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Plegaria de nacimiento

Angélica Patricia Hoyos Guzmán

 

 

Abisinia Review comparte el primer capítulo de la novela Reina de copas de la escritora colombiana Angélica Patricia Hoyos Guzmán, obra que está contada por Cecilia, una mujer ceñida a los estereotipos del deber ser y que descubre en los saberes ancestrales un destino diferente al signado por la sociedad, una liberación frente a los roles impuestos.

…..El motivo de la bruja, la partera que aprende a hacer el tránsito entre la muerte y la vida, encuentra su narrativa en las cartas del tarot como un proceso evolutivo arquetípico de la heroína. La novela trata varios temas álgidos dentro de las preocupaciones del mundo actual: el papel de la mujer, su autodeterminación y su configuración dentro de la sociedad. Además, aborda el debate sobre lo femenino y lo masculino desde las perspectivas ancestrales del territorio, particularmente de La Guajira.

…..El universo narrativo construido otorga al mundo simbólico un gran sentido en la narrativa híbrida. Asimismo, se presentan problemáticas complejas que, si bien han sido contadas desde otros lugares, se tratan con otros recursos estilísticos y espirituales del mundo atávico. De ese modo se exponen temas como la prostitución, el narcotráfico y el sistema legal y penitenciario colombiano. La obra habla del perdón como elemento fundamental para el desarrollo espiritual, lo cual se vincula directamente con temáticas tan importantes como la Jurisdicción Especial para la Paz.

 

 

Plegaria de nacimiento

Aoana es el movimiento del fuego, es la resonancia del agua cuando fluye, es el torbellino del aire que lleva el polvo del Sahara hacia el desierto. Es una canción en una lengua muerta que nadie recuerda, pero que habla de la pirotecnia de los volcanes, cuando los seres nos dedicábamos a ver el espectáculo de la eyaculación de la tierra como una manifestación de la fuerza de la madre y era celebrado el fuego que provenía de allí; era celebrado, contemplado y llevado al disfrute sexual entre las gentes. De esos tiempos ya nadie recuerda, pero yo nací para recordar y hacer recordar con mi historia la creación que cada quien trae; el nacimiento y el momento exacto en el que el fuego se enciende adentro del vientre de la madre. Aoana viene de una tribu africana que cantaba con los pájaros. Este es su canto, el de una sirena morena de ojos felinos cuyo amor la llevó a hacerse asesina y a encantarse con los nacimientos. Aoana es una diosa terrenal, mundana, todo el mundo sabe lo que ella sabe, pero nadie recuerda. Vine a nacer después de matar. Aoana teje el nombre nuestro de cada día. Ella es la que sabe del tránsito. Lo que escuches de esta historia viene de las ancianas que cantaron con ella, de mujeres de siglos y siglos que honraban a los volcanes. Estas mujeres vieron morir a sus hijos y pensaron que los habían matado a ellos. Y el dolor se les incrustó en el cuerpo para parir, pero antes parían extasiadas y salía de su garganta la lava ardiente del deseo de vivir. La Guajira antes era el mar y había fuego, y con ese fuego celebramos la vida. Esta es la historia de Aoana, partera del desierto, que amó a los hombres, mató e hizo nacer, de las semillas, nuevas sirenas en la tierra donde vino a ser muerte. Este es el canto tejido en su mochila, un canto humano que contó mi abuela y que escuchó de su abuela y de la primera mujer de nuestro linaje, aquella que paría con placer y en orgasmos nos trajo a la vida de la dicha. Aoana, te nombramos, te recordamos con esta ofrenda de tabaco y miel, con estas flores de mayo, para que seas tú ungiendo el nacimiento de la mujer que sale de esta cárcel. Así sea y así es. En el nombre del padre, de las diosas, de la madre que nos parió, hecho está.

