Eugene Jolas
Traducción de Aurelio Arturo
Abisinia Review le dedica el dossier de su edición No. 22 Ene-Feb-Mar 2025 al poeta, traductor y abogado colombiano Aurelio Arturo en celebración de su obra. Conmemoramos de esta forma los 60 años de la primera publicación de Morada al sur y recordamos los 50 años de la partida de Aurelio Arturo.
…..Aurelio Arturo nace en La Unión, Nariño, el 22 de febrero de 1906. En 1926 inicia sus estudios de derecho en la Universidad Externado de Colombia, donde obtiene su título de doctor en derecho en 1937, siendo rector el maestro Ricardo Hinestrosa Daza. Alejado de los corrillos literarios e inédito, Aurelio Arturo combinó su lento trabajo poético, de lectura, creación y traducción (conoció en especial a los poetas contemporáneos de lengua inglesa), con sus labores como abogado, independiente al comienzo y luego funcionario de la Rama Judicial. En 1945 publica por primera vez en la revista de la Universidad Nacional “Morada al sur”. Fue juez, fiscal, magistrado del Tribunal Administrativo de Nariño, del Tribunal Superior de Popayán y de Bogotá, y su último cargo fue el de magistrado del Tribunal Superior Militar en Bogotá. En 1963 sale la primera edición del libro Morada al sur publicada por el Ministerio de Educación Nacional, que corresponde al número 7 de esta colección y en el mismo año, obtiene el premio nacional de poesía Guillermo Valencia. Muere repentinamente el sábado 23 de noviembre de 1974 en Bogotá.
…..En este artículo ofrecemos a nuestros lectores un insólito descubrimiento, cuya investigación, recuperación y notas se las debemos al poeta J. Mauricio Chaves-Bustos, quien ha transcrito y ha respetado la integridad del texto traducido. Nos alerta Chaves-Bustos que se vio en la necesidad de revisar en algunos casos puntuales la ortografía o los nombres propios en inglés, y ha actualizado en mínima parte la sintaxis de algunas palabras. Chaves-Bustos es escritor, cuentista, ensayista, poeta y facilitador en procesos de diálogo para construcción de paz. Columnista en varios medios escritos y virtuales.
…..Nos comenta a continuación Chaves-Bustos:
…..El artículo, traducido por Aurelio Arturo, fue publicado en el periódico bogotano Avanzadas el sábado 11 de septiembre de 1948, página 2 y continúa en la 8. Este periódico se anunciaba como «Quincenario de la Juventud Conservadora», donde aparecen publicados Rafael Gutiérrez Girardot, Helcías Martán Góngora y el mismo Aurelio Arturo, entre otros.
…..El texto traducido por Arturo lo he cotejado con el que aparece en: «Eugene Jolas. Critical Writings 1924-1951 / edited and with an introduction by Klaus H. Fiefer and Rainer Rumold. Avant-garde and modernism collection. Northwestern University Press» (2009), titulado «My friend James Joyce (March-April 1941)», pp. 393-404.
…..Eugene Jolas (1894-1952), fue un escritor, traductor y crítico franco estadounidense. Fundó en 1927, junto con su esposa María McDonald y el periodista y escritor Elliot Paul, la revista «transition», publicada en París, la cual tuvo 27 números, el último fechado en mayo de 1938, en donde se promovió la escritura experimental, apareciendo artículos de Joyce, Picasso, Hemingway, por mencionar algunos. Publicó para varios medios, en la Segunda Guerra Mundial sirvió como traductor para la Oficina de Información de Guerra de los Estados Unidos, finalizada la guerra, fue a Alemania para ayudar a fundar periódicos desnazificados, para ser nombrado editor en jefe de la DENA, una organización encargada de enseñar periodismo al estilo estadounidense para desmontar el aparato de propaganda Nazi. Fue célebre por el manifiesto publicado en «transition», en donde critica los textos dominados por las escuelas tradicionales, proponiendo, entre otras cosas, que la «revolución de la lengua inglesa es ya un hecho, el tiempo es una tiranía que debe ser abolida, sea maldito el lector corriente», como una verdadera antesala de las revoluciones literarias que experimentó el mundo de entonces. Amigo personal de Joyce, considerando su obra, particularmente «Finnegans Wake» como la enseña perfecta de su manifiesto. Es autor de los libros: Secession in Astropolis (1929), I Have Seen Monsters and Angels (1940), Man from Babel (Yale University Press, 1998) y Our Exagmination Round His Factification for Incamination of Work in Progress (1929).
