Cheikh C. Sow
Desde Senegal nos llega este cuento maravilloso que desnuda la sabiduría o la locura que esconde la piel tendida de la cabra en los tambores africanos. Cheikh C. Sow es antropólogo y radica en Francia. Agradecemos la presente traducción, en exclusiva para Abisinia Review, al escritor colombiano Pablo Montoya.
Más de una vez escuché a santos y a extraviados decir que al mismo tiempo que golpea la piel tendida de la cabra, la vara del tamborilero percute interiormente al hombre, en el lugar donde la sabiduría y la locura se tocan y se confunden. A mí, es verdad, una cosa me ha atraído siempre en el redoble del tam-tam, pero ¿sabría yo explicar qué es?, ¿la sabiduría o la locura?
…..Esa noche no pude resistir a la llamada de las pieles martilladas; sin embargo, me adormezco; salgo del cine, del ambiente de una película confusa y desesperante de karatekas y mafiosos negros norteamericanos. Pero ha sido suficiente que un viento cómplice me traiga los vestigios de un ritmo enfebrecido para sacudirme, y darme ganas de escuchar más. La danza no debe estar lejos, seguramente detrás de la autopista, en dirección de Kossoum, el tentacular barrio de clandestinos, a algunos minutos de camino. El aire nocturno, fresco me ha despertado por completo y el golpeteo excitante y próximo, como un imán, atrae y guía mi cuerpo.
…..Aunque no estamos en la época de los torneos, lo que se toca allá es el «touss», el ritmo de entrada en la arena de los luchadores ouolofs. Reconozco los exquisitos compases del «touss», marcadas por el «n’deunde», el «touli», el «m’beuk-m’beuk», los tambores bajos; y sostenidos por los castañateos secos y múltiples del «sabar», del «m’balakh», percusiones melódicas y enriquecidas por las improvisaciones cantadas y desconcertantes de un «tama» de axila.
…..Pero atravieso Kossoum y el puente y me doy cuenta de que el viento me ha engañado. La danza está más lejos; tal vez hacia el lado de Tialy, después del segundo y tambaleante puente. Esto, no obstante, no me desanima, ya que, luego del «touss», los tocadores de las pieles de bestias atacan un «dagagne» sutil y ligero después de haber golpeado, rápido pero intenso, un fantástico «kou diane mate», el saludo a la serpiente. En este ritmo, que fuera mágico, las pieles martirizadas por los golpes pesados y lentos dicen este poema inquietante y anónimo:
«¡Que sobreviva o que muera,
el que es picado por la serpiente
piensa en la muerte;
así sobreviva o así muera!»
…..El encadenamiento ondeante de las tres cadencias me pone feliz; los músicos que ofician allá son verdaderos maestros y pienso en N’dak, el zurdo, o en Matar-dedos-de-oro, pero rechazo la idea, pues tales expertos ahora venden su talento en los teatros oficiales y los barrios ricos, donde hay que pedir una autorización a la policía para tocar el tam-tam.
…..Aunque por fortuna para nosotros, en nuestros barrios despojados pero incontrolables, todavía tocan muchachos que tienen montones de cosas para enseñarles a ellos; como este delicioso encadenamiento de tres cadencias, de una perfección y una sonoridad impecables. Apresuro el paso, mis orejas arden, mientras que un «tiéboudieune» escalonado es atrapado por los músicos, curvados sobre los simples y ricos cilindros de madera; adivino también los cuerpos ágiles de las bailarinas cuyos pasos aligeran y protegen el aire, y esa manera en que el éxtasis se introduce en sus miradas dirigidas al cielo. Sólo las bailarinas torpes atacan al principio rápidamente el «tiéboudieune»; pero las que saben comienzan con lentitud, dejando arrastrar, voluptuosas, el paso y no lo aceleran más que a la caída de la tensión, justo y solamente durante algunos sublimes instantes, lanzando un pánico maravilloso sobre los tocadores que retoman el tiempo fuerte como si estuvieran retardados con respecto a las que, sin embargo, los guían. El conjunto en una locura de polvo levantado, de exhortaciones y de infaltables gritos de admiración de una multitud alucinada. ¡Ah!, ¡dioses, gracias por la danza! ¡Ah!, ¡dioses, gracias por el ritmo! ¿Quiénes eran los griots geniales que inventaron esos compases complejos y asombrosos? ¿Qué alegría de vivir los habitaba? ¿Qué fe infinita? ¿Qué ciencia profunda de lo bello los acogía?
