Conversación con Gloria Susana Esquivel
Por Tawny Moreno Baloco
Un ejercicio de imaginación. Así describió la escritora Gloria Susana Esquivel su más reciente libro: ¡Dinamita! Mujeres rebeldes en la Colombia del siglo XX, publicado en octubre del año pasado por la editorial Lumen. En esta obra, Esquivel nos regala la posibilidad de conversar con catorce mujeres colombianas que, de una u otra forma, «fueron transgresoras en una sociedad que las quería y las necesitaba silenciosas y obedientes», como señala Florence Thomas en el «Prólogo» del libro.
En ¡Dinamita! Gloria Susana despliega una prosa envolvente y combativa, la cual nos permite viajar hasta las veredas de Socorro (Santander) y Mahates (Bolívar), hasta las costas del Chocó y del Atlántico, para conocer las historias de nuestras ancestras. Aquellas mujeres que, a golpe de machete, abrieron las trochas y los caminos que hoy nosotras recorremos. Las palabras de Esquivel se ven reforzadas por las ilustraciones de Powerpaola, quien logró dar una vida nueva a los rostros de estas catorce mujeres y trenzar un hermoso diálogo entre texto e imagen.
Hace unas semanas, conversé con Gloria Susana sobre este libro necesario y conmovedor, el cual, como escribió la filósofa Luciana Cadahia, «nos arroja al pasado para hacer florecer el futuro: un futuro escrito por nosotras». Que disfruten estas palabras cargadas de fuego y rebeldía.
Tawny Moreno Baloco: Quisiera comenzar preguntándote por el proceso de investigación y escritura que hizo posible este libro. Sé que en algunas entrevistas (e, incluso, en el «Epílogo» mismo) has contado que esta obra nació como idea de una de las editoras de Lumen, pero me gustaría que hablaras un poco más sobre el proceso de construcción del libro: por qué decidiste asumir el reto que te planteó Lumen, cómo fue el proceso de investigación y cuáles fueron los obstáculos a los que te enfrentaste (tanto en lo que respecta al trabajo con las fuentes como en lo relativo a tu propio proceso de escritura).
Gloria Susana Esquivel: Lo primero que pasó fue que Adriana Martínez, quien era mi editora en aquel momento, se me acercó diciendo que le gustaría publicar un libro sobre biografías de mujeres colombianas. Yo, muy intuitivamente, dije enseguida: «Sí, hagámoslo». Pero, por supuesto, ya desde esa primera idea comienzan a aparecer muchas preguntas y un montón de problemas metodológicos. Todas las listas son caprichosas. ¿Cómo decidir quiénes entran y quiénes salen? El primer criterio de selección que adoptamos fue el siguiente: los textos serían sobre mujeres que ya hubieran muerto. Para mí era importante establecer algunas reglas, porque es muy fácil caer en polémicas irresolubles sobre la inclusión o exclusión de algunos nombres. Y este primer criterio fue clave, pues creo que es muy complejo y delicado hablar de alguien que aún está vivo y pretender realizar cierta reconstrucción de su historia. Aunque confieso que la primera pieza que escribí, una especie de «muestra» para los directivos de Random House, fue sobre la artista Beatriz González, la única mujer del libro que aún está viva. Ahí nos saltamos un poco nuestra propia norma.
…..Cuando comencé a escribir la pieza sobre Beatriz González, me di cuenta de que mucha de la información que estaba utilizando se podía encontrar en Wikipedia. Y me pregunté: «¿Para qué voy a escribir unos perfiles que, prácticamente, ya están en Wikipedia? Nadie va a leerlos, ni siquiera yo». Entonces sentí que necesitaba reorganizar la información y darle al texto un twist que lo hiciera distinto y llamativo. El análisis de sus biografías desde una perspectiva feminista era el elemento que yo podía agregar, al igual que las preguntas que me iban surgiendo a medida que aprendía más sobre estas mujeres y sus historias. Creo que al final logré tejer, en cada una de las narraciones, una conversación entre ellas y yo.