…..Aurelio Arturo (1906-1974). Poeta, autor del libro Morada al Sur (1963), el cual le valió recibir el premio nacional de poesía Guillermo Valencia, aunque sus poesías aparecen publicadas en varios medios bogotanos desde fines de la década de 1920. Abogado de la Universidad Externado, se desempeñó en varios cargos públicos, en 1950 es nombrado jefe de la Sección de Traducciones de la Embajada de Estados Unidos en Colombia, en 1951 viaja a Washington invitado en el programa de información e intercambio educativo, donde perfeccionará el inglés. Como traductor, vertió del inglés al español algunos poemas del poeta alejandrino Constantino Kavafis, igualmente con algunos poemas de Barre Cole, Anselm Hollo, Peter Levi, Anthony Thawaite, Matthew Mead y Kanen Kershon, los cuales aparecen publicados en el libro Aurelio Arturo. Obra poética completa (2003), sin que por ninguna parte se mencione esta traducción del texto de Eugene Jolas sobre Joyce, de tal manera que constituye toda una novedad, por lo menos desde 1948, el texto que aquí presento.
…..De James Joyce (Dublín, 2 de febrero de 1882-Zúrich, 13 de enero de 1941), autor de Ulises, se colige su obra y su personalidad según lo dicho en el artículo.
El amigo de James Joyce
Eugene Jolas
Avanzada ofrece hoy a sus lectores de todo el país una verdadera primicia literaria. Aurelio Arturo ha traducido especialmente para este semanario la bella página que el escritor norteamericano Eugene Jolas dedicó a su íntimo amigo James Joyce. Este artículo sirve a manera de introducción para conocer la prodigiosa y múltiple personalidad de Joyce, el autor de «Ulises». Una de las más grandes novelas de todos los tiempos.
…..Para aquellos que lo conocieron íntimamente, James Joyce, era un ser humano de gran cordialidad y encanto, aunque a primera aproximación su personalidad pudo parecer casi repelente. En realidad le tomó algún tiempo aceptar una fácil camaradería en el trato social. A menudo parecía estar en guarda, actitud que fue parcialmente notable durante el periodo que siguió a la publicación de Ulises, cuando se despertó una excesiva curiosidad respecto a él. Pero una vez que concedió su amistad, nada podía apartarlo de su granítica lealtad. Nunca fue un hombre efusivo. Sus momentos de silencio y de introspección frecuentemente pesaban aún sobre sus más inmediatos allegados. Entonces un profundo pesimismo que parecía mantenerlo prisionero dentro de sí, lo hacía completamente inaccesible a los que lo rodeaban. No obstante, cuando estaba entre sus íntimos, venía finalmente una pausa festiva. Entonces principiaba a danzar y a cantar o se enredaba en fuegos de ingenio y sus explosiones de alegría y de humor se aproximaba, en esas ocasiones, a una especie de delirio.
…..No fue nunca un conversador fácil y tenía tendencia a las expresiones monosilábicas. No le gustaba que se lo interrogase directamente sobre ningún tema. Nunca propició entrevistas y yo tuve siempre en cuidado de no citarlo en mis publicaciones. Cuando estaba de humor, su charla, en el habla meliflua de Dublín, era un remolino de luminosas ideas y palabras. Cuando dejaba su anárquica y misantrópica taciturnidad disfrutaba en la compañía de sus amigos, de quienes en cierta manera dependía, con demostraciones de compañerismo que dejaban traslucir otra faceta de su naturaleza. Evitaba todo esoterismo en su conversación. No le entusiasmaban las elevadas «abstracciones»¹, más bien lo absorbía el drama de las relaciones humanas, la conducta, el pensamiento y las costumbres humanas. El alcance de los temas que le gustaba discutir era muy grande: prodigiosamente recordada y recitaba impecablemente; la música y los músicos, especialmente el canto, sobre el cual su conocimiento técnico era asombroso. El teatro en el cual sus preferencias eran Ibsen, Hauptmann², Scribe; las liturgias, la educación, la antropología, la filología y ciertas ciencias, parcialmente la física, la geometría y las matemáticas. Le interesaba poco la política y la economía puras, aunque seguía cuidadosamente los acontecimientos.
…..Me doy cuenta de la dificultad de escribir acerca de él y recuerdo cuánto le divertían los artículos acerca de su vida privada. Parecía distinguirse con la constante y macabra preocupación relativa a la condición de sus ojos. Durante el décimo-cuarto año de nuestra asociación que coincidió con la época en que escribió «Work in Progress», o «Finnegans Wake», tuve muchas oportunidades de observar su bondad, su humor, su entusiasmo. Presenció su estoicismo frente al destino. Lo vi en momentos de desaliento y en momentos de tribulación. A despecho de la fragilidad de la física había en él cierta reciedumbre con la cual sobrellevó los altos y bajos de su destino. Su tenacidad era parte de la honestidad de sus convicciones, de su horror a los compromisos baratos, de su fantástica fe en sus propios poderes intelectuales. Su ser era compacto y forjado por una voluntad de acero. Era un hombre de gran tolerancia y rechazaba toda clase de denigraciones de sus amigos o de sus enemigos en su presencia.
