Juan José Rodinás
Este dossier lo creamos para ir a la caza de joyas de la literatura y para rendirle un pequeño homenaje al lector de poesía. Le preguntamos al poeta Juan José Rodinás «¿Cuáles son tus tres poemas ecuatorianos esenciales desde tu experiencia como lector y desde tu sensibilidad como creador?». Y esta fue su respuesta:
Juan José Rodinás nació en Ambato, Ecuador, en 1979. Estudió literatura y periodismo en Quito e hizo cursos de traducción en Madrid. Obtuvo un doctorado en Estudios Hispánicos en The University of Leeds con una investigación sobre poesía uruguaya y ecuatoriana. Ha publicado Los rastros (2006), Viaje a la mansedumbre (2009), Barrido de campo (2010), Código de barras (2011), Cromosoma (2010, 2011), Estereozen (2012, 2015), Anhedonia (2013), Kurdistán (2017), Cuaderno de Yorkshire (2018), Un hombre lento (2019) Yaraví para cantar bajo los cielos del norte (2019, 2020). Ha obtenido numerosos premios, entre los que destacamos, el Premio Casa de las Américas 2019. Como traductor publicó el libro Una cosa natural. Veintinueve poetas norteamericanos.
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La poesía ecuatoriana, de algún modo, es un «agujero de gusano». Sabemos que existe en algún lugar del universo, pero, en la mayoría de los casos, se la pasa por alto o se habla sobre ella solo en circunstancias excepcionales. Sin embargo, si te le acercas lo suficiente, te puede sorprender y atrapar. Para este proyecto, pensé en decenas de poemas hermosos antes de incluir específicamente los que he «antologado» aquí. Quiero señalar especialmente en: «Aritmética» de David Ledesma, «Último regreso a Edén» de Sonia Manzano, «La Ofrenda del cerezo» de Iván Carvajal», «breve» de Kelver Ax, «Guayaquil» de María Balladares y «Contemplación» de Gabriela Vargas Aguirre.
Ahora bien, por un ejercicio de fidelidad espiritual, pensé en primer lugar en un texto puntual correspondiente a la obra del cuencano César Dávila Andrade (1918-1967). Su trabajo, comentado por poetas y críticos como Guillermo Sucre o David Huerta, podría representar el núcleo espiritual más alto de toda una poesía órfica, telúrica, chamánica que se ha escrito en Ecuador antes y después de su compleja existencia. Aunque Dávila tiene momentos estéticos diversos, ampliamente señalados por la crítica académica, su libro «Espacio, me has vencido» me parece el que mejor sintetiza sus preocupaciones sobrenaturales y alquímicas con una musicalidad, un aliento lírico y un gesto introspectivo singularísimos. De ese poemario, el texto que mejor expresa esa tensión es, me parece, justamente el que lleva ese nombre. En momentos de profunda tristeza, he recordado este texto con felicidad, sorpresa, calidez y revelación.
César Dávila Andrade
Espacio me has vencido
Espacio, me has vencido. Ya sufro tu distancia.
Tu cercanía pesa sobre mi corazón.
Me abres el vago cofre de los astros perdidos
y hallo en ellos el nombre de todo lo que amé.
Espacio, me has vencido. Tus torrentes oscuros
brillan al ser abiertos por la profundidad,
y mientras se desfloran tus capas ilusorias
conozco que estás hecho de futuro sin fin.
Amo tu infinita soledad simultánea,
tu presencia invisible que huye su propio límite,
tu memoria en esferas de gaseosa constancia,
tu vacío colmado por la ausencia de Dios.
Ahora voy hacia ti, sin mi cadáver.
Llevo mi origen de profunda altura
bajo el que, extraño, padeció mi cuerpo.
Dejo en el fondo de los bellos días
mis sienes con sus rosas de delirio,
mi lengua de escorpiones sumergidos,
mis ojos hechos para ver la nada.
Dejo la puerta en que vivió mi ausencia,
mi voz perdida en un abril de estrellas
y una hoja de amor, sobre mi mesa.
