María Teresa Andruetto
Este dossier lo creamos para ir a la caza de joyas de la literatura y para rendirle un pequeño homenaje al lector de poesía. Le preguntamos a la poeta María Teresa Andruetto: «¿Cuáles son tus tres poemas argentinos esenciales desde tu experiencia como lector y desde tu sensibilidad como creador?». Y, sin solicitarle argumentaciones, nos obsequió estas semillas.
María Teresa Andruetto nació en Aº Cabral, Argentina, en 1954. Publicó novelas, ensayos, libros de cuentos, poemarios y libros para niños. Traducida a varias lenguas, sus libros son materia de numerosas tesis de grado y doctorado. Desde hace más de treinta años interviene de diversos modos en la construcción de una sociedad lectora. Obtuvo entre otros los premios Fondo Nacional de las Artes, Iberoamericano a la Trayectoria en Literatura Infantil SM, Premio Cultura Universidad Nacional de Córdoba, Premio Hans Christian Andersen, Konex de Platino y Premio Trayectoria en Letras del Fondo Nacional de las Artes 2020. Co dirige una colección de revalorización de narradoras argentinas en la Editorial Universitaria EDUVIM y cada semana comparte una breve historia desde la radio de la Universidad Nacional de Córdoba.
Mirta Rosenberg
(Rosario, Argentina, 1951-Buenos Aires, 2019)
Una elegía
En la época de mi madre
las mujeres eran probables.
Mi madre se sentaba junto a mi abuela
y las dos eran completamente de carne y hueso.
Yo soy apenas una secuela estable
de aquel exceso de realidad.
Y en la ansiedad del pasado indefinido,
en el aspecto durativo de elegir,
escribo ahora: una elegía.
En la época de mi madre
las mujeres eran perdurables,
completamente hueso y carne.
Mi madre se ponía el collar
de plata y de turquesas
que mi padre le había traído de Suecia
y se sentaba a la mesa como una especie exótica,
para que todo se volviera más grande que la vida,
y cualquier ficción fuera posible.
En la época de mi madre, las mujeres
eran un quid: mi madre nos contó
a mi hermano y a mí: «cuando salía de la escuela,
iba a buscar a mi padre al trabajo,
en Santa Fe, y los compañeros le decían es un biscuit,
tu hija es un biscuit, y nunca supe qué querían decir,
qué era un biscuit», un bizcocho estando muy enferma,
una porcelana exquisita todavía para nosotros,
y mi hermano apurándola: «¿Y?»
No sé qué es un biscuit, ¿una especie exótica
algo de todos modos, especial? Igual
andaba delicadamente por la casa, rozando los ochenta
como se roza una herida
con una gasa.
En la época de mi madre
las mujeres eran muy visibles.
Mi madre se miraba en los espejos
y yo no llegaba a abarcar
su imagen con mis ojos. Me excedía,
la intuía a lo lejos como algo que se añora.
Como ahora,
una elegía.
A la criatura adorable
fijada en lo remoto de la foto,
que ya a los ocho años parecía
más grande que la vida: te extraño,
aunque no te conocía. Eso fue antes
que a mí me dieras vida
en un tamaño apenas natural.
Igual,
una elegía.
Y a la otra de la foto que espero
conservar, la mujer bella que sostiene
el libro ante la hija de un año
en el engaño de la lectura:
te quiero por lo que dura, y es suficiente
leer en el presente, aunque se haya apagado
tu estrella.
Por ella,
una elegía.
Ahora soy la fotografía
y vos el líquido revelador.
Tu muerte
me convierte en yo: como una ciencia aplicada
soy la causa y el efecto,
el ensayo y el error, este vacío
de la nada que golpea mi corazón
como cáscara vacía.
Una elegía,
cada vez con más razón.
An elegy
In my mother’s day
women were provable.
My mother sat next to my grandmother
and both were completely of flesh and bone.
I am barely a stable outcome
of that surplus of reality.
And in the anxiety of the indefinite past,
in the durative aspect of electing,
I write now: an elegy.
In my mother’s day
women were abiding,
completely bone and flesh.
My mother put on the necklace
of silver and turquoise stones
my father had brought her from Sweden
and sat at the table like some exotic spices,
so that everything would become larger than life
and any fiction possible.