…..La primera vez que me encontré con James Joyce, fue en 1924, tres años después de que yo había lanzado mi revista «Transition». Fue en un aburrido banquete dado en el restaurante Marguery en honor de Valery Larbaud, su primer amigo francés y su traductor, Joyce estaba radiante en la aureola del Ulises y de humor feliz, cuando le fui presentado. Me agradeció cortésmente por algo que yo había escrito acerca de su libro en una columna literaria que tenía a mi cargo en la edición parisiense del «Chicago Tribune». No nos volvimos a encontrar hasta principios de 1927 cuando en compañía de Elliot Paul, le habíamos pedido a Miss Silvia Beach, su agente de publicidad, que le solicitara una colaboración a Joyce, con muy poca esperanza de que nos diera algo. Miss Beach consultó con él y pocos días después teníamos el manuscrito en nuestras manos.
…..Un domingo por la tarde, en el invierno de 1927, Joyce invitó a Mlle. Adrienne Monnier, Miss Silvia⁴ Beach, mi esposa, Elliot Paul y a mí, a su casa en la Square Robiac para que oyéramos la lectura del manuscrito mencionado. Escuchamos la escena de Waterloo, que apareció en la primera edición de la revista. Su voz era resonante y musical y a veces una sonrisa le iluminaba la faz mientras leía algún pasaje divertido. Cuando hubo terminado, nos dijo: «qué piensan ustedes de esto, les gusta?». Todos estábamos sorprendidos por su fantasía verbal, conmovidos si se quiere, pero desconcertados. No era fácil replicar con frases convencionales. No había ningún precedente en la literatura que facilitara el juicio sobre ese fragmento y su estructura de múltiples planos, su novedad y su lenguaje polisintético. Algunas semanas más tarde dio a leer el manuscrito entero. No eran más de ciento veinte páginas y me dio que lo había escrito en pocas semanas durante su estadía en la Rivera en 1922. No obstante estaba completo en sí mismo, orgánicamente comprimido y contenía el bosquejo de la saga entera. El título había sido escogido, según me dijo, pero solo él y Mrs. Joyce lo conocían. Era aún una versión primitiva a la cual ya le había principiado a añadir innumerables parágrafos, frases y palabras. En un momento de confidencia me contó algo sobre la génesis de la idea. Su admiradora Miss Harriet Weaver, quien algunos años antes, como un Mecenas de otros días, le facilitara la manera de verse libre de dificultades financieras, le había preguntado qué libro estaba proyectado escribir después de Ulises. Le replicó que ahora que el Ulises estaba acabado, se consideraba como un hombre sin oficio. «Estoy como el sastre a quien le gustaría probar su mano en la hechura de un traje de estilo nuevo. Querría Usted ordenar uno?» Miss Weaver le pasó un folleto escrito por un cura de aldea de Inglaterra en el cual describía la tumba de un gigante encontrada en su parroquia. «Por qué no prueba la historia de este gigante?», le preguntó en broma. La historia del gigante se convirtió en «Finn Mc Cool» o «Finnegans Wake».
…..Las primeras ediciones de «Transition» contenían trozos de lo que iba a ser conocido como «Work in progress». Joyce me contó que este título provisional lo inventó Ford Madox, Ford quien había publicado previamente un fragmento en su «Transatlantic⁵ Review». Estas publicaciones despertaron una serie de explosiones sensacionales. Los confundidos críticos de Francia, Inglaterra y América gruñeron en su mayor parte su violenta desaprobación⁶. Miss Weaver misma escribió a Miss Beach expresándole sus temores de que Joyce estuviera desperdiciando su genio, opinión que afectó profundamente a éste; su amigo Larbaud³ dijo que para él esta obra era una diversión filosófica que no tenía gran importancia en la evolución creativa de Joyce. Ezra Pound atacó la obra en una carta en que lo urgía a que la pusiera en el «Álbum de familia» junto con sus poemas. Solamente Edmund Wilson mostró inteligente simpatía. En poco tiempo las reacciones vinieron a ser más y más vehementes, aún personales y periodísticamente estereotipadas. Joyce continuó trabajando en su visión.
…..Nosotros tuvimos mucho que ver con él durante esos años. Nuestra oficina no estaba muy lejos de su casa, cerca de la torre Eiffel y su cortés presencia en el desorden de nuestro primitivo cuarto de hotel que fue siempre bienvenida. Todos sus amigos colaboraron entonces en sus fragmentos destinados a «Transition»; Stuart Gilbert, Padraic Colum, Elliot Paul, Robert Sage, Helen y Giorgio Joyce y otros.