…..Por ejemplo, una de las cosas que más me interesó sobre Beatriz González fue su forma de comprender el arte como una práctica necesariamente política. Desde el principio de su carrera, ella ha hecho un «arte político»: interpela en sus obras la realidad nacional y cuestiona la historia cultural colombiana. Ahora, si bien ella no es una mujer que se autodenomine «feminista», siento que su crítica política tiene aristas que pueden ser fácilmente leídas en clave feminista. Mientras muchos de sus colegas hombres se afanaban haciendo «arte abstracto», ella trabajaba con la caricatura. En mi opinión, la obra de Beatriz González evidencia que su mirada estaba puesta en las injusticias sociales y en los debates políticos del país. Y eso me resultaba fundamental para comprender su historia de vida y su trayectoria como artista.
…..Escribiendo ese primer perfil entendí mejor qué era lo que yo quería y podía hacer: abordar la vida de mujeres colombianas que, en su obra y en su pensamiento, se acercaron a las agendas políticas que a mí me interesan. No quería, por ejemplo, hacer un libro de «primeras mujeres» y escribir sobre la vida de Marta Lucía Ramírez. Después de llegar a esa conclusión, comencé a buscar información sobre mujeres colombianas que hubieran manifestado públicamente algún interés en los movimientos de izquierda, las políticas de redistribución social o las agendas feministas.
…..En el proceso de investigación se impuso un criterio más: consideraba necesario que existiera suficiente información histórica o documental sobre la vida de las mujeres escogidas, pues yo no quería entrar en el terreno especulativo. Por ejemplo, deseaba escribir un perfil sobre la sindicalista Betsabé Espinal, pero los pocos documentos que encontré sobre ella no me iban a permitir escribir un texto de al menos ocho páginas. Finalmente decidí mencionarla en la pieza sobre María Cano.
…..Ahora, digo que para mí era importante utilizar solo fuentes documentales, como columnas de prensa u obras y textos escritos por ellas mismas, porque muchas veces al conversar con los amigos y familiares se pone un énfasis excesivo en la vida íntima y en la exaltación de la persona en su faceta privada. Y no era eso lo que me interesaba. Aunque, curiosamente, muchas de las biografías que leí (pienso ahora en las biografías que existen sobre María Cano y Esmeralda Arboleda), si bien eran documentos robustos en términos históricos, siempre parecían hacer un fuerte énfasis en el rol de madre, esposa y ama de casa que estas mujeres también jugaron. Algo como: «sí, fue la primera congresista del país… ¡pero ella no descuidó el hogar, ella era una buena madre!».
…..También entendí que lo que deseaba era sentarme a conversar con ellas: escucharlas y que ellas me escucharan a mí, pues en su momento ellas se plantearon preguntas que son muy similares a las que yo me hago hoy. Me sorprendió saber, por ejemplo, que ya en los años cuarenta Esmeralda Arboleda estaba abogando de manera pública por el aborto libre en Colombia y por condiciones laborales justas para las trabajadoras domésticas. Estos son asuntos por los que las feministas seguimos luchando en el siglo XXI. Digamos que, de alguna manera, yo quería hacer converger y poner a dialogar nuestros tiempos y contextos. Así que estas piezas no poseen el rigor ni la «objetividad» de un trabajo histórico o periodístico: son, más bien, ensayos personales, textos híbridos.
En el «Epílogo» de Dinamita hay unos fragmentos bellísimos en los que afirmas que los textos que componen este libro son, ante todo, «ejercicios de imaginación». Mencionas ahora que no te interesaba entrar en el terreno «especulativo» o en las aguas de la «ficción». Y yo recuerdo que, durante la conversación que sostuviste con Sara Malagón en el lanzamiento de Dinamita, afirmaste algo que me llamó mucho la atención: dijiste allí que esta obra no encajaba dentro de las comprensiones ortodoxas del género de la «no-ficción» (non-fiction). A propósito de todo esto, quisiera preguntarte: ¿cómo entiende Gloria Susana Esquivel la disciplina o la categoría de la «no-ficción»? Y, ¿de qué manera crees que Dinamita se posiciona (o no) dentro de ella?
