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Pintura y feminismo

Entrevista a Ninfa Torres

 

Por Stefhany Rojas Wagner

 

Contundente, transformadora y vigorosa es la obra de Ninfa Torres quien reinventa el espacio íntimo para convertirlo en un espacio de reflexión, donde se cuestiona el cuerpo, los estereotipos de belleza y la identidad.

Es un placer para nosotros presentar en nuestro número 10 de Abisinia Review a la artista y pintora mexicana Ninfa Torres. Para esta entrega compartimos, como una suerte de galería, 35 de sus obras pictóricas que exponen la huella de la artista y la profundidad de su trabajo.

 

Ninfa Torres Lagunes nació en Misantla, Veracruz en 1982. Es maestra en Artes Visuales, Práctica Artística y Pensamiento Contemporáneo por la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, además, Licenciada en Artes Plásticas con Opción en Pintura por la Universidad Veracruzana. En 2021 fue beneficiaria del Programa de Estímulos a la Creación en el Estado de Veracruz en la categoría Creadores, disciplina: Pintura, y en 2020 obtuvo la mención honorífica en la VI Bienal de Arte Veracruz. Desde 2008 se desempeña como docente en la Licenciatura de Artes Visuales en la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas en la línea disciplinar de Pintura y actualmente es Coordinadora de la misma licenciatura. En el estado de Chiapas ha realizado ocho murales de forma individual y colaborativa principalmente en Tuxtla Gutiérrez y San Cristóbal de las Casas. Cuenta con nueve exposiciones individuales y más de 30 colectivas en el país.

 

 

Es muy importante escuchar tu palabra más allá de mi mirada sobre tu obra, así que te doy la bienvenida, Ninfa, a este diálogo. Sé que eres de Misantla, Veracruz…

Sí, Veracruz es un estado que rodea el golfo de México, toda la curva del golfo de México donde entró la colonización. Los españoles desembarcaron allí en las costas y mi pueblo está a la misma distancia del mar, que de la montaña. Es la frontera entre las grandes montañas de la Sierra Madre Oriental y la costa.

 

Eres pintora, docente y feminista. ¿Cómo inicia tu relación con el feminismo?

Lo de feminista me lo diagnosticaron ya tarde. Soy la menor de tres hermanas y mi núcleo era principalmente femenino, mi padre era el que trabajaba afuera. Crecimos con mi madre en casa, entonces siempre era estar en contacto con muchas mujeres. En ese momento pensaba que mi interés giraba en torno a lo femenino, en lo que ahora entiendo como constructos o elaboraciones de lo femenino. Desde la infancia tuve referentes de este en la lectura y la simbología; por ejemplo, leíamos Mujercitas en voz alta con mis hermanas o miraba las representaciones de la iglesia y en el papel de las monjas, las santas y las vírgenes. Cuando hice la primera comunión fui a prepararme en un convento, y yo ahí estaba intrigadísima, no teníamos acceso al convento como tal, sino a una escuelita que estaba al lado, y a mí me causaba curiosidad la vida conventual y el conjunto de mujeres. Tenía 8 años y recuerdo que veía los pasillos y los pisos súper limpios, tenían unos jardines divinos y lo que hacían, la pastelería, me llamaba mucho la atención, la vida que se vivía en el interior. Le pedí a mi madre que en vez de salir con el traje de la primera comunión, me vistiera con un hábito y así fue.

 

Veo que la violencia íntima se vuelve pública a través de tu obra cuando se rompe aquello que separa al espectador del actor, es decir, cuando las mujeres de tus cuadros nos miran y nos interpelan a través del espejo. En ese sentido, te quiero preguntar ¿cómo funciona el espejo como artefacto de creación en tu pintura?

