Georgina Herrera
Selección y nota de Ashanti Dinah Orozco
Un oriki a mí misma o El elogio grande para las cimarronas
Frente al epistemicidio estético y a la amenazante resurrección de doctrinas de persecución y muerte, que nos han querido distantes, dispersos, silentes; y ante la exotización, demonización, infantilización y primitivismo de las personas negras en la literatura, la voz de Georgina Herrera nacida en Matanzas, Cuba (1936-2021) levanta sus garras de tigre para emprender la tarea de apelar al Ubuntu vernáculo del “Yo soy porque somos” como filosofía no occidental, como cosmopoética plural, en clave de buen vivir integral. Sus versos nos enseñan la disciplina de saber escuchar las lecciones de las abuelas negras, carentes del privilegio y del poder de la escritura. Sus poemas traen las resonancias de los Oriki, palabra Yoruba que significa canto de alabanza acompañado de tambor ritual. Valiéndose del artificio de la memoria sin archivo de la diáspora, la elección de esta forma poética declara las intenciones de la autora de elogiar y privilegiar la irreverencia de la oralidad, encarnada en la figura femenina de las mayoras. Con la sabiduría antigua del Orisha Obatalá, el Yo cimarrón de Georgina, transformado en pájaro cantor, nos enseña con vocación didáctica, la pedagogía del monte a las generaciones por venir.
Oriki para las negras viejas de antes
En los velorios
o la hora en que el sueño era ese manto
que tapaba los ojos
ellas eran como libros fabulosos abiertos
en doradas páginas.
Las negras viejas, picos
de misteriosos pájaros,
contando
como en cantos lo que antes
había llegado a sus oídos,
éramos, sin saberlo, dueñas
de toda la verdad oculta
en lo más profundo de la tierra.
Pero nosotras, las que ahora
debíamos ser ellas, fuimos
contestonas,
no supimos oír; teníamos
cursos de filosofía,
no creímos,
habíamos nacido demasiado cerca
de otro siglo. Solo
aprendimos a preguntarlo todo
y al final, estamos sin respuestas.
Ahora, en la cocina, el patio,
en cualquier sitio, alguien,
estoy segura, espera
que contemos lo que debimos aprender.
Permanecemos silenciosas,
parecemos tristes
cotorras mudas.
No supimos
apoderarnos de la magia de contar
sencillamente
porque nuestros oídos se cerraron,
quedaron tercamente sordos
ante la gracia de oír.
Elogio grande para mí misma
Yo soy la fugitiva
soy la que abrió las puertas
de la casa-vivienda y “cogió el monte”.
No hay trampas en las que caiga
Tiro piedras, rompo cabezas.
Oigo quejidos y maldiciones.
Río furiosamente
Y en las noches
bebo el agua de los curujeyes,
porque en ellos
puso la luna, para mí sola,
toda la gloria de su luz.
Una lápida para la marquesa
Quinientos años ya de ser fundada una ciudad que se hace fuerte, amurallada tras historias a veces mal contadas, otras ocultas o borrosas. Ciudad hecha por hombres, para hombres. Los que te hicieron… ¿Qué consejos te dieron? ¿Qué herencia te dejaron?
Quinientos ya.
Cerrada fecha de celebraciones, pero
tu historia pasa como
si no hubieras existido.
Por eso, busco una piedra, un pedazo de mármol con tu nombre.
Yo te vi, te conocí, llegó a mi oreja
el ruido de tu voz como un susurro.
Por eso, ando por tu ciudad —sí, tuya—
buscando un sitio en el que esté tu nombre.
Esa es mi guerra, en la que me desangro.
Quiero saber, indago
si fuiste madre soltera, prostituta, virgen.
Mientras, aquí te guardo:
en el verso más triste y que más quiero
vas a estar siempre.
Alerta seas en las generaciones por venir.
Aún más que eso, un recuerdo.
Sí. En el maltrecho título
que entre burlas y amores te pusieron,
nadie olvide que además de Marquesa
fuiste, eres, serás pobre, negra y mujer. ¡Que yo te salve!
