Written by 3:35 am Crítica, Entrevista

Venimos de la muerte y vamos hacia ella

Entrevista a Ricardo Silva Romero

 

A propósito de la reciente publicación de la novela Zoológico humano por la editorial Alfaguara, la revista Abisinia Review se complace en presentar a sus lectores la siguiente entrevista, concedida por Ricardo Silva Romero a nuestra corresponsal en Colombia, Andrea Pinzón.

 

 

 

Ricardo Silva Romero (1975) es escritor bogotano, tiene una prolífica obra literaria y periodística. Ha publicado los libros de cuentos Sobre la tela de una araña (1999) y Semejante a la vida (2011) y los poemarios: Terranía (2004) y El libro de los ojos (2013). Sus últimas novelas son: El libro de la envidia (2014), Historia oficial del amor (2016), Todo va a estar bien (2016), Cómo perderlo todo (2018, galardonada con el V Premio Biblioteca de Narrativa colombiana) y Río muerto (2020). Además, escribe la columna Marcha fúnebre en el diario El Tiempo desde 2009; en su libro Historia de la locura en Colombia (2019) recopila una selección de ellas.
…..Su libro más reciente se titula Zoológico humano (2021), novela que relata la experiencia con la muerte del protagonista, Simón Hernández, escritor de una trilogía de novelas —quien muere a raíz de una sobredosis de anestesia durante el procedimiento de una amigdalectomía— y su encuentro con siete almas de diversas épocas, quienes a su vez también cuentan en palabras de Hernández, el drama de una muerte que no es la definitiva.
…..La descripción de estos 8 personajes muestra múltiples facetas del ser humano. La vida frustrada del escritor Hernández al trabajar en una agencia de viajes y cómo un buen día desaparecen de su computador sus escritos y los ve posteriormente publicados y premiados; el misticismo de la madre Lorenza de la Cabrera y Téllez; el sepulturero Nuno Cardozo y su particular muerte en un prostíbulo antes de la destrucción de Lisboa; las múltiples identidades de la impostora Muriel Blanc; el boxeador Bruno Berg y su muerte en la Primera Guerra Mundial; el astronauta John W. Foster, quien se convierte en gurú, la punkera Sidney Morgan quien se suicida y la profesora Li Chen quien fue encerrada por el capataz jetsunkhan para ser exhibida en un zoológico humano.
…..Es interesante que, en su narrativa salpicada de dramatismo, humor y sarcasmo, Ricardo Silva nos presenta las vidas de estas personas recurriendo al momento exacto de su muerte como punto central de cada narración, para evocar desde allí los detalles de la existencia de cada personaje.

 

 

—¿Qué motivaciones le llevaron a concebir la idea de escribir acerca de la muerte como una metáfora de la vida después de la vida?
—Yo sospecho que es un tema que aparece en todas las novelas del mundo porque la muerte es el contexto de la vida. He sido consciente de que además ha sido un tema principal de los libros que he hecho en los últimos veinte años, más o menos, o sea desde siempre, y creo que me ha interesado por tres razones diferentes: porque he asumido que en la vida todo pasa por algo y para algo, porque he perdido a las personas que he perdido y porque ha sido común que a la gente la maten por cualquier razón —por lo que piensa, por lo que dice, por lo que hace y porque sí— aquí en Colombia. Zoológico humano parte del fallecimiento de mi papá y del encuentro con un libro de testimonios de gente que ha ido a la muerte y ha vuelto, pero es más que todo una investigación sobre la estructura dramática de cada vida.

 

—¿Cómo aborda la forma de escribir? ¿Esta novela en particular lo sumió en la búsqueda de alguna variación en su escritura? ¿Escribir parte de la obra durante la pandemia con la dinámica familiar que se desarrollaba fue fácil?
—Soy muy oficinista. Escribo cada día desde que puedo hasta que puedo. Disfruto enormemente hacerlo, o sea, ir tejiendo el asunto e ir dando con palabras inesperadas, con cierta vocación a llegarles a los demás. Sí, esta novela, como algunas otras, me obligó a cambiar, a escribir de otro modo, a correr el riesgo de cruzar ocho novelas en una. La pandemia la modificó y la permitió. Me he acostumbrado a escribir con mi familia cerca, entrando y saliendo de la oficina, y escribí Zoológico humano —con mucha felicidad y mucha pasión— entre zooms, telecolegios y maratones de series para todos.

