María Cecilia Salas Guerra
En palabras de la poeta y docente universitaria Judith Nieto, «Expectativa y sobrecogimiento predominan en la lectura de los numerosos fragmentos que siguen la puntada del detalle, sin dejar escapar lo que guarda el dobladillo de la imaginación y la experiencia, vividas de cara al desconcierto, que no se resigna al silencio particular sobre el que no cesan de surgir preguntas». Compartimos tres relatos del libro Sobrellevar la porción de noche de María Cecilia Salas publicada por Abisinia Editorial en su colección de narrativa Felicidad Clandestina, Homenaje a Clarice Lispector.
Otro lunes negro
En una coincidencia aciaga, los hijos reciben la peor noticia, solo comparable con aquella otra de hace más de una década, recibida igualmente un lunes. Aquella vez, fue la pérdida brutal del hermano del alma. Hoy, es el descubrimiento de la grave enfermedad de la madre. Es inevitable que ambos acontecimientos resuenen entre sí, como golpes secos y feroces, que lo cambian todo en un instante. Un estallido, luego del cual se hace un silencio atronador. Todas las cosas importantes y urgentes que había entre manos, pasan a un quinto plano, pierden el brillo y el interés, se relativizan totalmente. Se escucha en las entrañas la expresión que nunca se quiere pronunciar con referencia a sí mismos o a un ser querido: cáncer maligno. Suena como un hachazo partiendo un trozo de madera.
…..En el hospital las horas transcurren lentas, entre médicos y enfermeros que, amables, presurosos y parcos, dosifican la información, a la vez que solicitan paciencia y espera. «No olvide que usted se encuentra en una clínica», es lo que parecen decir con sus gestos y con su manera de hablar. La sensación de incredulidad aumenta, hasta convertirse en una especie de aturdimiento: desearía creer que basta con salir de aquél laberinto blanco e higienizado, para borrar la realidad maligna en el cuerpo de la madre. Pero al salir de aquel mundo paralelo, se hacen diáfanas las consecuencias de aquella palabra: malignidad. Pocas como ésta coinciden tan bien con lo que nombran.
…..Al llegar a casa, el llanto inconsolable, atávico. Es el mismo llanto de aquél otro lunes negro, remoto y vigente a la vez. De nuevo, brotan el vértigo y el dolor sin lugar, fulminantes para el cuerpo que no se halla. La noche se pasa en blanco, o mejor será decir en gris casi negro. Y al amanecer, en medio del frío y del cansancio terrible, el grito ahogado de una niña contra la almohada: ¡mamá!
Lo que tuvo que pasar…
Desde el noveno piso el horizonte es denso y gris, a causa de la contaminación que se acumula en este valle custodiado por montañas. Al mirar hacia abajo, descubre los charcos y la calle mojada. Llueve con fuerza, y hace frío en el mundo exterior. Pero en esta habitación, el clima es siempre el mismo, como una pecera.
…..En una silla, al lado de la ventana, la madre se adormece a cada tanto, abriga el dolor que los médicos procuran paliar con sedantes. Abre sus ojos cansados y mira hacia afuera, identifica un edificio, pregunta por detalles sueltos, se adormece de nuevo.
…..Pasa levemente el efecto de la sedación, come un poco y conversa con más claridad. Se muestra resuelta a vivir. De repente, deja vagar su mirada a través de la ventana, y dice: «Mire pues lo que tuvo que pasar para que su papá volviera a hablar. Para que haya armonía». La segunda frase la dice juntando las manos a la altura del pecho. Suele hacer este gesto cuando siente que las palabras no le alcanzan. Y en esta ocasión, lo que desea expresar tiene que ver con el propio sufrimiento a causa del mutismo hostil que define desde hace meses la senilidad de su marido, convertido en una versión extrema de sí mismo.
…..En ese comentario, la madre se sitúa como el cordero sacrificial: sabe claramente que su cáncer ha trabajado de manera silenciosa durante unos seis meses, sabe que está en la fase terminal, sabe que está invadida, así se lo había informado el oncólogo. Esa cruda realidad desconcertó al padre, haciéndole reaccionar y hablar de nuevo. El comentario de esta tarde, se anuda con el designio tremendo y eficaz, que hace tantas décadas le escuchó a su suegra: «Téngale paciencia a ese borracho». Entre uno y otro comentario se dibuja el corazón de la vida matrimonial de la madre. Lo demás era prosa. La moral, cierta forma de religiosidad, la discreción, la pasión por el sufrimiento… o todas las anteriores, hicieron de su vida en pareja, un purgatorio del que nunca consideró salir, a nombre de que sus hijos tuvieran padre. Alto precio por un padre. Y alto precio para volver a hablar cuando ya es tarde.
…..La enfermedad es un acontecimiento, un relato, una función vital: medio expedito para salir de la vida, momento de resolución de grandes nudos, luz diáfana en medio de las sombras, parada necesaria para intentar reconducir la vida misma.
…..La madre vive sus últimos días.
…..Se apaga suavemente.
