Jorge Boccanera
Los siguientes poemas de Jorge Boccanera (Buenos Aires, 1952) integran la antología Ojos de la palabra que acaba de editarse en Grecia por la editorial Topos, con traducción de la escritora griega Agathi Dimitrouka. Dicha compilación, que contaba ya con ediciones en Chile (editorial Ril), Estados Unidos (Mediaisla), Argentina (Universidad Nacional de Córdoba), Italia (LietoColle), Cuba (Casa de las Américas) y España (editorial Nectarina), obtuvo en 2022 el premio honorífico «José Lezama Lima», otorgado en Cuba por la Casa de las Américas. Dimitrouka, a cargo de la traducción del libro, es autora de libros de poesía, literatura infantil y letras de canciones; ha colaborado además con compositores de la talla de Mikis Theodorakis y algunos de sus temas fueron interpretados por Nana Mouskouri y María Farandouri. Conocedora de la literatura hispanoamericana, ha traducido obras de Cervantes, Federico García Lorca y Pablo Neruda entre otros autores. Por su parte, el texto final de esta entrega, «Postales a Grecia» de Boccanera, fue publicado en el Nº 31 de la revista virtual griega Hartis del 1 de julio de 2021.
El peluquero
…………………………….a mi abuelo Santiago
Asentaba navajas en un listón de cuero,
porque era su trabajo arrancarle a los rostros
……sus animales muertos.
Hacía barba y bigote para el espejo atestado de gente.
Su navaja pulía aquella superficie,
rasuraba los rostros del espejo y haciendo su trabajo,
¿afeitaba al espejo?
Era más chico que un tarro de gomina Brancato
……mi abuelo,
pero una cabeza más alto que la muerte.
Invitaba al cliente sacudiendo una toalla
y el cliente ocupaba aquel sillón Dossetti de madera
y entraba en el espejo.
El estilista hablaba solamente con su tijera
y cuando ella por fin tenía la lengua desgajada
hacia un lado, él decía: «servido».
Mi abuelo maquillaba al espejo con estrellas de talco
……y usaba un pulcro saco blanco.
La muerte –que también es prolija– le envidiaba
……su colección de peines.
Un día la muerte, que hojeaba una revista deportiva,
dijo: «me toca a mí».
Y ocupó aquel sillón, despatarrada y con un
……remolino en la cabeza.
«Tiene un pelo difícil», dijo sin voz mi abuelo.
Después, la muerte asentó su navaja y haciendo
……su trabajo, ¿rasuraba al espejo?
El peluquero se marchó bajo un cielo cualquiera
……con estrellas de talco.
El espejo se pasó la mano por la cara afeitada,
……suave, como un recién nacido.
Ο κουρέας
…………………………….στον παππού μου Σαντιάγο
Τρόχιζε λάμες σ’ ένα πέτσινο λουρί,
γιατί η δουλειά του ήταν να ξεριζώνει από τα πρόσωπα
……τα νεκρά τους ζώα.
Έφτιαχνε γένια και μουστάκι για τον γεμάτο από κόσμο καθρέφτη.
Η λάμα του καθάριζε εκείνη την επιφάνεια,
ξύριζε τα πρόσωπα του καθρέφτη και, κάνοντας τη δουλειά του,
ξύριζε άραγε τον καθρέφτη;
Ήταν μικρότερος κι από ένα μπουκάλι μπριγιαντίνη Μπρανκάτο
……ο παππούς μου,
αλλά ένα κεφάλι ψηλότερος από τον θάνατο.
Καλούσε τον πελάτη τινάζοντας μια πετσέτα
κι ο πελάτης καταλάμβανε εκείνη την ξύλινη πολυθρόνα Dossetti
κι έμπαινε στον καθρέφτη.
Ο στιλίστας μιλούσε μόνο με το ψαλίδι του
κι όταν εκείνο επιτέλους πήγαινε την ξεκολλημένη γλώσσα
προς τη μια μεριά, εκείνος έλεγε: «Έτοιμος».
Ο παππούς μου μακιγιάριζε τον καθρέφτη με αστέρια από ταλκ
……και χρησιμοποιούσε μια πεντακάθαρη λευκή ποδιά.
Ο θάνατος −που επίσης είναι σχολαστικός− ζήλευε
……τη συλλογή του από χτενίσματα.