 

—Existen alusiones a Platón con su obra el Fedón, al doctor Raymond A. Moody Jr. con su libro Vida después de la vida, El libro tibetano de los muertos, Cándido de Voltaire, entre otros libros. ¿Cómo concibe usted la muerte después de haber bebido dichas fuentes? ¿Hubo quizás una bibliografía del relato popular acerca de las personas que regresan de la muerte que alimentara la novela?
—El libro de Moody es, de cierto modo, una compilación de testimonios, una suma de relatos populares. Pero claro: tuvo a la mano cientos de historias escuchadas o tomadas de los libros. Suele suceder que los personajes de los mitos y los poemas épicos desciendan al infierno de sus culturas y de sus tiempos —sucede, incluso, en el evangelio— y vuelvan de la muerte con alguna rama dorada o alguna lección relevante hasta el día de hoy. Pero la historia está llena, de Platón en adelante, de relatos de personas que tuvieron experiencias fuera de sus cuerpos. Existe esa bibliografía, en efecto, pero yo armé la que venía al caso para contar las ocho novelas que hay allí: también están Víctor Hugo, Eben Alexander, Tolkien en las páginas de la novela. Y mi conclusión sobre la muerte, luego de leer tantas voces, es que venimos de ella y vamos hacia ella y mientras tanto nos define.

 

—¿Por qué ocho personajes? ¿Tiene algún significado este número?
—Es el número del infinito, claro, pero también se habla en algunos de los testimonios que leí de encuentros entre siete almas que son vigiladas por un alma de más, por un testigo. Creo que entre los ocho, además, alcanza a contarse más o menos qué clase de sociedades han estado pasando desde que Europa se tomó América.

 

—En la novela se observan tintes poéticos a través de la Madre Lorenza de la Cabrera y el epígrafe de Emily Dickinson, ¿Qué obras o autores de poesía fueron determinantes en la construcción de la historia? Quisiera saber también, ¿cuáles son los poetas que lo desvelan?
—Como tantos autores, aunque no deje de sonarme pretencioso y risible ese «como tantos autores», yo empecé por escribir poemas. Siguen fascinándome, aún hoy, las formas poéticas: de los sonetos a las canciones. En Zoológico humano están Emily Dickinson, la madre Josefa del Castillo, Voltaire, Alexander Pope y los compositores de canciones populares de Estados Unidos, de Argentina, de México, pero en mi vida hay más y más nombres empezando por César Vallejo y por Miguel Hernández.

 

—Su experiencia como periodista en la columna Marcha fúnebre en el diario El Tiempo le ha ayudado a ver con lupa la realidad del país. En el libro aflora ese conocimiento. ¿De qué forma el columnista de opinión ha alimentado al escritor?
—De acuerdo: en ese vaivén vivo. Las columnas que he hecho han solido servirles a las novelas que he escrito en un par de sentidos: por un lado, me han autorizado, como haciendo eco del cine gringo de los años setenta, a que los personajes de las novelas no sólo vivan lo que ha estado pasando en el mundo, sino que tengan opiniones sobre los giros de sus países y de sus sociedades; por otro lado, como un columnista tiene que tomar posiciones y ofrecerlas al debate, me han animado a ser aún más ambiguo en las ficciones, a carecer de agendas políticas en el terreno de los dramas humanos, a dejarme llevar por esos relatos en los que todos los personajes que discuten y que se enfrentan —así no piensen como yo— de cierta manera tienen toda la razón.

