Stefania Mosca
¡En Abisinia Review hacemos memoria! Hoy les compartimos este ensayo, lúcida joya por su escritura, contenido y actualidad, publicado en la década del ochenta, de la escritora venezolana Stefania Mosca, donde plantea los nuevos temas y posibilidades de la mujer en la escritura de la novela. El texto lo tomamos de su libro La memoria y el olvido (Caracas, 1986) cuyo título original es «Arduas cuestiones». Agradecemos al poeta Enrique Hernández-D’Jesús, albacea de la obra de Mosca, por permitirnos replicar el texto y por las fotografías, de su autoría, que ilustran la presente publicación.
Arduas cuestiones
Es una lástima tremenda que una mujer capaz de escribir así, con una mente que la naturaleza hacía vibrar y dada a la reflexión, se viera empujada a la cólera y la amargura.
VIRGINIA WOOLF,
UNA HABITACIÓN PROPIA
La cuestión de la mujer (no se alejen), la cuestión de la novela: ¡Arduas cuestiones! La primera, inquieta disgustosamente a nuestros poetas, hace temblar sus barras; o provoca un éxtasis inusitado cuando son ellos, claro está, quienes enuncian los preciados discursos sobre lo femenino: velos, eros, cabelleras, ostras, Tierra, danzantes, figuras, sueños… Las mujeres mismas experimentan una suerte de cansancio ante la cuestión de la mujer, les recuerda el llamado a una guerra que no quieren protagonizar (muchas somos pacifistas). Al parecer, ella es una categoría en discusión. ¿Una categoría? o aún apela por zafarse de la etereidad de un concepto impuesto. Quiere un nombre, una serie de adjetivos, que la sujeten a la historia. Pero, casualmente, todas las categorías del pensamiento están en entredicho: huecos llamados ser, vida, existencia, verdad… y otras cosas menos solemnes, pero igualmente «artificiosas»: novela, literatura…
……Partamos, entonces, de la novela como ese espacio «donde la vida entra en conflicto con algo que no es la vida». El mundo, la relación de los seres con el mundo teje lo que llamamos realidad. La novela pretende reproducir el hilado de ese mundo en la materia de la ficción. Si logra su cometido, nos lleva a reconocer una parte de nosotros lo suficientemente fuerte como para crear un arraigo, una alteración, un acomodo o una identidad más allá del simple juego de los espejos.
……«Como yo»: esa locura siento hecha de carne, esos mismos «insectos de la lujuria» que corren diestros y espesos en los cuerpos Karamazov.
Ese ámbito no puede estar definido o diferenciarse de otro por un simple signo sexual. Todos los matices, todos los signos, la divergencia y multiplicidad que encierran hasta un minúsculo grano de arena, nos aterran con su secuela infinita, y participan de la novela, deben hacerlo, a través de la palabra que amalgama el enramado de un conflicto, de unos hechos.
……Los críticos han descubierto a la obra como un ente en sí, que puede prescindir de los caracteres del autor y que es una consecuencia acumulativa de la especie. Sin embargo, entre las cuestiones femeninas, se plantea la relación entre novela y mujer. No importa, adentrémonos en el terreno de la confusión, aceptemos la imprecisión de la premisa. Nos topamos, inmediatamente, con un libro, Una habitación propia. Virginia Woolf, alucinada siempre, expone aptas y duraderas afirmaciones en torno al tema. Mantenida por el recurso insuperable de la ironía, se acerca a una reflexión donde el punto a reivindicar es la literatura como una forma de arte, como un oficio que en su pureza no debe estarle vedado a la mujer. Pero sobre cualquier discriminación impone la unicidad andrógina del genio que jamás sucumbe ante los límites de una raza, un credo o un sexo.
……Sería ridículo que hoy una mujer se proponga como la misión propia de su naturaleza exhumar el mundo femenino como quien rescata un héroe. La rutina de una vida limitada, monótona y servil no es el único tema que le pertenece. El mundo femenino ha dejado de ser un cuarto apartado, lleno de encajes y gardenias, ha dejado al menos de serlo como opresión, y si para algunas no es así, no es porque no pueda ser de otro modo, sino que, como suele suceder, frente al vacío de formas, frente a la posibilidad, aún difícil, riesgosa, estrecha económicamente, de sustentar valores particulares y situarse en la función que desempeñe más allá de una diferencia sexual, prefieren actuar el opacado rostro de una pérdida. Se ejercitan en el lamento, en una supuesta denuncia que por estridente quiere dar pautas de vida, consignas de verdades últimas. Es lícito el reclamo, pero no en la novela. Empobrecedor hacer unívoca la voz plural de un libro que contiene una parte del mundo, de su interdisciplinaria convivencia. Se opaca la revelación. La ira, el retraimiento de quien actúa en la falla de su cuerpo, las dudas y las culpas de una pesada y arraigada herencia, vician el núcleo de sí misma que es la única garganta contentiva de las palabras necesarias. ¿La mujer debe negar su memoria o someterse a la nostalgia?, pregunto; de nada dispongo para dar una respuesta, sólo digo lo que me hastía, señalo las reiteraciones que pueden llegar a hacer ineficiente una causa como la femenina que apenas está solidificando algo más allá de sí, algo que no tiene que pelear, ni someter, ni alimentar la incandescencia de un resentimiento para participar de la verdad. Asumamos la continuidad histórica —o su apocalipsis— normalmente, no como quien debate aún su derecho a hacerlo. Sólo libre de toda ofuscación se manifiesta el genio. Una mujer nunca dejará de hablar como lo que es: una mujer, de su mundo. Pero sin énfasis, sin restregarle a nadie en la cara unos derechos que no practica y como quien aúlla por aullar como los perros. El genio es un don, no un atributo sexual. Pretender dictar los parámetros de todo un género es absurdo: odas a las alfombritas amarillas, odas a los pasteles y los despechos. Odas a una erótica histérica. Oda a una encarcelada. La mujer y la práctica de su sexualidad ya pueden actuar un estado de derecho sin la rebeldía propia del esclavo, como decía el abuelo de un amigo plagiando, probablemente, a Nietzsche, o a la inversa, nadie sabe.
