María Fernanda Lara
Como primicia para Abisinia Review ofrecemos siete poemas en prosa del libro inédito Vagus y Solus de la poeta mexicana María Fernanda Lara (Ciudad de México, 1989). En palabras del poeta Fredy Yezzed: «Vagus y Solus recrea un espacio hostil: el desierto. Su tema es el viaje. Sus personajes son el paisaje, el silencio y el tiempo. El libro es un exigente ejercicio de la memoria. Cautiva su tono rural, austero, prosódico, y a la vez íntimo, dialogante con lo lejano y lo doloroso. Sin lugar a dudas, una de las voces jóvenes mexicanas más bellas que he leído».
La palabra francesa «sauvage» [salvaje], que se descompone en los dos breves adjetivos latinos «solus» y «vagus», nombra al que vaga solo. Aquel que “vaga solo” en el saltus o el refugio. Es el héroe de la aproximación. En él, la jauría se aleja. En él, el primer reino está más próximo, o al menos lo menos olvidado posible. En él, la servidumbre deja de ser voluntaria. […] Una errancia solitaria en el tiempo, el medio, el espacio, lo posible.
PASCAL QUIGNARD
Morfología de los cactus
No sé quién soy, pero sufro cuando me deforman
WITOLD GOMBROWICZ
La sombra avanza y rompe el centro de la arena. A cada grano les huye el sol de adentro. Este es el punto fuerte de la nada. Lo verdaderamente antiguo es el punto fuerte de la nada y se alejó en pedazos.
…..Todo lo que viene es viento insolentado. Raspa. Lo llaman evolución y es el tiempo que trae una navaja.
…..Están aquí, los cactus, con su propio grito: la voluntad. La difícil voluntad, dura, solitaria. Uñas los escalan. Se les hunden.
…..Es el viento que no cambia y con navaja les han puesto todas las formas quedándose brazos al cielo, alzadísimos pinchando azorados la noche. Están así: azorados. Aunque por dentro la carne.
…..Es que la soledad fascina. Es una boca de aire caliente, burbuja de silencio, el tiempo vacío sin alerta y fin, y viene necia de mundo.
…..Lo salvaje puede llamarse de cualquier modo, pero sólo solo crece aquí.
…..Antes de que la tierra se fuera llenando, había seres que sabían vivir en lo oscuro. Vivían, chiquitos, en lo profundo de las montañas. Por curiosos del desierto nada más. Alcanzaban a verlo mejor desde ahí. Los médanos estaban vivos, se desplazaban metros durante la negra colgadura, a pelea entre rencor y calor. Furia viva llamaban al viento. Era como si al mundo se le saliera el corazón por la boca y llenara todo con más arena como queriendo enterrarlos. A estos seres nada más se les erizaba la piel y pinchaban poco a poco el miedo.
…..Era en la noche que las serpientes salían de las piedras, reptaban, dejaban marcado el camino del día siguiente. El paisaje cambia todo el tiempo con la furia. Los pasos sobre la arena cansan más y sin un rumbo fijo no vale la pena avanzar demasiado. Hacían una fila con sus pies descalzos, avanzando juntos por un camino trazado, reptado. A medida que avanzaban el aire se espesaba, el cuerpo se les cerraba, quedaba de ellos sólo voluntad. Quedaban ahí empecinados, necios de mundo. Abrazándose a ellos mismos para que la carne quedara bien y muy adentro. Por fuera estaban pinchando alzadísimos la noche. Bajo el cielo hinchado duermen y que el viaje sería duro y que ya no se puede huir.
…..Venían las serpientes en su danza solitaria para abrazarlos. Encontraron a qué aferrarse o encontraron a qué reducirse, a yemas cojincillos vellosos afilados cortos, resguardando el agua insospechada que alguna vez quisieron ser. Se plantaron feroces aquellos hombres. Se plantaron silenciosos inactivos, con dicha difícil. …..No importa el rumbo quedado, el desierto es siempre un comienzo fósil.
…..El día se dio su vuelta en esta tierra vieja. Grillos, escorpiones, un pájaro bate sus alas se detiene en las agujas inmóviles de los recién fundados cactus que apuntan a todos los tiempos. Los detienen. Es otra física es terca. Se empecinó la furia en ponerlos de nuestro lado. Pasó así: el mundo se rompió. Los trajo a todos y los puso en este punto fuerte de la nada.
…..Lo salvaje puede llamarse de cualquier modo, pero sólo solo crece aquí.
Vaga sola
Que si se huye es porque piedra suelta. Pero de río, en todo caso. Del que alguna vez.
…..En todo caso, es echarse a la vida. La que alguna vez. Hay que hacerlo así: a prisa las cosas, sin temor. Se entra con furia, arrastrándose por una ladera, como usurpando una salsola que, viene a bien decir, su propia raíz destierra. Vino una ráfaga y nada quiso aferrar a la salsola. Como si el mismito viento lo hubiera querido así. Hay que verla después del desarraigo: punzante va rodando sin dejar marcas en la tierra.
…..Elige esa parte lamida de la montaña, la que sólo sabe de derrumbe. Ya se sabe cuál. La que se desmorona, hunde y lapida. El lado ahuecado y tramposo de la montaña que señala una ruta única: rodar.
Ese reborujo del tiempo
Pasa así: todo ser que haya vivido en cautiverio necesita esta furia. Nada se enmienda en furia. Esto es lo que quiere. Abrirse cada tanto el costal y ver los huesos rotos, triunfo del derrumbe.
