Written by 3:38 am Alteridades, Pueblos originarios

El horizonte de un diente perdido

Sherwin Bitsui

 

 

Selección, traducción y nota de Alejo Morales

Sherwin Bitsui es originario de White Cone, Arizona, en la reserva Navajo. Él es Diné de los Todích’ii’nii, nacido para los Tlizí-laaní. De su trabajo, Joy Harjo dice: “Sus poemas son anchos y profundos arroyos y mesas de percepción humana, pinturas conceptuales de palabras nacidas de la agonía y la alegría”. Impregnados de la cultura, la mitología y la historia de los nativos americanos, los poemas de Bitsui revelan las tensiones en la intersección de los nativos estadounidenses y la cultura urbana contemporánea. Sus poemas son imaginativos, surrealistas y ricos en detalles del paisaje del suroeste.

 

 

 

El horizonte de un diente perdido

1.
El gancho de hielo se desenrolla dentro del torbellino como una cola.

Una costilla de cuervo arrancada del enchufe eléctrico
……calienta la palma,
su núcleo oxidado atado por la piel afeitada de la manzana.

Como una conmoción cerebral acolchada entre las yemas de los dedos
……la masa de huevo se congela bajo las grietas de hormigón.

La cuarta generación de abejas huye de la boca abierta.

El semáforo parpadea
a medio camino entre el ala, el pico y el gusano
……que se desenrolla dentro de la hoja de maíz trenzada,
pulsando cerca del pie del interrogador
…  …mientras cierra la puerta de golpe.

El interrogador
……Cada átomo que le pertenece, dice:
Tú ahí—anzuelo y gusano,
tú allí—guijarros tallados escondidos debajo del glaciar,
tu apatía crece como canas en estos zapatos desamarrados.

El yunque y la columna vertebral de la tundra
……son arrojados de nuevo a los bolsillos extraídos del peregrino.

La «sensación de seguridad» florece junto al reyezuelo enjaulado.

El aceite de motor gotea del tronco arponeado.

La Vía Láctea es la columna vertebral del sistema nervioso del arroyo que bebe el venado.

Aquí es donde rompí el hielo

rompí el cuello del sol,
……y la ciudad alzó su girasol sobre un estanque de piojos reunidos.

¡La tormenta se encargó de eso!
Se agachó y los hizo añicos.
Muros erigidos, apedreados, derribados,
y mientras huíamos,
……nos soltamos el pelo de la correa del ventilador del motor reconstruido.

……Mientras un gemelo besaba al otro en el vagón descubierto.

 

 

The Skyline of a Missing Tooth

1.
The ice hook untwists inside the whirlwind like a tail.

A raven’s rib ripped from the electric socket
……heats the palm,
its rusted core bound by the apple’s shaven hide.

Like a concussion cushioned between fingertips—
……egg batter congeals in cracks of concrete.

……The fourth generation of bees flee the unlocked mouth.

The stoplight blinks
midway between wing, beak, and worm
……unwinding inside braided corn husk,
……pulsing near the foot of the interrogator
…      …as he slams the gate shut.

The interrogator,
……Every atom belonging to him, says:
You there—hook and worm,
you there—carved pebbles tucked under the glacier,
your apathy grows like gray hair in these untied shoes.

The tundra’s anvil and spine
……are flung back into the quarried pockets of the pilgrim.

The “safe feeling” blossoms next to the caged wren.

Motor oil trickles from the harpooned log.

The Milky Way backbones the nervous system of the stream the deer sips.

This is where I broke the ice,

broke the sun’s neck,
……and the city raised its sunflower above a pond of gathered lice.

The storm took care of it!
Reached down, hammered them flat.
Walls erected, stoned down, down,
and as we fled,
……we unbraided our hair from the fan belt of the exhumed engine.

……One twin kissed the other in the uncovered wagon.

 

 

 

Canción de inundación (final)

Camino con mi pelo tocando los surcos de los neumáticos,
aplasto las semillas con las uñas de mis pulgares y
empujo los granos de maíz
hacia los nidos de las palomas en las ramas enroscadas de nuestros pulmones ahogados.

Extraigo pulpa de saguaro de la roca del jardín,
exprimiendo el áspero cabello negro… Y llego
al mapa de un rostro enterrado en la nieve primaveral.

Con un vaso de plástico,
raspo las virutas de esmalte de las canciones matutinas
del fregadero
y respiro a través de los párpados,
vislumbrando el deshielo de nuestro mundo plano.

Marco la piel azul del pulso rígido del mapa, y las
esmeraldas que se derraman del cavernoso gemido del cráneo,
pero el anochecer sigue siendo más oscuro
en la estrofa central del poema que se
arquea veinte millas más allá del perdón.

El poema
sostenido al aire
habla del enebro al desierto,
mientras Agosto se desliza por los tubos de cobre de Septiembre en
busca de la huella de una cascada
en la superficie lunar de la mente.

Aquí—enredo el anochecer en la melena negra del caballo.
Aquí—desprendo una mascarilla de papel del cartílago húmedo de la liebre.
Aquí—los tornados se retuercen en el hilo negro del telar,
pero la premonición—
comenzando con tres mástiles y una cruz—
aún se repite sobre los gemidos de los esposos que
doblan sus pétalos hacia afuera
desde sus cuerpos cubiertos de sal
llamándonos a casa… nihi yazhi, nihaaneendza,
nihi yazhi, nihaaneendza.

hijo, has vuelto ante nosotros.
hijo has vuelto ante nosotros.

