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¿Escritura femenina?

Helena Araújo

 

Curaduría de Tawny Moreno Baloco
Editora de Literatura y Feminismo Abisinia Review

 

Recordamos en Abisinia Review a una de las escritoras más destacadas de Colombia en el siglo XX, Helena Araújo, y reproducimos uno de sus textos teóricos más emblemáticos,  polémicos y actuales, «¿Escritura femenina?», ensayo que hace parte del volumen La Scherezada criolla: Ensayos sobre escritura femenina latinoamericana (Universidad Nacional de Colombia, Bogotá,1989). Agradecemos la transcripción del presente texto a Daniela Torres Pérez.

 

 

 

 

¿Mujeres que escriben? ¿Escritura femenina? ¿Podrá algún día la mujer expresarse en un lenguaje propio? Lo cierto es que cuando halla su estilo por fuera de las normas convencionales, se arriesga a quedar también por fuera de la literatura. Y este riesgo ha de asumirlo a partir de la redacción y la sintaxis porque, como dice Virginia Woolf, además de los obstáculos que encuentra la escritora en su camino, está la dificultad técnica, ya que «la forma de la frase, en sí misma, no se adapta a la personalidad femenina»¹. Pero aquí viene la inevitable pregunta: ¿existe acaso esa personalidad? ¿No ha sido la mujer tradicionalmente una no-personalidad, una no-presencia? ¿No se le ha adiestrado luego para evitar cualquier ocasión de esgrimir su personalidad o de hacerse presente?
…..El proceso de acondicionamiento principia desde la infancia: «La imagen ideal que se da a la niña es la de un ser pasivo, temeroso, obediente»². A través de los años se le va imponiendo una conducta acorde a su status de inferioridad y enfrentándose a una doble paradoja: encerrarse en el narcisismo y la banalidad a cambio de un falso bienestar o renunciar a sus ambiciones personales a cambio de aprobación social. Infaliblemente, en cada encrucijada, deberá transar, ceder, plegarse. Sabiéndose descontenta y sin embargo indefensa, se hallará entonces vacilando entre pagar el precio de la rebeldía o soportar el peso de la opresión. ¿El precio o el peso? He aquí la alternativa, he aquí el dilema que surge a cada momento de su vida, «manteniéndola en su estado de incertidumbre y espera»³.
…..Sobra decir que las mujeres capaces de superar este estado, demostrando autonomía o poder de decisión, se verán abocadas a desgarradores conflictos. Y naturalmente esto incluye a quienes se aventuran en el terreno de la literatura. Razón tuvo Simone de Beauvoir al describir la escritora como alguien «que pertenece a la vez al mundo masculino y a una esfera donde éste es impugnado»⁴. Además, el ejemplo de la escritora puede muy bien referirse a otras profesiones, pues resulta difícil, casi imposible, justificar la transgresión que representa al ejercer una actividad por fuera del hogar cuando se es destinada a ser madre. Sí, en la sociedad patriarcal una mujer es ante todo madre, y como tal, no tiene derecho a vida propia ni a realización personal. Además, al ser madre deberá sacrificarse, soportar, padecer, ya sabemos que «la identificación de feminidad y sufrimiento ha estado siempre vinculada al concepto de maternidad como destino»⁵.
