Mario Vargas Llosa sobre Jorge Eduardo Eielson
Es un placer para nosotros en nuestro primer año de vida presentar en el número 7 septiembre-octubre de Abisinia Review parte de la obra del artista plástico y poeta peruano Jorge Eduardo Eielson. Para esta entrega compartimos, como una suerte de galería, 36 de sus obras que implican particularmente su búsqueda en torno a los nudos. Agradecemos a la poeta uruguaya Martha L. Canfield, presidenta del Centro Studi Jorge Eielson, Florencia, Italia, por permitirnos esta pincelada de belleza. A continuación, replicamos las palabras de Mario Vargas Llosa que inauguraron en su oportunidad el catálogo «Jorge Eielson, Arte come nodo/Nodo come dono», Firenze, Palazzo Vecchio, Sala d’Arme, 29 novembre 2008 – 8 gennaio 2009, cuya curaduría estuvo a cargo de Martha L. Canfield.
Jorge Eduardo Eielson (1924-2006) perteneció a la llamada «generación del 50», que contribuyó de manera decisiva a romper los límites regionalistas de la poesía peruana y a integrarla en la modernidad. Siguió en este empeño el ejemplo de algunos ilustres predecesores: José María Eguren, César Vallejo, Martín Adán, César Moro y Emilio Adolfo Westphalen.
…..Dentro de la «generación del 50», de la que formaron parte Javier Sologuren, Sebastián Salazar Bondy, Blanca Varela, Raúl Deustua y Carlos Germán Belli, Eielson fue uno de los poetas más precoces y de más definida personalidad. Lector apasionado de los clásicos, de los griegos, del Siglo de Oro, de la poesía francesa, de Rilke, de los surrealistas, sus primeras publicaciones, desde el casi adolescente Reinos (1945), muestran a un poeta lujoso y exaltado, de voz muy personal, que ambiciona hacer suya toda la mejor tradición cultural del Occidente. Dos años antes, en 1943, había escrito una hermosa transfiguración visionaria de La chanson de Roland, Canción y muerte de Rolando, poema en prosa que, a la vez que evoca la célebre gesta de Roncesvalles, discurre como un río de imágenes audaces e imprevisibles y de gran belleza verbal. Antígona, Ájax, el Quijote son también pretextos para evocaciones líricas en las que el joven creador manifiesta su vocación universal y la soltura con que aprovecha a los clásicos como una plataforma donde construir su propia personalidad. En 1948, cuando Eielson parte a Europa, donde, de hecho, pasará el resto de su vida, es ya un poeta formado, de acento singular y, culturalmente hablando, un ciudadano del mundo.
…..Nunca renegará de esta condición de artista que no admite fronteras, ni geográficas ni culturales, y toda su vida mantendrá un espíritu abierto, curioso y voraz que lo llevaría, no contento con cultivar un sólo género, a saltar de la poesía a la pintura, al teatro, a la novela, a los espectáculos (él los llamaba «performances» y «acciones»), a la instalación e incluso al circo (a Martha Canfield le dijo, muy en serio, que sólo se consideraba un «saltimbanqui» y «un payaso»). Se interesó por todo: la arqueología, la ciencia, las religiones, y, desde fines de los años 50, sobre todo por el budismo zen. Participó de algún modo en todas las modas intelectuales y artísticas de la posguerra europea pero nunca formó parte de secta o grupo alguno, defendiendo siempre su independencia y soledad, y preservando, aun en los períodos más exhibicionistas de su trayectoria, como cuando «colocaba» poemas invisibles en las naves espaciales o en monumentos públicos famosos, una distancia discreta y secreta con aquello que hacía. A diferencia de otros artistas contemporáneos que incurrían a menudo en la bufonería por razones de autopromoción, Eielson mostró a lo largo de toda su vida una indiferencia olímpica por el éxito y una seriedad rigurosa en todo lo que emprendía como artista, incluso en aquellas burlas repletas de humor. Su desprecio por la fama fue tal que por muchos años su poesía resultaba casi imposible de leer, por falta de ediciones accesibles.
…..Su pintura está sutilmente inspirada en las telas y quipus prehispánicos que le interesaron desde joven y, asimismo, en las artes y creencias de los pueblos primitivos a los que estudió con devoción en sus años europeos. Los «nudos» que recorren sus telas, dibujos y objetos, no son sin embargo reconstrucciones arqueológicas, pastiches, sino variaciones, a partir de unas formas provenientes de una cultura ancestral, que a Eielson le permitían ejercitar su imaginación y volcar una sensibilidad singular en la que se fundían su recóndito misticismo, su vasta versación en disciplinas y materias disímiles y su pasión por la belleza. Nunca se aburrió y con su existencia probó que era cierto aquel título que eligió para uno de sus libros: «vivir es una obra maestra».
…..Eielson, como persona, tuvo siempre algo secreto, una intimidad que mantenía fuera del alcance incluso de sus amigos más cercanos. Ese fondo misterioso que intrigaba y fascinaba a quienes lo conocían está muy presente en sus escritos, en sus esculturas y en sus cuadros. Y, acaso sea uno de los elementos que garanticen la perennidad de una obra plástica y poética que, aunque inseparable del tiempo en que se fraguó, merece sobrevivir y testimoniar, allá, en el futuro, ante las nuevas generaciones, sobre los mitos, sueños, miserias y hazañas del mundo en el que Eielson padeció y gozó.