 

—El modo como se relata la escena del ascensor cuando la cantante Sid Morgan tras tomar 240 aspirinas, descubre que en realidad no quería suicidarse y pide ayuda, me pareció una escena de suspenso al estilo de Alfred Hitchcock. ¿Alguna vez le han propuesto o ha pensado en llevar alguno de sus libros al cine?
—Hay días, porque ya sabemos que nada es tan tajante y uno oscila todo el tiempo, en los que pienso que no ha habido un ficcionador tan lúcido y tan importante como Hitchcock: yo creo que él sospechaba mejor que todos de qué se trataba la vida y creo que ser un maestro del suspenso es en realidad ser un filósofo. Sí, me han propuesto llevar algunos libros al cine: Tic, Parece que va a llover, Autogol y Río Muerto, en especial, han estado cerca de volverse películas, y quizás alguno lo sea pronto.

 

—Me encanta que existe una enciclopedia fílmica y musical en la obra y que me remitía cada tanto a investigar, por ejemplo, si en realidad, la banda sonora de Herbie Hancock para la película ‘Round midnight dirigida por Bertrand Tavernier había sido nominada al premio Oscar. Cada tanto hacía una pausa en la lectura para escuchar cada tema musical que aparece en el relato del astronauta Foster, por ejemplo, e hice una lista de películas pendientes para ver como esta que le menciono protagonizada por el saxofonista Dexter Gordon quien fue nominado al Oscar al mejor actor. También me tomé el trabajo de leer algunas reseñas y calificaciones que usted tiene en su blog con una meticulosidad de todas las películas que ha visto en su vida. ¿Quién lo encaminó al cine? ¿A quién le heredó el gusto?
—Me alegra mucho saber que se tomó ese trabajo. Porque últimamente he hecho en las plataformas algunas listas de las canciones que aparecen en las novelas, y podrían hacerse listas de las películas, y noto una vocación a recomendarlas más allá de mi paso —de doce años— por la sección de cine de la vieja revista Semana. Yo creo que fue mi mamá, que siempre me ha dicho «tienes que verte…», la que me transmitió el alivio que son las películas. Yo creo que ella me dio el ejemplo de pasarse las mañanas y las tardes poniéndose al día en todo lo que se ha hecho. Hubo un tiempo, en mi adolescencia, en el que alcanzaba a ver cinco películas en un día. A veces pienso que, si algún día me diera por retirarme, y pudiera hacerlo, me dedicaría a hacer lo mismo.

 

—¿Qué título le pondría a la película de su vida?
—Yo creo que el título que tiene la novela sobre mi familia: «Historia oficial del amor». Pero para inventarme algo nuevo, digno de esta conversación, se me ocurre que «Un hijo a la altura de su suerte» podría describir bien lo que he podido y he querido hacer con mi vida.

 

—En la trilogía Cronos, Cosmos, y Nomos, el escritor Simón Hernández relata la guerra en Colombia como si fueran las piezas claves de un rompecabezas. Usted no se desliga de la situación por la que ha pasado este convulsionado país y durante el recorrido de la obra se lee entre líneas la infortunada situación que ha vivido Colombia con las bombas en lugares públicos, los falsos positivos, los desaparecidos, los paramilitares, entre otros acontecimientos vergonzosos. Los cacerolazos desde una ventana hacen parte de la historia también como una forma de manifestación ante un pueblo inconforme con los políticos de turno y que era uno de los finales que usted había concebido para la obra antes de comenzar la pandemia. ¿Cree usted que después de este nuevo gobierno que comienza encabezado por el presidente electo Gustavo Francisco Petro, la novela va a influir en que los escritores se detengan a apreciar otros acontecimientos, otras problemáticas y esto los lleve a escribir diferente?
—Creo que este gobierno de viejos, que es el resultado de la historia, y que me sigue produciendo esperanza, va a desenterrar y va a dar muchas verdades y muchas tramas, pero creo que los últimos veinte años —un pulso entre la cultura de la pacificación y la cultura de la paz— ha creado un par de generaciones nuevas dispuestas a honrar la tradición de siglos y siglos de narrar la violencia para conjurarla. Creo que hemos estado escribiendo de modo diferente, pero que, por supuesto, parte de esa diferencia ha sido cierta recuperación honrosa de todo lo que se ha hecho bien en esta tierra. Este, a fin de cuentas, es el país de La vorágine, de Cuatro años a bordo de mí mismo, de La casa grande, de Siervo sin tierra. Y no es que haya que escribir de la guerra nada más, aunque nos pese tanto, sino que la elección de Petro se parece a ese reconocimiento —en la cultura— de que para poner en marcha esta democracia tenemos que pintarnos a nosotros mismos como hemos sido y como somos.