…..Aureliana me enseñó a ganar. Pasábamos rondas enteras de la tarde intercambiando trofeos por juegos largos. Así nos fuimos conociendo. Ella era como una sacerdotisa, pero con un aire desenfadado, más jocosa cuando quería, aunque siempre andaba seria. Una noche me mostró otra baraja que tenía entre sus cosas y era un tarot antiguo que tenía figuras diferentes a la baraja de naipe español que hasta entonces habíamos tenido por divertimento. Me sacó una carta y era una reina de copas. En el tarot de Marsella, esta carta es la de la ternura y el sentimiento desmedido. Esta reina tiene una espada escondida y siempre la usa. Tiene un trono de piedra, una certeza. Es la reina kármica, la que ama demasiado, la dependiente. Puede asociarse a una hechicera, curandera o síquica; una mujer magnética e intuitiva que nada teme del sentir y que lo da todo a copas llenas. Mientras saltó otra que era la emperatriz, me dijo que esta simbolizaba la madre. Yo era todo entonces, menos una buena mamá. También me advirtió de los dones intuitivos y sensuales de mi sabiduría interior. Aoana trae consigo la fuerza y el fuego, todo a su paso surge de la raíz. Cecilia es esa reina de copas, una mujer fatal que corta y ama descomunalmente, como una boba, pero reina, firme en el amor desbordado que piensa que es el verdadero, en ese amor que es el sueño de cualquiera. Entendí con eso que no estaba allí porque amé, sino porque quise. Este tarot tenía unas cartas hermosas. A mí se me tuvo que haber iluminado el rostro esa noche como una vela en la oscuridad de la celda, porque la vieja sonrió y soltó unas cuantas lágrimas de felicidad. Me quiso enseñar a leer cada una en comparación con las reclusas que había en el lugar, y que así no me iba olvidar nunca. Lo único que yo tenía que hacer era escoger una y escuchar su historia. El tarot era otro juego de naipes para mí, pero en este ganaba conocimiento. A cambio, le daba a la sacerdotisa bandejas de pan dulce que traía mi hermana cada domingo, con las noticias de que no había visto a Julio y de que no podía traerlo a la cárcel porque la abuela y el padre se negaban a que estuviera en este lugar. Así que no tenía nada que perder sino jugar y aprender algo que Aureliana quería enseñarme. Ella insistía en que ya antes nos habíamos visto. Yo no lograba acordarme de haberla conocido. La reina de copas es una mujer de sentir todo: el amor y el odio. La sacerdotisa es la anciana que sabe y enseña lo femenino. La emperatriz es la madre que guarda el huevo, las mujeres y sus símbolos síquicos. La muerte es una mujer que enseña a arar la tierra más negra, el abono más fértil para el destino pactado.

…..Empecé por escoger a la más jovencita del penal. Tenía cara de ser un diablo, pero Aureliana me hizo averiguar bien su historia para que comparáramos con la información de las cartas. Su nombre era Tibisay. Era una muchacha de unos diecisiete años. Se notaba mucho más joven que yo en ese entonces. Tenía la piel más blanca que todas nosotras y un rostro indio. Su pelo negro se veía casi azul y le hacía juego con los ojos rasgados. Ella no era muy amigable, me costó trabajo acercármele mientras jugaban a la baraja. Le ofrecí una novela que me estaba leyendo esos días. Me rechazó. Pensé en eso de que la mayoría allí no sabía leer, entonces me fui por el lado del estómago y saqué una galleta de las que más guardaba para que los guardias no me las quitaran. Tibisay accedió: sonrío vagamente y me recibió el bocado. Le pregunté si no había un lugar para menores de edad y ella me dijo que a las asesinas no las dejaban en los internados. Esa confesión inesperada y apresurada hizo que ganara confianza antes que miedo, pues creo que en ese momento ella quiso decirme que me alejara al nombrarse asesina. Le hablé de ser asesina. Conté que me habían quitado a mi hijo y no sabía cuándo lo volvería a ver; incluso comenté acerca de la mastitis que me había secado los senos y me había dejado en cambio dos piedras. Entonces sonrío y me habló de lo importante que era tener los senos duros para bailar en los bares. Tibisay era prostituta y bailarina. Le gustaba el sexo y bailar, pero se enamoraba de sus clientes y eso era un pecado mortal en una profesión como esa. Tuvo que matar por celos, porque el hombre le había prometido sacarla de la prostitución y hacerla la esposa oficial, pero nunca cumplió y dejó embarazada a la esposa mientras visitaba a Tibisay en el puteadero donde trabajaba. Pero ese no era el motivo real de haberlo matado: ella lo mató porque cuando ella se negó a estar con él, el cliente la violó y la golpeó hasta desformarle la cara. La joven se armó de paciencia y fraguó una venganza tal que no les dio tiempo a los jueces de disponerla para correccional de menores. Le había cortado el pene y ella se sentía orgullosa de su trofeo. «A los hombres violentos hay que castrarlos como a los perros para que no sigan usando la verga como un arma», contó aquel día, sonriendo como una justiciera. Era la carta del diablo, como decía Aureliana, y cuando le conté la historia me lo confirmó. Esta carta no era del todo negativa, también aseveró la vieja, pues hay un instinto de supervivencia en ese demonio que encadena o libera a quien lo posee.