…..El trabajo se hacía con paciente cuidado, casi con pedantería. Había inventado un intrincado sistema de símbolos que le permitía encontrar las palabras nuevas y los párrafos que habían sido escritos durante años y que se referían a los múltiples personajes de su creación. Trabajaba semanas enteras a menudo hasta tarde de la noche, con la ayuda de uno u otro de sus amigos. Al final ello parecía una composición colectiva, pues él permitía a sus amigos participar en su fervor inventivo y buscar en las innumerables libretas llenas de misteriosas referencias que habían de ser insertadas en el texto. Cuando se terminaba la tarea parecía como si la hubieran manoseado las tiznadas manos de un sacador de carbón. Una vez terminado el trabajo comíamos con él en su restaurante favorito, el Trianon, del cual le complacían el ambiente y la cocina donde estaba seguro de encontrar el seco y dorado Chablis y si la velada llegaba a ser más alegre que de costumbre, una excelente champaña de Pommery. Su conversación casi susurraba, nunca tuvo algún matiz de escatología y cuando quiera que uno de sus más rabelesianos⁷ compañeros se complacía en alguna picante broma, él, diestra, casi impacientemente desviaba el diálogo. Algunas veces traía consigo alguna página escrita y la pasaba en torno de la mesa con un gesto de modesta cortesía. Nunca explicó su obra sino por indicaciones indirectas.
…..Por este tiempo la familia Joyce estaba estrechamente unida y dichosa y su humor era la natural manifestación de ese ambiente. Todavía no había adquirido la mordacidad a que llegó en años posteriores después de que grandes tribulaciones invadieron el círculo de su hogar. Aún entonces ello era más bien lo que André Breton ha llamado en alguna parte, el humor negro. Más tarde llegó a ser más sociable, pero sus amigos siempre tuvieron el privilegio de alegrarlo. Una vez celebró el mismo día su cincuentavo cumpleaños y el décimo aniversario de la publicación del Ulises. Estos sucesos fueron muy comentados en el mundo literario que había descubierto el realismo social y consideraba a Joyce pasado de moda. En esta ocasión nosotros ofrecimos una comida en nuestra casa de París a la cual concurrieron Mrs. Joyce, Thomas MacGreavy, Samuel Beckett, Lucy y Paul León, Helen y Giorgio Joyce y otros. El «ponqué»⁸ estaba ingeniosamente decorado con una imitación del tomo del Ulises, con su cubierta azul, hecha de dulce. Llamado para cortar el «ponqué» Joyce lo miró un momento y dijo: «Accipite et hoc omnes: Hoc est enim corpus meum»⁹. La conversación en la mesa recayó sobre el tema de los refranes populares. Alguien expresó su sospecha acerca de todos ellos y su disgusto por el adagio: «In vino Veritas»¹⁰, del cual dijo que era falso. Joyce convino cordialmente y añadió: Debía ser: «In riso Veritas¹¹, porque nada nos revela tanto como nuestra risa». Siempre se mostró asombrado de que muy pocas personas hubieran comentado el espíritu cómico de sus escritos.
…..Yo estaba preparándole un pequeño homenaje en «Transition» y había encargado un dibujo de Joyce al artista español César Abín. El resultado fue un solemne estudio de un distinguido hombre de letras, con la pluma en la mano y sus propios volúmenes reverentemente amontonados junto a él. Joyce no gustó de este trabajo e insistió en darle instrucciones precisas al dibujante para el diseño de interrogación. Por más de dos semanas se la pasó añadiendo nuevas sugerencias hasta que finalmente quedó satisfecho. Hizo que se lo dibujara con un viejo arreo de caza con una tela de araña y sosteniendo un tiquete en el cual está escrito el fatal número trece. Que se le pusiera una estrella en la punta de la nariz, en memoria de un criticastro que lo había descrito como a un comediante de nariz azul; que sus pies aparecieran peligrosamente suspendidos sobre el globo llamado Irlanda, en el cual sólo Dublín fuera visible; que sus pantalones tuvieran parches en las rodillas y que de sus bolsillos emergiera el manuscrito de una canción titulada: «Déjame gustar la caída de un soldado». Su «fortuna» había ya iniciado la sombría senda que lo volvería a abandonar. Es como si tuviera una premonición de las grandes tribulaciones que le esperaban. Fue durante este periodo cuando sugirió que planeáramos un «bal de la perée» que en «slang» francés significa insolvencia total, pues la depresión comenzaba a sentirse en París cada vez más alegre de los huéspedes, fue Joyce mismo quien finalmente engatusó a todas las señoras presentes para que le dieran el premio de su vestido que era el de un viejo personaje del teatro irlandés famoso bajo el nombre de Handy Andy.
…..Por este tiempo, la muerte repentina de su padre le llegó como un fuerte golpe. Nunca había pretendido una gran afición por su padre y los elementos autobiográficos de su obra lo revelan en innumerables, simbólicas y mitológicas alusiones. Ulises es un hombre en busca de su padre y Finnegans Wake es, de nuevo, la expresión de esta filial pesquisa. En aquellos días soñaba mucho con él y una noche dijo de pronto: «Oí que mi padre me estaba hablando y me pregunto en dónde estará ahora». Algunas veces refería cuentos picarescos sobre el ingenio de su padre. El último que recuerdo se refería a la reacción que tuvo este último al ver en Dublín un minúsculo dibujo de Joyce, obra de Brancusi¹². Era un estudio que simbolizaba el oído en forma de espiral geométrica. «Bien, Jim no ha cambiado mucho», dijo su padre al ver el retrato.