Μια μέρα ο θάνατος, εκεί που ξεφύλλιζε ένα αθλητικό περιοδικό,
είπε: «Η σειρά μου».
Και κατέλαβε την πολυθρόνα, με ανοιχτά τα πόδια και μ’ έναν
ανεμοστρόβιλο στο κεφάλι.
«Έχετε δύσκολα μαλλιά», του είπε χωρίς φωνή ο παππούς μου.
Έπειτα, ο θάνατος τρόχισε τη λάμα και, κάνοντας
……τη δουλειά του, ξύρισε άραγε τον καθρέφτη;
Ο κουρέας έφυγε κάτω από έναν οποιονδήποτε ουρανό
με αστέρια από ταλκ.
Ο καθρέφτης πέρασε το χέρι του στο ξυρισμένο πρόσωπό του,
……απαλό, σαν νεογέννητου.
Ojos de la palabra
…………………………….a Octavio Pineda
La palabra,
fogonazo entre el deslumbramiento y el hartazgo, viaja
……sobre los hombros del enigma.
Estrellas que atraviesan usinas de ceguera, correntadas de nadie.
La palabra es iguana en la roca calcinada, una pata en el aire,
……la otra en el infierno.
Su cuerpo breve da una sombra inmensa.
Quieta no se está nunca por el fuego cruzado de la sangre.
Un chasquido de lengua la echa a andar por baldíos donde
……lo ruin humea y pudre el aire.
A horcajadas, con los ojos vendados, entre bolsas de estiba,
……dientes de nicotina
y un corazón sin aparente anhelo que acampa en el vacío.
Esa palabra lleva en su aliento un viaje, un detenerse,
……un continuar.
Sus patas diminutas lo tocan todo por primera vez.
Τα μάτια του λόγου
……………………..……..Στον Octavio Pineda
Η λέξη,
ριπή ανάμεσα στο θάμπωμα και στον κορεσμό, ταξιδεύει πάνω
……στους ώμους του αινίγματος.
Αστέρια που διαπερνάνε μάνες τυφλότητας, θύελλες
……του κανενός.
Η λέξη είναι ιγουάνα στον ασβεστοποιημένο βράχο, το ένα πόδι
……στον αέρα, το άλλο στην Κόλαση.
Το βραχύ σώμα της ρίχνει μια πελώρια σκιά.
Ακίνητη δε βρίσκεται ποτέ από το διασταυρούμενο πυρ
……του αίματος.
Ένα πλατάγισμα της γλώσσας την πετάει να περπατάει σε
……αγριότοπους όπου το χυδαίο βγάζει καπνό και σαπίζει τον αέρα.
Καλικούτσα, με τα μάτια δεμένα, ανάμεσα σε σάκους στοιβασίας,
……δόντια νικοτίνης
και μια καρδιά χωρίς φανερή λαχτάρα να κατασκηνώσει το κενό.
Η λέξη αυτή έχει στην ανάσα της ένα ταξίδι, ένα σταμάτημα, μια
……συνέχιση.
Τα μικροσκοπικά της πόδια τ’ αγγίζουν όλα για πρώτη φορά.
Engarce
………………………..…..a Silvio Rodríguez
La mano que lleva un niño de la mano, lleva una llave,
enciende un fuego al tacto, un sueño y una noche que
niega la hondonada, una en la otra se aprende a caminar,
a respirar. Y va enlazada a un ramo.
La mano que ha plantado una mano en la suya siente
hundirse un aliento en el agua del día, da confianza de
manos abrazadas, como el lugar donde se abre lo por decir,
lo por llegar. Y el que conduce es conducido.
La mano que lleva a un niño de la mano da un cuenco y un
viento en ese cuenco y un viaje en ese viento donde estallan
banderas de colores y bestias fabulosas comparten un camino
que comienza en un sitio de manos abrazadas.
La mano que lleva un niño de la mano fue a la cita en un lugar
de robustas memorias donde la mano que traga saliva era
recuperada de la soledad. Una en la otra.
La mano que lleva un niño de la mano no retrocede nunca.
Κρίκωμα
…………………………….Στον Silvio Rodríguez
Το χέρι που κρατάει ένα παιδί απ’ το χέρι, κρατάει ένα κλειδί,
ανάβει μια φωτιά με την αφή, ένα όνειρο και μια νύχτα που
αρνείται τις λακκούβες, το ένα μέσα στ’ άλλο μαθαίνει το περπάτημα,
την αναπνοή. Και προχωράει θηλυκωμένο σε ένα κλαδί.
