Esmeralda Torres
Esmeralda Torres nació en Ciudad Bolívar en 1967. Es narradora y poeta venezolana. Licenciada en Castellano y Literatura por la Universidad de Oriente. Es promotora de lectura con más de 26 años de ejercicio. Compartimos un cuento, que nos lleva al territorio de la ausencia y la infancia, perteneciente a El libro de los tratados (2022) al que se le otorgó el Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca 2021.
La ausencia era eso. Un lugar que uno conoce y
recuerda de memoria, como si fuera una foto, donde uno falta.
Ricardo Piglia
Como de costumbre, el auto de papá estaba estacionado frente a la casa. Era la hora en la cual ambos terminábamos nuestra jornada diaria. Él en el trabajo y yo en el colegio. Todos me esperaban sentados en el lobby con caras de circunstancias. Me gustaba repetir palabras usadas por los adultos. Ejemplo: circunstancias. A los niños nunca nos ocurrían cosas para justificadamente poner caras de circunstancias, por lo menos no a los niños de 11 años como yo, que van al colegio del barrio y conocen el mundo gracias al internet y a la televisión. Bueno es confesarlo desde ahora: nunca había pisado lugar más remoto que los balnearios de aguas termales ubicados en la salida de Nengaray.
…..Mamá y papá ocupaban una parte del sofá. Mi hermana Lucila, en otro mueble, se entretenía torciendo sin parar un mechón de su cabello entre los dedos. Intentaba así hacernos creer que estaba sin estar. Para contribuir a su aislamiento, tarareaba por lo bajo la música que le llegaba a través de unos audífonos ocultos entre sus cabellos. Yo conocía los trucos de mi hermana mayor, y sabía que los empleaba para mostrarnos su indiferencia y rebeldía. Aumentaban y se hacían más complejos a medida que se acercaba a los catorce años. Complejo, otra palabra para repetir.
…..Bueno, no debí decir que todos me esperaban, porque la abuela no estaba en la antesala, pero de eso me di cuenta después, cuando mamá refirió lo que ocurría. La abuela Jimena era la mamá de papá y siempre había vivido en la casa de mis padres. Al menos era lo que yo creía recordar. Por eso se hacía tan difícil imaginar su ausencia. Papá colocó una de sus manos sobre mi cabeza al ver la cara de asombro que yo tenía cuando mamá terminó de hablar. Estuvo así largo rato y, desde el silencio, brotó entre nosotros un nuevo estado, el cual se hizo profundo y por un momento pensé que duraría para siempre. Fue entonces cuando escuché los sollozos de mamá mezclados con el tarareo de Lucila, quien cantaba una canción de moda que nos gustaba a los dos. Eso me hizo pensar que la vida y sus acontecimientos no cambiarían de la misma manera para cada uno de nosotros. Acontecimientos.
…..Fui a mi habitación a dejar el bolso donde cargaba los libros y cuadernos escolares. La puerta del cuarto de mi abuela estaba entreabierta. Entré sin anunciarme y la encontré, pálida y disminuida, sentada en el borde de su cama contemplando una maleta cerrada.
…..Irme con el circo no es el fin del mundo, dijo al ponerse de pie para guardar en el clóset un abrigo color turquesa que había tejido. Este no lo llevaré, murmuró.
…..Recordé enseguida que al regresar del colegio, había visto de lejos cómo descolgaban la formidable y vieja carpa del circo. Parecía la piel pesada y plegada de un enorme elefante al que le hubieran quitado el traje. Unos cuantos hombres desmontaban las cercas metálicas que protegían las jaulas de los animales y bajaban los enormes reflectores con los cuales iluminaban el tiovivo. Me llamó la atención que usaban la misma ropa lucida durante el espectáculo, pero sin las camisas. Los días frescos y las noches de neblina cerrada habían comenzado a sentirse.
…..El circo era un episodio anual en la vida de los habitantes de Nengaray: regularmente llegaba en septiembre y se quedaba hasta mediados de octubre o hasta cuando el clima anunciaba el inicio de la época de frío. Como venía se iba. Y nunca antes se supo de alguien del pueblo que partiera junto a la caravana del circo.
…..Me atreví a hacer la pregunta que explicaba la angustia de toda la familia:
…..— ¿Qué harás en el circo abuela?
…..— Voy como ayudante de la modista y también asistiré a la señora gorda porque ya no puede valerse por sí sola.