…..Durante el verano y el otoño de 1931 la hija de James Joyce, Lucía, sufrió un colapso nervioso y pasamos varios meses con su familia en una pequeña población fronteriza de las montañas de Austria. Joyce no había escrito durante algún tiempo, debido parcialmente, a la intensa inquietud que sentía respecto a la salud de su hija y en parte al estado de inercia general que le causaba su depresión.
…..Hacíamos juntos largos paseos a lo largo del cercano y torrentoso río Ill o trepábamos a las rocosas colinas. «Estos son los fenómenos que permanecerán cuando los pueblos y sus gobernantes se hayan desvanecido». Pero no era de ningún modo una naturaleza romántica. Era más bien un hombre de megápolis. Hacia el crepúsculo, después de la siesta paseaba otra vez. Las ocho era la hora que había señalado él mismo desde hacía varias décadas, como el tiempo oportuno para su primer paseo del día. Ese verano había elaborado una especie de ritual que para mí tenía una casi grotesca fascinación. A las siete y media emprendía una súbita carrera hacia la estación del ferrocarril donde el expreso París-Viena hacía una parada de diez minutos cada día. Allí caminaba subiendo y bajando de la plataforma. «Sobre estos rieles, me dijo una tarde, se decidió el destino de Ulises en 1915». Se refería al hecho de que en esta ciudad austriaca de la frontera se había visto impedido de pasar a Suiza durante la primera guerra mundial, obedeciendo a ciertos augurios. Cuando el primer tren llegó, trepó al carro más cercano para examinar las inscripciones francesas, alemanas y yugoeslavas palpando las letras con los sensitivos dedos de quien tiene una visión defectuosa. Luego me hacía preguntas acerca de las personas que entraban y salían del tren. Ponía oído atento a las conversaciones. Su finísimo oído para los matices dialécticos del alemán me asombraba a menudo. Cuando el tren continuó su ruta en la nublosa noche, permaneció de pies sobre la plataforma agitando su sombrero como si estuviera despidiendo y deseando buen viaje a un querido amigo. Cerca de las ocho buscaba su primer trago de «Tischwein o Dishwine» como Mrs. Joyce, que pensaba que esa bebida era de inferior calidad, solía decir.
…..Después comencé a hacer preparativos para una edición de «Transition», lo cual lo estimuló para trabajar. Avocó el problema con salvaje energía. «Cuán dificultoso es poner otra vez la pluma sobre el papel», me dijo. «Las primeras frases me han costado un gran esfuerzo». Pero gradualmente la tarea progresaba. Era lo que iba a ser conocido más tarde como «The Mime of Mick Nick and the Maggies». Escribió estos fragmentos durante aquellos frenéticos meses, constantemente interrumpidos por momentos de ansiedad acerca de la salud de su hija y la consecuente nerviosidad propia. En su hotel, donde trabajaba por las tardes, me dio una cuartilla de papel densamente escrita y que principiaba con estas palabras: «Cada noche al encenderse la hora exacta y hasta posterior observación…» que yo saqué en máquina para él. Había escrito unas pocas páginas cuando principiamos a buscar en las libretas que llevaba siempre consigo en sus viajes. Y las adiciones, anotadas durante años, para el texto aún no escrito y sólo delineado en su mente, llegaron a ser más y más numerosas. El manuscrito engrosó, hasta las treinta páginas y todavía no estaba terminado. Nunca cambiaba ni una sola palabra. Había siempre una cierta inevitabilidad una casi volcánica afirmación¹³ en su primera elección de las palabras. Para mí sus deformaciones me parecían cada vez más atrevidas. Añadía incesantemente como el trabajador en mosaico que enriquece el diseño original con invenciones cada vez mayores.
…..«No hay realmente nada fortuito en este libro», me dijo durante uno de nuestros paseos. «Yo habría podido escribir esta historia a la manera tradicional… Todo novelista conoce la receta… No es muy difícil seguir un simple y cronológico esquema que los críticos entendieran… Pero, ante todo, estoy tratando de contar la historia de esta familia Chapelizod de una manera nueva… El tiempo, el río y la montaña son los verdaderos héroes de mi libro… Pero los elementos son exactamente los mismos de que todo novelista puede disponer: el hombre y la mujer, el nacimiento, la niñez, la noche, el sueño, el matrimonio, la plegaria, la muerte… No hay nada paradójico…¹⁴ Solamente que estoy tratando de construir una narración en muchos planos y con un propósito estético… Ha leído usted alguna vez a Laurence Sterne…?».
…..Leíamos entonces Farbenlehre de Goethe, pero finalmente dijo que no había podido utilizar nada de esa obra. Estaba interesado en una versión cómica de la Teodicea y me pidió que solicitara un texto agustiniano o uno de los jesuitas que vivían en las cercanías.
