Edwin Madrid
Este dossier lo creamos para ir a la caza de joyas de la literatura y para rendirle un pequeño homenaje al lector de poesía. Le preguntamos al poeta Edwin Madrid: “¿Cuáles son tus tres poemas ecuatorianos esenciales desde tu experiencia como lector y desde tu sensibilidad como creador?”. Y, acompañado de sus argumentaciones, nos obsequió estas semillas.
Edwin Madrid nació en Quito, Ecuador, en 1961. Es poeta, ensayista, docente y editor. Se desempeña como director del Taller de Escritura Creativa de la Casa de la Cultura Ecuatoriana en Quito. Dirige la colección de poesía de Ediciones de la Línea Imaginaria. Sus últimos libros publicados son Todos los Madrid, el otro Madrid (2016), Mordendo o frio, libro completo (2016) y Al Sur del ecuador (2015). Ha sido invitado por las universidades de Cincinnati, Zurich, Viena, Granada y ha realizado lecturas de poesía en Latinoamérica, Estados Unidos y Europa. Fotografía del autor: Alexis Zaldumbide.
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Es interesante que Elegía a la muerte de Atahualpa sea atribuido a un cacique de Alangasí, parroquia rural de Quito, en el siglo XVI expresado, según se cuenta, con ocasión de la muerte del Inca y que fuera recogido en kichwa y traducido al castellano por Juan León Mera (1832-1894) quien también escribió el Himno Nacional del Ecuador. Me gusta creer que la poesía ecuatoriana tiene origen en la literatura oral kichwa y las demás lenguas originarias del Ecuador. Además, viví mi adolescencia en Alangasí y sé que se trata de un lugar con enorme tradición ancestral.
Elegía a la muerte de Atahualpa
En un corpulento guabo
un viejo cárabo está
con el lloro de los muertos
llorando en la soledad;
y la tierna tortolilla
en otro árbol más allá,
lamentando tristemente
le acompaña en su pesar.
Como niebla vi los blancos
en muchedumbre llegar,
y oro y más oro queriendo,
se aumentaban más y más.
Al venerado padre Inca
con una astucia falaz
cogiéronle, y ya rendido
le dieron muerte fatal.
¡Corazón de león cruel,
manos de lobo voraz,
como a indefenso cordero
le acabasteis sin piedad!
Reventaba el trueno entonces
granizo caía asaz,
y el sol entrando en ocaso
reinaba la oscuridad.
Al mirar los sacerdotes
tan espantosa maldad,
con los hombres que aún vivían
se enterraron de pesar.
¿Y por qué no he de sentir?
¿Y por qué no he de llorar
si solamente extranjeros
en mi tierra habitan ya?
¡Ay!, venid hermanos míos,
juntemos nuestro pesar,
y en ese llano de sangre
lloremos nuestra orfandad,
y vos, Inca, padre mío
que el alto mundo habitáis
estas lágrimas de duelo
no olvidéis allá jamás.
¡Ay! No muero recordando
tan funesta adversidad.
¡Y vivo cuando desgarra
mi corazón el pesar!
Atahualpa Huañui
Rucu cuscungu
Jatum pacaipi
Huañui huacaihuan
Huacacurcami;
Urpi huahuapas
Janac yurapi
Llaqui llaquilla
Huacacurcami.
Puyu puyulla
Uiracuchami,
curita nishpa
Jundarircami.
Inca yayata
Japicuchishpa,
Siripayashpa
Huañuchircami.
Puma shunguhuan,
Atuc maquihuan,
Llamata shina
Tucuchircami.
Runduc urmashpa,
Illapantashpa,
Inti yaicushpa
Tutayarcami.
Amauta cuna
Mancharicushpa
Causac runahuan
Pamparircami.
Imashinata
Mana llaquisha
Ñuca llactapi
Shucta ricushpa.
Turi cunalla
Tandanacuchun,
Yahuar pampapi
Huacanacushum.
Inca yayalla,
Yanac pachapi
Ñuca llaquilla
Ricungui yari.
Caita yuyashpa
Mana huañuni,
Shungu Ilugshishpa
Causaricuni
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Poema atribuido a la ecuatoriana Margara Sáenz (1937-1964), según consta en la antología: Poesía nueva latinoamericana de Manuel Ruano, de 1981. Así como también en: Del solar de Eros, selección de poesía erótica ecuatoriana de Julio Romero Vicuña, de 1982. Pero se trata de un apócrifo que sirvió de treta para publicar un mensaje cifrado a una amante de uno de los dos poetas peruanos que lo hicieron circular. Me gusta el ingenio del poema, no de los poetas.
Margara Sáenz
Otra vez Amarilis
El tiempo ha pasado y vuelves a mi memoria.
Tu auto trepando hacia la sierra, la Cream-Rica
¿recuerdas?, volteando a la derecha, todos
esos moteles.
Entonces éramos nosotros; no tú, no yo. Me quiérote
te gózame, me amándonos, decíamos.
¿A quién llevas ahora? Contigo entre las piernas
¿quién pega alaridos y triza los espejos
donde nos repetíamos bestiales y dulcísimos?
¿Qué otro vientre recibe tu miel mía, peruano? Di
qué frívola puta, qué sórdida hipócrita limeña,
qué casada cuidadosa del cornudo.
Hijo de perra, ¿lo haces? Pero allí no, nunca, con
nadie vuelvas a la habitación 35. Que se te
muera para siempre, que se te pudra si regresas.
Una vez dije allí no ¿recuerdas?, dije después
donde quieras. Tú me observabas igual que un
entomólogo, eras un médico lascivo examinando
una muchacha muerta de amor: no hables, eres
una muñeca, un cuerpo sin voluntad, y me
tocabas probándome y fui durazno de esos
que se abren con la mano.
Un durazno, dijiste a mis espaldas, a la luz de la
tarde, separando con suavidad mis carnes,
descubriendo lo que ni yo conozco, mi zona
más oscura, la que guarda esa caricia atroz,
obscena y tuya que no olvido.
Júralo: no has de volver a esa cama con nadie. Me
has negado tu cuerpo, el que gustaba mirar
impúdico y erecto viniendo a mí, el tuyo que
era el mío. Concédeme eso entonces: anda a
otro sitio a hacer tus porquerías.
O vuelve a la habitación 35. El tiempo ha pasado,
ya no hay sino recuerdos y Amarilis qué puede
sino juntar palabras. Ahora somos tú y yo, no
existe más nosotros. Uno y uno, dos solos: yo
y esa mierda que tú soy y yo añoras, desgraciado.
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Me gusta este poema de Aleyda Quevedo Rojas (1972) porque en apenas 18 sílabas contiene un universo que sobrepasa en Me Too ecuatoriano. Lo que me enseña que en poesía menos es más.
Aleyda Quevedo Rojas
Haikú de los pájaros
Cuidaré tus pájaros,
pero me niego a
hacer el amor en la jaula
La composición que ilustra este post fue realizada a partir de un fragmento la obra Qué hora es de la artista Camila López