Yanet Vargas Muñoz
El poeta cubano Alberto Rodríguez Tosca, su amigo y maestro, es el primer responsable de la publicación de «Las voces de la tierra» de Yanet Vargas Muñoz, porque fue él quien leyó con entusiasmo una noche frente al grupo de poetas de Anábasis un poema de ella. La acompañó y la animó en secreto a entregarse a la poesía. Y, Yanet Vargas, sin creerse esa vanidad de «ser poeta», fue labrando durante siete años su vida, sus miedos y su memoria. Bienvenidos a estos versos publicados por Abisinia Editorial en la colección de poesía Concierto Animal, Homenaje a Blanca Varela.
Instrucciones para escribir
………………………..…A Alberto Rodríguez Tosca,
…………………………..en agradecimiento.
Primero busca en las páginas roídas de tu historia,
entra al bosque de los árboles caídos. Uno tras otro,
solo leña, hojarasca, pisa y apenas traquearán
los pedazos quebradizos. Rayos, líneas de luz,
traspasarán el hermoso traje blanco
hecho de harapos.
En medio de los troncos secos por caer busca,
entre figuras fantasmales, a aquel amante aburrido
que te amó, u a otro quizás, o quizás a todos y a ninguno.
Pero hay que escribir un poema de amor. Siéntate
en aquella roca amada, entonces descubrirás
que la tinta se niega a intimar con el papel, se desliza
sobre la página en blanco y cae en una tierra sin tierra
con la que prefiere fundirse.
Ante la rebelión del bolígrafo, serán solo la tinta
y esa tierra las que hoy escriban
un poema de amor.
Maloka de la sabana
…………………………..[Bo]
Contigo se rompe la llanura. En las noches cruza el hielo
de tus muertos entre las altas columnas de antiguos árboles,
mientras lunas en tu techo te acarician, yuca brava hecha
casabe. Hueles a largas tertulias de leyendas de otras
lenguas de otros siglos.
Bajo tu sombra cantos lánguidos de mujeres reclaman
la vida de muchos de tus hombres. Ellos espantan en
la noche, a otros tantos los extrañas, no están, salieron a
tierras que ahora escuchan tu silencio.
De tus mil cabellos brota sangre de tierras perdidas,
lluvia de desesperanza, casa grande. Transcurres sin
tiempo ni espacio.
Como trueno, como flauta se escucha tu voz. Estás
cansada y me abrigas, sueñas que eres palma, moriche que
azota el viento.
Retrato de un hombre callado
Con cigarrillo en mano avanza lento, su rostro está quemado
por tantos días al rayo del sol y a la intemperie de la
noche. Cada paso es un compañero que ya no está, cada
mirada al cielo es la palma del reencuentro. Ellos ya no
tendrán que esconderse aferrados a un hierro que no les
salvó la vida. El hombre callado suspira y recuerda las
bromas y las carcajadas.
El hombre callado camina flaco y pensativo porque
le quedaron pocos amigos. Se terminó la aventura en el
campo abierto, el juego inútil de las escondidas en los muros
de la ciudad, la espera del verdugo en las celdas.
El silencio del hombre callado se nos pegó a la camisa,
nos amordazó como una enredadera la boca, terminó inundándonos
con sus lágrimas duras, alejándonos en una isla.
Muchos amores se cansaron de esperar al hombre callado,
como se quedaron esperando los títulos sin terminar.
Él lo piensa, mas no lo dice: «Nos quedamos en el sendero
sin camino». Solo un andar pausado a ninguna parte.
Aquel hermano guarda en su piel morena las palabras
y los gritos del cuándo y del cómo.
En su boca se dibuja una hermosa casa de campo.
Celebración del miedo
Tengo que salvar al hermano allí de pie sobre el patio frío
de baldosas de colores. Dentro de un sifón grande descargamos
pedazos de papel rasgado. Éramos los niños que
en la guerra dejaron de serlo prematuramente. La infancia
se esfumó como humo de cigarrillo, tabaco que se quemó
sin tregua.
Caen y caen pedazos de hojas, no se puede dejar
nada que comprometa, vuelan los trozos como plumas
de ave a la que se le ha dado un tiro certero. Se aleja la
serenidad de la noche.
Las luces se deben apagar, pronto llegarán, subirán
por los techos como arañas. No habrá consideración con
las manos del niño, con el rostro de la mujer. Se enciende
el corazón. A cada leve sonido se acelera el temblor del
cuerpo y la cabeza revienta.
No aparecieron, pero vienen todas las noches con
sus helicópteros a rodear nuestro huerto. Cada mes, cada
año, nunca llegaron, pero nunca se fueron.
El hambre
No estábamos en jaulas para la exhibición del público,
las rejas de la cama y de las ventanas nos cercaban;
por aquellos días, participábamos del ayuno de la humanidad.
Encontrábamos delicioso los granos de arroz, un pan
del día anterior, un trozo de panela.
Éramos cinco los pequeños hermanos
que ya entendíamos el tamaño del mundo.
Nos habíamos acostumbrado tanto al plato mudo
que nadie nos diría que algo extraño estaba sucediendo.
Había un manjar, sin embargo, que esperábamos todo el año:
regalo y celebración de nuestro nacimiento,
cuya ausencia recordaríamos después
en nuestros huesos quebradizos,
un solitario huevo bajo el sol de la familia.
Yanet Vargas Muñoz nació en Bogotá, Colombia, en 1961. Es poeta y docente. Estudió en el Colegio Jesuita Santa Catalina Laboure. Es Psicopedagoga de la Universidad Pedagógica Nacional y Magister de Estructuras y Procesos del Aprendizaje de la Universidad Externado de Colombia. Trabajó como voluntaria con comunidades campesinas e indígenas en riesgo y vulnerabilidad. Su relato El ave fénix fue incluido en una recopilación de historias de maestros organizada por la OEI y su poesía integra el libro Yo vengo a ofrecer mi poema. Antología de Resistencia (Bogotá – Buenos Aires, 2021). Fue integrante del Grupo Anábasis coordinado por el poeta cubano Alberto Rodríguez Tosca y participante de las clínicas literarias La otra figura del agua con el poeta Fredy Yezzed. Las voces de la tierra es su primer libro de poesía.
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de la obra:
«Blanco es un color que no pinta»
Lápiz sobre papel
90cms x 20 cms
2014
de © Amadeus Alessandro Longas.