David Lara Ramos
Tenemos el honor de compartir como primicia el cuento ganador del Premio Nacional de Cuento de los Talleres Relata 2024 en Colombia. El jurado que eligió el cuento «El tambor del silencio», integrado por Daniel Gonzalo Jiménez Quiroz, Lorena Salazar Masso y Margarita María Posada Jaramillo, consideró que el relato «tiene una estructura impecable y una voz coloquial verosímil y consistente similar a la narración oral, que fluye con facilidad y logra enganchar al lector. Es un cuento duro y hermoso a la vez». David Lara Ramos, además de periodista, docente y novelista de extensa trayectoria, es el editor de crónica de Abisinia Review.
El tambor del silencio
Dije que ese tambor no se toca… ¿Qué es lo que no entienden? Ni lo muevan del rincón donde Jacinto Contreras lo dejó. Lo repito y no me canso. ¡Ese tambor no se toca… No se mueve de ahí!
……Aquí va a venir la gente a preguntar ¿por qué no se toca? Ombe, porque el que lo tocaba lo puso ahí la última vez. A Jacinto le gustaba ese rincón, al lado de la tinaja, punto. Decía que era el lugar más fresco de la casa y que esa frescura suavizaba el cuero de vena’o hembra, sí señor, un venao hembra que él mismo cazó, abrió y despresó, allá, más arriba de las lomas de Corozo Seco, su tierra natal. ¿Qué es lo que no están entendiendo? El asunto es sencillo. Un tambor como el que hizo Jacinto está hecho de seres vivos, apue, seres vivos. Un cuero de hembra e’venao. Dicen que el de vena’o macho traquea como empalizá ‘e corraleja, el macho no sirve pa’ tambor. Un vaso bien redondo de ceiba blanca pintona, firme como madrinas de guayacán, cuñas de ceiba roja y amarres de canto de fique madura’o con sol de verano. Todos seres vivos. ¿Usted me está entendiendo?
……La gente gritaba en el cementerio: «¡Qué lo entierren con su tambor, que era su compañero!». La gente es que tiene vainas. Vea usted, si uno hubiera enterra’o a Jacinto con su tambor a to’s dos se los hubiera comío parejito el gusano, todos se hubieran vuelto polvo, juntos. Sí señor, un tambor está hecho de seres vivos. Entonces por eso se queda ahí, en el mismo sitio que él lo dejó. Vea, si el espíritu del que lo tocaba quedó por ahí penando, entonces que sea él mismo que venga y lo toque, sí señor, que se escuchen esas manos, esos golpes, para que la gente diga: «Volvió Jacinto». «Volvió Jacinto Contreras a tocá’ su cuero ‘e venao». ¿Ahora sí me están entendiendo? Cada tambor carga el espíritu de quien lo hace, por eso, si esas manos, esos golpes de quien lo fabricó no están, el espíritu de ese tambor va a sentir la mano ajena, el golpe extraño, ¿Comprenden cómo es este asunto? El tambor llama a su dueño. Jacinto tiene que vení’ a tocarlo, a menos que en la última noche del velorio se hubiera invocado el nombre del muerto, delante de su tambor, y se le hubiera pedido permiso para que otra persona lo tocara. Los rituales de muerto se respetan y esa última noche de velorio nada de eso se hizo. Hay que tener claridad, présteme atención, que ya he dicho, he explica’o por qué ese tambor no se toca.