Yo lo planteo en esta serie “Feminida des” con las mujeres que se miran en el espejo análogo al plano pictórico, el espejo como ese espacio de búsqueda y de confrontación. Esta serie me ha permitido verme en el reflejo de las otras mujeres y la posibilidad de encontrarnos. Creo que las mujeres confrontamos al espejo de una manera muy dura en la asimilación de estos procesos vinculados a la belleza que se nos ha inculcado como si viniera en nuestro ADN: el maquillaje, los aretes, los moños. Y me parece, como dice John Berger, que las mujeres en el arte siempre hemos sido el objeto de contemplación, de modo que quienes han decidido cómo somos las mujeres, cómo debemos vernos son los artistas y los poetas. Hemos sido juzgadas desde allí y en ese sentido nos miramos al espejo con ese juicio de quienes nos escudriñan siempre, lo que es el patriarcado.

 

Marca que es muy difícil de alejar hasta el día de hoy…

Claro, sí, es difícil quitarnos esa mirada patriarcal que está constantemente juzgandonos. Yo he querido reflexionar en cómo estos procesos están asumidos en lo cotidiano. He tenido estas búsquedas cuestionándome sobre por qué insistir en la belleza, en las representaciones que yo hago al maquillarme, al vestirme, al peinarme y lo he explorado desde la pintura como un recurso del arte.

 

En la serie “Feminida des” indagas en lo simbólico de la violencia y de la belleza. ¿Cómo el cuerpo femenino se convierte en un espacio violento?

Aquí exploro el término de Pierre Bourdieu de violencia simbólica, la cual es una violencia sutil, invisible, que se da de forma tan paulatina y tan mínima que no notamos su existencia y que tiene como característica que los dominados la aplican incluso y colaboran con el opresor. Las dominadas, en este caso tratándose de las mujeres, la apropiamos porque tiene esta característica de parecer natural, de ser normal porque siempre ha estado allí y en ese sentido la asumimos y la ejercemos hacia nosotras mismas. Esta violencia simbólica está dada en todo el consumo cultural de las canciones, de la moda, de lo popular, de la literatura, de la pintura, desde el arte donde se ha creado todo un constructo del ser mujer que está vinculado a la belleza y que tiene incidencia en lo que se usa hasta en la distribución del espacio público. “Feminida des” inicia con ese planteamiento de hacer los cuadros desde ese borde, esa frontera de lo que es bello con el tratamiento, pero que también es un acto de violencia.

 

¿Desde qué año comienzas a trabajar esta serie? ¿cuántas piezas son y cómo ha venido mutando el concepto inicial con que empezaste a elaborar esta estética?

El primer planteamiento, la primera pieza la hice en el 2010, su conceptualización fue posterior, la reflexión viene después, ahí empiezo un trabajo que cuenta con alrededor de 10 cuadros donde pinto los rituales de belleza frente al espejo. Hay una evidencia tanto de lo bello como de estos elementos de violencia de los cuales hablábamos. Entonces, comencé a salirme un poco porque siempre desarrollo trabajos simultáneos, en ese momento hacía mural y naturaleza muerta; después me costaba retomar el tema, así que cuando volvía hacía variaciones en el cuerpo y me salieron otras subseries que yo denomino con diferentes nombres y desde donde indago diferentes conceptos como la mitología, lo sacro, lo icónico de la mujer.

 

¿De cuánto tiempo estamos hablando…?

Esto ha durado alrededor de 10 años. La última serie se llama “Desavenencias”, la cual es una exposición que presenté recientemente en San Cristóbal de las Casas, aquí en Chiapas; y bueno, tiene esa reflexión de la violencia y el género vinculado al cuerpo con todos estos constructos de lo femenino, pero desde el vestido.

 

En una entrevista que te realizó Avelina Lésper, reflexionabas sobre el ser mujer en “lo femenino” a partir de la construcción de la imagen, como me dijiste. ¿Qué sería entonces “lo no femenino”?

