Samuel Solórzano Cisery
Samuel Solórzano Cisery nació en Barranquilla, Colombia, en 1996. Es poeta y narrador. Estudiante de Literatura en la Universidad Autónoma de Bucaramanga. Ha publicado Las sombras del océano (2013) y ha participado, entre otras, en la antología Yo vengo a ofrecer mi poema. Antología de Resistencia (2021). Su ensayo «Identidad tras el velo de la memoria y el tiempo en La fugacidad del instante de Miguel Falquez-Certain» fue publicado en Abisinia Review marzo de 2022. Los cinco poemas publicados hoy por Abisinia son inéditos.
Colgué cristales a la piel de un velero
Tropezar con la penumbra
sentirla frágil
hasta que sea un espejo
quebrarse
entregar el rostro a los cristales
bajo crepitaciones del viento
y permitir que los barra
se los lleve con su escoba
los cuelgue a la piel de un velero
hasta que la orilla se llene de naufragios
y se levanten estatuas sobre nuestras llagas
y el bosque anclado a tus ojos
se desprenda entre cenizas
y en el suelo queden raíces
que prefieran mis huellas
en lugar de mis latidos
Si el Sol fuese tu ojo
El cementerio fue una pulsera rota
que echamos a la basura.
Las calles ya no tenían más lugar
para carros ni para bicicletas.
Si el sol fuese tu ojo, verías en esta ciudad
palabras con las sombras
que todas las estatuas proyectan en el suelo.
Para pasar la página
solo tú deberías avanzar con el tiempo,
y en el sol de las diez,
del mediodía
y del atardecer
habrás leído las millones de historias
que ahora son piedra y mármol
en el recuerdo.
Después de un paraíso
Hay un paraíso apartado de la vela.
Piso su entraña y la sombra se ríe,
busco el futuro visto en lagos artificiales
y un círculo me habla al darle piedras
y su boca más grande distorsiona mi rostro.
He visto el árbol y me salvó el invierno.
He visto personas como frutas mordidas.
Alguien fija saludos en su mano inmortal
y yo la aprieto y me voy y no le digo adiós.
«¿Por qué te quejas si nunca morirás?
Disfruta de la sonrisa, de la hierba,
acuéstate mirando al sol
y tus ojos encenderán el cielo
antes de que una nube
quiera obedecer los moldes
que tú adjudiques al arte.»
Yo me duermo y me aburro
y sueño con acantilados,
un poco imaginativos;
si salto seré piedra,
si me hundo alguien escucha
y yo le distorsionaré el rostro
y le hablaré sobre placeres insensatos
y sobre dolores que ya no existen.
Él sabrá qué es el aburrimiento,
buscará el dolor, pero no lo hallará.
En el resquicio de la muerte
Esclavo prehistórico, ¿quién fue tu madre?
Nunca dejas la fruta al sol,
ya no tienes pueblo,
nadie lactó tus manzanas;
un relámpago ahorca la tierra
y en tus manos llueven lanzas;
el intervalo de las punzadas
son el latido de tu corazón.
Tienes sed, el brote de la libertad
se secó y esperas un río inconquistable
para tus huesos.
Contra el mar vas gritando: ¡río!
Y juzgas al cielo con la palabra: ¡óxido!
Tú eras el hijo de un vientre dorado,
insondable, inhóspito; sin que lo supieras,
el colmillo te descubrió, te sacó entre mordiscos
(el león extranjero solapado en la piel de un jaguar),
te sacó del vientre, canalizó tu nacimiento,
para que desde afuera tú pudieras entregar el oro
que tu madre contuvo en las entrañas.
La memoria actúa por sangrado.
La selva abre sus párpados
y en su cuerpo se diluyen los gritos.
Niños y hombres en balsas de luces diferentes,
con la misma variación en el giro de sus sombras,
conocen el día y la noche;
ignoran el ayer de su carne y el mañana de su hoy.
Mi memoria está en la piedra donde te arrojaron,
donde los siglos se encargaron de contener a miles de personas
dentro del cuerpo de un esclavo para arrojarlo mil veces.
Si moría le ordenaban a su sombra a seguir trabajando;
le prohibían a su sangre que construyese una hamaca.
Nada se cuelga en el resquicio de la muerte.
Anfisbena (culebrilla ciega)
Y bajar, bajar sin miedo, soberbia,
interrumpe la tierra, desdóblala.
La nueva desnudez es repentina,
te separa la boca y la escurre
en cada rincón del Hal Saflieni,
el hipogeo ya es tu cuerpo,
y tu boca se esparce en dos cabezas,
en una el grito y el veneno,
la otra es silencio que mira.
Anfisbena paradoja.
Kilómetros de un fuego ceremonial
en trayectos de Catón,
kilómetros de una flecha
y su sombra besando la arena,
todas esas distancias se compactan
furtivamente
en tus noventa centímetros
como noventa lunas.
Anfisbena paradoja.
Y bajar, bajar el hombre, soberbia,
convertirlo en hormiga. Te lo comes.
Porque cuando nadie es la medida de todas las cosas
se rompe la imagen en los espejos.
Porque ir hacia ti solo es encontrar un túnel
y al final ponerle luz, una luz de carne y escama,
dos cabezas y un hipogeo lleno de tripas,
un corazón lleno pero que jamás late,
a menos que el grito te arrebate el cráneo.
Anfisbena paradoja, para arriba, para abajo.
Acariciar los huevos que eclosionan en tu mente,
correr al pensamiento y hallar tus dos cabezas,
una me grita, me muerde, me devora, soy su hormiga,
busca en mi cráneo su tercera fuente;
la otra es silencio que mira y luego dice:
«estoy atrapada en un sueño que divide».
Samuel Solórzano Cisery nació en Barranquilla (Colombia) en 1996. Es poeta y narrador. Estudiante de Literatura en la Universidad Autónoma de Bucaramanga. Ha publicado Las sombras del océano (2013) y ha participado en las antologías Poeta bajo palabra (2015), Yo vengo a ofrecer mi poema. Antología de Resistencia (2021) y Memorias nuevas letras (2021). Entre sus reconocimientos se destaca el segundo lugar en el Concurso de Poesía Mesa de Jóvenes del Festival Internacional de Poesía en el Caribe (PoeMaRío) en 2016 y fue uno de los ganadores del VII Concurso Nacional de Cuentos Cortos del Festival de Literatura de Pereira en 2021. Su ensayo «Identidad tras el velo de la memoria y el tiempo en La fugacidad del instante de Miguel Falquez-Certain» fue publicado en Abisinia Review en marzo de 2022. Los cinco poemas publicados hoy por Abisinia son inéditos.
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir un fragmento de la obra
«tiempos de despertar»,
pintura acrílica sobre papel misionero, año 2020,
de la artista © Alejandra Carabante