…..¡Ah!, dioses, ¿quiénes eran los músicos ancestrales que nos dejaron todos estos goces sanos? Sepamos en todo caso que eran mejores que nosotros, esos hombres de fábula crearon sensaciones ritmadas que todavía nos sacuden, nos remueven, nos tocan todo nuestro ser. Y nos dicen algo profundo, pues ¿cómo es posible que simples golpes dados sobre una piel tendida nos conmuevan hasta las lágrimas?
…..El oído me dice, en un cruce de callejas oscuras y desérticas, que la danza tampoco viene de Tialy, sino tal vez del centro de Timiss, ese barrio de invasión excéntrico y lejano. No me detengo, sin embargo, en mi carrera voluntaria. No puedo regresar a casa, acostarme, solitario, cansado, sin haberme aproximado a esos semidioses que guían desde hace una hora mis pasos y mis sensaciones en un laberinto de getos atravesados.
…..Por otra parte, la costumbre me dice que no estoy lejos del lugar buscado; el sonido ahora es de una nitidez total; los jadeos característicos del sutil pegador del «tama» de axila me llegan, redoblando los golpes que puntúan un «tatou laobé» de una pasmosa precisión.
…..¡Ah, dioses, una muchacha negra, esbelta y de bellas caderas danzando el «tatou laobé»! ¡dioses!, cómo adoro esa danza, y quien dice que ella es grosera tiene la visión torturada por el empobrecimiento de la nueva moral; quien dice que esta danza es vulgar jamás ha sido tocado por las miradas púdicas de las muchachas que la bailan; quien dice que es obscena no sabe nada de la agilidad corporal de nuestras mujeres.
…..¡Tristeza del alma la de aquellos que ya no se estremecen con lo esencial! ¡Pobreza del cuerpo la de quien siente lo carnal como algo vergonzoso. Por fortuna, no formo parte de los negros que tienen vergüenza de la danza y el tambor; esta noche, danzaré, mi cuerpo lo pide, mi alma me lo grita y, al caminar, marco los tiempos fuertes, las caídas. A veces danzo bien, pues sé que el paso del hombre sólo es bello y placentero si recuerda la lucha. Hay que golpear duro la tierra, pisotearla con furia, provocarla hasta que se caliente y queme los talones desnudos. La danza del hombre es así, gímnica, todo en ella es fuerza, pero también fineza. Además, Falang, el gran luchador, lo ha dicho: «Muy pocas cosas separan la danza de la lucha. ¡Cuando el adversario lucha, yo danzo y lo derribo!»
…..Pero mis pasos afanados atraviesan Timiss de un lado a otro, y me doy cuenta con asombro de que aquí todo duerme; nada de grupos agitados, ni de círculos fluctuantes de gente que ha sido, como yo, atraída por los sonidos frenéticos y los torbellinos de los cuerpos habitados y liberados por la danza. Sin embargo, escucho siempre el tam-tam cerca, tan claro que ahora no tengo ninguna duda; esas puntuaciones y esos gritos solo pueden venir del otro lado de esta calle sinuosa, de este barrio nuevo y parasitario cuyo nombre ignoro, ya que, después, es el mar y jamás se ha oído hablar del tam-tam o del eco del tam-tam brotando de las aguas.
…..He llegado, atravieso la calle que separa a Timiss del barrio desconocido y la inmediata proximidad de la danza, que todavía no veo, me sorprende. Está precisamente aquí, detrás de estas vetustas empalizadas.