Firenze, 2008
To live is a masterpiece
Jorge Eduardo Eielson (1924-2006) belonged to the so-called “Generation of 1950,” which contributed decisively to his breaking away from the limiting regionalism of Peruvian poetry and to his integration with modernity. His dedication followed the examples of some of his more illustrious predecessors: José María Eguren, César Vallejo, Martín Adán, César Moro and Emilio Adolfo Westphalen.
…..Within the “Generation of 1950,” whose members included Javier Sologuren, Sebastián Salazar Bondy, Blanca Varela, Raúl Deustua and Carlos Germán Belli, Eielson was one of the most precocious poets and had the most distinct personality. A passionate reader of the Classics, of the Greeks, of the Spanish Golden Age, of French poetry, of Rilke, of the Surrealists, his first publications, after his almost adolescent Reinos (1945), demonstrated the luxurious and exalted abilities he possessed as a poet with a very personal voice that aspired to conquer the greatest cultural traditions of the Occident. Two years earlier, in 1943, he had written a charming visionary transfiguration of La chanson de Roland, The Song of Roland, a poem in prose that, in its evocation of the celebrated gesture at Roncevaux, flows like a river of audacious and unpredictable images and verbal beauty. Antigone, Ajax and Quixote are other pretexts for lyrical evocations, in which the young creator manifests his universal vocation and agility with which he uses the Classics as a platform for the development of his own personality. In 1948, when Eielson left for Europe, where he would spend the rest of his life, he had already become a trained poet of a singular accent and, culturally speaking, a citizen of the world.
…..He would never abandon this condition of being an artist without boundaries, neither geographic nor cultural, and would maintain an open, curious and fierce spirit throughout his entire life. Never content to focus on one art form at a time, this spirit would bring him to jump from poetry to painting, to theater, to novels, to productions (he called them “performances” and “actions”), to installations and even to the circus (he said very seriously to Martha Canfield that he only considered himself an “acrobat” and a “clown”). He was primarily interested in archeology, science, religion, and above all, since the end of the 1950s, in Zen Buddhism. He participated in some way in every intellectual and artistic trend of the post-war era in Europe, although he never belonged to any sect or group, always defining his independence and solitude, and keeping a discreet and secret distance from that which he was doing, as when he “placed” invisible poems in spaceships or in famous public monuments, even during the apex of his exhibitions. As opposed to other contemporary artists that often resorted to buffoonery for selfpromotion, Eielson demonstrated a life-long Olympic indifference for success and a rigorous seriousness in all that he undertook as an artist, including his jokes that were full of humor. His disdain for fame was so great that for many years it was almost impossible to read his poetry, due to the lack of available editions.
…..His painting is subtly inspired by pre-Hispanic artwork and quipus that interested him even in his youth and, likewise, by the arts and sciences of the primitive peoples that he studied with devotion during his time in Europe. The “knots” that cross through his canvases, drawings and objects, nonetheless, are not mere archeological reconstructions or pastiches, but variations on themes, starting with forms from an ancestral culture. These variations permitted Eielson to use his imagination to funnel a unique sensibility that is the result of the blend of his recondite mysticism, his vast versatility in multiple disciplines and subjects, as well as his passion for beauty. He never got bored and during his lifetime he proved that the title he chose for one of his books “vivir es una obra maestra”, or “To live is a masterpiece”, was correct.
…..Eielson, throughout his life, always kept some secret, an intimacy that he preserved, out of reach even from his closest friends. This mysterious depth that intrigued and fascinated those who knew him is largely present in his writing, in his sculpture and in his paintings. This depth may be one of the elements that guarantees the permanency of his plastic and poetic works that merit survival, and which for future generations, given their inherent inseparability from the time in which his art was forged, serve as a testimony to the myths, the dreams, the miseries and the achievements that pertain to the world in which Eielson suffered and enjoyed life.
Firenze, 2008
Jorge Eielson
Arte Come Nodo/Nodo come dono
editado por Martha Canfield
Concepción de la exposición
Centro de estudios Jorge Eielson
Jorge Eduardo Eielson (Lima, 1924-Milán, 2006). Poeta y artista plástico. Ha tenido una enorme influencia en el ámbito de la poesía latinoamericana y como artista empieza a ser admirado y estudiado universalmente. Entre 1948 y 1950 vivió en París y participó en los círculos artísticos del Barrio Latino junto con el pintor Fernando de Szyszlo y la poeta Blanca Varela; allí trabó amistad también con Octavio Paz, a quien más tarde dedicará su poemario Ptyx. En París participa en la primera exposición de arte abstracto en el Salon de Réalitès Nouvelles. De allí se traslada a Roma y entra en el grupo “L’Obelisco”, junto con Piero Dorazio y Mimmo Rotella. En los años 60 participa tres veces en la Bienal de Venecia y en la de París. En el 67 viaja a Nueva York y entra en el grupo de artistas del Hotel Chelsea. A finales de los 70 se establece en Milán, donde vivirá hasta el final de sus días junto con el artista sardo Michele Mulas. En el año 2002 la artista norteamericana Olivia Eielson lo contacta y descubren que eran hermanos, hijos del mismo padre, Oliver Eielson, que había vivido de joven en el Perú y de quien a Jorge le habían dicho siempre que había muerto. Este descubrimiento fue, como él decía, un hermoso regalo de la vida.
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de un fragmento de la fotografía de ©Jorge Eduardo Eielson en la bienal del 72. Agradecemos a Martha L. Canfield, presidenta Centro Studi Jorge Eielson, Florencia, Italia.