 

—En los capítulos finales del libro se relata la experiencia que vive el escritor Simón Hernández y su familia durante la pandemia cuando se descubre el primer caso de Covid-19 en la ciudad china de Wuhan. ¿Piensa que la manera como se manejó el confinamiento fue acertado aún a sabiendas que la economía de Colombia tuvo la peor caída en su historia, ya que el desempleo nunca había estado tan alto, la violencia intrafamiliar se agudizó y no había más enfermedad que la causada por el virus?
—Yo, como lo prueban mis columnas, no había visto antes un gobierno tan obsesionado con pasar a la historia, pero tan poco consciente de nuestra historia. Ha sido un gobierno de una ligereza inverosímil desde el primer día hasta el final, y un gobierno ligero es un verdadero peligro acá en Colombia. Dicho esto, hay que recordar que no era nada fácil lidiar con la pandemia y que no fue fácil en ningún país del mundo. Como siempre, la pésima política internacional del gobierno de Duque nos saboteó el asunto más de la cuenta, y sin duda, comparándolo con la experiencia de otros países, se asistió a medias a la gente que vivió y sigue viviendo dramas terribles por cuenta de semejante parón, pero el ministerio de Salud lo hizo bien cuando llegaron las vacunas, y la población, que sin su concurso habría dado igual, resultó particularmente responsable en el uso de los tapabocas y en la vacunación. Es claro, también, que todos los vicios de nuestra sociedad se dispararon durante el confinamiento. Y todo parece indicar que poco aprendimos en el encierro. Está pendiente la cultura de la solidaridad que se insinuaba al principio de las cuarentenas. Está pendiente la cultura de la terapia y el duelo que se requiere para la convivencia. Ojalá se den.

 

—En Zoológico humano se narra el Viaje a la muerte, ¿qué reflexión le deja a usted el viaje como un espacio de autoconocimiento?
—Me gusta la idea de un viaje de autoconocimiento. Creo que se puede decir eso tanto de la experiencia de morir y regresar a la vida como de la escritura de una novela. Creo que cuando se escribe una novela se vive una experiencia fuera del cuerpo y se pone uno en contacto con la tras escena de la vida —la tras escena del cuerpo— y se regresa de aquella dimensión como esos personajes que vuelven del inframundo con cierta información de la que se carecía.

 

—Siendo usted un viajero, ¿qué experiencias le ha otorgado el exterior a lo de adentro, es decir, a su escritura?
—Yo soy un viajero reticente. He viajado mucho, más de lo que querría, pero mi instinto es quedarme en mi casa. Creería que no es necesario moverse demasiado para recrear la experiencia humana. Pero, por supuesto, se me han ocurrido novelas y he sido muy feliz en ciertos viajes que he hecho con mi familia. Odio viajar por trabajo. No quiero. No le veo el sentido y menos luego de estos dos años de pandemia. Vivir afuera un par de veces, claro, me sirvió para darme cuenta de que la gran contribución que se puede hacer si se es un escritor colombiano es escribir historias colombianas. Suena simple y simplista. Suena obvio y castrante. Pero no lo digo en ese sentido. Que cada quién escriba lo que quiera, por supuesto, que esa es la gracia de dedicarse a la ficción, pero qué bueno que haya gente que dé al mundo historias de acá.

