Jordi Doce
ASÍ recibe al día,
como si nada:
el cuerpo ladeado,
los ojos de vigilia
sobre el diorama escuálido
del patio
–septiembre en el alféizar,
en la sangre afanosa–,
la mano que tantea
y aparta las cortinas
para que irrumpa en él,
como en un templo,
el sol de los egipcios.
DECIR
estos árboles me apaciguan
es hablar un idioma antiguo
en el que los efectos
se enhebran a las causas
y esta chiquilla
puede pintar en la explanada
–una casa con árbol,
la familia feliz–
con tizas de colores
que la lluvia no tardará en borrar.
Decir
entre dolor y calma
como quien oye el ruido de sirenas
y agradece estar lejos,
en la tierra de nadie del camino.
Y las vías del tren,
el olor dulzón de la marihuana
que unos muchachos se intercambian en la sombra,
son líneas de fuga
que la mente baraja para escapar de sí,
aunque no pueda.
Confiar en el tiempo
es confiar en su paciencia,
los limos de la duración.
Y todo es avidez
de un orden habitable,
verosímil,
el hila que te hila
de la sangre mermada.
Como el aire se impregna de humedad
para que digas: aire,
transcurso
o la belleza de los todavías.
NUBES
El viento las empuja
como grandes goletas
por el tablero de la tarde,
pero aquí dentro
su imagen echa el ancla
en las aguas de la cavilación.
La ingrávida flotilla
del holandés errante
ha olvidado su penitencia
y hace escala
en el muelle del ojo.
Son mástiles que bailan,
el vaivén de lo vivo.
Y ahora la mente hace su alquimia
y las vuelve a impulsar
sobre el tablero de la página.
El viento es incansable.
No podemos vivir en el pasado.
A VECES he pensado que en el aire
quedan las huellas
de estos encuentros, la conversación,
un enjambre de frases y palabras
que descienden livianamente
y al hacerlo se ordenan, se alinean
sin prisa
como ladrillos en el suelo:
un zigurat verbal
donde habita la médula del habla,
el templo que debemos
al dios de lo callado.
Nadie nos dio permiso para entrar.
No serán nuestros los pasillos,
las terrazas solares,
los secretos de su liturgia.
La pirámide sólo responde ante la luz.
DETRÁS de la ventana
el patio mide sus silencios.
La mesilla de noche
y su carga dispar
–las gafas de leer, el libro, el móvil–
es un pulmón que se apacigua
y moja nervios
y celdillas
en la tinta basal de la renuncia.
Doblar las alas
y recogerse:
así la comprensión del nadador
que guarda bien su ropa,
la querencia del pájaro.
El invierno da fruto al despertarse.
Poemas inéditos
Jordi Doce (Gijón, 1967) ha publicado siete poemarios, entre los que destacan Lección de permanencia (Pre-Textos, 2000), Otras lunas (2002), Gran angular (2005) y No estábamos allí (Pre-Textos, 2016; mejor libro de poesía del año según El Cultural). Recientemente ha visto la luz la antología En la rueda de las apariciones. Poemas 1990-2019 (Ars Poética, 2020). En prosa ha publicado, entre otros, los libros de notas y aforismos Hormigas blancas (2005) y Perros en la playa (2011), así como La vida en suspenso. Diario del confinamiento (Fórcola, 2020). Ha traducido la obra de numerosos poetas de habla inglesa, y en Libro de los otros (Trea, 2018) reunió las traducciones comentadas de poesía angloamericana que fue dando a conocer en su blog Perros en la playa: http://jordidoce.blogspot.com/ Crédito de la foto del auto: Luis Burgos, 2020.
La composición que ilustra este post fue realizada a partir de una ilustración del artista Elenor D.G.