Juan Calzadilla
De uno de los grandes maestros de la poesía venezolana, Juan Calzadilla (Altagracia de Orituco, 1930), compartimos este puñado de poemas en celebración de su vida y su obra. Dice sobre su palabra David Cortés Cabán: «No es de extrañar para los que se acerquen a la poesía de Juan Calzadilla, enfrentar un lenguaje que transgrede el sentido de lo nombrado para conducirnos a una expresión que va más allá de lo que implica el acto creativo». Para sus nuevos lectores, ofrecemos al final como obsequio el libro digital La condición urbana (Ediciones La Castalia y Ediciones de la Línea Imaginaria, 2021).
Prólogo de los basureros
Avanzaré sin sentir asco
ni pena ni repugnancia
largo a largo a tenderme en las gradas
de este reino donde el papel higiénico
flamea en los palcos de botellas.
Me iré a engordar los límites
en donde el cují y la rosa
se abrazan sin contradecirse
y la ciudad está en paz con sus víctimas
y no duerme desvelada
por el pico de los pájaros ebrios
que a mis sueños escarban sin prisa
y a mis expensas
aún no terminan de darse su cena.
Barranco abajo coronando los cerros de lata
con el sol retorciéndose en mi espina
encontraré hecho jirones
el hule de los sillones baratos
y veré a la carcoma
con sus huevos al hombro
entrar a los túneles del cedro.
Aquí donde al salitre por fin
los automóviles dan su brazo a torcer
y el jugo de frutas
no anda más por las ramas
y chorrea por los escalones
de la depredación.
Avanzaré entre la goma espuma y el anime
entre el poliéster y la fibra de vidrio
entre el vynil y la silicona,
marcharé avaro forrado de ropas
bamboleándome como un astronauta,
calzado con zapatos de a kilo
descenderé por las dunas de vidrios rotos
y el corcho de los desiertos.
Avanzaré a buscar lo que de ningún
modo encuentro, buscaré
lo que no se me ha perdido
entre resortes cuyos espirales
a mi paso hacen befa de mis pantalones
inflados como globos por el viento.
Subiré a los altares donde
el cobre y la porcelana
al paisaje montan guardia
y en la rosa del orín
dan a beber la gota de agua
que ya no sale por los caños.
Aquí donde el fuego no anda con rodeos
y va rápidamente al grano
como la luz en la punta del rayo.
El suicida
Si la tinta de escribir con sangre es triste
Si la culpa no es de la culpa sino del culpable.
Si la serenidad se erige en frasco de guardar temores
Si el tórax es un cofre abultado
por dos golpes de bisagra.
Si de punta a punta uno pudiera
estirarse con la velocidad con que uno se enrolla.
Si se es parco como el dialogo bajo la lluvia
Si se va al prójimo con la espada corta del odio.
Si el techo de carbón de la ciudad
modela en nosotros una máscara risible.
Si la paciencia es un animal
de ir a lomo de burro.
Si el tiempo no es más
que una orden que nunca oyes
Si la conversación produce sólo efectos paliativos.
Si me siento defraudado
al repasar con lápiz la equis ácida del cielo
¿podré resistirme a poner punto final
a esta página que camina?
Identidad del tiempo
Siempre este empeño bien arraigado en la carne
de hacernos creer que el tiempo es una forma prostituida
del acontecer y que, por tanto, puede hacerse
el uso que nos venga en gana de él.
Siempre la jodida noción de que el tiempo gira gris
en una órbita ociosa
y de que el presentimiento de su pérdida es lo que se estira
y encoge en uno con el peso de un remordimiento
que nunca terminamos de superar.
Cuando en verdad de lo que se trata
es de comprobar que uno es al tiempo
lo que el tiempo a uno
en razón de que somos la misma
vaina que él.
De Oh smog, 1977
¿Por qué tengo yo que ir más aprisa?
A través de la ventanilla del automóvil
observo yo los muros, las casas, las calles,
los árboles, los pastos, los cultivos, los baldíos
que ante mí también pasan raudos
a la misma velocidad a que yo paso
pero en dirección contraria,
como si entre la naturaleza y yo se estableciera
una pugna para decidir
quién se despide y quien se queda.
¡Oh, de ninguna modo pretendo ni quiero
permanecer fijo!
Mi movilidad es lo que hace que viva.
Es así pues, mi carta de triunfo.
Pero, ¿por qué tengo yo que ir más a prisa
y dar cuenta de los frutos de mi rápida incursión
por esta vida, de las ganancias y pérdidas
que en el trayecto hice?
En realidad yo adonde quiero ir es
hasta donde mi viaje termine
No hasta donde ustedes quieren
que yo rápidamente vaya
haciéndome creer que con eso me ahorran
más dolores y penas
y que la partida y el final son igualmente fatales.
En realidad, como les digo, yo lo que quiero
Es que me dejen llegar a donde mi meta se acabe,
tranquilo, sin que sienta pena por no haberme ocupado
de hacer el balance de ganancias y pérdidas,
subido a mí mismo, sí,
Y apenas tan rápido
como me lo permitan mis cuatro extremidades.