…..Se trata de una de esas excrecencias de barrio que no terminan de nacer y de envejecer, de alargarse y de contenerse, de huir y de fijarse alrededor de ciertos ejes según un ritmo y una lógica íntimamente ligada a la miseria y a la incertidumbre del porvenir. Pero me gustan, y no les temo, esas imitaciones ilusorias de los barrios; me gustan estos lugares condenados y maldecidos por los urbanistas, pero jamás abandonados por el tam-tam que remueve y la danza vital.
…..Me interno en un corredor giratorio que, entre dos muros de tablas tambaleantes, desemboca sobre una plaza que imagino llena de gente, y cuyo rumor y agitación azotan mi rostro ávido y sudoroso.
…..Desemboco, en efecto, en una plaza, pero también en el espanto del vacío y el silencio.
…..De súbito, me ha sido suficiente un paso para caer de la algarabía al silencio total, de la esperanza de una multitud acalorada y numerosa a la nada resbaladiza de una plaza redonda, arenosa y desnuda.
…..Enloquecido, miro hacia todas partes, pero no veo más que la barrera de la empalizada de madera y paja, el cielo pálido y, delante de mí, por una especie de puerta ancha, un mar nocturno y espumoso.
…..Me doy cuenta, finalmente, de la horrible evidencia: ¡no hay tam-tam ni danza en esta noche! No sé, y no me atrevo a pensarlo, quién me ha atraído hasta aquí, en esta larga y entusiasta pesquisa. Recuerdo, de pronto, cierto consejo de las mujeres viejas, y me estremezco: «¡Desconfíen, jóvenes, de los tam-tam que atraen en la noche; aléjense de los grupos nocturnos, todos no son humanos!».
…..No sé lo que pasa, mi cuerpo está sudoroso y lleno de escalofríos, mi cabeza vacía, algo atropella mis sentidos; no sé, pero puedo huir, todavía puedo huir; sí, debo escapar, dar la espalda a esta aparición vacía, pues he dado un paso peligroso en mi curiosidad nocturna hacia el deseo sensual de los tambores y las danzas.
…..Giro y mi mirada recorre por última vez el círculo incierto donde no hay movimiento ni ruido. Y mis ojos huyentes chocan contra la maldición, veo al hombre que llega por la puerta marina y escucho su voz inquietante que de pronto puebla el silencio. Me interpela:
…..«¡Eh, tú, por favor!, ¡detente!, ¡no te vayas!».
…..Sé, estoy convencido de que debo irme, escapar, alejarme de una vez por todas de este lugar, pero me detengo, no puedo irme; ¿por qué estoy bloqueado por esa voz? No sé. Pero todo esto es ineluctable y me detengo; doy la cara al hombre que se me acerca y me increpa:
…..«¡Eh!, ¡no te vayas!, ¡no te irás así no más!, ¡espera!, ¡esta vez se acabó!, ¡es necesario que las cosas sean claras entre tu raza y mi familia!, no te hagas el incrédulo, ser de la noche; no entornes los ojos con ironía; ¡el miedo que muestras es fingido! ¡Yo sé quién eres! Eres de aquellos que atraen a los míos, que ponen trampas a los miembros de mi familia. ¡Desde hace lustros, tú y los tuyos nos extravían con el tam-tam nocturno, que embruja y mata! Mi padre, mis tíos están muertos, así como otros hombres de mi sangre, atraídos y perdidos por los ritmos que ustedes golpean en la noche y nos perturban. ¡Pero se acabó! Mi padre me habló antes de perecer y, si yo he venido esta noche, es solamente movido por la sed de venganza. Moriré, es verdad, pues el destino de los míos es desaparecer en la locura de tus tambores, en la oscuridad de tus maquinaciones, pero esta vez no me iré solo. Así ustedes sabrán que nosotros ya no somos ingenuos, que sabemos lo que hay detrás del bullicio que encanta. No sé lo que eres realmente, pero no serás vulnerable a mi puñal consagrado y bendecido cuando él te toque. Esta lámina es la encarnación armada de los rezos poderosos contra tus fuerzas sombrías. Los dioses astutos de tus tambores no podrán hacer nada, criatura de la noche; ¡vas a morir antes que yo!».
