VV. AA.
Nota y selección de Ashanti Dinah
Editora Literatura Afro Abisinia Review
Me trota un bunde en los pies:
versos envueltos en hojas de plátano en cimarronas del verbo
Cimarrón, voz antillana que significa «flecha que busca la libertad». Así llamaron los españoles al toro montaraz que huía al monte, y después el vocablo ganó otras lenguas, chimarrao, maroon, marrón, para nombrar al africano/a que, en todas las comarcas de Nuestra América, se fugó de la institución deshumanizadora de la esclavitud para buscar el amparo de montes y pantanos, de musgos y bosques. Después, abriendo caminos, saltando trampas mortales, ya lejos del amo, el cimarrón y la cimarrona enarbolaron su morada libre, y la defendieron con hacha y machete en mano. Su sola mención evoca siglos de explotación e injusticia, de carimbas y castigos, pero también de acumulaciones de lucha y audaces rebeliones. Esta es precisamente la figura retórica y kinestésica del cimarronaje que opera materialmente para perturbar y crear significado en Cimarronas del verbo. Esta selección poética publicada en el 2022 es un acto de habla con las estrellas negras, o mejor, un acto de desobediencia textual que confronta, a pecho abierto, las hegemonías de las letras nacionales desde el Pacífico colombiano. Su sedimento es útero gestante/ vulva disidente de resistencias vernáculas. Su manera de agrietar las cicatrices del canon occidental atestigua otras racionalidades artísticas; otras agencias, otras elocuencias; otros modos de ser, de saber, de estar y de accionar, liberados del corset de la gramática hispánica.
…..Las poetas-griots de esta selección, todas ellas mujeres negras, que han sufrido el impacto de la racialización, el despojo y la opresión sobre sus cuerpos, experiencias y memorias colectivas, se levantan de las largas pausas de la historia oficial para trenzar sus voces en el lugar de la (re)creación y la (re)existencia. Ellas, guerreras de mil espadas y ciudadanas absolutas de sí mismas, arrullan en cada verso el llanto de los alabaos con un fogón de leña encendido, haciendo sahumerios de sanación con ungüento de hierbas y viche curao. En un elogio al apalencamiento, como diría la intelectual afrocubana Odette Casamayor Cisneros, estas comadronas del verbo, ombligan una chirimía de versos con la lluvia espesa de la oralidad bajo el abrazo de un palo e´ mango. Son constelaciones de versos tan redondos como un coco amarillo y anaranjados como ramilletes de chontaduro remando a pleno sol. Versos envueltos en hojas de plátano que honran el olor a natilla de maíz y dulce de panela en las infancias de las tatarabuelas. Versos libres de asonancia y de consonancia, que se nombran desde, con y entre hasta reinventarse con el canto del guasá y del cununo en la piel y la marimba entre los labios. Uramba de versos, cuya forma, color y espina son arquitecturas de liberación; ancla y cimiento, espíritu y rebeldía desde el litoral recóndito (de Sofonías Yacup) o el humano litoral (de Helcías Martán Góngora) en donde la fuga también es juga, y los ríos son extensas bibliotecas vivientes, laboratorios de selva emancipada. En esta selección sus poemas-currulaos son ceremonias que van acunándose en el vientre de la tierra en siembra fértil con el humo del tabaco de las ancestras. Son poemas-canoa que tienen la saliva untada de garza morena, y todo el ronquido del canalete y la fuerza serena del manglar para pulsar la vida de agua dulce. Son poemas de carcajada lunar que escarban la hojarasca del viento como cuando trota un bunde en los pies. Leamos algunos poemas seleccionados:
La abuela de mi abuela
La abuela de mi abuela llegó untada con saliva de látigo.
Hizo del trópico su hombre, le dio hijos.
Debajo de una enorme ceiba, aquí árbol sagrado;
regó sus bastardos para que limpios fuesen
como lo haría su madre allá; en memoria de praderas.
A veces no sabía si el llanto nacía allá o aquí
ni por cuál vena tronaba el cantar frente al castigo.
A veces no sé por cuál llega a mí su oración
Ni el lugar donde la encuentro cerca.
La abuela de mi abuela, se unió a la tierra
en la que copuló a cada uno de sus bastardos
en diciembre de mil novecientos quince.
Mamá Francisca; siete sayas y ningún mayoral.
Ma’ Francisca; siete rayos a la espalda
del negro que te vendió.
Ma’ Francisca; siete los vientos
donde volaron mariposas en la versión de tu muerte.
Los nietos de tus nietos creemos en las marcas
que dejaste a la cara de la tierra
muerte de tus bastardos
oración para expulsar el mal de látigo.
Los nietos de tus nietos estamos en deuda;
Aquí y allá…
Ceiba, memoria, oración, cicatriz, ¡tierra!
Madre Tierra.
Carmen González Chacón
De luto las cuatro velas
Coro:
¡Qué bonita está la tumba!
¡Qué bonita está la tumba!
No hay cadáver dentro de ella,
no hay cadáver dentro de ella.
Solamente la acompaña,
solamente la acompaña,
de luto las cuatro velas,
de luto las cuatro velas.