La «no-ficción» es uno de los géneros que más me interesan. Leo mucha «no-ficción» y suelo hacerme bastantes preguntas a partir de esas lecturas. Siento que es un terreno muy plástico y flexible. Pienso, por ejemplo, en Svetlana Alexiévich. En Voces de Chernóbil ella se permitió construir un libro que recreaba, en primera persona, testimonios y voces muy diferentes, y además usó el «Prólogo» de la obra para hacerse una especie de «auto-entrevista». Pienso también en Emmanuel Carrère, un escritor que me gusta mucho y que siempre está jugando con las fronteras porosas entre la «ficción» y la «no-ficción»; sus obras suelen ser híbridas, fragmentarias, y subvierten las convenciones de lo que significa hacer una novela en el sentido ortodoxo del término. Me parece que la «no-ficción» es una suerte de abanico gigante en el que entra todo lo que se queda por fuera de las comprensiones tradicionales de la «ficción»: aquí hay lugar para la vida y la muerte.
…..Ahora, yo imagino que un texto más «ortodoxo» consistiría en una reconstrucción cronológica de la historia de cada una de estas mujeres. Pero, como te contaba, ese tipo de biografías ya existen. Por otro lado, la anhelada «neutralidad» de la que se habla en el ejercicio periodístico es algo que no está presente en Dinamita: esta obra es casi panfletaria, y en ningún momento me esforcé en «ocultar» mis filiaciones políticas. De hecho, es evidente que mi forma de articular las narraciones busca denunciar que en Colombia el conservadurismo ha censurado a las mujeres que demuestran agencia y que buscan implementar políticas sociales de corte progresista. Esto ha sucedido recientemente con figuras como Ingrid Betancourt o Piedad Córdoba, a quienes la opinión pública parece odiar de manera irracional.
…..El proceso de investigación que llevé a cabo para escribir Dinamita me permitió aprender sobre la historia de Colombia, pues confieso que los conocimientos que tenía antes de la investigación eran muy pobres. Creo que esos aprendizajes me ayudaron a vislumbrar el nivel de complejidad y la increíble cantidad de fuerzas y actores que han moldeado nuestra historia económica y social, y afirmarme de alguna manera en mis convicciones políticas. La historia de mujeres como Débora Arango (quien fue borrada de la historia del arte colombiano durante los años setenta, pues a Marta Traba no le parecía que Débora hiciera un arte «verdaderamente moderno»), o Clemencia Lucena, sembraron en mí la necesidad de hacer visible y evidente mi «lugar de enunciación» y mis posiciones. Y quizás allí radica la heterodoxia de esta obra: Dinamita es un libro claramente combativo.
Hablemos ahora sobre la rebeldía. El libro se titula ¡Dinamita! Mujeres rebeldes en la Colombia del siglo XX. Y en el perfil sobre Helena Araújo la noción de rebeldía aparece como una pregunta abierta, constante. Así que me gustaría preguntarte: Gloria, ¿de qué hablamos cuando hablamos de rebeldía en el caso de las mujeres?
Es evidente que el proyecto de modernidad occidental trazó unas divisiones sumamente rígidas entre los cuerpos, y construyó un ideal de «mujer» cuyo rol debía circunscribirse de manera exclusiva a las tareas del cuidado. Como ha señalado Sara Ahmed, las narrativas del amor romántico y heteronormado implantaron la idea de que las mujeres debíamos aspirar al confinamiento doméstico, y que solo a través del matrimonio y de la maternidad podríamos encontrar bienestar y «felicidad». Transgredir este mandato tenía un precio muy alto, y muchas de las mujeres que aparecen en el libro tuvieron que pagarlo (Helena Araújo, por ejemplo, fue encerrada en un manicomio cuando manifestó su voluntad de divorciarse de un esposo que la maltrataba). En ese sentido, la rebeldía en las mujeres muchas veces consiste en el mero hecho de «manifestar abiertamente una vocación y querer ejercerla». Además, cuando una decide ser artista asume un doble ejercicio de rebeldía: por un lado, frente al ideal heteronormativo (el cual impone la reproducción y la maternidad a toda costa) y, por otro, frente al sistema capitalista. Pues sabemos que el lugar del artista en el capitalismo no suele ser el de una persona con grandes capacidades adquisitivas, a menos que una entre a jugar el juego del arte como mercancía, pero diría que ese no era el caso de ninguna de estas mujeres.
