Damaris Calderón Campos
La poesía de Damaris Calderón es un estímulo fuerte a los sentidos. Escribe con sensualidad y habla de amores, seducciones, “lenguas calientes” y “senos en rotación”. Estas son las palabras de Jessica Atal K. al prólogo de «Mi memoria es un perro obstinado» (2022) de Damaris Calderón Campos.
…..La Biblioteca Digital de Poesía Alfabeto del Mundo, proyecto de las editoriales La Castalia (Venezuela) y Ediciones de la Línea Imaginaria (Ecuador), han publicado «Mi memoria es un perro obstinado» (2022) de Damaris Calderón Campos. Colección al cuidado de Edwin Madrid, Aleyda Quevedo Rojas y José Gregorio Vásquez. El libro, gracias a su generosidad, se puede descargar de manera gratuita en las editoriales.
El amor
—Soy una vieja. Tengo 73 años. ¿Son amadas las viejas?
La pregunta es, ya en sí, pueril. Es como el reclamo de un niño, de una
niña. De la niña que ha vuelto a ser la vieja.
La pregunta, el deseo, es obsceno en los viejos, en esa carne vencida. Esa
carne que cuelga, como una enredadera hacia abajo, hacia la tumba.
La vieja vive con otra vieja, antes amante, ahora, el horror de otro espejo.
Las viejas no se tocan, no se miran, se gritan, cuando coinciden en
los pasillos de la casa, demasiado grande. La casa, ahora, también es
vieja. Ha perdido la pintura de la fachada; descascarada, en sus paredes
crece la hiedra, el musgo; los pasamanos de las escaleras están gastados
como articulaciones. Las ventanas están rotas, sostenidas con tablas
improvisadas, con pedazos de nailon, para que no entre la lluvia. Las
puertas están afirmadas por detrás, los cerrojos y los candados están
oxidados. Todo en la casa tiene un aire de cansancio, de fatiga.
A veces vienen los osos. La vieja les da de comer. Les compra caramelos,
les pone nombres. Les habla de sí misma. Cree que la reconocen. La vieja
espera que la otra vieja mate a los osos. O la mate a ella. O se mate a sí
misma. En todo caso, una escena violenta, un final.
—Bear, bear.
(Llama la vieja a los osos).
Una vez luchó con un oso, que entró en la casa y le quebró una mano.
Les acerca la comida, cada vez más, a ver si entran, si golpean, si la
derriban de una buena vez.
—Fundirme con un oso. Ser abrazada.
Los viejos son otra especie. Como los reptiles. Fríos. Con piel de escamas.
Una brasa seca.
—¿Y si traemos un perro para espantar a los osos?
La otra no se atreve y guarda las dentelladas para el animal.
Un perro que desgarre la carne de la vieja, como ella quería, como ella
quiere y no puede.
Entonces van las dos y lo traen.
Al perro, por el collar. Un labrador, blanco, buena compañía para ciegos y viejos.
El perro se llama Oso y cuando lo llamen, no sabrá responder, no sabrá si
es a él o a esos animales que debe espantar, a quien le gritan.
—¡Bear! ¡Bear! ¡Oso!¡Oso!
Cada vieja trata de seducir al perro para sí, su amor, su cariño. Cada vieja
mendiga, abriéndose de piernas, esperando que el animal la penetre, le
lama las manos. Cada vieja, un pedazo de carne temblorosa.
Cada vieja, tratando de apedrear la imagen de sí misma en la otra, como
uno apedrea en el agua su reflejo.
(Más parecen una hoja moviéndose que una araña).
Se golpean entre las dos; allí donde los labios dejaron de besar, muerden,
escupen, desgarran (les inyectaría mi veneno letal) en una danza frenética,
que enloquece al perro, que salta al ruedo y clava, allí, en la vena, los
dientes.
La vieja busca la pistola y le da un tiro al perro.
La sangre del perro y la de la vieja, como dos amantes, se entrelazan.
—Te voy a destruir. — Le dice una vieja a la otra, cuando se recupera.
Cuando por fin puede hablar.
Después lo olvida y sigue dándole cuerda al anacrónico reloj de pared.
El amor
Soy una vieja. Tengo 73 años. ¿Son amadas las viejas?
La pregunta es, ya en sí, pueril.
Quiero aproximar otra carne, otra cara, al abismo sin fondo que es una vieja.
Me siento, me reclino, me tumbo. El verde está afuera, tras el cristal de
la ventana. No me toca. Los pájaros están afuera. (Me los como). Como
hace el gato. Y luego me sacudo las plumas. Con rabia. Porque no vuelo.