……(Canta) Ay Jacinto lo trajo/ Y era chiquitico,/ Ay Jacinto lo trajo/ Y era chiquito/ Tomaba era leche,/ como un ternerito/ Tomaba era leche,/ como un ternerito// Ay Santa Cecilia de Roma, dale el descanso eterno… Santa Rosa de Lima, condúcelo a tu reino celestial… Santa Catalina de Alejandría, purifica su alma y permite que entre a tu morada divina… (canta) Y era chiquitico/ tomaba era leche/ como un ternerito// ¡Cómo me gustan a mí esos versos! Jacinto todo lo volvía canción, componía sus sones. Eso sí, to’s buenos. Tenía sabrosura, contaba sus historias. Ese tema salió de un ñeque, un ñequecito, sin mamá, perdí’o en el monte, y Jacinto se lo llevó pa’ su casa. Ese animal sí que le hizo desastre, pero vea, en vez de cogé rabia, de cada cosa que el bendito ñeque le hacía, Jacinto componía otro verso. El maiiii morao/ lo prende e’ a diente/ El maiiii morao/ lo prende e’ a diente/ come yuca y ñame/ no quiere más leche/ come yuca y ñame/ no quiere más leche// Igual hacía con el maíz blanco, el negrito. Todo lo echaba a perdé. Ahí mismo Jacinto se iba encariñando más con su ñequecito y hasta hacía vainas que la gente dice que eran inventos de Jacinto, pero qué va, eso no es así. Vea, ese ñeque se comía la purina de los pollos… sí señor, Jacinto se la mezclaba con maíz molío y el ñeque se las arrebataba a las gallinas (canta) Ay se fue creciendo, / comía hasta purina, / ay se fue creciendo / comía hasta purina / dommía arriba el palo/ cómo las gallinas// Y siguen otros versos, pero vea, ese ñeque desagradecido, cuando creció, que ya estaba firme, fue abriendo camino pa’ el monte y no regresó. Bueno, Jacinto en sus pensamientos decía que no se comía los animales que él mismo criaba, se iba encariñando con ellos. El ñeque se fue para siempre, pero ahí quedó la canción que Jacinto me dio para que yo la cantara: (canta) Ay Jacinto lo trajo/ se puso bonito,/ Ay Jacinto lo trajo/ se puso bonito,/ un día cogió monte/ me dejó solito… me dejó soliiiitooooooo, lelelele leiiiii lelei leleiiii. La canto sin tambor y más triste me pongo, se me sale la lágrima blandita. De ahora en adelante los temas de Jacinto van sin tambor, que se sienta lo que esa gente armada le hizo aquella noche. Cuando pregunten y por qué esa canción suena sin tambor, se le cuenta, ya. Ese tambor no se toca. ¡Punto!
……Ya todo está más claro, ¿o no? Pa’ve si les explico otra vez. Pregunto: ¿Quién va a tocar ese tambor? Nadie. Ahí se queda en el rincón de la tinaja, ahí se va a quedar. Cuando pregunten por el dueño, que se sepa lo jodío que pasa uno en estos montes. Aquel día que Jacinto se vino de su tierra desampara’o, de allá arriba de Corozo Seco, llegó con los ojos hondos como pescao manío, huyendo, ante tanta amenaza de esos muchachos armaos que se quedaban en lo alto de Cerro Limón. Cogió camino fue pa’ mi casa, claro, tocamos muchas veces en las velaciones de Santa Lucía y San Pacho, más allá de las Lomas de Vilú, en las tierras del difunto Mañe Mendoza. Jacinto era mi compañero, claro. Yo era el canto; él su tambor, nada más. Nicanor, el marío mío se puso con bravonerías. Bonita vaina… Decía que él y yo teníamos que tener algo, me decía, que por qué no cogía pa’ otro lao. ¡Ay Nicanor! Le dije que se calmara y me fui directico sin pendejadas: «Claro que tenemos algo pendejo, nosotros somos gente de la cuttura de estas tierras». Yo hablaba y él ahí rumiando su rabia como novillo amarrao, me trató de embustera y le dije: «Ve, Nicanor, a mí me respetas, a mí no me vengas a tratar de puta, que tú bien sabes que yo puta no soy. Jacinto es tamborero y yo cantadora, nada más, qué más quieres que te explique. Mira Nicanor ni bailar ni cantar ni gozá ni bebé ron ni hacé versos es oficio de puta. Un atrevido es lo que eres». Vea usted, él se iba como por tres meses a cogé algodón pa’ los la’os de Codazi o a cogé guineo verde en San Juan de Palos Prietos, allá en la zona bananera, y ¿qué iba hacer yo? vea, irme pa’ las velaciones del niño Dios de Bombacho y allá amanecía bailando y cantando con Jacinto y to’s los demás músicos y las otras cantadoras como yo. Te sigo contando. Jacinto bajó de su tierra asusta’o, ese día, apenas estaba saliendo el sol, yo estaba echándole el maíz a unos pollos y apareció. Tenía un pantalón marrón amarra’o con un cáñamo delgadito, su tambor colga’o al hombro. Portaba una camisa turquí, curtía de mugre, to’a reventá, como arañá de tigre y las abarcas mojosas de polvillo del camino. Me dijo con una voz bajitica: «Perdí mi rancho, Amaranto, esa matazón allá arriba fue grande mujer. Le prendieron candela a to’el pueblo. Ayúdame, Amaranto». Ahí mismo se sentó. Ni media palabra dijo en horas. Se puso a mirar lejos como si de ese lejos fuera a venir alguien que nunca va a aparecer. Ahí se quedó hasta la noche, le ofrecí un plato de yuca que trajo Nicanor, con tres arenquitas guisadas y agua de maíz con panela. Lo rechazó, me dijo: «Tengo a to’ esos muertos en mi cabeza, gente conocida mía, Amaranto». Cuando se hizo más