Pablo Montoya
En vida José Asunción Silva no publicó ni un solo libro. Tan solo un manojo de poemas en revistas y periódicos que se habrían de reunir en dos obras póstumas: Intimidades y El libro de versos, y entre los cuales sobresalen los bellos poemas dedicados al amor, a la muerte y a la noche. Hizo algunas traducciones, sobre todo de poetas franceses. Escribió unas cuantas cartas, unas pocas crónicas y una novela, De sobremesa, que se publicó casi treinta años después de su fallecimiento.
…..Una obra asaz breve si se compara, por ejemplo, con la de los dos grandes modernistas de su tiempo: Rubén Darío y José Martí. Un impulso interrumpido, que apenas emprendía su vuelo, con el suicidio, cuando el poeta tenía 31 años. Baldomero Sanín Cano acaso tiene razón cuando dice que lo de Silva fue tan solo un símbolo de lo que hubiera podido ser.
…..Pero a pesar de la frustración ineludible de una obra que empezaba, lo que dejó Silva es de una importancia inmensa para la evolución de la literatura colombiana. Porque con esos pocos textos, que escribió en medio de las sugerencias vaporosas de un romanticismo tardío, las agitaciones delirantes del decadentismo y las vislumbres agónicas del simbolismo, eso que se llama literatura nacional habría de iniciar su tránsito hacia la modernidad.
…..Sucumbamos, sin embargo, a los caprichos del ocio y pensemos qué hubiera pasado si Silva no se hubiera pegado un tiro en el corazón, esa noche del 23 de mayo de 1896. Eso significaría que su arrogancia señorial, abrazada al tedio baudelariano que supo asimilar en su estadía en París, y que se le acentuó en la Bogotá conservadora de finales del siglo XIX, habría dado paso a una visión entre irónica y sensual de un mundo que confiaba demasiado en la ciencia positiva, en el libre comercio y el progreso capitalista, y que depositaba en el dios de los burgueses su manojo de esperanzas y temores tan ruidosos como hipócritas.
…..Hay quien supone que la escritura de las 15 Gotas amargas, que Silva también dejó inconclusas, señala el inicio de una obra proclive a la ironía y al sarcasmo y que prepararía, en caso que hubieran salido en un libro más consistente, el camino para que, años más tarde, arribara la insolencia de los antipoemas. Otros, teniendo en cuenta Los sonetos de la carne, malogrados en el naufragio del Amérique, apostarían por una sensualidad más atrevida, lejana de las sugerencias, entre eróticas y necrófilas, de su célebre Nocturno y de las que, igualmente, aunque con mayor desenfado, se presentan en las escenas sexuales de De sobremesa.
…..Si Silva hubiese vivido más años, quizás se habría separado del modernismo que él mismo consideró como un movimiento de retóricas rimbombantes. Y ahí está su poema «Sinfonía color de fresa con leche» que se ha leído como la burla de Silva hacia esa «Rítmica Reina lírica» propia de la escritura «Rubendariaca». Y una crítica similar ocurre en De sobremesa con respecto a Víctor Hugo, el abuelo de la poesía francesa de finales del siglo XIX, que tanto creía en la bondad del ser humano y sus utopías viciosas.
…..Finalmente, otros han apuntado que, en aras de escalar en la pirámide social de ese país suyo, gobernado por la corrupción y la politiquería, un Silva ya maduro y viejo hubiera terminado simpatizando con el poder y escribiendo poemas-homenaje sobre episodios de la historia colombiana y latinoamericana. No se olvide que el Silva joven tuvo dos mentores nada desdeñables. El primero fue Miguel Antonio Caro quien intercedió para que el poeta obtuviera su único puesto diplomático en Caracas. Y el segundo Rafael Núñez, que se comprometió en ayudarlo para que su carrera en las lides consulares ascendiera convenientemente. Y digo «nada desdeñables» porque tanto Caro como Núñez fueron presidentes de Colombia y se encargaron de conducir al país, sucedidas las guerras civiles entre conservadores y liberales de finales del siglo XIX, por la senda de la Regeneración. En este sentido, uno de los poemas más altisonantes de Silva se titula «Al pie de la estatua», puesto que en tales versos se canta la épica bolivariana. De hecho, haciendo poemas de este tipo, muchos escritores de entonces allanaban el camino para obtener cargos diplomáticos. Así podían viajar por el mundo, lo cual les permitía descansar un poco del estropicio de las guerras civiles nacionales y de sus ambientes asfixiantes. Por lo tanto, no cuesta suponer que Silva, ante la quiebra económica de los negocios familiares y el acoso permanente de los acreedores, hubiera acariciado esta posibilidad.