…..Hay que hacerlo así: como la llama que se equivoca en un incendio. Como cactus que no supo río, pero a voluntad se hizo una crecida de carne blanda. Entrar adonde erra el horizonte, en esa falla entre un cerro y otro chocando porque, mejor asumirse meseta. En ese reborujo del tiempo, cuando la tierra se deshilacha en polvo amarillo luego de uno de esos tristes latigueos del cielo que, con un trueno, ataja al escorpión que le teme por igual a la negra colgadura o a la sombra de un cactus. Es esa falla el tal desastre: una desidia del orden, cuando el silencio respinga y se vuelve más profundo.
…..Toca un fondo.
…..Se asienta.
…..Nace el tiempo.
Rodadores del desierto
Los muertos son aliados, abren caminos. Su furia queda eterna entre capas que se agitan como el mar. Son grietas muy profundas porque siguen necios de mundo. Ondea la tierra parda y de pronto, una hendidura de rencor se abre para alumbrar un remolino de barro, aquí, en este espacio de lo roto, donde se busca un dios, el espacio más ausente de todos; y aunque tal vez la salvación esté en otra parte, el remolino nos lanzará a este punto fuerte de la nada.
Se entrará con furia.
…..Aún con el todo y la carencia que llevemos cargando en la joroba, habrá que hacerlo así, como rodadores del desierto: guardando la lengua en un saco de carne.
Acto de sobrevivencia
Los rodadores que atraviesan el desierto hablan diferente. En estos largos viajes de derrumbe, se inventa el shhh. Es otro acto de sobrevivencia. Cada tanto hay palabras que sirven para limpiarse la tierra de adentro. Shhh. Se deja escapar el aire terroso por los dientes, con los labios apenas entreabiertos. Lo hacen para calmarse unos a los otros, o recordar el sonido de la sangre o lo que sea que calentara al cuerpo. Se calla para escuchar la propia furia. Se calla para escuchar la tierra caer en los pulmones, como relojes de arena.
Mujer rarámuri corriendo
En esta franja moribunda, donde el sol mira siempre vengativo, nos inundamos con la propia saliva para lavar el recuerdo del hambre. Se nos sigue apeñuscando el deseo de correr ligeros, de acelerarnos enfurecidos y reventar el peso que nos hunde más en esta tierra, amenaza que nos traga si se confía demasiado con el cuerpo.
…..Tener que cuartearnos y el viento nos penetre.
…..Elevarnos arrogantes por encima de lo rancio.
…..¿Cómo quedarnos entre brasas y fantasmas, capataces de la tierra más mutilada que existe? Esta otra orilla a la que fuimos arreados. Más bien, un rastro de cuando el cielo y la tierra ya no quisieron tocarse.
…..Mejor estar ocultos y no andar cruzando un riacho seco a la vista de los muertos.
…..Ángulo invisible, lugar que consigue lo lejano.
Será el sereno
No era enclenque el mundo, era nuestro mundo el único con malhaya. Se enfermaba mucho y había muy pocas cosas. Aun así, llegaba el sereno y aquí, donde nada puede ser visto, se adormecía. Daba vueltas como mosca dentro de un frasco y cuando se hacía sonar, era una bestia hambrienta. Estaban también los cerros respirando ¿o sería ella, la noche, que apeaba en filos como otra de nuestras persianas, cortando nuestro válgame? Era un susto en el tuétano, pero siempre venía algo peor: el miedo rotundo de cerrar los ojos y no acudiera el sueño.
…..Cuando el sol amanecía cansado venía en su lugar la calima y se llevaba al sereno: la única chancita de humedecernos el porvenir. Ya pisábamos el día siendo ancianos, queriendo tanto los confines donde están los cerros. Allá se divisaba algo parecido a nuestra piel. Allá donde lo que se levanta el sereno, ya ni se quiere devolver. ¿Será él, el sueño? ¿Será él, lo que era el río? O será otra bestia hambrienta que viene cada tanto a engañarnos para llevarse a alguien. Será el sereno o la noche al ras de todo, lo definitivo, como la vieja tierra de las tumbas. De ahí ya nada se levanta.
María Fernanda Lara nació en la Ciudad de México en 1989. Vivió dieciocho años en el desierto de Chihuahua, al norte de México, y desde hace siete años reside en Buenos Aires, Argentina. Escribe poesía, hace fotografía y es profesora de inglés y español como lengua extranjera. Estudió Filosofía y es Máster en Escritura Creativa por la UNTREF (mención cum laude). En México imparte talleres dentro de diversos espacios culturales y estatales sobre escritura visual, creación de libros de artista y los cruces entre literatura e imagen, siendo también curadora de contenidos en algunos festivales locales de arte contemporáneo. En el año 2016 participa con una obra visual Lenguaje, no palabras, en la exposición colectiva Esperanza Matemática. Participó como actriz en el grupo de literatura escénica Las Puntas del Clavo, coordinado por la escritora y poeta Yanina Audisio. Formó parte de la ONG Bloque de Trabajadorxs Migrantes (BTM) y de la campaña Migrar no es Delito. Es colaboradora de la editorial colombo-argentina Abisinia en Buenos Aires. Sus textos se han publicado en antologías como La Nueva Normalidad (2021), de Ediciones Del Parque (La Plata) y en El libro del polen (2022), de Abisinia Editorial. Actualmente, su primer libro de poesía Vagus y Solus se encuentra en producción.
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de una obra del artista colombiano © Fercho Yela