de noche, le dije: «Jacinto, mira, te puedes acomodar en ese rancho de al frente, que dejó abandona’o la familia Canoles. Eso fue después de la matazón por el playón de Santa Rosa. Se fueron to’os esos Canoles del pueblo como derrota’os, ahí quedaron esos ranchos solos… Uno ni se ha entera’o que ha sido de to’ esos Canoles. En ese rancho curti’ó y ruinoso se acomodó Jacinto con su tambor y en menos de veinte días ya ese rancho tenía otra cara, bien paraito, acomoda’o, Jacinto era bueno con las manos. A los pocos meses, él mismo echó una terracita con un piso en cemento pulido y ahí nos poníamos a cantar al atardecer, a veces hasta muy tarde, hasta esa noche en que esa maldita carta nos llegó, el papel decía que ya no se podía tocá después de la seis de la tarde ni hacé palmas ni cantá ni nada. Jodi’o vea, decía que «Había llegado la au, autoridad al pueblo» ¿Autoridad? Vea, en cualquier momento le llegaba a uno la muerte, vea aquí, mientras más pasaban los años, uno iba cogiendo como un olor a esperma en el cuerpo, digo yo. Uno se pasaba era de digno para que no se la montaran al pueblo esos armados y se la pasaban echándole plomo a uno como si uno fuera de algún bando o de otro. No señor, nosotras somos cantadoras, hay tocadores de tambor, maraqueros de los buenos, versadores, bailadores, bailadoras, nos gusta el fandango, la velación de gaita, la rueda de bullerengue, ese es el bando de nosotros, la cuttura que llama la gente de la ciudad, pueden decirnos que somos ordinarios, pero somos cutturales, eso es lo único que le sirve a un pueblo, la cuttura, y eso sí que lo tenía bien claro Jacinto y se lo decía a to’ el mundo que pasada por aquí, incluso a esa gente armada cuando apareció, él mismo se los dijo en su cara. Y fíjate, to’ esto que ha pasado, aquí estamos resistiendo con puro canto, puro tambor, la vaina está fea, fíjate aquí no llegó ni un tamborero al entierro de Jacinto, ni los Ortiz ni los Llirene ni los Álvarez, ni los Batata que estaban cerca portaron por aquí, llenos de miedo, y que porque los muchachos esos armaos estaban acabando con los que tocaban después de seis de la tarde… La verdad es que aquí hace meses que no se canta ni se toca. Aquí se silenciaba to’ apenas la gente encerraba sus bestias en los corrales, apenas se arreaban los terneros, todo el mundo se iba a dormir temprano. Las gallinas obedientes se encaramaban en los palos de uvito y guásimo. Ahí se quedaban hasta que saliera el sol. Es que uno no podía salir antes de que aclarara, no señor. El viejo Jaime Meriño, tan terco como buena gente, se le daba por salir madrugao, cantando eso que iba a hacer (canta) Voy a arrancá yuca… voy arranca yuca… vamos a buscá ñame, vamos a cogé batata, vamos a cogé melón. Vea, una madrugada, lo vieron por el camino de abajo, y no volvió más, ni su cuerpo lo han encontra’o todavía. Que lo vieron por las montañas de San Lucas, que lo vieron bebiendo café pa los la’os de Barranca Bella, pero la verdá es que el hombre hace más de cinco años que no lo vemos, y ahí está su casa abandoná, con las paredes pelás como vaca flaca y las ventanas en el aire como muela floja. A Jacinto no lo desaparecieron, lo dejaron tira’o en la calle del Caimito. Vea, esa noche, la luz estaba débil, los bombillos espabilaban como alas de cucarrón. Como no tenía televisor, se fue por la orillita a la tienda de don Alirio a ver esa novela que daban en la noche. Y vea usted, antes de esa novela que le gustaba a Jacinto, como pa’ agarrá más gente, digo yo, apareció hablando el presidente de la república con su bandera terciá. Vea y comienza esa habladera, a echá embuste, habla y habla, hablá y hablá… Que la gente del campo, de los territorios, que otra vez el cuento de la reforma agraria, de la distribución de la tierra… Pendejadas y se fue el tiempo en eso, y Jacinto ahí, senta’o en un banquito, esperando su novela. Se lo dije varias veces, ve, Jacinto, vente pá acá, aquí teníamos un televisor de eso pipones, blanco y negro, pero él tenía su asunto con el marío mío, él pa’ evitá se iba a la tienda de lunes a viernes, to’a las noches. Como a las once sonó la vaina…un golpe seco, uno solo…vea, el silencio se puso más apretao, había tanto silencio que se escuchaba todo clarito. ¿Y quién salía a la calle pá ve qué pasaba? Nadie. Ya lo tenían advertido esos armaos, que nadie saliera después de las seis de la noche, pero vea, esa novela de gente de plata, mujeres bonitas, con fincas y caballos briosos, era la que le gustaba a Jacinto. Vea, yo lo presentía. No pude dormí, sabía que Jacinto no había regresa’o a su casa, porque siempre, así tuviera yo la casa cerrada, oscura, siempre daba las buenas noches: «Amaranto, ya estoy por aquí» «Ohhhh Amaranto, bendiciones» «Ve, Amaranto me voy a dommí» Y luego decía: «Buenas noches mujer». El marío mío siempre decía: «Ajá y cuál es la pendejá del otro, por qué tanta saludadera» Cómo me hacen falta ahora esas palabras: «Ohhh Amaranto, te tengo unos versos, mañana te los canto».