…..Convertirse en una figura pública es otra decisión sumamente costosa para las mujeres, como puede observarse en las historias de Ofelia Uribe de Acosta o de la misma Esmeralda Arboleda. Es decir, el precio de la rebeldía no solo se juega en el arte: lo observamos también en la política y en la academia. Hablar con voz propia, hablar en voz alta, expresarse fuerte y contundentemente, asumir estilos y convicciones marcadas: todo esto resultaba indeseable y hasta monstruoso. El patriarcado hará lo posible para volver a ponerte en «tu lugar». Y, sin embargo, estas mujeres lograron publicar libros, componer canciones que serían bailadas en el Carnaval de Barranquilla, tener un programa radial llamado La hora feminista y construir esculturas vanguardistas a partir de la chatarra. A mí todo eso me resulta sumamente inspirador. En un libro titulado La loca del desván, Sandra Gilbert y Susan Gubar afirman que las mujeres siempre estamos buscando a nuestras antecesoras. Y no para «matar al padre», como dirían algunos freudianos, sino para descubrir espejos, hacernos un linaje y saber que es posible tomar otros caminos. Como le sucedió a Elisa Mújica con Soledad Acosta de Samper, por ejemplo.
…..En el caso de los hombres la rebeldía ha sido glorificada. Basta pensar en el estereotipo del rockero o del motociclista que viste chaqueta de cuero. Estas imágenes son, incluso, aspiracionales. Pero nadie quiere ser «la solterona» ni la mujer incómoda e imprudente que siempre pone sobre la mesa los debates sobre ecologismo y critica las estructuras clasistas y racistas. Yo pienso que la rebeldía en las mujeres se manifiesta de maneras mucho más sutiles y menos «espectaculares», pero precisamente por ello la rebeldía femenina termina siendo un cuestionamiento profundo y radical, una búsqueda de libertad. Aunque, por supuesto, una podría plantear preguntas como: ¿cuáles son las mujeres que pueden ser rebeldes? ¿para quiénes resulta menos costosa la rebeldía?
Me gustaría que pensáramos juntas otra posible arista de la noción de rebeldía. Uno de los ensayos de Helena Araújo que más citas en el libro se titula Escritura femenina, y en él podemos observar que para esta autora toda «escritura femenina» es expresión «insurrecta», discurso subversivo, creador de un lenguaje «nuevo». Por supuesto, Araújo utiliza la categoría de «lo femenino» para proponer una estética que busca liberar la palabra de ciertas convenciones patriarcales.
…..En la pieza sobre Débora Arango, por otra parte, nos cuenta que desde muy joven la pintora afirmó que no le interesaba realizar una obra que se limitara a la «inerte exactitud de la escuela clásica», pues este tipo de arte no satisfacía su «temperamento».
…..Teniendo en mente las palabras de Arango y Araújo, quisiera preguntarte por las posibles relaciones entre la transgresión de los cánones artísticos y algunas estéticas «femeninas» (entendiendo «lo femenino» en el sentido antes mencionado). O, para plantearlo de manera más concreta: ¿crees tú que existe un arte o una escritura «femenina»? Y, por otro lado, ¿consideras que tales estéticas «femeninas» son necesariamente disruptivas, rebeldes?