…..Ahora bien, posiblemente ha sido la necesidad de sobrellevar ese destino de sumisión y padecimiento, reprimiendo cualquier síntoma censurable, lo que impone a la mujer una visión subjetiva de las cosas. Recordando de nuevo a Simone de Beauvoir, nos parece oportuno tomar en cuenta los capítulos de El Segundo Sexo sobre los procesos de inmanencia en la mujer. Una inmanencia en que incurre por presiones exteriores y que justifica sus tendencias a la subjetividad. De ahí su inclinación a prestar mayor atención a sus propios estados de ánimo que a los acontecimientos del mundo exterior y su reticencia a manifestar descontento o rebeldía. Así, al hablar preferirá el eufemismo y el tacto, suscribiéndose a la trivialidad y soslayando los enfrentamientos. Su sonrisa compulsiva, tierna o vivaz, disimulará un obsesivo temor a ser exiliada del cuerpo social⁶. Al escribir se sentirá gastando un tiempo prestado, se confesará insegura y aprehensiva, siguiendo con docilidad las pautas señaladas, y tendiendo a fabricarse un anti-narcisismo que la incita a amarse o a hacerse amar por lo que no tiene⁷. Merece recalcar que sobre ella pesan todas las interdicciones: desde tiempos inmemoriales la ideología de sexo existe como superestructura del sexismo y reparte las tareas, así como los comportamientos. Ayer y hoy, circunscrita al hogar y a la maternidad, la mujer pasa a ser también propiedad del hombre, que adquiere a su vez derecho sobre los hijos. A partir de esa dependencia, ¿cómo buscar un camino propio? ¿Cómo realizarse en una profesión? ¿En una vocación? A principios de este siglo decía Virginia Woolf: «Las mujeres, aun ricas, siguen siendo pobres, puesto que obtienen su dinero de otra persona. De ahí que les suceda lo que a las clases proletarias: carecen de inspiración e iniciativa para crear»⁸. Y resulta evidente que aunque hoy se les permita ingresar en la producción y ejercer ciertos oficios, la discriminación las hace víctimas de la explotación a todos los niveles. Ahora bien, si el trabajo representa ya una arduidad (salario inferior, ambiente sexista, doble jornada, remordimiento de no estar en casa), ¿qué decir de la creación, del arte, de la literatura?
…..Para las mujeres, el proceso creador debería ser una actividad lúdica y vital, una búsqueda de luz, color, horizonte. Sin embargo, en esta sociedad todo ha de someterse a los postulados de una élite que busca la productividad y el prestigio. Quienes encabezan el ejército de «creadores» apenas reproducen la imagen que el mundo falocrático proyecta de sí mismo: los dueños del poder, de la palabra, de la historia, suponen que «quienes no dicen nada, realmente no tiene nada que decir»⁹. Y naturalmente, entre quienes «no dicen nada» están y han estado siempre las mujeres. La exclusión a que han sido sometidas las ha reducido al anonimato y al silencio. Lo femenino no ha podido nunca manifestarse sino dentro de parámetros masculinos; tiene razón Luce Irigaray cuando afirma que no hay sino un solo sexo, un solo modelo fálico, según las normas de la sociedad patriarcal. Forzosamente, el rechazo y la exclusión de la imaginación femenina coloca a la mujer en posición desfavorable y ésta solo puede asumirse a trechos «en los márgenes poco estructurados de una ideología dominante». En realidad, nada corresponde a su propia visión en las cosas y únicamente le es permitido recobrarse «en secreto, a escondidas, sintiéndose culpable»¹⁰.

