Anabel Torres
«Me emociona leer un libro como Amar: honesto, firme en sus convicciones y espléndido en sus imágenes. En estos poemas de Anabel Torres el amor, tan rico en matices, tiene el poder de desnudarlo todo, dejando la vida en su esencia más pura. Hay en estas páginas magistralmente escritas, tanto en prosa como en verso, un viaje poema a poema hacia la luz. Amar es el libro de una gran poeta hispanoamericana, un libro necesario y perfecto. Quien lo lea no quedará indiferente», nos comenta la poeta Lauren Mendinueta. Compartimos cuatro poemas de Anabel Torres pertenecientes al libro «Amar» (Abisinia Editorial, Buenos Aires, 2023) publicado en su colección de poesía Concierto Animal, Homenaje a Blanca Varela.
Selfie
Me llamo Anabel y sé que soy anacrónica, con perdón de los legítimos anacrónicos, reencarnados bizantinos. Soy anacrónica sin caché, como la ropa vendida por una gran superficie, o como devolver a la administración un reloj hallado en un teatro. El poema para mí es primero un sueño. Antes no soñaba ni dormida ni despierta. Antes yo creía —a costa de haber visto de cerca padre y madre y abuelo y amistades tropezando con sus propios sueños toda la vida—, creía que soñar era más difícil. …..Antes era más triste que ahora. Éramos pobres en Nueva York, éramos latinos. Nunca ha sido très chic esto. Cuando comíamos helado del carro de música, pedíamos las paletas de ocho centavos, y no las de doce. Éramos ricos en ojos y éramos ricos en el gusto que traíamos en la boca. Toda niñez es la época del privilegio, del tope del tacto, de las sensaciones en la nariz y en la piel y en las piernas. La nieve caía sin ruido sobre nuestras pestañas; y entre la nieve nevaba el cabello blanco de mi abuelo Nacho… Éramos ricos en Nueva York, éramos latinos. Siempre ha sido très chic esto. El papel puede con todos los sueños. Puede, si se hace trampa, hasta con las mentiras. Así las cosas, se considera de mal gusto escribir sujeta a la emoción. Es tan fácil más bien imaginarse a los poetas chinos viendo puestas de sol antes de Cristo. Es tan bonito fraternizar con Artaud sin haber entrado en un sanatorio, tan aséptica la pierna gangrenada de Rimbaud, tan exultante la locura de van Gogh, tan tonificante la violencia repartida desde el tren del arte bajando la carrilera del cine.
…..Vengo a pedirles alegría. Son mis amigos en las palabras. ¿Con qué podríamos sentir o pensar si no tuviéramos palabras? ¿Con qué morirnos o vivirnos? No importa tanto quién dice las cosas, sino que lleguen a todos los oídos y revuelen desde todas las bocas. No importa tanto quién suelte las puertas, sino que salten sobre nosotras los poemas, como perros inmortales, y nos revuelquen el alma, y nos peguen al pecho su alegría. No vengo a defender mis poemas ni sé si se defienden por sí solos. Quiero reiterar mi gusto por las palabras, mi sed de ellas, mi hambre de ellas, mi necesidad de ellas. Mi fiesta inagotable.
Creo que sin palabras no habría amor.
Incendios
Cuando mi cuerpo y mi cabeza
comenzaron a arder y hacer incendios,
mi madre, como un bombero enloquecido,
me perseguía por toda la casa.
Apuntaba hacia mí, implacable,
el potente chorro de su miedo
y trataba de tumbarme.
Así crecí.
Mi padre fue distinto.
Defendió ante mí,
por igual, y con igual vehemencia
y convicción
las ventajas del hielo y el fuego.
Cuando mis incendios llegaban
a su máximo punto de fusión
se apartaba, discreto.
Si fracasaban,
me sugería nuevos sitios.
Me daba claves sobre algunos incendios
que él había hecho propios.
Me hablaba de las maravillas de la sombra
o me traía fósforos.
Si estaba lejos, mandaba largas cartas,
celebrando la vida, la palabra,
nuestra común piromanía.
Y siempre agregaba esta postdata:
«Anabel, el dólar es estrictamente para helados
o fósforos».
Cuando mi padre temía por mi seguridad
—y debió temer, pues conocía no solo mi gusto por el fuego
sino mi propensión a las quemaduras—
lo hacía solo, en su casa.
Mi madre, criada en San Benito,
residente del purgatorio,
hermosa como un reguero de mandarinas
cuando no estaba de turno,
con su risa de cerezos y pájaro
en sus días libres,
al morir me amó por encima de todas las cosas:
no permitió que yo heredara su manguera.
La devolvió a su familia,
a la casa de donde era intacta.