Quería tragarme las flores de la canción, nadar en diagonal su espalda arqueada, su sombra picando mis manos con polen negro.

Estábamos en la misma mesa de operaciones esperando que los cirujanos nos volvieran a poner en forma.
El tambor pulsó en algún lugar de la oscuridad y oí a una mujer desenredarse el cabello.

Sentí que las canciones matutinas saltaban del agujero de humo del navajo y se curvaban hacia afuera desde el techo del cielo, deslizándose a través de nosotros como lluvia.

Canté, canté hasta que salió el sol.
Las sombras de mi rostro se convirtieron en una golondrina con las alas plegadas, en una golondrina que se lanzó al fuego.

Una nube se convirtió en una calavera y se estrelló contra la La Mesa de las Vacas.

La nube quería escabullirse a través de las minas de carbón y dar rienda suelta a sus caballos.

Quería partir las excavadoras y rociar su yema sobre las colinas para que un nuevo grito de nacimiento despertara a los que se habían quedado dormidos.

Quería introducir sus divagaciones en el tejido de la manta de tormenta, teñirla de avellana y hundirla en las aguas crecientes.

Una ciudad arrastró sus puentes detrás de ella y finalmente se derrumbó en un supermercado pidiendo la primera manzana que fue mordida.

Ya nadie cuestionó la arena.

Ninguno se despegó de su cuerpo ni vagó por las calles sin conocer sus clanes.

Todos plantaron maíz en sus vientres y se convirtieron en la luz que lavaba las mesetas con los ciervos
corriendo fuera de ellas.

El teléfono estaba sonando a través de todo.

La fila estaba a rebosar cuando tomé el hacha
y elegí el primer árbol para talar.

 

 

Flood Song (end)

I walk my hair’s length over tire ruts,
crush seed pods with thumbnails
push kernels of corn
into dove’s nests on the gnarled branches of our drowned lungs.

Mining saguaro pulp from garden rock,
squeezing coarse black hair—
I arrive at a map of a face buried in spring snow.

With a plastic cup
I scrape the enamel chips of morning songs
from the kitchen sink,
and breathe through my eyelids,
glimpsing the thawing of our flat world.

I dial into the blue skin of the map’s stiff pulse,
emeralds spill from the skull’s cavernous wail,
but nightfall is still darkest
in the middle stanza of the poem
arching twenty miles past forgiveness.

The poem
held out to the wind
speaks juniper to the wilderness,
as August slithers into September’s copper pipes
searching for the paw print of a waterfall
on the mind’s lunar surface.

Here—I thread nightfall into the roan’s black mane.
Here—I peel a paper mask from the hare’s moist cartilage.
Here—tornadoes twist into the loom’s black yarn,
but the premonition—
beginning with three masts and a cross—
still mushrooms over the groans of husbands and wives
folding their petals outward
from their salt-coated bodies
calling us home . . . nihi yazhi, nihaaneendza,
nihi yazhi, nihaaneendza.

our child, you have returned to us,
our child you have returned to us.

I wanted to swallow the song’s flowers, swim diagonally it’s arched back, it’s shadow stinging my hands with black pollen.

We were on the same surgical table waiting for the surgeons to carve us back into shape.

The drum pulsed somewhere in the dark and I heard a woman unbraiding her hair.

I felt morning songs leap from the hooghan’s smoke-hole and curl outward from the roof of the sky, gliding through us like rain.

I sang, sang until the sun rose.

The shadows of my face grew into a swallow with folded wings and darted into the fire.

A cloud became a skull and crashed to the earth above Black Mesa.

The cloud wanted to slip through the coal mines and unleash its horses.

It wanted to crack open bulldozers and spray their yolk over the hills so that a new birth cry would awaken the people who had fallen asleep.

It wanted to push their asymmetrical ramblings into the weft of storm blanket, dye it hazel and sink it into the rising waters.

A city dragged its bridges behind it and finally collapsed in a supermarket asking for the first apple that was ever bitten.

No one questioned the sand anymore.

No one un-tucked themselves from their bodies and wandered the streets without knowing their clans.

Everyone planted corn in their bellies and became sunlight washing down plateaus with deer running out of them.

The phone was ringing through it all.

The line was busy when I picked the axe
and chose the first tree to chop down.

 

 

Sherwin Bitsui, un Diné (Navajo) de la Reserva Navajo en White Cone, Arizona, recibió un AFA del Programa de Escritura Creativa del Instituto de Artes Indígenas Americanas. Es autor de las colecciones de poesía Dissolve (2018), Flood Song (2009) y Shapeshift (2003). Bitsui ha recibido un premio Whiting Writers, una subvención de la Fundación Witter Bynner de Poesía, una beca de escritura creativa Truman Capote y una beca literaria Lannan. Enseña en la Universidad del Norte de Arizona.

La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de la obra Los bañistas, 1907,
del pintor, ilustrador y escenógrafo francés © André Derain

 

año 4 ǀ núm. 19 ǀ enero – febrero – marzo  2024

 

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