 

Fabuloso y sin prueba

Para Karen Horney, crítica de Freud, la idea del «deseo del pene» no tendría que referirse a un «defecto anatómico», sino a un síntoma de defensa contra las condiciones políticas, sociales o culturales que oprimen a la mujer. Ingresando en la órbita lacaniana, se podrá agregar, además, que en la castración lo que entra en juego no es tanto el pene –órgano real—, sino el falo o significante del deseo¹¹. No olvidemos que en occidente el conocimiento de la sexualidad ha sido tradicionalmente vetado a la mujer por la religión y la moral puritana. Además, en esta época, su subjetividad —esa zona donde transitan sus pulsiones y se manifiesta su libido— es ignorada por un siglo que ha hecho del psicoanálisis otro método de acondicionamiento, no solo imponiendo la idea de que la mujer es un ser castrado, sino plegándose a los criterios de un pensamiento científico y logicista «cada vez más encapsulado frente a la realidad»¹². En efecto, desde finales del XIX, impera una concepción mecanicista de la vida, concentránlldolo todo en el mundo exterior. De este modo, la subjetividad se ha venido convirtiendo poco a poco en asunto para «almas sensibles».
Sin embargo, es en el mundo subjetivo donde se hallan las claves de la personalidad: al contemplar un fenómeno a partir de la subjetividad, intervienen factores que pueden modificar nuestra percepción de las cosas. Sabemos cómo desde la antigüedad existe una necesidad de vida interior, paralela al ser social y al instinto colectivo. Los mitos y rituales de religiones primitivas solían ofrecer una proyección ingenua de las realidades psicológicas, aún no deformada por la racionalización. Además, en el dominio espiritual, los primitivos no pensaban, sino percibían, gracias a un sentido interior intuitivo. Un sentido que a pesar de todo no se ha permitido actualmente: todavía hoy, los sueños o la actividad imaginativa de ciertas personas presentan características similares a las del mito. Así, dentro de la neurosis contemporánea, la aspiración de quienes no disfrutan de una vida afectiva plena es mantener una relación personal con el mundo, o sea, una relación que admita la referencia del inconsciente y los procesos de la subjetividad¹³.
…..Ahora bien, como ya lo sugerimos, sería posiblemente a partir de la subjetividad que la mujer hallaría su camino hacia un lenguaje. ¿Cómo sería este lenguaje? Queda difícil prefigurarlo sin apelar a la hipótesis o a la suposición. Hipotéticamente, supuestamente, este lenguaje podría ser una versión de lo mítico. El discurso mítico, no lo olvidemos, se ejerce en culturas primitivas y arcaicas mucho antes de que florezca el discurso lógico y racional. Este último es analítico y, aunque en Grecia se dice público, lo emplean sobre todo las élites. El discurso mítico, en cambio, resulta más accesible al común de la gente y también a la mujer: evidentemente, al pretenderse genealógico, no puede expresar ni pensar el mundo sin incluirla. Además, por estar más próximo al lenguaje simbólico, su enunciación exige representaciones de lo femenino. Cabe añadir, sin embargo, que lo mítico, como todo lo que concierne el universo «mágico» o «salvaje», ha merecido poca credibilidad. René Alleau y otros mitólogos afirman que en el área de la civilización helenística, la reducción del «mythos» al «logos» por los críticos racionalistas constituye una importante etapa en la evolución cultural. Ya en los tiempos de Tucídides, el adjetivo «mythodes» significaba «fabuloso y sin prueba»¹⁴. De modo que la tendencia a desconfiar de lo mítico y lo simbólico, a contemplarlos como una mera manifestación del lenguaje, no es de hoy. Por eso resulta oportuno mencionar su relación con lo sagrado a través de la mitología y reflexionar si al considerársele un lenguaje «otro» no se le atribuye una «alteridad» semejante a la que se le ha atribuido a la mujer a través de los siglos¹⁵.

 

Sonido y sentido en la lengua

Nuestra primera hipótesis será, entonces, la de una posible relación entre la expresión mítica y «lo femenino». Ahora bien, ya sabemos que tanto lo mítico como lo simbólico abarcan en su interpretación ritual una identificación de la persona con la naturaleza y el mundo. Y que dicha interpretación protagoniza a su vez, dentro del discurso, una renovación constante de energía, suministrada sobre todo por las analogías. ¿No será el lenguaje analógico más accesible a la mujer? Tal vez, por ser más espontáneo y brotar libremente de relaciones recíprocas entre imágenes y conceptos. Obra además por observación, unificación y anticipación¹⁶. Ciertamente, la analogía surge como expresión de la subjetividad, caracterizándose por una organización temática inconsciente y por una carga afectiva y emocional proyectada en todos los objetos de la experiencia existencial. Allí afloran procesos psíquicos involuntarios tales como la intuición sensible, el recuerdo y la imaginación. Y cobra auge un lenguaje simbólico, que a pesar de su supuesta «alteridad» tiene una coherencia propia. René Alleau explica cómo desde un punto de vista semiológico, las formas explícitas del simbolismo equivalen a significantes asociados a significados «dentro de un modelo de relaciones entre sonido y sentido en la lengua»¹⁷. De manera que en todo proceso de significación habría dos tendencias: la semiótica y la simbólica, inseparables la una de la otra. Ahora bien, si el sujeto es a la vez semiótico y simbólico, ¿cómo pueden ser los procesos significantes producidos por éste, exclusivamente semióticos o exclusivamente simbólicos? Resulta evidente que la analogía y el discurso simbólico poseen su propia lógica y la subjetividad de la cual provienen se manifiesta a través del inconsciente.
…..¿Mediante qué procedimiento? Ya anotamos que en la analogía hay fenómenos psíquicos involuntarios, tales como la intuición sensible, el recuerdo y la imaginación. Recordemos que Jung admite la existencia teórica de símbolos y que Freud los vincula a la sexualidad: uno y otro basándose en la interpretación de los sueños. Habitualmente, en todo individuo hay una serie de procesos primarios que desplazan y condensan energía y también una disposición estructurante de pulsiones. Esta disposición se asemeja a la figurabilidad en el trabajo del sueño, realizada gracias a un fenómeno de desplazamiento. Cabe agregar, citando a Julia Kristeva, que dicho desplazamiento permite al significado «pasar de un sector de signos a otro, permutándolos»¹⁸. De modo que en el inconsciente, en el sueño y en el lenguaje, el signo y el símbolo se entremezclan.