Το χέρι που φύτεψε ένα χέρι στο δικό του νιώθει να βυθίζεται μια
ανάσα στο νερό της μέρας, δείχνει εμπιστοσύνη αγκαλιασμένων
χεριών, όπως ο τόπος όπου ανοίγεται αυτό που πρόκειται να ειπωθεί,
αυτό που είναι να έρθει. Κι αυτός που οδηγεί οδηγείται.
Το χέρι που κρατάει ένα παιδί απ’ το χέρι δίνει μια χούφτα κι έναν
άνεμο σ’ αυτή τη χούφτα κι ένα ταξίδι σ’ αυτό τον άνεμο όπου
εκρήγνυνται χρωματιστές σημαίες και μυθικά ζώα μοιράζονται
έναν δρόμο που αρχίζει σ’ ένα σημείο χεριών αγκαλιασμένων.
Το χέρι που κρατάει ένα παιδί απ’ το χέρι πήγε στη συνάντηση
σ’ έναν τόπο από ρωμαλέες μνήμες όπου το χέρι που καταπίνει
σάλιο είχε συνέλθει από τη μοναξιά. Το ένα μέσα στ’ άλλο.
Το χέρι που κρατάει ένα παιδί απ’ το χέρι ποτέ δεν κάνει πίσω.
Postales de Grecia
Por Jorge Boccanera
A mi primo Costas Hisichos, ex diputado y ex viceministro de Defensa de Grecia
I
La leyenda oriental del Hilo Rojo habla de destinos enlazados que se cumplen por sobre los tiempos y las geografías; de modo que esa hebra puede ajarse, tensarse, adelgazarse hasta ser una hilacha, pero nunca romperse. Más que un hilo rojo me ata a Grecia un cordón umbilical; el de mi madre María Agustina, y mi abuelo Alejandro Hisijos, nacido en la isla de Samos, que llegó como emigrante a Argentina a inicios del siglo XX, con sus hermanos Heraclio y Jacobo.
Aunque me crié con mis abuelos paternos italianos, también emigrantes, el mundo helénico siempre estuvo presente, más allá de compartir el mismo nombre de mi abuelo samiense —«Alejandro»- y de familiares apellidados Sarantidis, Moraitis, Julys, Kalasakis, Pentakys, porque fue resonando en mis sentidos desde la infancia una cultura popular expresada en las numerosas anécdotas familiares, sonidos, sabores, danzas y la música de su lengua; vale decir todas aquellas actividades de una comunidad helénica que en Argentina se mantuvo unida a través de rasgos solidarios.
II
Suelo decir que quien nace en un puerto, lleva por siempre el viaje puesto. Nací en un puerto al Atlántico que alguna vez se llamó Puerto de la Esperanza, en la ciudad de Bahía Blanca, al sur de la provincia de Buenos Aires, y mi vida y mi escritura están marcados por el tránsito. Incluso algún crítico señaló que mi poesía tenía la respiración de los viajes. De modo voluntario o debido al destierro político, el desplazamiento territorial ha sido una marca de mis días desde los veinte años. Podría decirse que llevo el viaje en la sangre, en los ojos, en el caminar, en la curiosidad por realidades diferentes. Un maestro mío, el poeta guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, dijo en consonancia con conceptos de Costantino Kavafis: «navegar me fascina, no la llegada a puerto alguno».
Y aquí encuentro otro enlace esencial con Grecia; el tema del viaje: uno de los ejes de su historia, de su mitología, de su literatura y de su arte en general, rubricado en esa Itaca que al mismo tiempo que es tierra firme se desplaza junto a nuestros sueños, utopías, quimeras.
Vuelvo al puerto donde nací —que alguna vez fue el de mayor calado del cono sur americano—, repleto de barcos enormes vistos desde mi infancia. Subo las escalerillas de un enorme buque de bandera griega al que muchos llamaban «el Kavanos», y Lefteris, oficial de la tripulación y amigo de mi tío abuelo Eraclio, me acompaña en una recorrida por cubierta sin advertir que con ese gesto afectuoso está abriéndole las puertas a la aventura a un niño de apenas ocho años. Precisamente, entre las primeras palabras que conocí en la infancia de la lengua griega se me grabaron estas dos: KaloTaxidi.