Mami
El día es propicio
para salvar distancias.
Hasta las nuestras.
Por eso te llamo
con un apodo familiar y antiguo.
Puede
Empezar ya en ti el asombro desde
el sitio en que estás por estas
cosas que vas a oír.
¿Cómo pudo existir tan grande espacio
entre las dos? ¿Cómo
vivimos tantos años sin que nada
fuese a ambas común?
Ahora
es que puedo entender. Y te agradezco
el desamor, la angustia,
el desamparo. Y
la total ausencia de esa sustancia
elemental que me hace
vivir sin nadie, en medio
de mil manos, deseando
una mano que impida
mi perenne caída inevitable.
El tigre y yo, durmiendo junto
El tigre tuvo sueño,
se echa junto a mí, se duerme
como un regalo inusitado; tiendo
la mano y lo acaricio.
Dichosa es esta mano que se pierde
entre el dibujo de su piel.
Me arrimo aún más.
El tigre es tibio y manso. Pego
mi oído a su corazón.
Apenas late. Cómo
puede ser tan pausado
el corazón del tigre?
Entre él y yo no hay selva,
tempestad ni miedo,
ninguna distancia nos separa.
Respira suave; huele
cerezas el aliento
de este animal que amo y cuido.
Se mueve ahora; vuélvese
al otro lado; no despierta,
pero temo
que el sueño acabe.
No el del tigre, el mío.
Primera vez ante un espejo
(Viendo una cabeza terracota de mil años, excavada en Ifé)
¿Dice alguien que no es
mi rostro este que veo?
¿Que no soy yo, ante el espejo
más limpio reconociéndome?
O…. ¿es que vuelvo a nacer?
Esta que miro
soy yo, mil años antes o más,
reclamo ese derecho.
Mi mano va
desde ese rostro al mío
que es uno solo y de las dos,
asciende, palpa
el mentón purísimo,
la espaciosa boca. Sí,
con mucho espacio, así que un solo beso
de ella basta
para pedir la bendición al viento,
la tierra, el fuego y la llovizna.
Ahora toca mi mano la nariz.
De un lado a otro va sobre ese rostro
de las dos. Esa nariz… mi dios; en la pradera
para mí sola, esa que llaman Universo,
en la que ando a mi albedrío,
atrapa olores.
Olor a fuego, a tempestad,
a tierra y agua juntos,
olor de amor, de vida inacabable
entra por ella; es
el total alimento de mi sangre.
Mi mano, al fin, a lo más alto
de ambos rostros llega:
los pómulos, la frente, baja
un poco nada más hasta los ojos
que yo miro y me ven.
Ojos tremendos
en los que apaga y aviva sus fuegos la tristeza.
Soy yo. Espejo o renacida.
De Gatos y liebres o libro de las conciliaciones,
Ediciones Unión, La Habana (1978, 1989, 1996, 2006, 2007).
Georgina Herrera nació en Jovellanos, provincia de Matanzas, Cuba, en abril de 1936 y falleció en 2021. Comenzó a publicar a los 16 años en periódicos y revistas de la Capital, a donde se trasladó posteriormente. A su primer libro: GH (1963), siguieron Gentes y Cosas, Granos de Sol y Luna, Grande es el Tiempo y Gustades Sensaciones, en 1997. Desde 1962 trabajó en la emisora Radio Progreso, donde escribió novelas, cuentos y teatro. Tanto en la literatura como en la radio recibió premios y distinciones; también trabajó para la televisión. En toda su obra abunda la temática feminista. Participó en diferentes eventos nacionales e internacionales, en los que abordó precisamente este tema, poniendo especial énfasis en la mujer negra, sobre cuyos orígenes investigó toda su vida. Su poesía ha sido traducida a varios idiomas, incluida en antologías y estudiada en universidades en Inglaterra, Estados Unidos y Canadá. Perteneció a la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de la obra:
12 Spa
120×60
De la artista mexicana © Ninfa Torres