 

Un gigantesco trabajo de simulación fálica

Así, el discurso simbólico y analógico resulta posiblemente accesible a la mujer, por hallarse más próximo a su mundo introverso y a una identidad que está involucrada en procesos subjetivos de represión. Es natural que prefiera metaforizar y alegorizar, expresarse a través de imágenes y analogías, ya que en ella hay una frontera frágil entre «lo reprimido —constituido por el juego entre el consciente y el inconsciente— y la represión, aniquilamiento de la palabra por la exclusión del significante»¹⁹. Y sobra decir que esta represión en el discurso tiene mucho que ver con la represión de las pulsiones sexuales impuesta por una tradición religiosa que desde hace siglos ha impedido a la mujer reconocer su libido y asumir su cuerpo. Porque decir cuerpo es decir deseo y en la sociedad patriarcal la mujer no sobrevive sino bajo la prohibición del deseo. Una economía basada desde tiempos inmemoriales en el intercambio de mujeres, y una moral que se ha aliado a ella para subordinar la sexualidad a la reproducción, ha mantenido a la mujer ignorante y desposeída de su propio deseo.
…..Y cabe agregar que su obligatoria frigidez no ha sido superada, sino más bien camuflada o recuperada por la actual sociedad permisiva. La supuesta «liberación» de las últimas décadas no es más que una farsa: Jean Baudrillard y otros sociólogos demuestran hasta qué extremo la propaganda alcanza hoy a funcionalizar el cuerpo femenino, obrando en las mil variantes del erotismo «un gigantesco trabajo de simulación fálica, a la vez que un espectáculo siempre renovado de castración». La ropa ceñida, el maquillaje, el desnudo, la obligación del bronceo y de la delgadez han convertido a la mujer en un fetiche sexual. Se le ha ordenado valorizar y utilizar su cuerpo no para el propio gozo o el propio placer, sino en función de signos inmediatos y mediados por los modelos de masas. Convertido en sistema total de signos, bajo el equivalente general del culto fálico, el cuerpo femenino se ha visto transformado, como el capital, «en sistema de valor de cambio, bajo el equivalente general del dinero»²⁰.

 