…..Tibisay era una bailarina y le gustaba dominar a los hombres con el sexo y el baile. Se hizo libre de su agresor y cobró venganza por su cuenta. Podría pasar veinte años más allí con buena conducta y, como su familia no la reconocía, no le importaba más nada, así que ya era libre. El día que supe su historia también me pidió que le enseñara a leer. Empezamos por la escena más caliente que encontré en mi libro. No sé ahora si era yo también el diablo ofreciéndole cosas para que cayera en la tentación. No todo lo que brilla es oro, dice la carta del diablo. No todo lo bueno libera y, al mismo tiempo, liberarse es la única opción del instinto humano. Aoana es la llama encendida entre Aureliana y yo, mientras a oscuras leemos los misterios de la noche. Hay gente que no es una sola carta, sino que es una combinación telúrica como esa de la reina de copas y la emperatriz. Eso lo supe también con doña Estrella, pero esta mujer no era la estrella del tarot, que es una mujer desnuda bañada por las aguas y por las estrellas de la buena suerte. Todos tenemos una estrella, según Aureliana, y yo en ese momento no veía la mía; estaba apenas encendiéndose a mi alrededor mientras aprendía ese juego que me prometía Aureliana cada tanto. Doña Estrella era ermitaña, no salía de su celda. Me recordó a mí cuando recién entré, pero ella tenía mucho más tiempo que yo allí encerrada. La guardia le llevaba la comida hasta adentro por un gesto benevolente o por unos pesos a cambio cada mes. Era callada y me costó mucho llegar a conocerla. Precisamente ese alejamiento de todas me hizo proponerme llegar a ver un poquito, aunque fuera su rostro. Era una mujer con gesto severo, pelo cano y cara redonda, cerca de los cincuenta años. No miraba a los ojos. Me ofrecí a llevarle el almuerzo y a cambio de garotos la guardia me dejó. Nada es gratis en Papillón. Se espantó al verme y le insinué que no se preocupara, que solo quería hablar con ella. Más silencio de su parte. Cuando le pasé el jugo, le hablé de los naipes y ella hizo una oración dentro de su oscuridad. Afuera hacía mucho sol, como todos los medios días en Maicao. Le ofrecí jugar y me hizo un gesto vacío. Se dio cuenta de que en la bandeja estaba servido un chocolate, pues guardé uno de los que le había prometido a la guardia y sonrío con la mirada. Entonces le ofrecí el dulce como un regalo de mi parte. Le dije que ese dulce me recordaba mucho a mí cuando recién había llegado y que no entendía por qué no salía. Me llamó bellaca. Yo no sabía nada de la vida para andar regalando cosas a la gente sin conocerla. Algo escondía en esa celda oscura y por un momento un rayo le atravesó la cara, y supe que sus ojos tenían una ira misteriosa, como cuando pasa la muerte y los perros ladran. Sentí una gran amenaza cerca, entonces no la miré más y regresé a mis labores repartiendo libros. Cuando le hablé de ella a Aureliana, se acordó de que las personas así eran sabias, pero que en el caso de Estrella su encierro era por la luna. Me la mostró y se parecía mucho a lo que sentí en el momento de hablar con ella. Cuando veo la luna en el tarot no puedo olvidarme de Estrella, porque es justo esa sensación de saber que algo oculta, que lo sabe todo y que en su presencia la noche esconde sus más temibles alimañas y sus más nacientes fuegos. Una sabe que te puede hacer daño y que pronto te puedes enterar y te dolerá. Lo más oscuro del alma, lo más profundo de lo caótico y lo femenino se encuentra allí.