Creo que lo femenino, si lo planteamos en forma binaria, a diferencia de las características formales o de los códigos de masculinidad, es una elaboración estética muy amplia con muchos elementos cargados. Lo femenino es un barroquismo de muchos aspectos formales, aunque cambien algunas proporciones y características, permanece; lo femenino es muy elaborado, uno lo esbozaba como una categoría eje. Yo lo veo por ejemplo en el retrato de un amigo, un chico trans, que me planteaba que no había un modelo de masculinidad desde lo estético, sino que dicho modelo se había abocado a negar lo femenino. Supongo que esto tiene muchas variaciones culturales, pero creo que las mujeres sí tenemos un peso muy marcado en ser femeninas, en vernos y comportarnos de una forma determinada la cual los varones no enfrentan. Y allí pensaba cómo se sanciona el negarlo y cómo por un lado la sociedad, desde esta violencia simbólica, nos hace pensar que los moños rosas están en esta formación genética, que nacemos hablando así o asá. Por otro lado, el recordatorio es constante, ¿por qué se nos tiene que imponer en los requisitos del empleo, la presentación, la forma de dirigirnos a alguien? Porque debería verme de una manera determinada, de una manera hecha.

 

¿Cómo te decían en la infancia que debías comportarte?

No recuerdo de cómo me lo decían, si era una orden o consejo en mi núcleo familiar, pero sí recuerdo que me angustiaba mucho correr o sudar, me daba mucha angustia perder mi buena presentación; y ahora que tengo dos hijas y que cuidamos en el círculo familiar de no perpetuar esta idea del canon, del racismo, de la gordofobia, veo cómo mi hija no está libre. El hecho de que no se diga en casa no quiere decir que estas estructuras estéticas no se estén consumiendo en todo como en la televisión. La forma en que rechazamos nuestro cuerpo tiene que ver con el canon de belleza hegemónico blanco y me queda claro que no podemos estar exentos sin todas estas representaciones.

 

¿Cómo se construye y cómo se reinventa la identidad a partir del autorretrato en tu obra?

Para mí ha sido una herramienta de autoconocimiento y de poder procesar un montón de temas que puedo llevar a mi terreno. Es un espacio de entendimiento de muchas experiencias y también de autoafirmación. Si vemos la historia del autorretrato femenino, encontramos que hay una necesidad de afirmarse en el contexto que continuamente nos niegan, nos moldea y nos somete, que es muy fuerte. De Clara Peeters, una de las pintoras que iniciaron el bodegón en los Países Bajos, sólo existe su fe de bautismo y su fecha de muerte, ella dejó numerosos bodegones donde su imagen se refleja en los cacharros, en las porcelanas, en los enseres de la cocina, grabó su nombre en un cuchillo y no hay un retrato de ella. Sus bodegones han servido para identificar una especie de peces que estaban en su ciudad a tal fecha, o han servido para analizar las rutas de mercancía de aquello que se consumía en su tiempo por los mismos frutos o cereales que ella pintaba. Está esta información, pero cómo te explicas que una mujer no exista históricamente, que no haya un retrato de ella, sino que apenas tengamos el reflejo que dejó en estos bodegones.

 

¿Qué otras artistas han insistido en su propia imagen…?

Es el caso de Frida Kahlo, de Paula Modersohn-Becker donde hay una obstinación y donde se puede ver que ellas siempre son diferentes en cada cuadro y que también hay una imperiosa necesidad de negar la univocidad del ser mujer a través de que yo soy una misma y no soy una misma, no siempre es así. Cada día soy otra. Y es festejar, regodearse en esto que siempre se nos sanciona por ser cíclicas, por tener cambios de humor, es decir, todo aquello que se nos espeta y se nos recrimina, al ver estos bodegones te das cuenta que hay una celebración por ser otra cada día, a decir “yo no soy la misma, yo rechazo esa univocidad en mi propia identidad”. ¿Por qué seguir expresándonos de la mujer como un ser único? La mujer en singular, la mujer como modelo es un ideal, es algo inexistente.

 

Me parece maravilloso lo que dices. Nunca me había detenido en el autorretrato de una mujer como si fuera una autoafirmación de muchas. ¿Por qué surge en nosotras esta necesidad de autoafirmarnos y de saber quiénes somos en nuestra pluralidad?