De Diario sin sujeto, 1999.
Ventana de neófito
1
Estoy poniendo en limpio mi autobiografía efectuando una especie de balance de ingresos
y egresos morales de mi necesidad expresiva.
desanudando a ésta del enrevesado mapa de mi cobardía.
Confieso que antes había ocupado mucho tiempo
en escuchar a los otros y en sacar conclusiones serias
acerca de cosas que tenían por eje
todo lo que yo no había sido
Ahora yo sólo trato de oírme a mí mismo
ayudado por una máscara y el perverso
espejo de mi memoria.
2
Me defino como un sujeto elusivo y, como si fuera poco,
tan escurrudizo y ajeno a todos que cuando
por fin hago acto de presencia y levanto la vista
pareciera sólo estar rozado
de lejos, ah interlocutor, por tu mirada.
Me defino como un sujeto que aparece desenfocado
en un primer plano de su ventana de neófito.
O que aún no ha entrado en el marco de ella
O que entró y nunca ha salido.
Goteras en la casa
1
En mayo —para el día de mi cumpleaños— ya teníamos al invierno instalado precipitadamente en casa. Llovía a cántaros. ¿Y cómo? Sin haberse anunciado. —Y bien —dijo mi padre—, será provechoso no dejarlo ir liso, en la misma forma en que vino. Manos a la obra. Y para dar el ejemplo, salió al patio y regresó trayendo en sus manos un balde vacío que colocó en la misma forma justamente debajo de la gran gotera que estallaba en el centro de la sala. Y agregó: —Todo marcha a pedir de boca. Es decir, a chorros. Y por toda conclusión: —Si Dios no existe, todo está permitido.
2
Mi padre quería hacer de mí un sujeto productivo. Pero yo no producía sino sueños. Ahora bien, el tiempo pasó. Mi padre cambió. Y yo también. Salvo en una sola cosa: —¡Sigo produciendo sueños!
El hijo pródigo
3
—Padre, tuve mucho éxito. —¿sí? ¿y dónde están los aplausos, los trajiste contigo. Registra tus alforjas. Quiero verlos.
De Principios de urbanidad, 1967.
Eróticos sí, subversivos no
Tratas de convencerme de que la poesía es resistencia:
“Toda la poesía junta —dices— equivale a un movimiento
de resistencia armada».
Y es como si me viera yo pontificando
sobre el mismo asunto
en los años sesenta, cuando palabras y bombas
andaban juntas tomadas de las manos.
—Ya no te presto atención. Tu tesis por lo demás
es obsoleta y retórica como la utopía de un mundo mejor
que nos prometía en noches de farra el discurso
armado en los bares. Ya no creo en cuentos de camino.
De regreso a casa, en mi automóvil,
pienso más bien en lo que estoy viendo.
Pienso en lo que en este momento me ofrece
otro tipo de resistencia armada:
el cuerpo de esa bella muchacha
renuente a permanecer enmarcada por mis ojos
cuando vigilándola desde la ventanilla
para escapar de mi asedio
la miro cruzar a toda prisa, rápida, rápida, la calle.
De Diario sin sujeto, 1999
A los jóvenes poetas
Utiliza todo. No dejes nada afuera:
Ni la luna en el agua del retrete mirándose a solas
Ni la flor marchita en el pico de la manguera del
extinguidor de incendios.
No dejes nada afuera. Ni el hecho frotado con las yemas de
los dedos sobre el mostrador de vidrio dos noches después
de la borrachera Ni la voz que sólo se extingue cuando
apagas la radio.
Ni el portazo a medianoche frente a la calle
como boca de lobo sobre cuyo muro ciego imprimes dando
manotazos todos tus desafueros, tus penas
y las coces de este grafiti que en la pared de enfrente,
dando coces, blasfema.
Utiliza todo: no dejes nada afuera.
De Poesía por mandato, 2014
Juan Calzadilla (Altagracia de Orituco, 1931) Escritor venezolano. Poeta, ensayista y crítico de arte, participó en los principales movimientos de vanguardia de su país e impulsó el desarrollo de la poesía urbana y de la reflexión metapoética; en tales direcciones son importantes sus poemarios Dictado por la jauría (1962) y Tácticas de vigía (1982). Considerado asimismo uno de los más activos y eficaces promotores de movimientos artísticos y actividades literarias de la segunda mitad del siglo XX, puede decirse que la hiperactividad de Calzadilla en este terreno sentó las bases para que prendiera en Venezuela, en la década de 1980, la figura y función del «gestor cultural», hoy perfectamente aclimatada en museos, editoriales y centros de investigación públicos y, claro está, en las fundaciones culturales de las empresas privadas. El jurado que le otorgó, en 1996, el Premio Nacional de Artes Plásticas reconoció su importante labor en este campo al enunciar que su candidatura había sido votada «por ser un hombre dotado y entregado a la cultura, en su diversa condición creadora: dibujante, difusor y crítico de las artes visuales y estímulo de las vanguardias artísticas en Venezuela».
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de la fotografía «Despedida» del artista © Juan Sebastián