En principio diría que sí, pero creo que a mí me gusta más pensarlo desde las críticas al concepto de «lo universal». Hoy sabemos que los sujetos «universales» son en realidad muy pocos: los hombres «blancos», europeos y heterosexuales son una minoría en la población mundial. Recuerdo ahora una anécdota que contó alguna vez el escritor James Baldwin, quien era gay y afroamericano. Él afirmó que en determinado momento de su vida tuvo una «revelación»: cuando era niño y veía las típicas películas americanas sobre vaqueros e «indios», él siempre deseaba que los vaqueros ganaran, pero a medida que fue creciendo entendió que él era «el indio», y eso cambió su perspectiva del mundo. Yo pienso que los relatos hegemónicos están hechos para hacernos creer que todos somos «lo universal» y que debemos despreciar «lo Otro», pero con el tiempo nos damos cuenta (a veces a las patadas) de que somos esos otros.
…..Lo que se ha denominado arte o literatura «universal» es un constructo creado por los sujetos que, históricamente, han ocupado las posiciones de mayor poder. Esta dicotomía entre «lo universal» y «lo Otro» nos ha forzado a creer que los relatos, las narrativas y las historias de «los otros» (que en realidad somos la mayoría de la población: una población diversa y en conflicto constante) son siempre apéndices o curiosidades, desviaciones del discurso legítimo. Entonces, nuestras obras no son simplemente literatura: son literatura «femenina», literatura «afro», literatura «queer».
…..Ahora, volviendo un poco a tu pregunta por «lo femenino», yo tengo la siguiente teoría: como las mujeres siempre hemos tenido que crear en la sombra y en el silencio, por fuera de los reflectores, hemos gozado de cierta libertad para experimentar y explorar estéticas diferentes, extrañas, patas arriba. Por supuesto, eso no quiere decir que las razones por las que una mujer escribe de cierta manera tengan que ver con sus características genitales o «biológicas». Creo que se trata, en realidad, de ciertas circunstancias históricas, y de esa libertad que nos ha otorgado el anonimato. Pienso que las mujeres hemos tenido la posibilidad de contar historias sorprendentes porque nuestra mirada fue desplazada hacia los lugares que el arte hegemónico consideró «poco importantes».
…..Cuando los hombres escriben sobre mujeres, generalmente construyen imágenes arquetípicas de la mujer obediente, sumisa, frágil, delicada: el objeto deseado. Nosotras, en cambio, hemos sabido construir historias que dan cuenta de la complejidad de las mujeres, es decir, nos hemos sabido humanas. Se me viene ahora a la mente la saga napolitana de Elena Ferrante. Cuando uno lee esas obras, se ve inevitablemente reflejada en las protagonistas, pues sabe que en la amistad entre mujeres hay envidia, amor, odio y erotismo al mismo tiempo. Sin embargo, a la mayoría de escritores tradicionales no les interesan estos temas «menores», «femeninos».
…..En todo caso, creo que los interrogantes no se han agotado, y que debemos seguirnos preguntando: ¿quiénes construyen los cánones? ¿Por qué hemos pensado que la única forma correcta o legítima de expresión literaria es la que construyen las voces europeas? Por supuesto, muchas mujeres también han asumido proyectos de escritura ortodoxos y convencionales, pero creo que el haber estado fuera de las instituciones hegemónicas nos ha permitido crear de manera inusual, pues en principio nadie esperaba que diéramos a luz algo que no fuese un hijo. Podríamos tomar el caso de la escritora Elena Garro, quien fue durante un tiempo la compañera de Octavio Paz y también fue amiga de García Márquez. Precisamente, como ella no era «el gran poeta nacional» ni el «patriarca caribeño», como no tenía ese peso y esa presión sobre sí y sobre su obra, pudo dedicarse a escribir una novela experimental en la que los narradores son las piedras. Al estar fuera de los reflectores ella pudo desarrollar un arriesgado ejercicio de lucidez. Con esto no quiero decir que las mujeres (u otros cuerpos subordinados) no deban ser reconocidas. Lo que me interesa plantear es que quizás en el arte «no universal» se han podido construir obras de una libertad insospechada, justamente porque las estéticas y los temas que esos cuerpos «otros» han abordado no eran ni siquiera considerados «literarios».
