Written by 3:45 am Latinoamericana, Poesía

Expedición a la noche de mis glándulas

Héctor Rojas Herazo

 

«La lectura de la obra de Héctor Rojas Herazo entraña la certeza del sufrimiento como experiencia vital y como método para comprender al hombre. La poesía es aquí la urgencia de consuelo», escribió Henry Luque Muñoz en «Tambor en la sombra. Poesía colombiana del siglo XX».
Considerado como uno de los grandes maestros de la poesía colombiana, en la conmemoración de los 100 años de su natalicio, ofrecemos cinco poemas de Rojas Herazo (Tolú, 1921 – Bogotá, 2002). Agradecemos a su hija, Patricia Rojas Barboza, el permiso para compartir estos versos pertenecientes al libro «Agresión de las formas contra el ángel» (1961).
Como obsequio para nuestros lectores, al final hallarán una antología de Rojas Herazo que podrán descargar gratuitamente, cortesía de la Editorial de la Universidad Externado de Colombia y su colección «Un libro por centavo».

 

 

 

 

Súplica de amor

Por mi voz endurecida como una vieja herida;
Por la luz que revela y destruye mi rostro;
Por el oleaje de una soledad más antigua que Dios;
Por mi atrás y adelante;
Por un ramo de abuelos que reunidos me pesan;
Por el difunto que duerme en mi costado izquierdo
Y por el perro que lame los pómulos;
Por el aullido de mi madre
Cuando mojé sus muslos como un vómito oscuro;
Por mis ojos culpables de todo lo que existe;
Por la gozosa tortura de mi saliva
Cuando palpo la tierra digerida en mi sangre;
Por saber que me pudro.
Ámame.

 

 

 

Nocturno resplandor

De repente
en lo más profundo y desasido del sueño
un relámpago me ilumina y divide,
me ciega totalmente con su harina temible.
Estupefacto miro en mi derredor,
me llamo, me busco deslumbrado.
No estoy. Me siento sobre el lecho.
Unas alas apagan mis valles de alegría.

 

 

 

Salmo de la derrota

I

Cuando en el día -hojas, aire, sonido, movimiento-
algo crispa su belfo ceniciento.
Cuando en el saludo, en el regocijo de una simple
…………llamada,
el perfume de un remoto suplicio,
algo modelado por una ambigua terquedad,
se refleja en el dibujo de nuestro labio
comunicándonos una piedad desconocida.
Cuando hemos acabado de herir
y empezamos a herir
y aspiramos -tal vez intactos-
a seguir hincando nuestro filo
en la epidermis de una antigua dicha
obscurecida por el temblor de la batalla.
Cuando el sudor nos embellece con sus finas
…………medallas.
Cuando la faena es menor que la sed
y el hambre apenas otra lanza con que llagamos el
…………instinto.
Cuando la ciudad se repliega y deduce
y cada lámpara es un clamor meditado en secreto.
Cuando el amor -¿hablamos del amor con tan ligero
…………albedrío?-
Es tacto, nombre de varón y mujer,
espesa almíbar
donde sumerge un viscoso animal sus narices de oro.
Entonces, oh, sí, entonces,
hemos borrado el diezmo y la primicia
como la letra y el número demasiado fácil
o como el ataúd no acabado de cancelar
impidiéndonos un cómodo reposo más allá del
…………alguacil y el sacerdote
y la mujer que nos llamaba perro
mientras suplicábamos por un poco de gomina
para sosegar el martirio de nuestras guedejas de diez
…………y siete años.

 

II

Tal vez, tal vez, decimos,
algo de todo esto pudo haber sido la justificación.
Pero nosotros respondemos por el engaño.
Nuestra inocencia es asunto demasiado caro.
Pagamos con un poco de estupor
el corcel, la primavera, el mediodía,
nuestra firma en un documento público.
Oh, Dios mío, Dios mío, te suplicamos
como el trazo de un barrio donde tenemos el lecho y
…………el pan
buscamos tu dirección entre las hojas.
¿Pero qué, el rictus de tu pupila es suficiente?
¿Puedes, acaso, cubrir esta lujosa desdicha,
este abandono suculento, esta nevada obscuridad,
con el pendón de tus despojos?
¿Basta que nos habite tu ausencia para que hayamos
…………rebasado el lindero?
(¡Hijo, hijo, me ha dicho tantas veces el retórico!
la faena está a punto de cuajar,
tu desfallecimiento tiene algo de arribo.
Pero siento que mi llegada ha roto el equilibrio,
que mi ojo es mucho más hambriento que mis
…………vísceras,
que un ascua, para la cual no hay agua,
me devora la frente).
El mundo es una camisa demasiado grande.
Demasiado de todo esto
de verdura, de soledad, de arena, de ángel.
Caemos, sí, caemos,
hacia adentro caemos.
Sin caridad hacia nosotros contribuimos a la
…………destrucción.
Con alegría nos destruimos.
Mirad, entonces, la derrota de nuestros elementos:
nuestra sal derramada en la yerba,
nuestro apetito en el rocío,
nuestro plumaje, aquello que aletea en nuestra
…………sangre,
sin vuelo ya, sin hombre, diluido entre las piedras.
Lo sabemos -¡He aquí, por fin!, nuestra victoria
…………rencorosa-
es hondo y lo sabemos:
con cal y mugre y lágrima y suspiro
no podremos nunca construir el cielo.
Nos evaporamos
y el cielo se evapora con nosotros.
¿Pero, saciarás acaso nuestro furor
con el mendrugo de tu dulzura?