Porque no estamos en la historia, porque no estamos representadas aún de manera equitativa en los parlamentos, no estamos en los puestos de poder, no estamos en los museos, nuestra mirada y nuestra visión de mundo aún está muy ausente de ese orden simbólico que estructura las realidades desde el patriarcado. Entonces, en el contexto como el de mi país donde hay tantas realidades para ser mujeres, apenas se empieza a ver la necesidad de nosotras mismas por manifestar toda esta variedad y a no hablar por la otra, que ese es un poco el riesgo o el error de los feminismos, como también está en que el discurso blanco prime en estos planteamientos, cuando ya no nos identificamos, cuando es occidente quien tiene la primera palabra.

 

Y no se permiten otras formas de discurso y de contemplar la vida; por ejemplo el feminismo negro, el feminismo lésbico o el ecofeminismo, sino que prima u oprime siempre la mirada de occidente.

Yo políticamente me posiciono desde la interseccionalidad, no podría ser de otra manera. Cada vez siento esa necesidad. A mí la maternidad me dio esa urgencia de reflexionar a profundidad todo esto que estaba allí y de posicionarme, de tener mayor participación. Cuando era más joven, que estaba así en la fiesta y no tenía esa necesidad apremiante de conflictuar y entender mi realidad como la veo ahora; me sorprende en mis alumnas universitarias la madurez que tienen en ese sentido con muchos conflictos por reflexionar, pues también es algo duro con qué lidiar. Yo lo comparo con mi proceso y ellas están muy conscientes desde un momento en el que son muy jóvenes. Y bueno, los movimientos ahora han sido muy visibles, yo no recuerdo este movimiento en mi universidad, pero ahora tienen mucha fuerza por ejemplo en Argentina con la ola verde.

 

El 21 de febrero en Colombia despenalizaron el aborto. En Latinoamérica comienza a despertarse un reconocimiento del cuerpo de la mujer.

El tema del aborto ha puesto a discusión esta crisis de autonomía donde obviamente la belleza está vinculada. Es una de las fortalezas patriarcales que debemos derribar, esta batalla de nuestros cuerpos que se está dando y que tiene un camino largo con toda esta elaboración de las estéticas. Y lo que sucede actualmente con las cirugías, ese ideal de corporalidad que no existía hace 20 o 15 años, los filtros y la necesidad de diferenciarnos. Con las redes se masifica la identidad y se diluye por una estética homogeneizada, por las dinámicas de las redes sociales como un fenómeno que se está dando super rápido y donde no hay tiempo de reflexionar. Creo que ahí hay un tema largo y una lucha por esa autonomía, por superar el canon.

 

Hay un fenómeno que sucede en la literatura, y lo pongo de ejemplo porque es mi campo de trabajo, y es que hay una discusión: ¿escribimos como mujeres o hay una escritura femenina? Voy con esto a preguntarte si hay una pintura hecha por mujer o hay una pintura femenina. Siento que estas separaciones en géneros del quehacer encasillan en una etiqueta determinante de “lo femenino” como aquello que está creado por mujeres y no hay más discusión.

Están estos estigmas del pasado de la escritura por género; por ejemplo, yo busco información sobre alguna pintora y en las fichas, en las reseñas de las exposiciones en los museos actuales dicen que se dedicaban a temas doméstico. Era una pintura de señoras, porque pinta bodegones, porque pinta lo doméstico. ¡Como si ello fueran temas menores! Las mujeres hacen florecitas, manzanas y a lo más pintan a su familia, ¿no? Esta crueldad niega el espacio público históricamente; por ejemplo, en la formación de las academias y en la exposición del trabajo. Cuando a las mujeres se les permitió pintar, se nos tenían negados ciertos temas, no podíamos acceder al tratamiento del cuerpo, no existe una historia del arte erótico hecho por mujeres, ni siquiera una representación erotizada del cuerpo masculino por parte de las mujeres, las que hay son visiones homoeróticas y es la mirada de los hombres sobre los hombres. Y a las pocas mujeres que lograron ser visibles se les pone esta etiqueta de pintura doméstica con un desdén por los temas que pudieran ser tan complejos como la maternidad, el aborto o la identidad de las mujeres.

 

¿Existía algo llamado pintura feminista?