…..Había en la ciudad una famosa escuela de jesuitas y hacía reminiscencias de sus días con los padres en Dublín. Sus convicciones religiosas eran inalterables. Había vuelto yo, a conversar con su hija, que parecía interesada en conocer algo acerca del dogma católico. Joyce, oyendo esto, se puso violento y dijo: «Buda y Confucio y todos los otros no fueron capaces de entender, nada de eso. Nosotros no sabemos nada y nunca sabremos algo…». Discutía la teoría de Viso sobre el origen del lenguaje.
…..La concepción de la evolución cíclica de las civilizaciones nacidas unas de otras como el Fénix de sus cenizas, le fascinaba. Principió a especular sobre la nueva física y sobre la teoría de la expansión del universo. Mientras caminaba con él, tuve siempre la impresión de que no estaba en una ciudad fronteriza de Austria, sino en Dublín y de que todo lo que pensaba y escribía era acerca de su tierra nativa.
…..Completó el «Mime» en Zúrich, cuando volvimos allí. Acostumbramos a tomar el bote de vapor en las últimas horas de la noche para navegar en el lago. O íbamos caminando hasta la colina del zoológico, donde una tarde principió a recitar el magnificente nocturno de Phoenix Park, con una magia verbal de sonidos animales que morían en la noche cercana. O también vagábamos aquí y allá por la Bahnhofstrasse y recuerdo sus poemas sobre esta calle. Solía hablar de sus experimentos en la ciudad durante la guerra mundial y charlaba de sus viejos amigos, especialmente de su amigo inglés Frank Budgen, que fue su compañero en aquellos días. Sus huéspedes eran sus pocos amigos que tenía en Zúrich: doctor Bernard Fehr, de la universidad; doctor Borach y Mr. Edouard Brauchbar, sus discípulos de inglés durante la primera guerra mundial, doctor y Mrs. S. Giedion. Era muy aficionado al vino «Fondant» de «Valais» y a menudo abandonamos el restaurante bastante «alegres».
…..En cierta ocasión llegó un «recorte» de un periódico inglés, en el que se decía que Joyce estaba tratando de revivir el «little language» de Swift a Stella. «Absolutamente, protestó Joyce. Yo uso con el lenguaje todo lo que yo quiera». Su memoria lingüística era extraordinaria. Parecía constantemente al acecho, siempre escuchando más bien que hablando. «Realmente no soy yo quien está escribiendo este endiablado libro», me dijo una tarde, en su caprichosa manera. «Es usted, y usted, yo, ese hombre, y la muchacha que está en la próxima mesa». Un día lo encontré riendo solo en un salón de té de Zúrich. «Ganó usted «le gros lot?», le pregunté. Me explicó que le había pedido a la muchacha que servía un vaso de «lemon squash».
…..La un tanto obtusa muchacha suiza lo había mirado confundida. Luego había tenido una como inspiración y había murmurado: «Oh, quiere usted decir Lebensquatsch?». Joyce tenía todos estos trozos de conversación, sílabas toras, dichos en momentos de inercia o fatiga, juegos de palabras, palabras deformadas alcohólicamente, deslices de la lengua, todo lo grotesco o fantástico que había oído brotar en momentos de inconsciencia. Su conocimiento del francés, del alemán, del griego moderno y especialmente del italiano lo mantenían en buen lugar y él aumentaba constantemente ese acervo de información estudiando hebreo, ruso, japonés, chino, finlandés y otras lenguas. En el fondo de su vocabulario estaba también el inmenso dominio de palabras agloirlandesas, que hoy nos parecen neologismos porque en su mayor parte han caído en desuso. El remozamiento de ellas puede ser de interés para los filólogos algún día. El lenguaje para él era tanto un proceso social como subjetivo. Estaba profundamente interesado en los experimentos del jesuita francés Jousse y los del filólogo inglés Paget y «Finnegans Wake» está lleno de extrañas aplicaciones de su teoría de los gestos. A menudo hablaba con una burlona sonrisa de las lenguas auxiliadoras y entre ellas del Esperanto y del Ido.
…..De regreso a París se mostró más y más absorbido por meditaciones sobre las creaciones imaginativas. Leía a Coleridge y estaba interesado en la distinción que hace este entre imaginación y fantasía. Se preguntaba si él mismo tenía imaginación. Como el horizonte político en Europa era cada vez más amenazador, su alta y olímpica neutralidad se afirmaba más y más. En aquellos días recuerdo que le leí una traducción alemana de un discurso de Radek en el cual el ruso atacaba el Ulises ante el Congreso de Kharkov porque no tenía conciencia social. «Bien, dijo Joyce, todos los personajes de mi libro pertenecen a la más baja clase de los trabajadores y todos son pobres». Principió a leer «Cumbres borrascosas». «Esta mujer tiene imaginación» dijo. «Kipling la tiene y ciertamente Yeats». Su admiración por el poeta irlandés era muy grande. Un comentador, augurando que Joyce carecía de reverencia por el «logos» poético inferior su poco respeto por Yeats. Puede asegurar que ese caballero no está en la verdad. Frecuentemente Joyce nos recitaba de memoria poemas de Yeats. «Ningún poeta surrealista¹⁵ puede asegurarlo en imaginación», decía. Una vez Yeats habló por radio, nos invitó a oírlo. Le leí «The Vision», y estuvo profundamente absorto por la grandiosa concepción y lamentó que Yeats no hubiera puesto todo eso en una obra de creación. Cuando Yeats murió envió una guirnalda a su tumba en Antibes. Su emoción al saber la desaparición del poeta conmovió a quienes lo presenciaron. Siempre negó haberle dicho a Yeats que estaba demasiado viejo para ser influido por él.