Espacio, me has vencido. Muero en tu eterna vida.
En ti mato mi alma para vivir en todos.
Olvidaré la prisa en tu veloz firmeza
y el olvido, en tu abismo que unifica las cosas.
Adiós claras estatuas de blancos ojos tristes.
Navíos en que el cielo, su alto azul infinito
volcaba dulcemente como sobre azucenas.
Adiós canción antigua en la aldea de junio,
tardes en las que todos, con los ojos cerrados
viajaban silenciosos hacia un país de incienso.
Adiós, Luis Van Beethoven, pecho despedazado
por las anclas del fuego de la música eterna.
Muchachas, las mi amigas. Muchachas extranjeras.
Dulces niñas de Francia. Tiernas mujeres de ámbar.
Os dejo. La distancia me entreabre sus cristales.
Desde el fondo de mi alma me llama una carreta
que baja hasta la sombra de mi memoria en calma.
Allí quedará ella con sus frutos extraños
para que un niño ciego pueda encontrar mis pasos…
Espacio, me has vencido. Muero en tu inmensa vida.
En ti muere mi canto, para que en todos cante.
Espacio, me has vencido…
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b. Casi en las antípodas del poema de Dávila Andrade, Roy Sigüenza (1959) ha escrito una poesía cercana, dialógica, afectiva. De algún modo, la brevedad de su obra parece inversamente proporcional a su calidad estética de la misma: menos es más pareciera ser la premisa espiritual de este autor (en un caso análogo al del catalán Jaime Gil de Biedma). Desde una aleación de tradiciones estéticas disímiles (expresionismo, poesía de la experiencia, surrealismo) y, sobre todo, bajo un sentido de la concisión muy suyo, Sigüenza nos interpreta un blues lacónico, delirante y espléndido:
Roy Sigüenza
Piratería
Iré qué importa
Caballo sea la noche.
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c. La poesía humorística en Ecuador ha tenido cultores ocasionales. O irregulares. O que abandonaron la poesía después de un par de libros, a veces muy valiosos. Tal es el caso de Francisco Torres Dávila (1958). El poema seleccionado y la mayoría de los que integran su brevísima obra -compuesta solamente de Agujero y víspera (1981) y El alka seltzer se volvió esotérico (1987)- se mueven en un espacio donde la frivolidad y la inteligencia se impregnan y gozan desautorizándose mutuamente. Una poesía gozosa, donde la adolescencia, la estética kitch y el absurdo parecen impregnar no solo la literatura, sino la vida.
Francisco Torres Dávila
En el jardín de los geranios
……………………………………………….a mis padres
el abuelo
no tiene un lugar preciso en mis poemas
constantemente
va de un sitio a otro
a veces lo dejo en una escena histórica
o lo pongo a construir un columpio
en el corazón de una hormiga
pero al rato
lo encuentro liderando algún movimiento
en cierta ocasión
lo ubiqué en un poema hermético
del cual se salió
aduciendo que era una falta de respeto
merecidamente él debería entrar en un verso
que hablara del tranvía y la cebolla
como antecedentes de la época liberal
siempre trato de colocarlo
en una zona climática del poema
donde no exista peligro para sus años
sin embargo
en un texto casi lo sepulta un alud de nieve
lo que motivó su alejamiento de la literatura
superado el disgusto
lo hice participar en una poesía
sobre el cine mudo y sus consecuencias
en el universo gastronómico de los paralíticos
pero el abuelo
como buen amante de los deportes
se aburrió
apareciendo luego en un poema romántico
donde fue imposible evitar que tuviera un hijo
además
en medio de cualquier texto
no es extraño
que el abuelo conecte la radiola
y escuche un tango de Gardel
cada día es más complicado
escribir un poema
en el cual se sienta a sus anchas
y no se fatigue
por ello hemos decidido mudarnos
al estómago de la ballena ordal
que de tarde en tarde
aparece en el jardín de los geranios.
La composición que ilustra este post fue realizada a partir de una ilustración del artista Eduardo Kingman