Es muy curioso, cuando comencé a interesarme en el feminismo quería saber de pintoras feministas, pero no existía la combinación de feminismo y pintura, porque si es pintura no puede ser feminista ya que la pintura siempre ha sido una disciplina hegemónica. Las mujeres en el 70, cuando inicia lo que hoy se denomina pintura feminista, no tenían formación ni material, no tenían más que sus cuerpos y con eso hicieron arte, con eso se arrojaron a hacer un planteamiento que se alejaba del planteamiento hegemónico del arte. Y ahí se invisibilizo a las artistas que tenían interflexiones en el arte, que sus intereses eran su lenguaje, pero que no eran aceptadas en la pintura, entonces ahí hay todavía un conflicto donde sólo puede ser feminista lo que es performativo, lo que sólo es objetual.

 

¿Y ahora cómo es?

Nos siguen condenando. Ah, ¿quieres ser feminista? Pues no pintes, no hagas autorretratos, no expongas en los museos porque los museos son patriarcales, no ofrezcas en el mercado porque es capitalista, que lo hagamos sin el mercado, sin la posibilidad de una subsistencia, que ya es difícil en las artes. Entonces está esta trampa de: “repliégate, sé marginal, no quieras tener una voz crítica a la periferia, déjanos aquí el mercado, la silla cómodamente y ahí nos entendemos”. Hay que reflexionar mucho en el contenido de estas etiquetas porque al mismo tiempo yo he visto en muchas convocatorias ahora que se trata de promover la equidad con muchos proyectos u obras que se enuncian como feministas, pero que no lo son en el contenido, sino que están hechas a modo oportunista para poder realizarse, ya luego en el desarrollo no hay nada de profundidad ni de exploración feminista.

 

¿Crees que hay características de lo feminista en el arte donde tú indagas y exploras?

No hay características de lo feminista en el arte, creo que puede haber obras que no se autodenomina como tal, lo que sucede con las artistas del pasado, que obviamente no se auto adscribieron, pero que tiene elementos en el interés de las agendas feministas como la autorrepresentación, la maternidad, el aborto, y que han sido planteados de una manera en donde han causado una ruptura en su momento y que se pueden leer desde el feminismo. Hay que tener mucha coherencia, porque ahora hay un montón de obras que se autodenominan y que en el contenido se quedan carentes.

 

Por favor, ¿podrías ampliar esa idea? Me parece clave en el terreno de la crítica del arte.

Yo me posiciono y me denomino feminista en los espacios que ocupo, pero por otro lado tengo cuidad de no adscribir mi obra porque yo digo que así es. Espero que sea leída como tal, no porque yo lo digo. Hasta cuando mi obra es rechazada, se legitima en el rechazo, cuando se mandan mensajes de odio por alguna pieza. Significa que la obra interpela y que es leída como tal. No todas las piezas tienen el mismo peso o la misma incidencia sobre el espectador, eso no lo podemos manejar los artistas. La obra debe hablar por sí misma y que mueva lo que tenga que mover.

 

Claro, también depende de las experiencias de vida, de la interpretación, del contexto y de la intimidad de quien mira la obra. Tu trabajo me ha impactado de una manera en que me ha cuestionado sobre qué sería lo bello y qué sería lo bello en medio de la «violencia simbólica», cómo se reconoce el cuerpo a sí mismo fuera de sus máscaras.

Una cosa es saber cómo se ha impuesto el estereotipo de belleza, entender todos los procesos, otra cosa es decidir qué asumimos como parte de nuestra identidad, es tener claros nuestros derechos y la autonomía de elegir qué queremos hacer con nuestros cuerpos.

 

 

Te agradecemos la palabra iluminadora y el poder ilustrar nuestra revista con tus pinturas, e invitamos a nuestros lectores y lectoras a que disfruten el recorrido por las tierras de Abisinia contemplando estos animales fantásticos junto a tu voz.

Quien quiera adquirir alguna de las obras puede contactarse con la artista a través de sus redes sociales:

 

La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de una fotografía
de la artista mexicana © Ninfa Torres

 

año 2 ǀ núm. 10 ǀ marzo – abril 2022
Etiquetas: , , , , , , , , , , , , , , , , , Last modified: marzo 27, 2022

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