El uso de su palabra

Así, incapacitada por su acondicionamiento, por su frustración, por su alienación, ¿podrá la mujer hallar un lenguaje o un discurso propio? Escribir sería para ella aspirar a una relación no-censurada con su sexualidad, «modificar lo imaginario para actuar sobre lo real», renegar de una estructura en la cual se le reserva fatalmente «el lugar de culpable». Al ejercer con libertad la escritura, la mujer llegaría a imponer su propia sintaxis. Su sintaxis, sí, pues, ¿no ha sido ésta hoy una exclusividad masculina? Siempre hay, siempre ha habido un poder reprimido en función de la subordinación del deseo femenino, un poder constreñido al mimetismo, dada la sumisión de lo «sensible» y de la «materia» a lo inteligible y el discurso. Sí, la escritura ha sido uno de los lugares donde más se ha reproducido la opresión de la mujer, pues constantemente «se le ha negado el uso de su palabra»²¹. Por eso, escribir tendrá que ser para ella una fuente de renovación, una clave de cambio. Al expresarse, le sería posible divulgar procesos subjetivos que hasta ahora se han mantenido en lo oscuro. Resulta evidente que si la mujer no tiene más inconsciente que el que le otorga el hombre, le queda una sola alternativa: la de un inconsciente reprimido y rechazado. ¿Y acaso no puedo crearse una simbólica de lo reprimido? ¿De lo rechazado? ¿Si el inconsciente ha sido y sigue siendo reprimido y rechazado por la lógica, deja por ello de ser propiedad del discurso?²² Tomando en cuenta las polémicas que suscitó la escritura automática de los surrealistas, debemos añadir que por adscribirse a la analogía y al símbolo, la escritura femenina no tendría por qué ser fruto de improvisación ni desconocer su vínculo con lo irracional. Jean Starobinski, que ha definido lo irracional como «un repliegue de la persona sobre su singularidad, llegando al extremo del mutismo y el grito», ha dicho también que «la literatura como tal, no pertenece exclusivamente al dominio de la razón»²³.

 

El placer de la diferencia de los sexos

Al referirse a los escritores de su época, Virginia Woolf solía criticar un estilo árido, económico, con muy escaso poder de sugestión: a su manera de ver, demasiado masculino. Resulta sorprendente constatar que hoy en día un escritor tan prolífico como Max Frisch tiene opiniones parecidas a las de Woolf en cuanto a los aspectos viriles del lenguaje. «Se nos ha impuesto», dice, «una actividad verbal que no corresponde a nuestro sentir. Se trata, en efecto, de vivir en función de la acción y no de la sensación. Nuestro lenguaje se estructura sobre todo en los verbos, dando primacía a la acción y personalizándola. Al proscribir el elemento sensual, sensible, intuitivo, se opera una mutilación. Aunque yo sea hombre, mi lado femenino se siente frustrado al no poderse expresar sino a través de la acción personalizada»²⁴.
…..¿Podrá algún día concebirse una lógica por fuera de la coherencia discursiva? ¿Prescindirse de la acción personalizada? ¿Reconocerse a lo femenino una relación con el lenguaje? ¿Hallarse un espacio para la imaginación de la mujer? Seguramente al asumirse en la escritura, la mujer se reivindicaría en una expresión insurrecta y hallaría la realidad de su vivir profundo. Su empresa, sin embargo, se eximiría de cualquier exceso sexista, pues la feminidad plena, en el lenguaje, no incurriría en repetir «la parábola del amo y el esclavo, en el miedo recíproco de hombres y mujeres». Por el contrario, aspiraría a tener voz en el concierto, «para que repercutiese, múltiple e inagotable, el placer de la diferencia de los sexos, riqueza y plenitud²⁵». Solo entonces se podría tomar en cuenta la bisexualidad, el descubrimiento en sí, individualmente, de la presencia de ambos sexos, alcanzando con gozo «la multiplicación de los efectos de inscripción del deseo»²⁶. De este modo, la mentalidad falocrática, dominante y unívoca, cedería lugar a una mentalidad que reflejaría simultáneamente el «animus» y el «anima» junguianas, el polo masculino y femenino de la psiquis. Y se llegaría deleitosamente a la escritura andrógina, que definiera Virginia Woolf como «resonante y porosa, capaz de transmitir emoción sin trabas, incandescente, indivisa, naturalmente creadora»²⁷.

De La Scherezada criolla: Ensayos sobre escritura femenina latinoamericana
(Universidad Nacional de Colombia, Bogotá,1989).

