Darío Lemos
Abisinia Review le dedica el dossier de su edición No. 16 al poeta colombiano Darío Lemos. En palabras de Jaime Jaramillo Escobar: «El libro de Daríolemos se desangra en las manos, uno va sintiendo que toca carne y huesos y a través de ellos una realidad que no quiere tocar […] Daríolemos embellece las cosas sin querer y por lo tanto la belleza que hay en sus versos no es una belleza postiza, no es la belleza del taller del poeta sino la belleza propia del mundo, o sea el aura de Dios». Nos complace compartirle a nuestros lectores el presente puñado de poemas de la obra Sinfonías para máquina de escribir. Edición Homenaje: Obra completa, cartas, testimonios, videoteca y manifiesto (2023), publicado por Abisinia Editorial. El lector hallará al final las rutas para acceder a todo el contenido del dossier.
Mi leche en la miel
Ciega de La Miel
acostumbrada a la espalda de tu niñito bastón.
Este miembro sexual tocará tus ojos color aire sin herirlos,
te santificará el camino de plátanos de hierro.
Llegarás a la arena
y caminarás hasta el lugar rocoso donde espero
ver en tu luz ciega la oscuridad lograda.
Tienen que cerrarse los ojos bonitos
para que la flor de los ojos internos… ¡Oh!
faros, fuegos pirotécnicos, escorpión de luces.
Voy a volar con hongos y marihuana de río.
Dejaré que me lleve la corriente
sentado en la canoa
hasta un mar que no sea de la tierra.
Aries como el apocalipsis
¡Viajan ustedes demasiado rápido en el espíritu!
No tanta velocidad, ¡veloces!
Es posible que encuentren
en cualquier galaxia espiritual
una estrella sin luz,
y allí es el accidente.
Desde esta montaña olorosa a pino húmedo,
puedo casi verlos.
Aquí llegan las vibraciones de cada parte.
Trato de llamar telefónicamente
y aparece en mi oído una emisora argentina
y un son cubano.
Todas las voces aquí están.
Estoy muy alto en la montaña, y no me equivoco.
El estallido de Marte el 10 de septiembre me quemó todo el cuerpo
y me llenó de luz.
Dariolemos, Aries sentado, no batalla
pero siempre está en la guerra;
sentado en un columpio para niños rojos,
y en el pequeño montículo de pinos y hongos,
Aries como el Apocalipsis.
Y me llené de algo que no sé qué es; es energía, claro,
pero es mucho más. Entonces es fácil para mí tenerlos en este momento.
Salgo de la casa, levanto la cabeza, y no hay campos de estrellas.
Sólo neblina sobre la hierba gris.
Pero penetro en mí y encuentro diferentes luces y una sola luz.
No me equivoco.
. ……………………………Ya sentirán.
El sol en el hangar
Comienzo a escribir este diario porque siempre me gusta el hoy,
el tiempo estancado en el instante mismo.
Y aunque el hoy sea este negro caparazón de angustia,
y aunque la cárcel me haya saciado hasta el hastío y la desolación,
aquí estaré levantado como mil elefantes,
y saldré solamente hasta la puerta de hierro de este taller tipográfico,
porque me acerqué a las letras;
sabiendo que tendría que pasar largos días en este cielo de mierda
era preferible estar aquí frente a mi pequeña maquinita de 200 grados.
Afuera está el sol en el hangar de la sexta,
vuelan las palomas del pabellón 2,
voltean sobre mi cabeza de olvidado
y se van como aviones brillantes sobre la ciudad
que está allí abajo, muy cerca.
Y si los guardias no apretaran el gatillo
y me dejaran salir tranquilamente,
bastaría caminar un poco hacia ese parquecito verde
y doblando mis pasos a la izquierda
llegaría a los brazos de mi hijo dorado,
lapicito nuevo,
toallitas húmedas,
solecito blanco.
Lluvia en la cárcel
Boris, voy a tragarme la montaña,
voy a beberme la lluvia,
voy a comerme la ciudad. No puedo más.
Ven porque muero de la cintura hacia abajo,
la cabeza está viva para recordarte,
y en esta época de los satélites todavía lloro.
Cae la lluvia sobre la cárcel olorosa a orín
y no tengo nada que me detenga en este viaje definitivo a la soledad.
Me quedaré aquí si no vienes rápido con tus
pantaloncitos tibios
a salvarme de la pena de muerte.
Ven, reconoce mi rostro de Cristo que condenaron a un aislamiento;
frío y desolado corro, alcánzame,
duplica los pasos con tus pequeños pies y sube a esta montaña donde me estoy ahogando.
Ríete en la casa para oírte desde aquí,
sácame los dientes,
mira con tus ojitos chocolates iguales a los míos
que sólo miran los muros de la celda.