…..Las intenciones y pasiones más bajas que no se encuentran de frente pero que están. La luna también es una sabiduría femenina muy fuerte, una energía que cambia con los ciclos de las mujeres, según me explicó Aureliana. Toda luna tiene su lado oscuro y luminoso y los intermedios. Yo apenas era una aprendiz de tarot y este juego me había hecho olvidar el picor de mis entrañas, las piedras en mi pecho y la amargura de mi vida como mujer hasta ese día. Aoana era todo lo nuevo que llegaba a quemar como el fuego y transformar lo que sabía sin saberlo. Poco a poco se destejía en mí algo que no recordaba. Ese era el poder de la luna también, porque ella es espejo de quien la mira y se obnubila; ese canto de pájaro y nube, de tierra que llora por lo que duele cuando es invadida.

…..Cecilia era la asesina de su propio hijo, del padrastro de aquel muchacho, incluso del propio amante que la había llevado a la cárcel. La estrella era la carta de la buena espera antes de adentrarse en la profundidad, como ese escudo de buen augurio que se necesita para transitar la noche antes del amanecer. Supe que la luna me había rondado desde siempre y que el tarot también cambiaba según uno iba viviendo. Ahora que cuento todo esto como Aoana y habiendo sido Cecilia, esa reina con su copa cerrada ya no confía, espera su alma gemela y tiene una espada que corta a quien no quiere que abra su corazón. También soy la emperatriz, siempre llevo en mí una luna y un sol para caminar. Tal vez soy la reina de toda la baraja y sé que cada tanto puedo ser una arcana, una sota o un as que todo lo corta, aunque mi esencia y soledad de reina permanecen intactas. Aoana es la que crea mi vida, ella es la creadora. Aoana sabe que todo es porque es ella, esa es mi verdad. La reina era la que había hecho lo que quiso por instinto y por amor aquellos días, aunque se escudaba en que su marido la había obligado. Era entonces una reina sin trono ni poder, una reina invertida, pero con toda la potencia que descubrió después. Aureliana lo dijo, pero Cecilia no sabía que aspiraba a emperatriz, ni siquiera había llegado a ser la soberana que tenía que ser. A lo sumo era un diez con todas las espadas adentro, un muerto que empezaba a resucitar mientras aprendía y que tenía ganas de ser diablo para vengarse de su exmarido como Tibisay lo hizo con su amante. Soy Aoana, pero esta es la historia de Cecilia, la reina de copas en una baraja cuando se hizo libre y dejó correr sus aguas estancadas en cautiverio. [También sé que como ahora le leo a usted estas cartas, una puede o no hacerle caso al tarot. Hay un camino que se muestra, pero cada una tiene libre albedrío y el derecho a decidir si hacer caso o no a la evolución del alma, al símbolo del viaje.] Llovía el día en que Lorena, otra reclusa del penal, asesinó a Natalia a la hora del almuerzo hendiéndole un tenedor. Noté cómo miraba hacia Estrella y este tenue gesto me delató con la mujer encerrada quien me devolvió la mirada con una sonrisa abierta. Supe que allí estaba la luna mostrándose, que había gente que no era de fiar. Aureliana lo había predicho: algunas veces eran engaños con terceros, pero siempre había algo oculto del lado donde la luna no se muestra. Todos tenemos esta cara, lo que pasa es que con algunos la utilizamos más.

…..Aureliana era una ouutsü en su comunidad wayuu. Ella soñaba y tenía comunicación con los ancestros: usaba los puentes que son difíciles de encontrar al ojo humano. Había soñado que me iba a conocer y que me enseñaría todo. Me contó su historia de sacerdotisa. Estaba allí por la marimba. Aquellos hombres ricos que traficaban y tenían mucho dinero para comprar mujeres y tierras, se habían apoderado de su ranchería sin nadie que se los impidiera. El día que llegaron, ella ya sabía que irían, y sabía que esto era un daño para la comunidad porque vio en el sueño cómo una ola de mar arrastraba la ranchería, lo que quería decir que venían a matar y que iba a haber mucho dolor.