Las manos
La mano es la herramienta del alma, su mensaje,
y el cuerpo tiene en ella su rama combatiente.
MIGUEL HERNÁNDEZ
El carcinoma trabaja en todos los frentes, no da tregua en el cuerpo de la madre. Ahora es su voz la que pierde tono y nitidez. El esfuerzo visible por hacerse oír resulta fallido. Apenas se escucha un hilito de voz, tan exhausto como sus manos y sus brazos descarnados, que de tanto en tanto se levantan como queriendo dibujar palabras, o levantar el vuelo, no se sabe. Se abre aquí el vacío sin igual que supone dejar de escuchar sus historias y ocurrencias, sus pedidos y recomendaciones. En adelante, la vida será otra, carente del suave ritmo de su voz.
…..Las manos prolongan el rostro. Escriben, dan forma y dirección a la historia de una vida. Y en la historia de la madre el sufrimiento ha sido el bajo continuo de su modo de ser, siempre acorde con el arte de la espera que supo cultivar en todo momento, para bien y para mal, hasta desesperar muchas veces. ¿Por qué tiene que sufrir tanto? Es la pregunta calcinante de la nieta entre sollozos, cuando se entera del diagnóstico fatal de la enfermedad de la abuela. Silencio breve, tajante. «Esa es la pregunta. ¿Qué sentido tiene sufrir tanto? No tiene sentido. Es necesario aprender de ello».
…..Las grandes pruebas del dolor que tocaron su corazón, las supo aligerar con las compensaciones recibidas: los nietos, de quienes siempre estuvo atenta; el cultivo de su jardín, que disfrutaba plenamente hasta parecer que rejuvenecía; la pasión por la costura y los tejidos, ese gusto tan suyo por «enredar hilos», como solía decir, para lo cual estaba dotada de buen ojo y buena mano para lograr hermosos diseños. Y, por supuesto, las habituales caminatas en las que encontraba salud y calma.
…..En cada uno de estos invaluables recodos de la vida, la madre atisbaba la paz y advertía la belleza de la vida, belleza que, mirada con calma, no es incompatible con el vacío sobre el que discurre la vida misma.
…..Su enfermedad y su muerte son una lección de vida. Cuando el oncólogo le dijo que su estado era muy avanzado, ella no dijo ni una palabra. Luego, se limitó a decirle a sus hijos: «Ese sí me la puso muy de para arriba». Pero en ningún momento renegó de los médicos que la diagnosticaron, ni de los que le dieron cuidados paliativos. Tampoco se aferró ciegamente a esperanzas vanas, ni a sustancias mágicas que prometen dar marcha atrás a lo irreversible. Reconoció, eso sí, durante los primeros días y entre grandes dolores, un tremendo miedo ¿por el diagnóstico o por la cercanía de la muerte? Imposible saberlo. Pero el dolor, el miedo y la zozobra, prontamente cedieron su lugar a la inquietud que le producía el hecho de sentirse más y más débil cada día, a no poder caminar como solía hacerlo.
…..Con serena determinación, la madre asumió que su enfermedad no sería un camino infernal, moroso y en círculos; en algún lugar de sí misma decidió que no postergaría ni delegaría confusamente en los demás las decisiones que comprometían su propia vida.
…..Gracias, por una vida que, secretamente, decidió apartarse de las oscuras turbulencias que la asediaban.
…..Gracias por el silencioso coraje para vivir sin derrochar ni alardear, y para morir sin dramatizar.
…..Yacen las incansables manos que vivieron consagradas a cuidar, cultivar, tejer, proteger, alimentar. Siempre ocupadas en algo y, sin embargo, siempre suaves, blandas, lisas. Dedos largos, uñas almendradas y hermosas, aún en los tiempos de arduo trabajo, aún en el lecho de muerte.
María Cecilia Salas es autora de La escritura del desasosiego, una poética del pesar en Fernando Pessoa (Editorial Universidad de Antioquia, 2009) y Marguerite Duras, Escribir la parte de sombra (Shangrila, 2022). Coautora de Del saber de la genealogía a la moral del poder (L Vieco, 2008), El ensayo latinoamericano, revisiones, balances y proyecciones (Universidad Nacional de Cuyo, 2010), De la imagen y la literatura. Una comprensión estética (Universidad Nacional de Colombia, 2013), Pensar el arte hoy, el cuerpo (Universidad Jorge Tadeo Lozano, 2015), La omnipresencia de la imagen, Estudios interdisciplinares de la cultura visual (Global Knowledge Academics, 2017) y Arte, imagen y experiencia. Perspectivas estéticas (Universidad Nacional de Colombia, 2021). Escribir, olvidar y regresar. Historias en borrador (Universidad Nacional de Colombia y UPB, 2022).
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de la obra «Cuentro otro sueño, hablo de esa pesada dificultad para llegar a la palabra»
serie «El pre texto del sueño»
Tinta china negra sobre papel acuarel.
35 cm x 25 cm
del artista © Agustín Iriart