 

  1.  Virginia Woolf,  «La Torre Inclinada», Editorial Lumen, Barcelona, 1997.
  2.  Gerard Mendel, Entrevista a la revista FEM,  No. 14, México, Mayo-Junio 1980, p. 44.
  3.  Elena Gianini Belloti, «Du Côte des Petites Filles», Edition des Femmes, Paris, 1977, pp. 29 y 134.
  4.  Simone de Beauvoir, «Le Deuxième Sexe», Gallimard, Paris, 1949, p. 143.
  5.  Adrienne Rich, «Nacida de Mujer», Editorial Noguer, Barcelona, 1978, p. 166.
  6.  Cf. Robin Lankoff, «Language and Woman’s Place», Harper Colophon Books, New York San Francisco, 1976,  pp. 55–82.
  7.  Hélène Cixous, «Le Rire de la Meduse», L’Arc, Paris, No. 61, p. 39.
  8.  Virginia Woolf, «A Room of One’s Own», Penguin, London, 1965, p. 21.
  9.  Suzanne Horrer y Jeanne Socquet, «La Creation Etouffée», Editions Femmes en Mouvement, Paris, 1973, p. 14.
  10.  Luce Irigaray, «Ce Sexe qui n’en est pas Un», Editions de Minuit, Paris, 1977, pp. 85 y 29.
  11.  Ibid. pp. 49 y 57.
  12.  Graciela Maturo, «Hermenéutica y Crítica Literaria», Revista «Megafón», Buenos Aires, No. 1, 1975, p. 15.
  13.  Esther Harding, «Les Mystères de la Femme», Payot, Paris, 1969.
  14.  René Alleau, «La Science des Symboles», Payot, Paris, 1976, p. 52.
  15.  Sobre la «alteridad» de la mujer, ver Simone de Beauvoir, «Le Deuxième Sexe», Gallimard, 1949,  pp. 187-178 y ss.
  16.  René Alleau, Obra Citada, p. 83.
  17.  Ibid. p.46
  18.  Julia Kristeva, «La Révolution du Langage Poétique», 1978, Du Seuil, Paris, p. 60.
  19.  Marcelle Marini, «Territoires du Féminin» (Marguerite Duras), Paris, Éditions de Minuit, 1977, p. 52.
  20.  Jean Braudillard, «El Intercambio Simbólico y la Muerte», Monte Ávila, Caracas, 1980 (Traducción de C. Rada), pp. 120 y 131.
  21. Cathérine Clémet, «Esclave/Enclave», L’Arc, Paris, No. 61, p. 13,  Y Hélène Cixous Obra Citada, p. 42 y ss.
  22.  Luce Irigaray, Obra Citada, p. 123.
  23.  Jean Starobinski, «La Littérature et l’Irrationel» «Cahiers Roumains d’Etudes Littéraires», No. 2,  1974. Reproducido en Revista ECO, Bogotá, 1975, No. 175, Traducción de Helena Araújo.
  24.  Helena Araújo, «Entrevista con Max Frisch», Revista ECO, Bogotá, No. 129, Enero de 1980, p. 283.
  25.  Marcelle Marini, Obra Citada, p.73.
  26.  Hélène Cixous, Obra Citada, p. 46.
  27.  Virginia Woolf , «A Room of One’s Own», Penguin, 1965, p. 97.

 

 

 

Helena Araújo Ortiz nació en Bogotá, Colombia, el 20 de enero de 1934. Durante su infancia y adolescencia vivió entre Colombia, Venezuela, Brasil y los Estados Unidos donde su padre era diplomático. Estudió en la Immaculata High School en (1948-1949) Washington D.C., en la Universidad de Maryland (1949-1950), y en la Universidad Nacional de Colombia (1950-1951). En 1971, se instaló en Lausana, Suiza. Fue distinguida con el Premio Platero 1984 del Club del Libro Español de las Naciones Unidas por su publicación Post-nadaístas colombianas. La municipalidad de Lausanne y la Embajada de Colombia en Suiza ofrecieron un homenaje en el 2005 a Helena Araújo por su obra literaria. Y la Consejería Presidencial de Colombia para la Equidad de la Mujer le rindió homenaje en 2009, en el VI Encuentro de Escritoras Colombianas. Falleció el 2 de febrero de 2015 en Lausana, Suiza.

La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de la obra «Chajá y el quebrantacielos»
Técnica: Acrílico sobre lienzo.
Medidas: 60 cm x 60 cm.
Año: 2015.
del artista © Agustín Iriart

 

año 3 ǀ núm. 14 ǀ noviembre – diciembre  2022
Etiquetas: , , , , , , , , , , , , , , Last modified: junio 30, 2023

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