Óscar Pantoja
Entro en mi casa. Está oscura. Enciendo la luz. Dejo mi saco en el perchero, mi maleta en la repisa y la caja del perro en el piso. Me miro en el espejo. Sin perder tiempo empiezo por ahí. Con el jarrón lo rompo. Ambos objetos se revientan a la vez. Dos pájaros de un solo tiro. Camino despacio a la sala. Agarro el equipo de sonido y lo lanzo contra la pared. Es increíble la fragilidad de esos aparatos japoneses. Voy hacia la repisa de los cds. Los quiebro uno a uno. Se despedazan como obleas. La mesa de centro la parto de una patada. Me quedo en silencio. Pienso en la ira. Es increíble lo que uno puede hacer con ira. Sigo adelante. Selecciono uno de los vidrios con más punta. Con mi pañuelo le hago un borde de tal manera que no me pueda cortar la mano y empiezo en orden con los sofás. Reviento la tela en mil jirones. Saco la estopa hasta dejarlos irreconocibles. Observo el techo. La lámpara cuelga. Me cuelgo de ella hasta desprenderla. La estrello contra la pared. Empiezo a sudar, sin embargo, no me quito la corbata. Eso lo dejo para el final. Continúo con los cuadros. Los parto como tostadas. Solo me hace falta el tapete, pero no puedo romperlo con las manos. Consigo un cuchillo y empiezo a hacer buena cuenta de él. Después de dejarlo irreconocible sigo a la cocina. Horno microondas, vasos, platos, copas, vajilla explotan como cáscaras de huevo. Como no puedo romper los cubiertos los doblo haciendo que queden inservibles. Tengo sed. Abro la nevera. Hay cerveza, licor, gaseosas. Me sirvo agua de manzanilla helada. Ya que abrí la nevera sigo por ahí. Todo va a dar contra la pared. Frutas, verduras, huevos, botellas, mantequilla, aceitunas, carne. Agarro la puerta de la nevera a patadas hasta desprenderla. Con el interior de la nevera ocurre lo mismo. A las ollas las estrello contra la pared hasta que pierden su forma. La licuadora es cosa de niños y el motor lo reviento contra el piso. Sigo al baño. Voy armado con el martillo de adobar la carne y despedazo el espejo, el lavamanos, el inodoro. Rasgo las cortinas. Con la crema de dientes y el jabón hago una masa espesa. Termino pronto porque en el baño hay pocas cosas. Boto el martillo en el inodoro y suelto la llave. Solo me hace falta mi habitación. Lo primero en caer es el computador, lo despedazo íntegro, especialmente el disco duro, que no quede nada de él. Rompo libros, cortinas, retratos, lámparas, revistas. A la cama la volteo de tal modo que queda al revés. No puedo hacer nada más. Si tuviera una sierra partiría la madera pero no la tengo y la fuerza de mis manos es una risa. ¡Qué frágil es el hombre! Mi título profesional lo despedazo como es debido, igual que el reciente de maestría. Soy un profesional joven. No se salvan ni las fotos de mis padres, ni la de mi reciente familia que ya no vive conmigo, ni el retrato del sagrado corazón de Jesús. Lo rompo hasta que Jesús queda partido. Luego sigue lo principal, voy por las carpetas. Despacio las rompo, rompo los contratos, los pagarés, las cartas, los comunicados, despedazo el disco externo con la información. Luego, con una tijera destrozo mi ropa, mis zapatos y gorritos de lana. Me reviso los bolsillos. El celular y la billetera. Lo golpeo tan fuerte que no queda ni rastro de celular. Estoy rendido. Me tiro en el piso y observo. Todo está hecho una mierda. Sigue lo más difícil. Me preparo. Tengo la sangre caliente. Voy por la caja del perro. Lo dejo salir. Es un callejero que nadie va a echar de menos, pero necesito su sangre. Da vueltecitas oliendo el piso. Lo llevo a la cocina. Agarro el cuchillo. Lo engancho por el cuello. Este no es un ser humano, es un perro. Acabo pronto. La sangre es escandalosa. Me unto con ella. Me siento extremadamente tranquilo. Es como si lo que acabo de hacer fuera una gran terapia. Pero no me puedo dar el lujo de descansar, me gustaría pero no. Del bolsillo de mi camisa saco el encendedor. Voy a provocar un fuego controlado, pequeño, justo para lograr el efecto preciso. Y voy a salir en medio del humo. Los noticieros de televisión no tardarán en llegar, los esperaré sentado en el andén de la calle a que se coman esta carroña que les he preparado. La disfrutarán. Yo seré la víctima del atentado.
Inédito
Óscar Pantoja. Premio Nacional de Novela Ciudad de Bogotá 2021 con la obra Madre. Escritor de la novela gráfica Gabo, memorias de una vida mágica Premio Romic al mejor cómic latinoamericano en el Salón del Cómic de Roma, Italia 2015. Seleccionada por la biblioteca International Youth Library (IYL) en el catálogo «White Ravens» presentado en la Feria Internacional del Libro de Frankfurt 2014. El libro ha sido traducido a 23 idiomas. Ha escrito el cómic infantil Tumaco, libro seleccionado en el Silent Books: From the World to Lampedusa and Back (Libros silenciosos: Del Mundo a Lampedusa y de vuelta); la novela gráfica Rulfo, una vida gráfica y la adaptación a cómic de la novela Tanta sangre vista, del escritor Rafael Baena. Sus más recientes trabajos son la adaptación de la novela La Vorágine, de José Eustasio Rivera, que llevó al lenguaje del cómic; el cómic biográfico Borges, el laberinto infinito; y el libro infantil Cómbita que lanzó en la FilBo 2019. En el 2020 aparecen los libros Cazucá con el que completa su trilogía de cómic silente infantil y la novela La Metaformosis, parodia en literatura de La Metamorfosis de Franz Kafka. Su nuevo cómic Neruda, lluvia, montaña, fuego explora el arte poético y el lenguaje secuencial. Acaba de salir su libro El gigante muerto, literatura juvenil publicado por el Fondo de Cultura Económica.
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de la obra Baile de los Soldados en Suresnes, 1903,
del un pintor, ilustrador y escenógrafo francés © André Derain