……Los universos no son más ni menos prestigiosos por lo que ocurre en ellos, sino como ocurren las cosas allí. Es el formarse y no la formación el misterio. A simple vista, resultan igualmente tediosas la lectura de la sublime experiencia de la maternidad como la de las notas del diario de un auditor.
……Si hay algún límite en esta cuestión, la de la mujer, la de la novela, es el querer reducir la literatura a un compromiso, a un vehículo de autoexpresión, a la patética contemplación de unas goticas de sangre en el babero del yo sobre el sofá de la salita, tejiendo como quien lame y juguetea con los labios de la vida.
……Carmen Riera se pregunta si «tiene conciencia la mujer escritora de que está utilizando un lenguaje que evidencia un terrible lastre de usufructo masculino». Pero el lenguaje, el discurso de Occidente, fuera de sus calificaciones sexuales, es en sí un hecho agónico ya sea para utilizarlo el hombre o la mujer. ¿No es toda la vanguardia el alarido enorme en pos de una palabra nueva? ¿No es este siglo en gran parte una crítica al lenguaje? ¿No hemos oído hablar hasta el cansancio de la vaciedad de las palabras? El problema es general y no puede ceñirse a la provincia de la mujer. La melancolía y la esquizofrenia son dolencias populares. Si la mujer se mueve en estructuras literarias, sociales, culturales, ajenas, el hombre de este siglo se mueve también dentro de esa ajenidad. Su orden ha dejado de explicarlo. Fundar nuevas formas es el desafío de la mujer escritora, fundar una palabra eficiente y honda es el único propósito del escritor de nuestro tiempo, aparte de sus matices sexuales. Pero en la mujer, es cierto, ese desafío puede ser una esperanza realizable: es una protagonista reciente en la historia. Pero debe ir más allá del quejido y la protesta, del resentimiento por las desdichas padecidas, debe arrojarse a lo que ella pueda decir con la gratuidad de los primeros gestos. El hombre está aturdido, su ejercicio del poder y de la existencia es cuestionado por todas partes. Se abriga con una manta hecha de retazos, ajada. Tiene frío y sigue. Y tiene frío, el frío que da el confuso estupor de la agonía de su civilización.
Caracas, 12 de febrero de 1984.
De La memoria y el olvido, 1ª Edición, Academia Nacional de la Historia, 1986
2da Edición Fundación para la Cultura y las Artes, 2022
Stefania Mosca (Caracas, 1957-2009). Estudió Letras en la Universidad Central de Venezuela. Realizó trabajos de postgrado en la Fundación de Estudios Internacionales Ortega y Gasset en Toledo con Fernando Rodríguez La Fuente y Joaquín Rubio. Cursó la maestría en Literatura Latinoamericana de la Universidad Simón Bolívar. Fue asistente de producción editorial de Monte Ávila Editores y de la Academia Nacional de la Historia, Directora de Desarrollo de Colecciones de la Biblioteca Nacional, Asesora de ediciones de la Fundación Esta Tierra de Gracia, miembro de la junta directiva del CELARG, representante del área de narrativa en la Casa de Bello, Presidenta de la Fundación Biblioteca Ayacucho y Ministro Consejero de la Misión Permanente de Venezuela ante la Organización de Estados Americanos en Washington (OEA). Publicó los libros de ensayos: Jorge Luis Borges: Utopía y Realidad (Caracas, 1984), La memoria y el olvido (Caracas, 1986), El Suplicio de los tiempos (Caracas, 2000) y Maternidad (Caracas, 2004). Las colecciones de cuento: Seres Cotidianos (Caracas, 1990), Banales (Grijalbo-Mondadori, 1993), Mediáticos (La Habana, 2005). Y las novelas: La última cena (Caracas, 1991), Mi Pequeño Mundo (Caracas, 1996), Premio Municipal de Literatura, 1997; y El Circo de Ferdinand (Caracas, 2005), Premio Orlando Araujo 2006.
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de la obra Circo de Suárez,
material y técnica: hierro pintado, 2017,
del artista venezolano © Daniel Suarez