Horacio Benavides
Brevedad, sutileza y mirada insólita son algunas de las claves de la escritura del poeta colombiano Horacio Benavides. En el presente número de Abisinia Review les obsequiamos ocho poemas de su trabajo El libro de las vocales olvidadas (Frailejón Editores, Medellín, 2018). Entre varios reconocimientos, su libro La serena hierba recibió el Premio Nacional de Poesía 2013, del Ministerio de Cultura de Colombia.
LA NOCHE se cierra
para los ojos inexpertos
pero cuando se ha entrado
en confianza
el camino de a poco se revela
y se puede oír el sonido del silencio
filtrado por las hojas
los pasos de los insectos
sobre la hojarasca
Uno va poniendo un pie
tras el otro
lo podría hacer con los ojos cerrados
HABÍA un aljibe
y en el fondo
el agua oscura brillaba
Cerca, entre las piedras
un manzano de Castilla
Sus hojas de un gris azuloso
sus manzanas
pequeñas lunas
en la noche clara
Le gustaba al hombre
sentarse en una piedra
y echar volutas al cielo
La claridad lo alejaba
lo ponía en el recuerdo
Los niños tiraban la cuerda
El balde que se demoraba en caer
soltaba un chasquido luminoso
“Apúrenle hijos” decía
“anima el agua que se bebe al despertar”
EL CABALLO echaba
vapor por las narices
El hombre se apeó
sacudiendo el agua de la capa de hule
que resplandecía
Entró en el comedor
y cuchareó su plato en silencio
La luz de una lamparita de petróleo
ponía su sombra en el muro
El niño que seguía la escena
preguntó a su madre quién era
“Es tu padre que ha vuelto” dijo la madre susurrando
El forastero fumaba entre tragos de café
y tamborileaba sobre la mesa un trote que casi no se oía
La mujer lo miraba de soslayo
El hombre volvió al corredor
y montando al caballo con agilidad
se alejó al galope
El ruido de los cascos
resuena en la cabeza del hijo
ahora que contempla su propia sombra en otro muro
PASÓ LA MANO sobre el vidrio
y pudo ver a los músicos
el agua clara de sus voces
el resplandor de sus guitarras
Entre el aspa de luces
la piel canela de las mujeres
el brillo de sus dientes
Adivinó la tonada
por el vaivén de las caderas
y la distancia de los pasos
Los bailadores se sentaron
y los músicos se secaron el sudor
con pañuelos blancos
“Vámonos hermano” dijo
“antes de que el gallo
borre con su luz la fiesta”
INCLINADOS sobre la boca del pozo
mirábamos la negrura abajo
y de pronto
la rana
sobre la roca
La rana húmeda de pasado
como esculpida en piedra
en puro jade
luna en la noche antigua
saliendo del agua de nuestros ojos
SENTADA en cuclillas
en el centro del patio
se ha descuidado mientras
sus manos tejen
un hilo invisible
La falda recogida
sobre los muslos
blancos a la luz de la luna
y en la gruta de vello muy negro
el pétalo rosa
su fuego que nunca se apaga
“ESOS QUE pasan por el camino son los Tapia,
van arreando el ganado robado,” decía la voz
Y los niños escuchábamos el ruido de los cascos
el mugir de un ternero separado de su madre
“Lo llevan al otro lado
a las tierras secas donde lo pastorean
Se sientan sobre un promontorio
desde el que divisan todo el valle
y vigilan con sus escopetas cargadas”
Y veíamos a los hombres
color de tierra
sus sombreros de paja, blancos
Y oíamos el viento
sacudir las chamizas de los guayabos
silbar sobre las piedras
EN LAS noches
terminadas las faenas de la cocina
se tapaban las brasas con ceniza
Pasados los años he vuelto
por las brasas enterradas
Remuevo la ceniza y soplo
Una línea roja pestañea
en el carbón del fondo
y contagia a los carbones circundantes
El fogón arde y caldea la cocina
fría en esta madrugada
Entra una sombra
es mi madre la que llega a atizar el fuego
Entran mis hermanos y se sientan en torno
sus palabras traen sueño y se oyen lejanas
Mi madre calla, giran los círculos de maíz
en sus manos de barro rojo
La voz de mi padre afuera
apacigua el resoplo del caballo
Gorgorea el agua para el café
Las sombras repiten la escena en el muro
Las sombras que volverán en otra madrugada
ENTRARON en la habitación
Allí estaban las camas
los armarios de madera
con sus espejos grandes
Los espejos aparecían borrosos
como si una bestia
hubiera resollado sobre ellos
“El mundo se ha ido,
ya no se ve en los espejos” dijo la niña
“Si no se ve es porque son unos armarios viejos”
contestó el niño
Oyó su propia voz mudada
como si el que contestara fuera otro
Salieron corriendo
“¡Míranos! ¿Nos ves?” Le dijeron a su madre
Ella, atareada como estaba, no les contestó
EN LA MADRUGADA sólo encontraron
un reguero de patas y de plumas
“Está cebado y volverá” dijeron
Armaron la trampa
Lo encontraron al día siguiente,
su cuerpo delgado y alto
su hocico fino,
se erizaba y lanzaba ladridos cortos
“Matémoslo” dijo uno
“No” contestó el más grandecito
“es mejor que sufra”
Por entre las varas
le amarraron
las patas delanteras
Maniatado lo dejaron salir
y lo abandonaron en la pradera
al sol
“¡Salta como una rana!” dijo uno
¡Como un chapulín!” dijo otro
y rieron todos
Lo vieron perderse entre los huizaches
“Mejor lo hubiéramos vendido a un circo” dijo uno
“Busquémoslo y se lo vendemos a un traficante de animales”
Caminaron por la pradera, subieron al cerro
atentos a todo lo que se movía
A la luz de la luna lo vieron
sentado sobre una roca
y escucharon su aullido, fino y largo
“¡Qué coyote tan bonito!” Dijo uno
“¡Es más que bonito!” Dijo otro
“¡Vamos por él!” Dijo el más grandecito
De El libro de las vocales olvidadas.
Frailejón Editores, Medellín, Colombia.
Horacio Benavides Bolívar, Cauca, Colombia. 1949. Estudió artes plásticas en el Instituto Departamental de Bellas Artes, Cali. Libros de poemas publicados: Orígenes, Las cosas perdidas, Agua de la orilla, Sombra de agua, La aldea desvelada, Sin razón florecer (Premio Nacional de Poesía Instituto Distrital de Cultura de Bogotá, 2001), Todo lugar para el desencuentro (Premio nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus, 2005), De una a otra montaña (Poesía reunida), La serena hierba (antología), Como acabados de salir del diluvio (antología), Conversación a oscuras, Bajo la hierba o el cielo, Tapiz al revés ¿Dime quién es? adivinanzas, Un huésped en el jardín dormido (antología), El libro de las vocales olvidadas, Cuerpo de tierra, Migajas de la boca del tiempo (antología), Tocar lo que no se ve, Por sombra la luz, antología. Su libro La serena hierba recibió el Premio Nacional de Poesía 2013, del Ministerio de Cultura de Colombia.
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de la fotografía «Coordenadas invisibles» del artista © Juan Sebastián