 

 

 

Contrapunto para glosar el martirio de San Lorenzo

Ahora vuelvan mi costado
pues me he tostado tan hondo
que siento secos los ríos
y el pájaro y el árbol
han regresado a su orígen de ceniza en mi paladar.
¡Ay, todo el volumen del mundo
no bastaría para tapiar este monstruoso agujero de mi
…………amargura!
Tengo los miembros secos y el alma seca
y mi vista se ha secado
como hembra que suspira por un hijo en un lupanar.
Me duele la raíz de mi verbo
y la raíz de mi llanto
y mi sangre está dura y atónita
como si las plumas de mil ángeles
trataran furiosamente de apagar mi pulmón en sus
…………orillas.
¡Me muero!
en algún sitio me llaman
siento una voz de niño que en cada espina y bajo
…………cada rosa
trata de romper una piedra con mi lengua.
¡Me siento tan antiguo y remoto!
Tomo mi rostro entre las manos
y todo él es jugo de sed, pulpa de sed,
arena que vive aún, que clama,
que me vuelve un intruso para mis propios dedos.
(Oh, muñequito achicharrado
en una estampita te tenemos colgado en el comedor).
¡Ay, los luceros, el cielo mío, el otoño,
la respiración de la tarde en el mes de la caña!
Y estoy vivo,
vivo aún para mi otro costado
para esos pájaros y ese perfume y esos adolescentes
que huyen de mi carbón izquierdo
acezantes
buscando refugio en mi ojo, en mi muslo,
en mi derecha soledad no visitada por el fuego
me llamo y nadie ni mi propia sangre me responde.
Soy un bosque sacrificado al amanecer para una
…………siembra oscura.
Tiemblo herido más allá de mis bordes.
Yo mismo soy el fuego.
Me inclino lamiendome
aulladamente indago y consumo mis últimas
…………partículas
mis fibras ignoradas.
¡Oh aterradora lucidez
encendida en totalidad
Lorenzo al fin, Lorenzo de costilla,
en carbón y resuello consumido
por la tierra y el cielo achicharrado!
(Cuando tus labios parezcan una amapola podrida
me asomaré al balcón
y escogeré un transeúnte
para gritarle el vocablo más soez.
Estoy harto de saber que la tierra es redonda.
Quiero un número dígito con plumaje de toro
y una sola ventana para cerrar el mundo.
Ven, ven, niñita del tun tun,
ven a mirar tu santo de oro.
Ven a clavarle alfileres
para que tu novio regrese con golosinas
y le regale un amuletico de cobre a la amante de tu
…………madre).
…………Ven, ven, niñita del tun tun.

 

 

 

Expedición a la noche de mis glándulas

Atravesando gestos, piel,
Vagos asuntos,
Dejando atrás mi sombra,
Lo que soy en presente,
Penetro en mí, me siento,
Me palpo en lo profundo,
Hurgo en orígenes,
Piso en húmedos soles,
Oigo mi cal blanqueando mi memoria,
Y miro mis planetas viscerales,
Mis estrellas de llanto,
Mis climas interiores,
El ritmo y el sudor de mi substancia.
Hay grandes animales,
Fauces de vidrio,
Colmillos que se afincan en mi lodo
Y lamen hoscas ínsulas de oro.
Hay vastos pueblos con horarios ciegos
Y aniquilados puertos
Y basura de sueños
Que dividen relámpagos de olvido.
Entonces toco el fondo de mi hiel,
Mi revés, mi azufre vivo,
La luz tentacular de mi deseo,
El atrás que se baña en mi saliva.
Atravieso mis nervios
Contemplo mis sentidos trabajando
Y miro el arrecife de mis huesos
Desde la dulce torre de mi cráneo.
¡Qué húmedo soy, me digo,
Qué vasto mi terror,
Qué atesorada voz en mis pulmones,
Cuánta larva de amor
Sufriendo luto por arder en ala!
Y miro más y busco y me recuento
Y sigo en mis arterias navegando
Hacia la mar, hacia una mar obscura
Que limita de fósforos mi anhelo.

 

De Agresión de las formas contra el ángel, 1961.

 

 

 

 

Héctor Rojas Herazo. Tolú 1921-Bogotá 2002. Poeta, pintor, periodista y escritor. Publicó cinco libros de poemas: Rostros en la soledad, 1952; Tránsito de Caín, 1953; Desde la luz preguntan por nosotros, 1956; Agresión de las normas contra el ángel, 1961; Las úlceras de Adán, 1995, Edit. Norma, y la antología Las esquinas del viento, Edit. EAFIT Antioquia 2001. Fue autor de tres novelas: Respirando el verano, 1962; En noviembre llega el Arzobispo (Premio ESSO de Literatura, 1967), y Celia se pudre, 1986 y 1998. Su libro de ensayos Señales y Garabatos del habitante se editó en Colcultura, 1976. Como pintor realizó más de 50 exposiciones entre Colombia y el exterior. Distinciones: Doctor Honoris Causa de la Universidad de Cartagena, 1977; Medalla del Congreso de la República grado de “Comendador”, 1991; Medalla de ProArtes al Mérito Literario, 1995; “Cruz de Boyaca” al Mérito Literario, 1998; Medalla “Gran Orden del Ministerio de Cultura”, 1998; Medalla “Gran Orden” al Mérito Literario Francisco José Zea. Homenaje a su totalidad expresiva Universidad de Antioquia, 1998. Placa del Ministerio de Cultura por su Aporte Literario al Mundo, 1998, Premio de Poesía “José Asunción Silva” a su labor poética, 1999; Medalla de la Universidad Santo Tomás de Aquino en su IV centenario de fundación al Mérito de una Vida Ejemplar, 2000.

La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de un fragmento de la obra nodo lunare de © Jorge Eduardo Eielson. Agradecemos a Martha L. Canfield, presidenta Centro Studi Jorge Eielson, Florencia, Italia.

 

año 1 ǀ núm. 7 ǀ septiembre – octubre  2021
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