció.
…..—Hace frío, ¿no? Vámonos.
…..—Ya llegamos, ángel mío. Aquí están mis muertos.
…..Pararon al frente de una pequeña capilla cubierta de arriba a abajo por una enredadera salvaje, que la envolvía con un furioso abrazo de lianas y hojas. La estrecha puerta chirrió cuando él la abrió de par en par. La luz invadió el salón de paredes ennegrecidas, llenas de estrías de antiguas goteras. En el centro, un altar casi destruido, cubierto por un mantel que había adquirido el color del tiempo. Dos jarrones de opalina desteñida acompañaban a un tosco crucifijo de madera. En los brazos de la cruz, una araña había tejido dos redes ya rotas, pendiendo como retazos de un manto que alguien había colocado sobre los hombros del …..Cristo. En la pared lateral, a la derecha de la puerta, una reja de hierro daba acceso a una escalera de piedra que descendía en caracol hacia las catacumbas.
…..Ella entró en puntas de pies, evitando rozarse con aquellas ruinas.
…..—¡Qué triste es todo esto, Ricardo! ¿Nunca habías vuelto?
…..Él tocó el rostro de la imagen recubierta de polvo. Sonrió melancólico.
…..—Sé que te hubiera gustado encontrar todo muy limpio, los jarrones con flores, velas, señas de mi dedicación, ¿cierto? Pero ya te dije que lo que más amo de este cementerio es precisamente el abandono, la soledad. Los puentes con el otro mundo han sido derrumbados y aquí la muerte se aisló totalmente. Absoluta.
…..Ella se adelantó un poco y espió a través de las oxidadas barras de hierro de la reja. En la semioscuridad del subsuelo las bóvedas se extendían a lo largo de las cuatro paredes que formaban un estrecho rectángulo gris.
…..—¿Y allá abajo qué hay?
…..…..—Pues allá están las bóvedas. En las bóvedas, mis raíces. Polvo, angelito mío, polvo —murmuró él.
…..Abrió la reja y bajó la escalera. Acercándose a una bóveda en el centro de la pared, agarrando con fuerza la manija de bronce, como si fuera a jalarla.
…..—La cómoda de piedra. ¿No es grandiosa?
…..Deteniéndose en lo alto de la escalera, ella se inclinó un poco para ver mejor.
…..—¿Todas las bóvedas están ocupadas?
…..—¿Ocupadas? Solo las que tienen un retrato y una inscripción. ¿Ves? En esta está el retrato de mamá —prosiguió él tocando con los dedos el medallón esmaltado, incrustado en el centro de la lápida.
…..Ella cruzó los brazos. Habló bajo, un ligero temblor en la voz.
…..—¡Vámonos, Ricardo, vámonos!
…..—Tienes miedo.
…..—¡Claro que no! Tengo frío. Sube y vámonos ya, tengo frío.
…..Él no respondió. Caminó hacia una de las bóvedas en la pared opuesta y encendió un fósforo. Se inclinó hacia el medallón débilmente iluminado.
…..—La primita María Emilia. Recuerdo el día en que se tomó esta foto, dos semanas antes de morir… Se recogió el cabello con una cinta azul y preguntó ¿me veo bonita? ¿me veo bonita? —hablaba ahora consigo mismo, dulce y gravemente. —No era bonita, pero los ojos… Mira, Raquel, es impresionante cómo sus ojos se parecían a los tuyos.
…..Ella bajó la escalera, encogiéndose para no tocar nada.
…..—Qué frío hace aquí. Y qué oscuro, ¡no veo nada!
…..Él encendió otro fósforo, se lo ofreció.
…..—Tómalo, sirve para ver un poco mejor… —Se apartó. —Fíjate en los ojos.
…..—Pero está tan borrado, a duras penas se ve que es una chica… —Antes de que la llama se apagara, se acercó a la inscripción hecha en la piedra.
…..Leyó en voz alta, lentamente: —María Emilia, nació el veinte de mayo de mil ochocientos… —Dejó caer el fósforo y se quedó quieta. —¡Ella no puede ser tu noviecita, murió hace más de cien años! Mentiro…
…..Un sonido metálico le cortó la palabra por el medio. Miró alrededor. El lugar estaba desierto. Miró hacia la escalera. En lo alto, Ricardo la observada detrás de la reja cerrada. Tenía una sonrisa medio inocente, medio maliciosa.