Quiero preguntarte ahora por el cuerpo, el deseo y la sexualidad como elementos relacionados con la rebeldía que propone Dinamita. Después de leer las piezas sobre Débora Arango y Marvel Moreno sentí que, en buena medida, esa «peligrosidad» de la que habla Florence Thomas en el «Prólogo» del libro está atravesada por la intención de presentar el cuerpo femenino de manera cruda, descarnada y bizarra, lejos de los arquetipos de belleza y armonía del canon patriarcal. También es posible observarla, pienso, en el reconocimiento de la mujer como sujeto sexual y cuerpo deseante que autoras como Marvel Moreno defienden con fervor. ¿Cómo ves tú esa relación entre sexualidad y rebeldía en las obras e historias de estas catorce mujeres?
Creo que hasta ahora no he pensado con suficiente claridad sobre los hilos que se trenzan en esa relación. Así que trataré de esbozar aquí algunas intuiciones.
…..Todas las mujeres que aparecen en Dinamita retaron el mandato patriarcal que pretende despojar a los cuerpos femeninos de su agencia y su voluntad. Como mencioné antes: «manifestar abiertamente una vocación y querer ejercerla», allí está el deseo, allí hay un gran poder erótico y libidinal. Un reconocimiento de la propia condición de sujeto activo y hambriento. El catolicismo y el patriarcado construyeron la fantasía de la madre virgen, abnegada y sin deseo, pero mujeres como la escultora Feliza Bursztyn fueron capaces de romper las cadenas de una maternidad asfixiante. Feliza escogió una vida bohemia y se dedicó a hacer arte a partir de la chatarra. También está el caso de Elisa Mújica, una escritora que deliberadamente eligió su oficio por encima de la maternidad, a pesar de haber sido muy devota al pensamiento cristiano. En numerosas ocasiones, Mújica afirmó: «si yo me hubiera casado no hubiera escrito jamás». Considero que en ese tipo de aseveraciones es posible observar una gran consciencia de la propia autonomía y de la propia capacidad de desear y construir un futuro para sí.
…..Ahora, en lo que respecta a las obras, creo que Débora Arango es un caso emblemático. En sus cuadros resulta evidente que ella miraba el cuerpo femenino con deseo: sus obras son casi homoeróticas. Y la forma en que presenta los cuerpos de las mujeres se aleja muchísimo de la estética del desnudo perfecto y prístino que manejaban la mayoría de sus colegas hombres. Débora Arango pinta de manera guarra: en sus obras hay pelos, carnes desparramadas, cuerpos con nalgas y piernas voluminosas, adolescentes patiabiertas. Y, por supuesto, tampoco se trata de las mujeres que hoy día nos presenta el porno hecho por hombres. Débora trabaja con los colores de la carne en bruto, y a mí me parece que su pintura es una especie de statement, una apuesta por construir toda una estética a partir de la mirada lujuriosa y deseante de una mujer.
…..El caso de Marvel Moreno también es muy interesante. En sus cuentos los personajes femeninos encuentran en el placer y en el descubrimiento sexual caminos para la emancipación. Y esta no es una conclusión a la que una llegue después de haber leído quince papers sobre su obra. En Marvel la sexualidad está allí, en primer plano. La satisfacción y el placer sobre los que ella habla nunca aparecen en las narrativas tradicionales sobre el matrimonio heterosexual. En esos cuadros de «familias felices» nunca hay sexo, y si este aparece se entiende únicamente como medio para llegar a la reproducción. Cuestiones como el orgasmo femenino siguen siendo un tabú en numerosos círculos sociales.
Hablemos sobre Clemencia Lucena. Confieso que este fue el personaje de Dinamita que más me sorprendió. Me resultaba increíble que una mujer así hubiera existido en la Colombia del siglo pasado y que su nombre hubiera sido sepultado bajo el polvo. ¿Cómo fue para ti el proceso de conversación con el pensamiento y la obra de Lucena? ¿Qué preguntas te surgieron sobre la marcha?