…..En ese momento recordé a la mujer gorda y barbada. Provocaba asombro entre el público cuando se comía un ratón vivo. Papá nos había llevado a presenciar el espectáculo hacía unos años; pero Lucila, al ver correr sangre por las comisuras de la boca de la mujer, había comenzado a vomitar. Salimos de allí entre la burla y el asco de los asistentes. En la escuela fui el hazmerreír de mis compañeros durante algunos días. Así que nunca más quise volver al circo.
…..La abuela descolgó de la pared más próxima a su cama, un pequeño cuadro enmarcado en madera que siempre había estado allí. Era un paisaje de invierno donde posaban los personajes de una comparsa: arlequines, payasos y saltimbanquis, así como un caballero con capa y sombrero tricorne, junto a una mujer con antifaz y tocado de plumas. En la base del cuadro, una reproducción en papel de fotografía, se podía leer: Il carnivale. El nombre del autor había sido borrado por una mancha de humedad.
…..—Toma, ponlo en tu cuarto, no me lo llevaré. Puedes mirarlo durante el verano, por las noches, cuando haga calor y no logres dormir. Así tal vez quieras esperar el circo cada año.
…..Hasta bien entrada la madrugada estuve despierto. Escuché claramente cuando se fueron apagando los sonidos de la casa. La última en acostarse siempre era mamá, pero esa noche fue papá quien pasó por mi cuarto a preguntarme si quería otra frazada.
…..La abuela se mudó al circo antes de que este partiera. Dejó en la casa un silencio de duelo, de ausencia para siempre. En el fondo, yo me alegraba por ella; pero cuando me asomaba al porche, veía a papá sentado en el banco de la entrada, mirando frente a sí, cual si viera el aire. Mamá ponía en su mano una taza de infusión de manzanilla que él sostenía tembloroso, como si no tuviera fuerzas. En cambio, mi hermana estaba feliz. Se había instalado en el cuarto de la abuela argumentando lo ventajoso del tamaño y de la ventana que daba hacia la calle. Mamá, por su parte, había reanudado sus largas charlas de las tardes con la vecina de al lado, a quien revelaba secretos para hacer florecer las hortensias en noviembre.
…..Cerca de los balnearios de aguas termales, en la entrada de Nengaray, quedaba un promontorio rocoso llamado por todos el Morro, desde donde se podían ver todos los caminos de entrada y salida del pueblo. Hacer esa ruta era el paseo preferido de mi abuela, y lo escogía cada vez que deseábamos salir juntos de excursión. Íbamos los dos en bicicleta, al menos una vez por semana. Yo usaba la de papá, orgulloso de ya alcanzar los pedales. Al llegar, las dejábamos recostadas sobre una barda de hierro y desde la pendiente, comenzábamos a escalar. El ayuntamiento había dispuesto unas agarraderas de seguridad que hacían fácil la subida. Una vez en la cima, nos tendíamos sobre el pasto para encandilarnos con el resplandor del cielo, descubrir formas en las nubes o adivinar las especies de pájaros que volaban juntas, hacia donde suponíamos que estaba el mar.
…..Esa noche, el cielo apenas lucía dos pequeñas nubes, haciendo que resaltara la redondez de la luna, que brillaba espléndidamente sobre la llanura. Los habitantes de Nengaray dormían, mientras yo, observaba desde el Morro, la caravana del circo que se alejaba hacia las montañas del norte.
De El libro de los tratados, Fondo Editorial Fundarte, Caracas, 2022.
Esmeralda Torres (Ciudad Bolívar-1967) Narradora y poeta venezolana. Licenciada en Castellano y Literatura por la Universidad de Oriente. Es promotora de lectura con más de 26 años de ejercicio. Premio Nacional de Literatura Solar 2022, Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca 2021, Bienal Nacional de Literatura Orlando Araujo 2018, Bienal Julián Padrón 2012, Bienal Literaria Ramón Palomares 2011. Ha publicado: Historias para Manuela (2009), Cuentos de última noche (2010), Un hombre difícil (2011), El canto de la salamandra (2013), Diario para una tormenta (2013), Callejones sin salida (2019), Resplandor de pájaro (2020), El libro de los tratados (2022).
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de la obra «Doma»
Técnica: Acrílico sobre lienzo.
Medidas: 122 cm x 104 cm.
Año: 2010
del artista © Agustín Iriart