…..No puedo resistir, algo me paraliza; y, además, ¡cómo resistir al horror y a la agresión! No he levantado los brazos más que instintivamente, como para esconder el rostro, cuando el hombre, fuera de sí, se abalanza contra mí. Siento un dolor cálido en un costado, una especie de molestia al nivel del corazón. He sido herido y veo al hombre retroceder, con el arma roja de mi sangre en su mano, y una mirada incrédula como si estuviera asombrado de estar todavía de pie y vivo después de haber atacado a un monstruo horrible. Ha retrocedido, mira a su alrededor, lo hace fijamente en mí, la boca abierta, y huye hacia el lado del mar de donde vino. Entonces una calma terrible me invade, cae sobre mí como un castigo.
…..«¡Ah!, ¡huye, vete, no has matado más que a un hombre como tú! ¡Ya no me oyes, pero no soy lo que crees! He sido hechizado también por las mismas fuerzas que tú. ¡Y esta noche, soy yo la víctima de esas cosas que empujan a los tambores hacia fines atroces!
…..¿He gritado eso? ¿Aún estoy vivo? ¿Tambor, le has hecho una mala jugada a uno de tus fieles? ¿O acaso he sido sólo un peón irrisorio en el gran y misterioso destino de ese hombre que me ha apuñalado y ha huido? ¿Verdaderos tambores, verdaderos maestros de los ritmos ancestrales, tienen ustedes algo que ver con esta trampa infernal? ¡Qué importa!, ¡destinos terribles se definen así todos los días, todas las noches y el mío, ahora, llega a su fin!
…..Me derrumbo, en mi sangre, en medio del círculo de arena; el rumor excitado, los gritos, el redoble de los tambores que me ha guiado hasta aquí reanudan bruscamente, y veo a mi alrededor pies levantados, piernas, muslos, torsos desnudos, brazos, cabezas enormes que se agitan. Estoy en el centro de una danza espantosa e innombrable. Los ritmos marcados son creaturas desconocidas. Son un estrépito vasto y execrable. Tocadores de feroces caras se inclinan sobre mí golpeando compases pulverizados e informes. Bailarinas macizas saltan encima, giran a mi alrededor, pero sus pasos son obscenos y sus rostros inhumanos. Una multitud de monstruos gesticula, aplaude y aúlla hacia mí mostrándome sus fauces bestiales. Dioses ¿cómo es posible tocar semejante caos? ¿Cómo se puede danzar semejante tortura? ¿Cómo no he muerto todavía después de tantos dolores sufridos? ¡Ah!, ¡dioses, protejan mis tímpanos ofendidos y mis ojos perdidos de semejante maldición! ¿Estoy vivo? ¿Estoy muerto? Mi cuerpo, poco a poco, se levanta, dueño de un peso enorme. Enseguida, me pongo de pie y mis piernas de plomo se mueven, haciendo pasos toscos. Soy una conciencia perdida y extraña a mi cuerpo que se arrastra hacia una ronda lenta y horrorosa. Los seres infernales me encierran, me agarran y me empujan hacia un sonido de baterías dementes, a una abominable danza sin fin de otro mundo.
Cheikh C. Sow nació en Saint Louis de Senegal en 1960. Radica en Francia desde 1987. Es antropólogo de formación, animador social y músico. Es además actor de la sociedad civil de Gironda y una figura carismática en su escena musical. Ya sea como parte de su actividad profesional o en su práctica musical, Cheikh Sow está impulsado por el deseo de conocer a otros y comprometerse con otros. Es un «activista del abrazo social», como él mismo se define.
La composición que ilustra este post fue realizada a partir de un fragmento la obra Entre manos de la artista Camila López