Mary Oliver
Traducción de Miguel Falquez-Certain.
Influenciada por Whitman y Thoreau, la poesía de Mary Oliver se caracteriza por observaciones claras y precisas de la naturaleza, introspecciones sombrías y arrebatos gozosos. En 2007, fue declarada la poeta de mayor éxito editorial de los Estados Unidos. Para este número compartimos tres de su joyas precisosas traducidas por Miguel Falquez-Certain para Abisinia Review.
Volando
A veces,
en un avión,
ves a un extraño.
¡Es tan hermoso!
Su nariz
que desciende al
antiguo estilo griego,
o su sonrisa,
una bulliciosa fiesta mexicana.
Quieres decirle:
¿sabes lo hermoso que eres?
Saltas
al pasillo,
no puedes dejarlo ir
hasta que te haya tocado
tímidamente, hasta que lo hayas rozado,
ay, ligeramente,
como una moneda
que te encuentras en la tierra en algún lado,
reluciente e inesperada y,
sin pensarlo,
la recoges. Permaneces
allí de pie anonadada
por la extrañeza,
por el rocío de su contacto.
Cuando se ha marchado
miras como un animal
a las nubes deslumbrantes
con la cadena rota de tu vida,
la vida que conoces:
la tierra entrañablemente amorosa,
los paisajes familiares
girando lentamente
abajo a miles de metros de distancia.
Flying
Sometimes,
on a plane,
you see a stranger.
He is so beautiful!
His nose
going down in the
old Greek way,
or his smile
a wild Mexican fiesta.
You want to say:
do you know how beautiful you are?
You leap up
into the aisle,
you can’t let him go
until he has touched you
shyly, until you have rubbed him,
oh, lightly,
like a coin
you find on the earth somewhere
shining and unexpected and,
without thinking,
reach for. You stand there
shaken
by the strangeness,
the splash of his touch.
When he’s gone
you stare like an animal into
the blinding clouds
with the snapped chain of your life,
the life you know:
the deeply affectionate earth,
the familiar landscapes
slowly turning
thousands of feet below.
Miel en la mesa
Te colma con la suave
esencia de flores marchitas, se convierte
en un filamento afilado como un cabello que sigues
del tarro de miel por encima de la mesa
y afuera de la puerta y por encima de la tierra
y durante todo este tiempo se espesa,
se vuelve más profundo y más agreste, aguzado
con ramas de pino y peñascos húmedos,
huellas de lince rojo y oso, hasta que
en lo profundo del bosque
trepas por cualquier árbol, rompes la corteza,
flotas a su interior y te tragas los panales goteantes,
trozos del árbol, abejas trituradas: un sabor
compuesto de todo lo perdido, en el que todo
lo perdido es encontrado.
Honey at the Table
It fills you with the soft
essence of vanished flowers, it becomes
a trickle sharp as a hair that you follow
from the honey pot over the table
and out the door and over the ground,
and all the while it thickens,
grows deeper and wilder, edged
with pine boughs and wet boulders,
pawprints of bobcat and bear, until
deep in the forest you
shuffle up some tree, you rip the bark,
you float into and swallow the dripping combs,
bits of the tree, crushed bees — a taste
composed of everything lost, in which everything
lost is found.
Hospital Universitario, Boston
Los árboles en el prado del hospital
son frondosos y fructíferos. También
ellos reciben el mejor de los cuidados,
como tú y como muchos otros seres anónimos,
en las habitaciones pulcras en lo alto de esta ciudad,
donde día y noche los médicos continúan
llegando, donde las complejas máquinas
trazan un gráfico del soplo
anémico con serena devoción,
la lenta reparación ósea,
la desesperación de la mente.
Cuando vengo a visitarte y salimos
a la luz de un día estival,
nos sentamos a la sombra de los árboles:
falsos castaños, una higuera africana
y un nogal negro sobrevolando
alto por encima de la cerca de lilas,
tan antiguos como el edificio de ladrillos rojos
detrás de ellos, el hospital
original edificado antes de la Guerra Civil.
Nos sentamos juntos sobre el prado tomados
de las manos, mientras me dices que mejoras.
¿Cuántos jóvenes, me pregunto, llegaron aquí,
sacados de trenes lecheros en catres con ruedas,
de los rojos y horrendos campos de batalla para pasar
todo el verano en pequeñas habitaciones mal ventiladas,
mientras los médicos hacían lo que podían, deseando
herramientas aún inconcebibles, medicamentos
aún no descubiertos, conocimientos aún no adivinados
y cuántos murieron mirando a las hojas de los árboles,
ciegos ante el terrible empeño a su alrededor
para mantenerlos vivos? Te miro a los ojos
que a ratos son verdes y a ratos grises,
y a ratos llenos de humor, pero a menudo no,
y me digo, estás mejorando,
porque mi vida sin ti sería
un lugar de árboles áridos y rotos.
Más tarde, caminando por los pasillos rumbo a la calle,
doblo y entro en una habitación vacía.
Alguien estuvo aquí ayer con un rostro jadeante.
Ahora han vuelto a hacer la cama,
se han llevado las máquinas. El silencio
continúa, profundo y neutral,
mientras permanezco allí de pie, amándote.
University Hospital, Boston
The trees on the hospital lawn
are lush and thriving. They too
are getting the best of care,
like you, and the anonymous many,
in the clean rooms high above this city,
where day and night the doctors keep
arriving, where intricate machines
chart with cool devotion
the murmur of the blood,
the slow patching-up of bone,
the despair of the mind.
When I come to visit and we walk out
into the light of a summer day,
we sit under the trees —
buckeyes, a sycamore and one
black walnut brooding
high over a hedge of lilacs
as old as the red-brick building
behind them, the original
hospital built before the Civil War.
We sit on the lawn together, holding hands
while you tell me: you are better.
How many young men, I wonder,
came here, wheeled on cots off the slow trains
from the red and hideous battlefields
to lie all summer in the small and stuffy chambers
while doctors did what they could, longing
for tools still unimagined, medicines still unfound,
wisdoms still unguessed at, and how many died
staring at the leaves of the trees, blind
to the terrible effort around them to keep them alive?
I look into your eyes
which are sometimes green and sometimes gray,
and sometimes full of humor, but often not,
and tell myself, you are better,
because my life without you would be
a place of parched and broken trees.
Later, walking the corridors down to the street,
I turn and step inside an empty room.
Yesterday someone was here with a gasping face.
Now the bed is made all new,
the machines have been rolled away. The silence
continues, deep and neutral,
as I stand there, loving you.
Mary Oliver nació en Maple Heights, un suburbio de Cleveland (Ohio), en 1934 y publicó su primer poemario en 1963 a los veintiocho años. Recibió numerosos galardones en el transcurso de su larga carrera, incluidos el Pulitzer Prize por American Primitive en 1984 (de donde se han tomado los tres poemas que publicamos hoy) y el National Book Award por New and Selected Poems en 1992. Dirigió talleres y fue poeta residente en varias universidades, Bennington College, entre ellas, donde ejerció la cátedra “Osgood Foster for Distinguished Teaching”. Vivió en Provincetown (Massachusetts) durante más de cuarenta años con su pareja, la fotógrafa y su agente literaria Molly Malone Cook. Publicó más de treinta poemarios y cinco libros de prosa. Influenciada por Whitman y Thoreau, su poesía se caracteriza por observaciones claras y precisas de la naturaleza, introspecciones sombrías y arrebatos gozosos. Murió de un linfoma a los ochenta y tres años en 2019.
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de una obra del poeta, ensayista, cronista y artista plástico venezolano Leonardo Gustavo Ruiz ©