Kathy Serrano
El olor del origen
Cuando la mujer regresa a la casa materna, su pueblo ya no existe. En su lugar encuentra un inmenso agujero negro como las fauces abiertas de un dragón. De sus profundidades emerge un aroma dulce, hipnótico, como la piel de un recién nacido. Ella no lo piensa y cierra los ojos antes de saltar.
Futuro
En la ciudad, ya solo reina el silencio. Las bocinas siguen dando alaridos. Los hombres continúan golpeando el volante. Cientos de bocas se enfrentan torciéndose en muecas grotescas de un auto a otro, abriendo sus fauces, violentas. La ciudad ruge, grita. Las ambulancias, los disparos, los gritos, las caídas, los vidrios rotos, la música. Todo continúa como un bucle eterno. Pero en la ciudad, lo cierto es que ya nadie escucha. Los tímpanos se agotaron. La gente va y viene simulando que nada ha cambiado.
Estación Baquedano
Como todas las tardes, a las cinco, ella ingresa al vagón de la Baquedano. Se instala con la espalda pegada al asiento junto a la salida. El vagón está repleto, pero hoy, no siente ni sofoco, ni la angustia de la hora punta, ni el apuro por llegar a alguna parte. Ha dejado atrás las ganas de llorar, la hipoteca y a sus tres hijos. El vagón de la Baquedano es un buen lugar para quedarse. Solo le preocupa que su cuerpo haya quedado muy destrozado, sobre los rieles del metro, después del salto.
Funeral para una casa cansada
Cuando yo era niña, mi madre era la casa y la casa era mi madre. Las habitaciones parecían moverse de acuerdo a su estado de ánimo. Si mamá, por milagro, reía, la casa parecía bailar. Si por el contrario, lloraba escondida en algún rincón, las regaderas y los grifos se abrían y el agua se desbordaba sin control. Lo peor sucedía cuando la rabia se instalaba en mi madre. Las paredes parecían crujir, las puertas se abrían y cerraban golpeando mis oídos, las ventanas se atrancaban y el techo chillaba groseramente. Entonces el polvo acumulado se levantaba en breves y poderosos remolinos. Y yo salía corriendo y me refugiaba dentro del armario de mi cuarto o debajo de la cama. Recuerdo sentirme aplastada la noche en la que todo sucedió. Un ruido, como de arcadas y accesos de tos, fue el inicio. Esa noche me escondí bajo la cama. Escuché cristales, vasos, platos que volaron y se estrellaron contra alguna pared adolorida. Luego, la voz de mi madre repitiendo la letanía de siempre “Si no hubiese tenido hijos, sino hubiese parido”. De pronto fue como si un alarido trajera abajo el techo de mi cuarto y supiera que estaba cerca el desenlace. La escuché por última vez antes de que el suelo comenzara a temblar. Dijo algo de “no más, no más”, dijo algo sobre el cansancio. Un terremoto doméstico. La casa dio vueltas y quedó boca arriba. Mamá moría en la cocina sobre restos de comida, vasos, platos rotos y un charco de sangre en movimiento rodeando su cuerpo, el rostro sereno que, por fin, sonreía.
Inédito
Madre
Creo en mi madre, aunque ella no crea en sus hijas a las que nunca quiso tener. Creo en las oraciones que me obliga a repetir mientras camino de rodillas por el patio empedrado. Creo en su amor, aunque no entienda por qué me encierra en el sótano. Creo en las ratas, los piojos, las serpientes del jardín. Sí, madre, creo en tu Dios, lo juro, lo juro, lo juro. Creo en tu palabra y en tu látigo y, ahora, creo en tu decisión. Que pase el sacerdote, Madre. Cerraré los ojos.
Tacones
Echado en su sofá, el hombre recién instalado en el apartamento disfruta de una película que encontró en un viejo disco la noche que se mudó. Un taconeo retumba desde el piso superior: un, dos, tres, un, dos, tres. El hombre toma una escoba y golpea el techo con fuerza. Grita, ¡Silencio! Pero el taconeo arremete. Abre la ventana y lanza un alarido recordándole, a quien hace tanto ruido, que ya es más de la medianoche. Un silencio breve se instala. El hombre vuelve al sillón y sube el volumen de la televisión. Un cuerpo desnudo de mujer se enreda con otro en una escena de película porno. El hombre restriega su sexo mientras la mujer gime en la pantalla. El taconeo inicia con mayor furia. El hombre maldice, se levanta y sale rumbo al piso de arriba. Golpea la puerta del apartamento. Una mujer con tacos y totalmente desnuda abre la puerta. Al hombre su rostro se le hace conocido. La mujer deja escapar un dulce pasa, Alberto. El hombre se pregunta de dónde sabe ella su nombre, y recuerda el rostro de la actriz de la película porno. El hombre no puede quitar la mirada de sus senos encrespados y de su pubis imberbe. La mujer le tiende la mano, sus dedos finos lo atraen y el hombre atraviesa la puerta del apartamento. Un taconeo retumba sobre el techo. La puerta se cierra.