Mi padre, al morir hace veinte años,
siguió muriendo.
Logró tan difícilmente morir que incluso
desde entonces
ha salido ileso de algunos atentados.
Amaba tanto la vida.
Era tan vigoroso
frente al frío.
Era tan rico en incendios.
Abuelo
Tenías una elegante bata de seda color granate
con listas
que te lucía muy bien.
El cabello hacia atrás, blanco, ondulado, largo,
que yo peinaba
ufana,
qué suplicio
sería para ti
dejar en manos tan inexpertas
tu tocado cotidiano
y sin embargo yo creía
y aún creo
que te hacía falta.
………………………………………..A papá Nacho
Mi oficio era enamorar
Mi oficio era enamorar, pero nací en un siglo en el que las amantes habíamos caído en desuso. Esto lo comprendí mucho más tarde, cuando ya mis palabras eran tan viajadas que por más que yo quisiera, no eran del todo frescas.
…..Mi oficio era el amor como otra gente se hace ingeniera, psiquiatra, profesor, cirquera o poeta, y cuando hallaba un rostro nuevo no le preguntaba si era contable, director, oficinista o qué hacía, qué opinaba de fulano o mengano, ni me fijaba si cargaba un libro o no, o si lo leía al derecho, al revés o al detalle. Simplemente lo miraba a los ojos a ver si era amable.
…..Mi oficio era enamorar y primero seduje con los senos. Luego me fui volviendo más sofisticada y no me bastaba el cuerpo. Entonces tropecé con las palabras.
…..Mi oficio era el amor y me tejía redes y túnicas, y largas boas de plumas para envolverme y ser apetecible, solo que todo tenía que estar armado de palabras. Cuántas veces fui al cementerio antes de medianoche a recoger ortigas, como Elisa, la del cuento de Andersen, ambas forzadas al mutismo. Solo que yo, como Elisa, no tejía siete túnicas para que siete hermanos hechizados convertidos en cisnes recobraran su forma humana. Yo iba tejiendo túnicas de palabras, o juntando puñados de estrellas, para iluminar el amor.
…..Yo pasaba esas noches las manos enredadas en púas, y la lengua apretada entre los labios, para evitar lanzar quejidos ante un feroz pinchazo, lidiando con una túnica, o terminando una estrella que al día siguiente, como si nada me costara, regalaba al desgaire al hombre que iba amando.
…..Con el tiempo mis estrellas eran o parecían tan fáciles, que ni yo misma recordaba a quién se las había dado, no tenía a quién regalárselas, o las tiraba, o se perdían en un autobús, o servían de cuchilla de afeitar, o una de sus puntas se me clavaba y me infectaba, o regaban inoportunos chorros de tinta, o cuñaban una mesa floja para que no cayera al suelo, o una de ellas tropezaba a mi amante y él, mortificado, la pisoteaba, o me la tiraba a la cara, o la metía en un cajón de su escritorio, la encerraba con llave y tiraba la llave.
…..Pero mi oficio seguía siendo amar, enredarme túnicas y hacer estrellas multiuso. Hasta que una noche, a punto de terminar una estrella verde y seguir con una de bronce, caí en cuenta de que Elisa había tejido la última túnica para arrojar sobre sus siete hermanos hacía mucho tiempo, y ya no iba al camposanto. Me detuve. …..Miré a mi alrededor y contuve el aliento, y ni así pude ver ni escuchar la voz de ninguno de mis amantes. Estaba sola.
…..Ahora cuando me encargan una estrella para lucirla en una exposición, aro en el vacío hasta desenterrar un nombre, borrarlo, y enviar a cambio una instantánea del armazón que quedara como huella de mi último poema.
Anabel Torres. Bogotá, 1948. Es poeta, escritora y traductora. De pequeña vivió en Nueva York y es bilingüe. Licenciada en Lenguas Modernas de la Universidad de Antioquia, y magister en Mujer y Desarrollo del Instituto de Ciencias Sociales, La Haya. Fue subdirectora de la Biblioteca Nacional entre 1983 y 1987, y desde entonces ha vivido en Holanda y España. Ha publicado diez libros de poesía. Tiene dos premios nacionales de poesía de las universidades de Antioquia y Nariño, y ganó el premio de traducción literaria John Dryden 2000, en RU, por This Place in the Night, su versión de Este lugar de la noche del poeta José Manuel Arango. Con Human Wrongs recibió el premio «Rei en Jaume Poetry-in-English 2009». Abisinia publicó su traducción de Poemas ingleses (2023) de Pessoa. Vive en Sanlúcar la Mayor, Sevilla.
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de una obra del artista colombiano © Fercho Yela