Solista:
Las imágenes saltan
como caballos de viento
en las colinas de mis recuerdos,
perforan mis sentidos,
me salan los ojos
la memoria,
¡tu ausencia me perfora el alma!
Hoy le canto a la noche,
miro al cielo,
recuerdo las veladas
donde tu presencia
brillaba en la distancia.
Donde esa luz
traspasó fronteras
hasta alcanzarme.
Le hablo a un muerto,
lo lloro en vida,
le canto como se le cantan
los arrullos a los chigüalos
para que llegue acunado
al otro lado.
Ojalá esa caja estuviera vacía
y el horno estuviera apagado.
Hoy le bailo a la tierra,
esa misma que te recibió hecho polvo,
que te acunó en sus raíces,
y te abrazó,
cuando yo
ya no podía hacerlo.
Coro:
¡Qué bonita está la tumba!
¡Qué bonita está la tumba!
No hay cadáver dentro de ella,
no hay cadáver dentro de ella.
Solamente la acompaña,
solamente la acompaña,
de luto las cuatro velas,
de luto las cuatro velas.
Carolina Angélica Rentería
Eloísa
La vida me sabe
a chucula de media tarde
a chontaduro con café
—negro, fuerte, profundo—
a pescao con banano verde
a jugo de borojó con leche
a recuerdos bonitos.
La vida me sabe y me huele a ella:
alta, recia, de sonrisa honesta.
A ella la tristeza se le iba
cantando arrullos:
No llores niña bonita
no llores niña preciosa
mejor come la chucula
plato de mi tierra hermosa.
Cuando yo bajaba al río
a lavar con las comadres
hablábamos de la vida, de las
costumbres de antes.
y cocinando cualquier fruto
que diera la tierra.
¡Por eso la vida me sabe tan rico!
Cuando a mi memoria vuelven
los recuerdos de infancia
en la cocina de la Casa grande
siempre cerquita a ella
dulce como la natilla de maíz
con coco rallado,
el cortado de leche,
el dulce de papayuela.
A veces salada como el mar
y las lágrimas de quien guarda
dolores profundos;
a tostada de plátano con queso
al desayuno.
Alegre y fuerte como el viche
que lo cura todo:
el espíritu
el cuerpo
las tristezas
la rabia
los despojos.
La vida me sabe, me huele, me suena
cuando la recuerdo a ella.
Me huele a campo
a tierra mojada
a bosque profundo
a selva negra.
Me suena a río que canta
versos pa arrullar el alma
me sabe a Pacífico
sus colores
su magia
a ella
¡siempre a ella!
Doña Lola
Mi abuela.
La Maja Arboleda
Ella
Muérdete la piel
si te quema su nombre
Ahógate en las delicias de su presencia
Ponte zapatos viejos
para mostrarte al mundo
Sonríe cuando te lo escupan en la sien
Que el llanto te seque el pecho
al llegar hasta la plaza
al lugar de la alameda
en que amaste su apelativo
Frente al paisaje
de la modernidad y sus vicios
que el llanto te seque el pecho
y no te corte las alas.
Tú, muérdete la piel
No dejes de gritar su nombre
¡Libertad!
Ángela Mañunga Arroyo
Trenzada
Quédese quieta,
me decía.
Me templaba la frente de a poquitos,
me halaba el cabello,
pasaban las horas
y ya casi no dolía.
Me levantaba cansada,
con las piernas entumidas,
con las trenzas en su punto, apretadas,
hechas una cascada de serpientes negras.
Ella me enviaba a casa, con mi madre.
Bastaba cruzar la calle.
Me aventaba con mis seis
—o siete años—,
a esa hora la puerta de la casa siempre estaba abierta.
Iba a buscar la sonrisa de mi madre,
a escucharla decir:
«Te quedaron bonitas».
Ele Vergara
Canción del camino
y mientras más caminaba, más andaba
le parecía que no avanzaba, pero andando mismo iba…
Tradición oral afropacífica
Mil y una noches
he encantado al tiempo
con mis pasos lentos
y mis palabras,
haciéndolo dormir
en mi pecho,
engañándolo
para que no me dé muerte.
Bajo los soles del verano
se broncearon mis alegrías
conversando con los seres
en medio del fuego.
En tierra de Incas
temblé de frío y fiebre
subiendo a la cima
de la Cordillera Blanca;
deambulé en los mercados
y lloré la miseria del plomo
en la sangre del wawa.
En tierras kitukaras
comí mote y bebí chicha
hasta perder el conocimiento.
Amé a los hombres
de cabellos largos y negros
como el espíritu del viento.
Volví a la casa del abuelo
sin la gloria de sentir
el olor que emanaba
bombeando su tabaco.
Para encender la memoria
de mi cuerpo de agua
dormí junto a las olas
a la espera del barco
que en libertad
me llevara de regreso.
Días como serpientes
—irrepetibles—
porque sobre la tierra
caminoandando voy.
Sikán Keïta
Fotografías cortesía de Kenia Luna y María Elvira Solis.
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de la fotografía «Niña Emilia I» del artista © Juan Sebastián