…..Tenía Joyce verdadera pasión por las manifestaciones irracionales de la vida. Pero no hay nada de común entre su actitud y la de los surrealistas y sicoanalistas. Tampoco sus experimentos tienen nada que ver con los de los románticos alemanes que exploraron el misticismo de los mundos individuales. Joyce era un observador intensamente consciente del drama de la inconsciencia. Durante nuestros paseos en París hablamos muchas veces acerca de los años de la preguerra principiaron a armar una silueta dispuesto a comentarlos porque le interesaban como imágenes del universo nocturno. En cuanto a él, decía que soñaba relativamente poco, pero cuando lo decía, sus sueños estaban usualmente relacionados con ideas personales o míticas, que lo habían ocupado en sus horas de vigilia. Se vio muy atraído por la teoría de Dunn acerca del serialismo. Le dio la brillante teoría del tiempo a ese autor que Joyce estimaba altamente. Me contó uno de sus sueños y acontecimientos subsiguientes confirmaron al parecer las concepciones multidimensionales de Dunn. Estaba él caminando a través de una inmensa ciudad y se encontró con tres hombres que se llamaban a sí mismos Minos, Eake y Radamante, estos rompieron súbitamente su conversación con él y se pusieron amenazantes. Tuvo que correr para escapar de sus gritos de difamación. Tres semanas más tarde, me sorprendió una historia semejante en el Paris Sour que relataba que la policía estaba persiguiendo a un maniático que había estado enviando explosivos por el correo. Este fanático se firmaba: Minos, Eake, Radamante, los jueces del infierno. Uno de los menos complicados sueños de Joyce y que nos hacía reír cada vez que él lo contaba, era cuyo sueño lo constituía la titánica figura de Molly Bloom, sentada en la falda de una alta colina. «Por lo que a ti se refiere, James Joyce, tengo ya suficiente», gritaba. Nunca se acordaba de lo que había comentado.
…..Unos seis meses antes de aparecer «Work in progress», hubo un divertido incidente en relación con su título que entonces era desconocido para todos menos para Joyce y su esposa. Muchas veces nos había desafiado a sus amigos a que lo adivináramos y ofreció pagar mil francos de premio a quien lo acertara. Todos lo intentamos:
…..Stuart Gilbert, Herbert Gorman, Samuel Beckett, Paul León y yo mismo, pero todos fallamos miserablemente. Una noche de verano, mientras cenábamos en la terraza del Fouquet, Joyce repitió su oferta. El Rieslin estaba especialmente bueno esa noche y todos nos encontrábamos en disposición. La señora Joyce inició una canción irlandesa sobre Mr. Flannigan y Mirs. Shannigan. Joyce pareció asustado y la obligó a suspender. Así lo hizo ella y cuando vio que no se hizo ningún daño, muy claramente y como lo hace un cantor, hizo movimientos de labios que parecían indicar una F y una W. La respuesta de mi mujer fue Fairy`s Wake. Joyce pareció asombrarse y dijo: «Bravo, pero algo falta». Una mañana yo supe que era Finnegans Wake, aunque era solo una intuición. Esa misma tarde lancé súbitamente esas palabras al aire. Joyce palideció. Lentamente dejó el vaso de vino que sostenía. «Ha, Jolas, usted me ha sacado algo», dijo casi tristemente. Cuando nos separamos esa noche, me abrazó, bailó unos pocos de sus intrincados pasos y me preguntó: «¿Cómo quiere usted el dinero?» Repliqué: en Sous. A la siguiente mañana, durante mi ausencia de casa, llegó él, con una talega llena con diez francos en sous, se los dio a mi hija con instrucciones de servírmelos al almuerzo. Todos los presentes fuimos severamente advertidos por Joyce para no revelar y guardar el secreto hasta que él hiciera el anuncio oficial en la cena de su cumpleaños del siguiente dos de febrero.