Mara
A mi amiga Mara siempre le ha ido bien. Se casó con un cirujano plástico guapísimo que la llevó a vivir a ese penthhouse en el piso 22 con piscina incluida. Su bebé ya tiene un año. Gracias al marido, ahora tiene cintura de avispa, unas tetas de catálogo y el culo de una Kardashian. También maneja una camioneta de ensueño y siempre anda sonriendo, mostrando la sonrisa de treinta mil dólares que le regaló el esposo por su aniversario. No la soporto. Tanta felicidad me desespera. Hoy iré a visitarla. La empleada ha pedido permiso. Nos quedaremos solas. Me asomaré a la terraza, miraré hacia abajo. Hermosa vista, le diré. Ella me sonreirá. Por el intercomunicador le avisarán que la buscan en la planta baja. Extrañada me pedirá que le mire a la bebé, que tiene que bajar a recibir algo. Tal vez sea una sorpresa de mi amor, me dirá sonriendo. Mara saldrá hacia el ascensor. Desde la puerta la observaré. Como si presintiera algo volteará a mirarme. Creeré ver un destello de tristeza en sus ojos. Alzaré a la bebe. Me sonreirá. Calcularé el tiempo que Mara tardará en llegar al primer piso para recibir un ramo de flores que yo misma encargué enviar. Avanzaré a la baranda. La bebé me recordará la cara de Mara, la abrazaré más fuerte y saltaré.
El oso
La casa la consiguió Gilberto, por una aplicación. El aviso decía que tenía capacidad para doce personas, ocho carros, piscina, área de parrilla y gimnasio. En los alrededores terrenos vacíos. Plantas. Silencio. Solo irían él, su mujer y su hijo de cinco años. Las primeras noches la señal de internet funcionó a la perfección. El cable les permitió disfrutar de series y películas y durante el día la piscina estuvo soleada. Todo comenzó con el peluche en el sótano. El niño diría después que escuchó la voz del osito, que le pedía auxilio y por eso bajó en un descuido de los padres. Cuando se percataron de la ausencia del hijo, pensaron que estaba jugando a las escondidas y buscaron al niño llamándolo una y otra vez. Luego intentaron llamar a los dueños, a la policía, pero los teléfonos, la internet y el cable dejaron de funcionar. Revisaron la casa y no encontraron al niño. Cuando quisieron abrir la mampara para salir hacia la piscina no pudieron hacerlo. Las ventanas se cerraron al igual que las puertas. Tampoco pudieron movilizarse hacia el sótano. Entonces intentaron subir las escaleras hacia la azotea. Allí sucedió todo, las gradas se movieron y dieron paso a un agujero negro como una boca hambrienta. La casa se tragó a Gilberto y a su mujer. Dicen que al niño lo encontraron los dueños de la casa junto a un osito, que, aseguraba, lo había cuidado los últimos días.
De Revista Quimera, número 465, septiembre 2022.
Kathy Serrano. Actriz, directora de teatro y escritora peruano-venezolana. Máster en Artes por el Instituto Estatal Ruso de Artes Escénicas de San Petersburgo. Sus cuentos aparecen en Una voz que existe (Planeta, 2019), Historias mínimas. Microficción (Dendro, 2020), El Día que regresamos (Pandemonium, 2020), En el Camino. Nuevas voces de la minificción latinoamericana (Quarks, 2020), 21. Relatos sobre mujeres que lucharon por la Independencia del Perú (Copé, 2021) y Ucrónica. Rutas alternativas a la realidad (Pandemonium, 2021). Figura en la Antología general del microrrelato peruano (Copé, 2022). Dirige laboratorios de escritura creativa. Escribió el libro, Húmedos, sucios y violentos (Estruendomudo, Perú, 2020, Los Perros Románticos, Chile, 2022, Doble Rostro, Ecuador, 2022). El dolor de la sangre (Editorial Planeta, 2022) es su primera novela.
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de una obra del artista español © Juan Carlos Mestre