Una vieja no puede volar. Una vieja, como una bomba, es una carga
pesada. Sin detonante.
Una granada de mano enterrada. (Aún no).
—¿No puede estallar?
Cavo un túnel para salir de aquí. De entre estos huesos.
Cavo un túnel para llegar hasta el vientre de mi madre, Isis. Para que no
me alcancen los reptilianos.
Zapadora, soy una niña, pero nadie me ve, cargando el agua de la bahía de
Matanzas,
cortándome las piernas, saltando por la línea del tren.
Las viejas no tienen pasado. Detenidas. Fosilizadas.
Una vieja no ocupa mucho espacio, entre la mesa de noche y las pastillas.
Una vieja nunca será un lobo por más que aúlle.
La garganta de una vieja (sus cuerdas vocales) no están hechas para el
canto, sino para el chillido.
La piel de una vieja (mi piel) es como el polvillo de las alas de una
mariposa. Una eternidad que dura minutos y después se sacude, se borra.
Una vieja nunca deja rastros. Y si deja, es un rastro de sangre.
El amor
Tengo 73 años. Ya no sé si soy una vieja.
No sé cómo es, qué es, lo que ha dejado de ser.
¿Son amadas las viejas? La pregunta es, en sí, pueril.
La pregunta es una zanja al fondo del pozo.
El jaguar se ubica en la cima de la cadena alimenticia. Solitario. Sin
compañía.
(Salvo cuando se aparea).
Una vieja no es un jaguar.
El jaguar tiene colmillos fuertes. Una doble hilera de dientes.
(Mi dentadura te acecha en el vaso de noche).
Quiero romper tu carne. Desmembrarte.
Hincarte mi pequeña mandíbula.
O asfixiarte, como una boa, por contrición.
Es un mundo de neblina.
Puedo ver un cuerpo en descomposición a metros de distancia.
Y mi pico, cortante, puede desgarrar el cuero más duro.
Pero el amor (esta cadena de dependencia) no termina aquí.
Y la vejez, esta costra, es el deseo sin dientes.
Edipo
Tenías que ser un mocoso insolente
para oír los rumores
la maledicencia de las tabernas de Corintio
para tragarte el anzuelo el oráculo
de la esfinge.
Tenías que inventarte una madre un padre
un destierro.
Ser el asesino
la peste
el miasma
la cruz
de Antígona.
Perder los ojos
descifrar acertijos
no saber
dónde quedan los pies
los caminos.
Qué significa un nombre
una encrucijada.
Este boquete sin fondo:
La tragedia.
El deseo de durar
El hombre se echó sobre mí.
Olía a trago. Olía a sal. Olía a pescado muerto.
Me hice a un lado.
Me hice una perla.
Junté excrecencias.
Pensé en la escritura que las patas de los cangrejos van haciendo en la arena.
(El deseo de durar).
El hombre y yo entrelazamos las patas.
Hicimos un nudo, un signo, una caligrafía vacilante.
Eternos sobre las tablas húmedas.
Hasta que el sol atravesó, borrándonos, la caleta pobretona.
De Mi memoria es un perro obstinado,
La Castalia / Ediciones de la Línea Imaginaria,
Mérida, Venezuela – Quito, Ecuador, 2022
Damaris Calderón Campos; La Habana, Cuba, 1967. Poeta y artista visual. Desde 1995 reside en Chile, donde ha escrito la mayor parte de su obra. Ha publicado numerosos libros de poesía, entre ellos El remoto país imposible, Sílabas. Ecce Homo, Duro de roer, El tiempo del manzano, Las pulsaciones de la derrota, Mi memoria es un perro obstinado, La sombra del pájaro, ¿ Y qué? y Daño colateral. Parte de su obra ha sido recogida en las antologías personales El infierno otra vez, Colección Contemporáneos, ediciones Unión, Cuba, 2010 , La soñante, Colección Atocha de Poesía Hispanoamericana, Madrid, 2015, y Mi cabeza está en otra parte, Ediciones Alquimia, Chile, 2017. Ha obtenido, entre otros, el premio de Poesía de El Mercurio, en Chile, en 1999, la beca Simon Guggenheim en poesía en 2011 y el Premio Altazor a las Artes y el Premio a la mejor obra publicada en Chile, por su libro Las pulsaciones de la derrota, en 2014. En 2019 le fue otorgado el Premio Pablo Neruda por su trayectoria, entregado por la Fundación Pablo Neruda, en Chile.
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de la fotografía «Mascarada» del artista © Juan Sebastián