 

—¿Considera que el lector ha cambiado dada la inmediatez de las redes sociales y las nuevas maneras de circulación de la información al alcance de un click?
—Funciona de dos maneras. La primera: sí, hay gente que, transformada por las virtudes y las trampas de las redes, se ha acostumbrado más a la reacción que a la reflexión, más a las lecturas de un par de minutos que a las biblias. La segunda: hay gente que en medio de semejante gritería redescubre la necesidad de vivir lentamente, poco a poco, dentro de una novela de seiscientas páginas, por ejemplo. Claro que el lector ha sido transformado por el tiempo y por la constatación de que el autor y el lector son socios creadores, son un par de iguales. Pero a mi modo de ver, y desde mi experiencia, ha cambiado para bien.

 

—¿Hay un riesgo si se juega en contra de escribir otra novela acerca de la violencia ya que ésta es el personaje principal de la novelística en Colombia? ¿Hasta dónde se corre el riesgo de no hablar de este tipo de violencia como puede ser la del sicariato, a pesar de que sus personajes expresan un ángulo donde no se pueden quedar callados?
—No es una obligación hablar de la violencia, repito, ni es una obligación hacer ficción a partir de los testimonios de esta guerra, pero quienes quieran y puedan hacerlo sin duda deben hacerlo. Sigue sirviendo. Jamás es demasiado. Es una de nuestras tradiciones literarias, además, como usted dice, uno de nuestros personajes principales. No, no es el único. Pero sigue en pie porque lo necesitamos. Yo lo he hecho y lo voy a hacer, desde todos los ángulos que se me vengan a la cabeza voy a narrar a los protagonistas y a los personajes secundarios de la guerra, porque todo esto es muy personal para mí, porque he tenido muy cerca, en mi propia familia, el espíritu de las víctimas. Y creo que entre más gente lo haga, mejor.

 

—Esta novela, aunque es una obra literaria, tiene un tinte ensayístico por las reflexiones que hace, por la profundidad, la claridad y la trascendencia de las ideas que se exponen. ¿Cómo jugar dentro de la novela a esas posibilidades de producir una especie de ensayo sin caer en los lugares comunes del lenguaje frío o académico?
—Creo que en este caso el truco, si es que lo es, es que no es solo una novela, sino un manual sobre volver de la muerte. Hay ocho biografías allí. Hay un narrador que articula los dramas, pero que, para honrar cada relato en su manual para morir y para vivir, no sólo quiere, sino que debe ponerlo todo en contexto, analizarlo y comentarlo. Y en ese sentido se ve obligado a narrar y a interpretar, a ir de lo más íntimo a lo más público, de la novela al ensayo, y no puede dejarse llevar por los pies de página y las piruetas rigurosas de los posdoctorados porque su propia vida se lo toma todo y sabotea las ínfulas académicas.

 

—Finalmente, ya que el libro gira en torno a la muerte, pero no vista como tragedia sino como una segunda oportunidad sobre la tierra, ¿qué epitafio le gustaría dejar cuando el telón caiga?
—Yo fui el hijo de mis papás, el esposo de mi esposa y el papá de mis hijos, pero, como sería demasiado largo para las lápidas de ahora y ellos ya lo saben de memoria, bastará con que me entierren con mis dos apellidos.

 

 

 

Andrea Pinzón Escobar nació el 13 de marzo en Bogotá. Es Licenciada en Lenguas Modernas de la Universidad de La Salle. Diplomada por el Instituto Caro y Cuervo en Literatura y Cultura y por la Universidad Javeriana en Providas. Acompañamiento pastoral a personas y comunidades afectadas por la violencia. Dirigió la revista juvenil: Juvengativá: acciones y palabras, proyecto ganador en el marco de Bogotá capital, Un libro abierto. Dentro de sus entrevistas se destaca Carlos Vidales: Los libros de mi padre fueron mis primeros juguetes en la revista Hojas Universitarias. Número 68. (2013) en coautoría con el escritor Fredy Yezzed y Las múltiples vidas de 2 Vidales en la revista El Malpensante. (2014) en coautoría con el escritor Fredy Yezzed.

La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de la fotografía «En el río» del artista © Juan Sebastián

 

año 2 ǀ núm. 12 ǀ julio – agosto  2022
Etiquetas: , , , , , , , , , , Last modified: julio 24, 2022

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