III
Más allá de mi numerosa familia griega, los marineros y personajes diversos —como «Micho», dueño del restaurante griego más concurrido del puerto durante cuarenta y cinco años, quien solía recordar su amistad en los años 20 en el barrio de La Boca de Buenos Aires, con el joven Aristóteles Onasis—, figura entre mis lecturas e influencias, la literatura griega. Y además de su narrativa clásica, aquellas obras poéticas con las que fui dialogando a través del tiempo. Me refiero a libros de Kavafis, Elytis, Seferis, Ritsos, Vretakos, Varvitsiotis y autores posteriores.
Sobre todo me atrajo la poesía de Yanis Ritsos, quizá por su lenguaje coloquial y su veta humanista. La suerte quiso que hacia 1980 desde México, donde viví exiliado, pudiera intercambiar un par de cartas con el gran escritor griego. Fue por intermedio de un tío que solía cruzárselo en Samos, donde Ritsos pasó algunas vacaciones. Más tarde, en el 2000, dirigiendo una colección de poesía en Argentina, edité una antología de poetas griegos —Ritsos incluido—, realizada por el poeta argentino Horacio Castillo. A Castillo lo había conocido un poco antes en forma casual (¿existe la casualidad?) y me interesó su poesía al punto de editarle una compilación suya; pero además debo decir que me impactó su amor a Grecia, expresado entre otras cosas en un exhaustivo trabajo como traductor de poesía griega; labor que quedó reflejada en una decena de antologías; una de ellas extendida muy abarcadora: Poesía griega moderna, que va de Kavafis a Vanglis Kassos, nacido casi un siglo después.
IV
Como dije, me atan muchos hilos con Grecia. Por ello no dejo de indagar en su historia pasada y contemporánea. En ese sentido, en mi adolescencia, interesado por temas políticos, viví como propio el terrible golpe de la Junta de los Coroneles de 1967, y en 1973 la matanza de estudiantes del Politécnico, que con algunas semejanzas se replicaría en Argentina en 1976 con la toma del poder por parte de los militares con un lamentable saldo de treinta mil desaparecidos, miles de presos y otro tanto de exiliados. Entre esos desaparecidos hay griegos sobre los que aún se desconoce su suerte. Recuerdo en los años antes de la asonada castrense en Argentina, haber estado consustanciado tanto de la realidad chilena y el gobierno de Unidad Popular derribado por el general Pinochet mediante un golpe sangriento en 1973, como de la coyuntura griega. Justamente ese año, el talentoso Mikis Theodorakys presentó en Buenos Aires la obra Canto General sobre textos del poeta chileno y Premio Nobel, Pablo Neruda. Otro hito de ese tiempo fue la exhibición de la película Z de Costa Gavras que narraba el asesinato de Grigoris Lambrakis por los militares fascistas, justamente el mismo director que años después denunciaría a la dictadura chilena con su film Desaparecido.
Como alguien que desde siempre bregó, como tantos en mi país, por el respeto a los derechos humanos y una justicia más nivelada, también el hilo rojo de la leyenda con la que di inicio a estas notas me lleva a esos inmigrantes griegos que llegaron a la Argentina sólo con su esperanza, a los dirigentes obreros griegos reprimidos en diversas partes del país, a los cientos de obreros griegos que laboraban en los talleres ferroviarios de Remedios de Escalada —muy cerca de mi casa cuando me instalé con mi familia en el conurbano de la provincia de Buenos Aires—, y a tantos hombres y mujeres, griegos anónimos hermanados por el gesto solidario que brega por un mundo mejor. Aunque la vida, como escribió Yanis Ritsos, alternen los momentos duros en los que debemos hacer de una piedra, una almohada, y los momentos de dicha, con un pez de oro nadando en nuestro pecho.
Jorge Boccanera nació en Bahía Blanca, Argentina, en 1952. Es poeta, crítico y periodista. Su extensa obra se compila en Suma Poética Tráfico/Estiba (2019). Obtuvo numerosos premios, entre ellos el Casa de las Américas de Cuba, en 1976; el premio Casa de América de España, en 2008 y el Premio Honorífico «José Lezama Lima» de Casa de las Américas de La Habana, Cuba, 2020. Fotografía: José Ángel Leyva.
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de una obra del artista español © Juan Carlos Mestre