In my mother’s day, women
were a crux: my mother told
my brother and me: ‘when I came out of school,
I went to where my father worked,
in Santa Fe, and his workmates told him she’s a biscuit,
your daughter’s a biscuit, and I never knew what they meant,
saying I was a biscuit’, a sponge cake when she was very sick,
exquisite porcelain for us still,
and my brother pressing her for more: ‘And?’
I don’t know what a biscuit is. Some exotic spice,
something, in any case, special? Perhaps
she roamed delicately round the house, brushing her eighties
as one brushes a wound
with a bit of gauze.
In my mother’s day
women were very visible.
My mother looked at herself in mirrors
and I never managed to take in
her image with my eyes. She was beyond me
and I intuited her from afar like something yearned for.
Like now,
an elegy.
To the adorable little girl
fixed in the remoteness of the photo,
who at eight already seemed
larger than life: I miss you,
although I did not know you. That was before
you gave me life
in a barely natural size.
All the same,
an elegy.
And to the other one of the photo that I hope
to conserve, the beautiful woman who holds
the book before her daughter aged one year
in the sham of reading:
I love you for what lasts, and it is sufficient
to read in the present, although your star’s
gone out.
For her,
an elegy.
Now I am the photograph
and you the developing fluid. Your death
turns me into myself: like an applied science,
I am cause and effect,
trial and error, this void
of nothingness that beats against the heart
like an empty husk.
An elegy,
more and more right each time.
Traducción de Julie Wark
De El arte de perder, Editorial Bajo la Luna, 1998.
Alejandro Nicotra
(Sampacho, Córdoba, 1931)
El pan de las abejas
……………………….(En memoria de Antonio Esteban Agüero)
El pan de las abejas, la miel de todos.
Sopla el tiempo
sobre la galería de tu casa: nadie
sino la luz sorda, vacía,
entre pilares rotos.
Ni tu sombra, ni el rumor del poema.
(“El agua con racimos y la luz con abejas”…)
Patio sin parras. Seco aljibe.
Ayer,
la madre pasa con un plato de miel.
He visto las colmenas devastadas
y en el aire de marzo,
espacio azul,
el humo que subía desde los panales.
He visto al hombre enmascarado,
los torpes guantes,
y el pueblo de la brisa
y de la flor:
………………gota a gota,
los pequeños
cadáveres.
He visto al sapo gordo
saciado de saqueo.
Sopla el tiempo
desde la fresca sombra de las parras,
los cántaros, las flores. (El temblor
y la luz de las abejas.) Oigo
tu voz.
Un niño pasa con un plato de miel.
He visto las colmenas devastadas,
el humo por el aire de marzo.
Y he visto,
entre las ruinas y la sombra,
el pan hecho de sol;
………………….quiero decir
—lo sabes—: vi tu muerte
y tu vida. (La galería rota
de tu casa, las páginas
doradas.) Y mi vida
y mi muerte,
seguramente iguales.
Un hombre pasa con un plato de miel.
El pan de las abejas,
la miel de todos.
De La tarea a cumplir. Antología poética, 2014
Alfonsina Storni
(Capriasca, Suiza italiana, 1892-Mar del Plata, 1938)
Pudiera ser
Pudiera ser que todo lo que en verso he sentido
no fuera más que aquello que nunca pudo ser,
no fuera más que algo vedado y reprimido
de familia en familia, de mujer en mujer.
Dicen que en los solares de mi gente, medido
estaba todo aquello que se debía hacer…
Dicen que silenciosas las mujeres han sido
de mi casa materna… Ah, bien pudiera ser…
A veces en mi madre apuntaron antojos
de liberarse, pero, se le subió a los ojos
una honda amargura, y en la sombra lloró.
Y todo esto mordiente, vencido, mutilado,
todo esto que se hallaba en su alma encerrado,
pienso que sin quererlo lo he libertado yo.
De Poesía Alfonsina Storni (Colección Obras Completas),
Losada, Buenos Aires, 2004
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de un fragmento de la obra Quipus azzurro A Piero della Francesca de © Jorge Eduardo Eielson. Agradecemos a Martha L. Canfield, presidenta Centro Studi Jorge Eielson, Florencia, Italia.