……Aquella mañana, salí cuando estaba aclarando y vi el bulto allá por la cerca de la viuda de Libardo Santana. Me fui caminando rápido, apenas vi el sobrero tira’o, grité «¡Jacinto, dios mío!» El marío mío se quedó asomao en la puerta viendo qué era lo que yo hacía … y le grito: «Vente rápido, ayúdame, mataron a Jacinto». Tenía un solo tiro en la nuca. Una abarca puesta en su pie derecho, la otra quedó voltiá, pegá a la cerca de lata ‘e corozo. Fueron los mismos muchachos de Cerro Limón, desde allá se ve to’o el pueblo. Se lo dije a Jacinto varias veces, déjate de andá caminando por las noches, más caso hacían los perros que sentían el miedo, la presencia de esos muchachos allá arriba. Vea, eso vino carro, gente del Gobierno con sus chalecos de to’s los colores, policía armaos, ejército, ahí es cuando uno les cogé el embuste al presidente de que el Gobierno ayuda. El Gobierno ayuda es a enterrar a la gente. Se aparecieron con su cajón pa’ el muerto. Al rato preguntaron: «¿Y quién movió el cuerpo?» Salí enseguida… «Yo fui, carajo, acaso iba a estar ese hombre ahí tirao cogiendo sol to’el día hasta que ustedes llegaran, ¡pues no! Yo lo moví con la ayuda del marío mío. Lo rodamos pa’ la sombra del palo de uvito». Y salen después con la pregunta que si sabíamos qué hacía Jacinto: «¿A qué se dedicaba el ciudadano?», dijeron con ese habla’o raro de la gente de ciudá. Vea, ahí sí que se me salió una rabia de adentro, furia sin llanto… y les dije bien firme, así como el sol que alumbra su pedazo: «Vea, Jacinto era la cultura de este pueblo, se dedicaba a poné la felicidad en el pueblo, la alegría. Era un hombre cuttural, decente, componía versos, echaba cuentos, sacaba historias, cultivaba su yuca, su maíz y tocaba el tambor que él mismo hizo con un cuero de venao hembra. Eso hacía Jacinto Contreras». Y no preguntaron más.
……Como a las dos de la tarde, lo metieron en un carro de vidrios oscuros y lo regresaron meti’o en su cajón, cuando ya estaba anocheciendo… Ahí se le hizo su primer rosario. Días después del entierro, volvimos a su casa y vimos ese tambor solitario, allí mismo donde él lo puso, y ahí mismo donde se va a quedar, a menos que su espíritu vuelva y ponga sus manos sobre ese cuero. Eso es lo que yo estoy esperando. Mientras tanto, ese tambor queda en silencio, como si todos los seres vivos que allí están los hubieran matado por segunda vez. (Canta) Ay Jacinto lo trajo/ se puso bonito/ Ay Jacinto lo trajo/ se puso bonito/ un día cogió monte/ me dejó solito//… lere lereriiii… lerie lerieiiii… nos dejó solitos.
Karibona, 2024
David Lara Ramos es escritor, periodista y reportero gráfico. Abogado. Magister en Cultura y Desarrollo. Columnista del portal las2orillas.com. Fue editor de Dominical, suplemento literario de El Universal de Cartagena. Ganó el premio internacional de traducción literaria, organizado por la Universidad de Extremadura en España. Premio Nacional de Periodismo Ernesto McCausland. Recibió la beca de investigación periodística otorgada por la FNPI, hoy Fundación Gabo. Docente de narrativas de la Universidad de Cartagena y director del taller de escritura creativa Cuento y crónica. Ha publicado los libros de crónicas El dolor de volver (2017) y Pasa la voz, queda la palabra (2011). Sus textos han sido publicados en medios como Malpensante, Vice, Semana, El Heraldo, El Tiempo, El Espectador, entre otros. En 2020, ganó el premio de Crónicas de la Red Nacional de Talleres Relata, con el trabajo Cantos y luchas del sembrador. El Diario del confinamiento, reportaje personal durante la pandemia de 2020, será publicado el próximo año.
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de una obra del poeta, ensayista, cronista y artista plástico venezolano Leonardo Gustavo Ruiz ©