Sí, yo también creo que Clemencia Lucena fue el personaje que más me impactó. Creo que desde entonces pienso en ella todos los días. Conocí a Clemencia Lucena gracias a unas amigas que están en el campo del arte y que me hablaron de la exposición Radical Women: Latin American Art (1960–1985), una curaduría que se presentó en el Hammer Museum de Los Ángeles y que estuvo a cargo de Cecilia Fajardo-Hill y Andrea Giunta. Allí se expuso la obra de más de 120 artistas latinoamericanas, entre las que se encontraban Feliza Bursztyn y Clemencia Lucena. Cuando comencé a investigar sobre su obra y sus escritos sobre crítica de arte, me di cuenta de que Lucena estaba agarrando mis prejuicios y estaba dándoles cinco vueltas. Siento que en el ensayo que escribí sobre ella lo que realmente me interesaba era explorar las relaciones problemáticas y las tensiones que existen entre las izquierdas latinoamericanas y los movimientos feministas. Todavía hoy ser una mujer que milita en la izquierda suele implicar que una se quede callada frente a los abusos de poder y las prácticas machistas de nuestros «compañeros». Es increíble que algunos movimientos que dicen abogar por la redistribución de la riqueza y de las tareas sigan replicando esquemas de jerarquía patriarcal, y sigan marginando la voz de las mujeres y sus demandas.
…..En las izquierdas latinoamericanas el machismo es rampante. Y la obra de Clemencia Lucena denuncia esta situación, a pesar de que en la mayoría de sus intervenciones públicas ella se mostró intransigente frente a cualquier crítica hacia los movimientos de izquierda. Para Lucena cualquier producción artística que no se vinculara directamente a la «revolución comunista» era, sin más, «basura burguesa». Por supuesto, su dogmatismo es muy problemático. Pero cuando uno observa obras como Huelga en Bogotá (1978), y se da cuenta de que a un lado del cuadro (en un segundo plano, detrás de los airosos hombres revolucionarios) ella pintó un grupo de mujeres lavando ollas y cocinando para los obreros, la crítica se torna evidente. Si ahí no hay una crítica no sé yo qué es lo que hay. Otra cosa que me impactó mucho sobre su historia es que sus mismos compañeros de partido la acusaban de no ser «lo suficientemente comunista» al haber recibido una formación artística en la Universidad de Los Andes.
…..Siento que yo tuve que enfrentarme al pensamiento de Clemencia Lucena con categorías prestadas, con esas ideas un poco ingenuas que uno recibe durante la formación académica y que dictaminan que el compromiso político explícito le resta valor a una obra de arte. Leerla me hizo reevaluar muchas de las cosas que yo pensaba antes sobre el «arte político». Por ejemplo, ella argumenta en sus ensayos críticos que la mayoría de las producciones artísticas que no se comprometen con ninguna posición ideológica suelen estar, en realidad, afiliadas al statu quo. Me parece que tiene mucho de razón en eso. Y que esta crítica es especialmente sensible en el caso del «arte abstracto» que se estaba realizando durante los años setenta y ochenta. Muchos artistas hemos internalizado cierto pudor frente al arte «políticamente comprometido», y nos da temor que nuestras obras sean tildadas de panfletarias, pero hasta cierto punto con esa timidez lo que una está diciendo es: «statu quo, por favor, no te incomodes con mi arte».
Sí, definitivamente Clemencia Lucena es una artista y una pensadora que incomoda profundamente las estructuras más conservadoras de la cultura colombiana. Creo que vale la pena seguir explorando su obra y dejar que sus preguntas nos interpelen.
A modo de cierre, me gustaría preguntarte por las relaciones que planteas en Dinamita entre las nociones de «rebeldía» e «imaginación». Esa categoría de «imaginación política» que propones en el «Epílogo» de la obra me resultó muy hermosa, y además muy útil para entender la fertilidad que posee la literatura (y las artes en general) para proponer otros caminos posibles.