…..Con todo, nada de esto sucedió. En cambio, fue haciéndose evidente que Silva se había suicidado por varias razones. Una de ellas porque lo suyo, en cuanto a la economía, estuvo signado por la mala suerte. Sus mecenas en Francia y en Colombia murieron antes de cumplir sus promesas de colaboración. Su tío abuelo falleció cuando el Silva emprendía su viaje a París y su manutención y formación en esta ciudad se vieron entorpecidos por este motivo. Y Rafael Núñez murió también antes de colaborarle en el ascenso diplomático. A este horizonte aciago debe añadirse la muerte de su padre y Elvira, su hermana idolatrada. Como también la pérdida de sus manuscritos (una novela, un libro de cuentos, un libro de poemas, entre otros) en el naufragio del Amérique. Y, por último, la quiebra estruendosa de aquella fábrica de baldosines a la cual el fracasado empresario se aferró en sus últimos meses de vida.
…..Silva no quiso acomodarse jamás a la pobreza. Su amigo Hernando Villa dice en sus «Recuerdos» que si el poeta se hubiera bajado humildemente de su pedestal aristocrático —aquel que lo lanzó vivir con tren de un hombre adinerado sin medios para hacerlo— nunca habría preguntado dónde quedaba el lugar del corazón para pegarse el tiro que lo llevó a la muerte.
…..Pero lo que Silva sí dejó en claro, al menos en su obra escrita, es que él no era más que un poeta decadente que perseguía el modelo de una belleza escurridiza. Un simbolista embriagado con «las formas vagas del sueño». Alguien que, como escribió a una de sus amigas, doña Rosa Ponce de Portocarrero, estaba comprometido solo con «la poesía eterna del color, de la luz y de la sombra». En fin, un bogotano finisecular, dotado de un gran talento y una sensibilidad única, que guardaba como un tesoro evanescente «la chifladura por el arte».
Madrid, octubre de 2024
Pablo Montoya (Barrancabermeja, 1963) Premio Rómulo Gallegos 2015 por su novela Tríptico de la infamia. Profesor de literatura de la Universidad de Antioquia. Ha publicado los libros de cuentos Cuentos de Niquía (Vericuetos, París 1996), La sinfónica y otros cuentos musicales (El propio bolsillo, Medellín, 1997), Habitantes (Índigo, París1999), Razia (Eafit, Medellín, 2001) Réquiem por un fantasma (Hombre Nuevo Editores, Medellín, 2006) y El beso de la noche (Panamericana, Bogotá, 2010); los libros de prosas poéticas Viajeros (Universidad de Antioquia, Medellín, 2007) y Sólo una luz de agua; Francisco de Asís y Giotto (Tragaluz Editores, Medellín, 2009); los libros de ensayos Música de pájaros (Universidad de Antioquia, Medellín, 2005) y Novela histórica en Colombia 1988-2008: entre la pompa y el fracaso (Universidad de Antioquia, Medellín, 2009) y las novelas La sed del ojo (Eafit, Medellín, 2004) y Lejos de Roma (Alfaguara, Bogotá, 2008). Ha participado en diferentes antologías de cuentos y poesía colombiana y latinoamericana. Sus traducciones de escritores franceses y africanos y sus ensayos sobre música, literatura y pintura han sido publicados en diferentes revistas y periódicos de América Latina y Europa.
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de una obra del poeta, pintor y crítico de arte venezolano Juan Calzadilla ©