Recuerda a tu padre, Boris, y no llores
la tarde que yo muera.
«Nuestra señora de la tristeza»
Hoy me pertenezco. Hablaré de mí.
Diré cosas que tú sabes pero que no «entiendes» aunque siempre «comprendiste».
28 de vida. Veinte de «reclusión»,
contando los 9 meses que estuve abultando el pequeño cuerpo desdichado de mi madre.
Me encerraron en todas partes,
a mis espaldas siempre había una llave en movimiento.
¡Ay, sólo me faltan los alambres eléctricos en un campo de concentración!
Luego me recluí en tu vida, e hijo tuvimos,
seis añitos, gratos, desafortunados,
pero era una reclusión que me autoimpuse,
y las caricias y pesares fueron hondos pero dulces o casi iluminados.
¡Boris canta como un foco rojo de la Navidad!
Por eso esa última reclusión impuesta fue mi liberación,
mi olfato, olía colores,
mis dedos olían tibieza y pellizco en el saloncito donde llegaban los «caminantes del Sur»,
o bien gritos en la cocina que no permitían llegar al sabor de lo que iba verticalmente a la boca.
Fui tan honesto que me sacrifiqué
y fui fraile de la comunidad de 2 + 1,
trilogía complicada con el resultado de tú, hembra, y yo caballo padre;
¡Oh, Boris!, ¿cuándo alcanzaremos con tu madre el verdadero «estar»?
Rey del infierno
Yo no salgo a la calle cuando hay luz.
Quiero solamente mi luminosidad.
………………………Aquí
como las tortugas duermo.
Soy mi templo.
Me elevo como un globo.
Tengo un gusto propio y el cabello que no quiero peinar.
Estos son los muros donde se pudren mis ojos,
se agrietan las costillas,
reboto como un balón
y voy perdiendo la vida,
desviviendo,
flagelándome.
Pero soy el dueño de mi infierno.
El rey de mi reino.
Aunque todas esas culebras suban a lamer la úlcera,
la gangrena también es sólo mía.
En estas murallas se cae mi piel
todas las flores me colorean
………………………y son negras.
«He quemado todos mis poemas»
Medellín, diciembre 20/82
Sólo dolor, Jota, sólo dolor. He quemado todos mis poemas. ¿De qué sirve la poesía? Ni siquiera de apoyo cuando te falta un pie. En el hospital leí a Rimbaud y se me volvió noche la luz que me daba. Nada me quita el dolor. La poesía debía servir para algo. Trataré de no escribir nada bello.
….Me cortaron la mitad de un pie y en 15 días regreso al hospital para ver qué hacen conmigo. ¿Qué hay de bello en esta revoltura? Háblate con Eduardo y con Elmo para que recojan dinero para una silla de ruedas. Espérate yo lloro un poco (…..)
….Ven, Jota, ven y mira al poeta la última vez. Un fin de semana, hazlo por nuestra amistad. Eso me calmaría el dolor, te espero. Tú que eres mi mejor amigo, yo que soy un poeta que te gusta mucho, tú y yo que juntos somos habitantes eternos de la poesía, no debemos separarnos ahora porque me falta un pie.
….Tú eres un poco cuerdo, dime, ¿qué hay de bello, las mujeres, el Sol, los caballitos? Nada … nada. Sólo la muerte. Estoy preparado. Me voy a vivir con Gonzalo y con María de las Estrellas al lado de Dios que es la última posibilidad.
….Recibe un beso.
Dariolemos
Darío Lemos nació en Jericó, Antioquia, Colombia, el 25 de marzo de 1942. Poeta que trascendió a la condición de leyenda. Para una parte de sus lectores, por su vida marginal, es considerado un poeta maldito; para otra, amigos y conocidos, es una especie de santo. A los 17 años ingresó al Nadaísmo, corriente artística y filosófica contracultural que nació a finales de los años 50 en Medellín y Cali de la mano de Gonzalo Arango. Entre sus lecturas de cabecera estaban Rimbaud, Vallejo, Michaux, Mayakovski, Artaud y Jean Genet, entre otros. A lo largo de su vida estuvo en centros de reclusión como cárceles, sanatorios mentales y casas de solidaridad. A comienzos de los 80 contrajo una gangrena en el pie derecho que lo dejó en silla de ruedas. En 1985 Colcultura publicó en Bogotá su único libro Sinfonías para máquina de escribir, obra integrada por poemas y cartas escritos a partir de sus 20 años. Murió el 13 de abril de 1987, a los 45 años, en Santa Elena. Fotografía: Archivos de la familia Lemos
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de una obra del artista español © Juan Carlos Mestre