Yo creo que los colombianos cargamos con una frustración acumulada que muchas veces termina desactivándonos políticamente. Ya hemos interiorizado la idea de que «nada cambia» y «nada pasa». Años tras año la clase política nos roba miles de millones de pesos y «nada cambia». Hubo un Paro Nacional masivo, pero muchas personas siguen diciendo que «nada cambia». Por supuesto, yo también considero que es un poco ingenuo pensar que las movilizaciones iban a tumbar al presidente. Pero ese discurso del «nada cambia, nada pasa» a mí me genera mucho malestar porque nos despoja, incluso, de la posibilidad de imaginar otros futuros.
…..Siento que las mujeres, y muchos grupos históricamente marginados, podemos recurrir a la imaginación como herramienta política. Pienso, por ejemplo, en el movimiento afro-futurista que se gestó en los Estados Unidos durante los años sesenta. De alguna manera, esos ejercicios de imaginación nos permiten ir construyendo otras realidades, tanto en el campo de la palabra y la ficción como a nivel social. Pero si haciendo parte de un estamento empobrecido y oprimido nos quitamos a nosotros mismos la posibilidad de crear otras historias, ahí sí que nos quedamos sin esperanza.
…..En vez de decir «como nada va a cambiar, yo me quedo de brazos cruzados», podríamos regalarnos la posibilidad de imaginar otros escenarios y asumir ese ejercicio de imaginación de manera lúdica. Siento, incluso, que quienes afirman de manera férrea que «nada cambia» son, en realidad, personas cuyas vidas no se ven gravemente afectadas por las condiciones actuales del sistema. Por ejemplo, muchos barrios y sectores populares saben que el Paro Nacional trajo consigo algunos cambios: gracias a las ollas comunitarias, algunas personas vieron garantizadas sus tres comidas diarias, después de pasar meses o años en los que durante días no tenían ni un solo plato de comida frente a sus narices.
…..La imaginación política, por otro lado, nos permite crear conexiones afectivas con los otros. Para mí era importante que, al leer Dinamita, las lectoras y lectores sintieran que ellos también estaban conversando con estas mujeres, y que se imaginaran lo que para cada una de ellas significó ser una mujer rebelde en Colombia. Muchas personas se acercaron a decirme que las historias les habían resultado conmovedoras porque se habían imaginado a sus madres o a sus abuelas en el mismo lugar. Y esa compasión, admiración y respeto que surgen del ejercicio imaginativo era lo que yo quería despertar. Creo que allí hay una semilla de acción política.
Gloria Susana Esquivel. Periodista, escritora, traductora y poeta. Ha colaborado en medios colombianos e internacionales. Es la conductora de Womansplaining, un podcast sobre feminismo y cultura en colaboración con la revista 070. Sus poemas han sido publicados en el Periódico de Poesía de la UNAM, la revista Palabras Errantes y la revista Matera. Sus cuentos han aparecido en la antología de narrativa colombiana Puñalada trapera (Rey Naranjo, 2017) y en la Revista Casa de las Américas. Realizó un máster en Escritura Creativa en la Universidad de Nueva York (NYU). Es profesora de la maestría en Escritura Creativa del Instituto Caro y Cuervo. Ha publicado el poemario El lado salvaje (Cardumen, 2016) y la novela Animales del fin del mundo (Alfaguara, 2017; Neón Ediciones, 2017; University of Texas Press, 2020).
Tawny Moreno Baloco. Editora de Literatura, Cuerpo y Feminismo en Abisinia Review. Nació en Barranquilla, Colombia. Es docente, ensayista y crítica literaria. Profesional en Relaciones Internacionales, con una especialización en Teorías Políticas Contemporáneas. Realizó estudios de Filosofía y Humanidades en la Universidad del Norte (Barranquilla), y actualmente se encuentra culminando su tesis de posgrado en Filosofía. Es co-fundadora de Aluvión, un proyecto de crítica literaria sobre autoras y autores del Caribe colombiano.
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de:
Incidencias/fragmentos
s/t
Lápiz grafito sobre papel
2021
de © Amadeus Alessandro Longas.