…..El recibimiento que se le iba a dar a su labor de 17 años iba a ser desilusionante. Entre los pocos cuyo análisis le pareció comprensivo y consciente fueron en estricto orden de apreciación, el ensayo de William Troy en Partisan Review, el artículo de Harry Levin en New Directions, el ensayo de Edmund Wilson en New Republic, la señora de Alfredo Kasin en Herald Tribune de New York y lo que escribió Padraic Colum´s en el Times de New York, así como una o dos críticas procedentes de Inglaterra y Escocia. En Irlanda la reacción fue pequeña y la recepción que se le hizo en Francia y con la cual tanto contaba fue lamentable. Este estado de cosas fue una fuente de honda depresión durante el último año de su vida y la causa principal de que en adelante recibiera indiferencia cualquier sugestión acerca de una obra futura.
…..Para Joyce mismo «Finnegans Wake» tuvo un significado profético. Finn MacCool, el héroe finlandonoruego e irlandés de su narración, le pareció a él que había vuelto a vivir después de la publicación de su libro y en una carta que me escribió de Francia la última primavera, decía: «…Es extraño que después de la publicación de mi libro Finlandia haya súbitamente pasado a primer plano. Primero el que se haya entregado el premio Nobel a un escritor finlandés. Y luego que haya entrado por la puerta de la política. El más curioso comentario que he recibido sobre mi libro es uno simbólico venido de Helsinki, donde, como predicho por el profeta, el finlandés se despierta una vez más y se apresura como voluntario desde todos los sitios para combatir al general ruso… Proféticas fueron también las últimas palabras de mi libro», añadía en la misma carta. Las últimas páginas que le habían costado tan profunda angustia al tiempo de escribirlas. «Me sentí completamente exhausto», me dijo cuando hubo terminado. «Como si toda la sangre se hubiera escapado de mi cerebro. Y me senté por largo rato en un escaño de la calle, inhábil para moverme…».
…..«Y ello es viejo, viejo y triste y viejo y triste y cansado vuelvo a ti, mi frío padre, mi frío, loco padre, mi frío loco, temeroso padre… y me lanzo, sólo, entre tus brazos…».
No había ningún retorno después de estas líneas, mi viejo amigo. Tú lo sabías muy bien. Adiós.
- En el original se lee «bostracciones».
- En el original se lee «Hauptman».
- En el original se lee «Larboud».
- En el original emplea Sylvia en este punto.
- En el original se lee «Transtlantic».
- Aparece así en el texto.
- En el original se lee «rebelesianos». Adjetivo derivado del apellido del escritor francés François Rabelais (1494- 1553), hace referencia a su peculiar síntesis literaria de humorismo, sátira socio-política y pedagogía humanista. También se usa para designar obras de tema fantástico o trama exuberante.
- En el original se lee: «penqué».
- Tomad y comed todos de él: esto es mi cuerpo.
- En el vino está la verdad.
- En la risa está la verdad.
- En el original se lee: «Bracusi».
- En el original se lee: «cierta inevitalidad una casi volcánica aformación».
- En el original se lee: «paradóico»
El 2 de febrero de 1922 salía a la venta en las librerías de París Ulises, de James Joyce, quien cumplía ese mismo día 40 años. Había publicado para entonces un libro de poemas, Música de cámara (1907), uno de cuentos, Dublineses (1914), una obra de teatro, Exiliados (1918), y una novela, Retrato del artista adolescente (1916). Era ya un autor reconocido y la fama giraba en torno a su persona y a su obra, cosa común en el medio artístico, de tal manera que era invitado a múltiples conferencias y sus palabras eran tenidas en cuenta dentro del ámbito literario europeo y norteamericano. Sería Ulises la obra que lo catapultaría como un verdadero innovador del género novelístico, convirtiendo este texto en un clásico, aunque es reconocido por muchos que su lectura se hace imposible, hasta el punto de abandonarla o postergarla por meses y hasta años.
…..Antes de morir, a la edad de 58 años, publicaría el poemario Poemas manzanas (1927) y la novela Finnegans Wake (1939), dejaría inacabada la novela Stephen el héroe, publicada póstumamente en 1944. Escribió múltiples ensayos y se conserva su correspondencia que resume gran parte de sus ideas culturales y literarias. Los primeros fragmentos de la obra de Joyce en español los hará Antonio Marichalar en la Revista de Occidente en 1924, tomados de la edición francesa, así como lo hizo del italiano Ernesto Giménez Caballero en la Gaceta Literaria en 1927, ambos franquistas en una España convulsionada. La primera traducción de Ulises al español la haría el argentino José Salas Subirat en 1945. Damaso Alonso traduciría Retrato del artista adolescente en 1926, y Dublineses sería publicada en español en 1942. Sus libros de poemas fueron traducidos tardíamente, Música de cámara en 1979 y Poemas manzanas en 1986. Sus ensayos corrieron mejor suerte, ya que fueron publicados en diferentes revistas y medios en Hispanoamérica.
…..Semblanza final de Joyce cortesía de J. Mauricio Chaves-Bustos tomada del portal AlPoniente, 3 mayo 2023.
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de una obra del poeta, pintor y crítico de arte venezolano Juan Calzadilla ©