…..Ella le pidió a sus hijas y nietas irse mucho antes y varias alcanzaron a hacerlo. También vio la tierra seca después de la oleada, el hambre, la ruina y a los muertos enojados por no hacer los entierros de la gente desaparecida. Aureliana estaba en su ranchería y vio todo antes, como me vio a mí. Perdió sus chivos, perdió a sus nietos más adolescentes cuando los vio andar en motos y gatillos por el horizonte del desierto hasta que desaparecieron como un punto que el sol ya no deja ver. En ese entonces la laguna no volvió a llenarse y los totocos se fueron también. El pueblo de Aureliana quedó hecho de sal y tierra ruinosa. A pesar de su silencio mientras fue testigo de todo aquello, la obligaron a cocinar para los asesinos, la obligaron a hacerles baños y curas a las armas, pues la conservaban como un amuleto, como una recompensa que la tierra les había dado. Su mirada se llenaba de aguadesal cuando recordaba frente al fuego. Llegó a ser peligrosa un día por defender a una niña de diez años que los mismos tíos querían entregarles a los alijunas marimberos a cambio de comida. Ella les pidió que no se la llevaran y se interpuso en el negocio. Aquello no era una dote, sino una simple transacción comercial sometida por los poderosos del lugar, ahora dueños de todo cuanto miraban allí. Fue arrojada al suelo con estruendosa fuerza por esos hombres que la ensillaron en una motocicleta y la trajeron a Papillón para acusarla de cualquier cosa. Le pagaron también con unos billetes al capitán. Ya no les servía ni para rezar las armas porque los hechizos dejaron de funcionarles cuando ellos empezaron a dudar. Entonces la metieron allí en un acto de misericordia frente a su vejez, para que no muriera sola, ni hambrienta en alguna vía de La Guajira donde la quisieron dejar al principio. Este acto de caridad de los asesinos con ella la llevaría hasta mí, a hacerse compañera de mi celda y ahora mi maestra, la bautista de Aoana. Aoana es la forma de la lágrima cuando cae sobre la mejilla. En el sueño, los ancestros sabían que yo no podía ser ouutsü porque soy alijuna, pero tenía que hacer nacer muchos niños, era mi misión y mi destino, según decretó Aureliana. Para eso debía aprender todo lo de ella y que yo tendría mi propio aseyuu, que es el equivalente a un espíritu ayudante. Aoana es su nombre y canta con las sirenas que aparecen en altamar. Aoana tiene una voz que asegura que todo es porque es creado y que yo lo creo. Aoana viene con los tambores de miles y miles de mujeres alrededor de la danza del fuego. Emerge de lo más oscuro y profundo como lava que expulsa la madre iluminando el cielo. Aoana está presente en el sueño y de noche alumbra en la celda con Aureliana.

De Reina de copas. Editorial Unimagdalena, Santa Marta, 2024.

 

 

Angélica Patricia Hoyos Guzmán (Colombia, 1982). Escritora, docente e investigadora en la Universidad del Magdalena en Santa Marta. Doctora en literatura colombiana de la Universidad Andina Simón Bolívar-Sede Ecuador. Magíster en literatura colombiana y latinoamericana de la Universidad del Valle, Magíster en Lingüística Española del Instituto Caro y Cuervo.  Ha publicado los libros de poesía: Hilos sueltos (2014, Ediciones Torremozas), Este permanecer en la tierra (2020, Editorial Abisinia, Editorial Escarabajo y New York Poetry Press), Cajas para seres libres (2023, Editorial Universidad del Tolima), Reina de copas (2024, Editorial Unimagdalena) es su primera novela publicada. Entre sus publicaciones académicas se destacan: Una generación emboscada, la emergencia de la poesía testimonial en Colombia (Editorial Unimagdalena, 2020).

La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de una obra del poeta, pintor y crítico de arte venezolano Juan Calzadilla ©

 

año 5 ǀ núm. 22 ǀ enero – febrero marzo  2025
Etiquetas: , , , , , , , , Last modified: abril 17, 2025

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