…..—¡Este nunca fue el mausoleo de tu familia, mentiroso! ¡Qué broma de mal gusto! —exclamó ella, subiendo rápidamente la escalera. —No es gracioso, ¿me oyes?
…..Él espero a que ella casi tocara el picaporte de la reja de hierro. En ese momento le dio vuelta a la llave, la arrancó de la cerradura y saltó hacia atrás.
…..—¡Ricardo, abre inmediatamente! ¡Inmediatamente! —le ordenó, sacudiendo con fuerza el picaporte. —Detesto este tipo de bromas, tú lo sabes. ¡Idiota! Eso me pasa por confiar en un idiota. ¡Qué broma tan estúpida!
…..—Un último rayo de sol entrará por la fisura de la puerta, hay una fisura en la puerta. Luego se irá alejando despacio, muy despacio. Tendrás la puesta del sol más bella del mundo.
…..Ella sacudía la reja.
…..—¡Ricardo, no más, basta!, ¡ya te lo dije! ¡Basta! ¡Abre inmediatamente, inmediatamente! —Sacudió la reja con más fuerza.
…..Se fatigó, los ojos llenos de lágrimas. Ensayó una sonrisa. —Escucha, cariño, fue graciosísimo, pero ahora necesito salir, vamos, abre…
…..Él ya no sonreía. Estaba serio, los ojos empequeñecidos. Las arrugas aparecieron de par en par.
…..—Buenas noches, Raquel.
…..—¡Basta, Ricardo! ¡Me las vas a pagar!… —gritó ella, extendiendo los brazos por entre los barrotes, intentando agarrarlo. —¡Cretino! ¡Dame la llave de esta porquería! ¡Dámela! —exigió, examinando la nueva cerradura. En seguida, examinó la reja llena de una costra de óxido. Se quedó inmóvil. Fue subiendo la mirada hasta la llave que él balanceaba en un llavero, como un péndulo. Lo encaró, apretando contra la reja la cara pálida. Abrió los ojos en un espasmo y aflojó el cuerpo. Se fue desvaneciendo. —No, no…
…..Mirándola aún, él se acercó a la reja y abrió los brazos. Fue quitando las dos láminas descascaradas.
…..—Buenas noches, mi ángel.
…..Los labios de ella se sellaron, como si entre ellos hubiera algún pegante. Los ojos giraban pesadamente en una expresión atontada.
…..—No…
…..Guardando la llave entre el bolsillo, él volvió al camino recorrido. En el breve silencio, el sonido de las piedras entrechocando húmedas bajo sus zapatos. Y, de repente, el espantoso grito, inhumano:
…..—¡NO!
…..Durante algún tiempo él todavía podía escuchar los gritos que se multiplicaban, semejantes a los de un animal siendo despedazado. Después, los aullidos se hicieron más remotos, ahogados, como si provinieran de la profundidad de la tierra. Cuando llegó al portón del cementerio, él lanzó al aire una mirada tenue. Prestó atención. Ningún oído humano podría escuchar el llamado. Encendió un cigarrillo y fue descendiendo la ladera. Los niños todavía jugaban en la ronda.
* Original en portugués. Traducción al español autorizada por la editorial Compañía de las Letras. VENHA VER O PÔR DO SOL – En: Antes do baile verde, de Lygia Fagundes Telles, Companhia das Letras, São Paulo, 2018. © by Lygia Fagundes Telles cedido por Agência Riff.
Ayda Elizabeth Blanco Estupiñán. Posdoctora en Filosofía, Facultad Jesuita de Filosofía y Teología. Doctora en Letras: Estudios Literarios, Universidad Federal de Minas Gerais. Magíster en Literatura y Licenciada en Idiomas Modernos Español-Inglés, Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Docente del área de Portugués, Español como Lengua Extranjera y Literatura en la Escuela de Idiomas de la misma institución. Investigadora de los grupos Corporación Si Mañana Despierto para la Creación e Investigación de la Literatura y las Artes (Colombia), y Estudios Interdisciplinares en Sociedad, Arte y Educación (Brasil).
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de un fragmento de la obra «Retorno del destierro»
Técnica: Acrílico sobre lienzo.
Medidas: 50 cm x 70 cm.
Año: 2018.
del artista © Agustín Iriart