Johny Martínez Cano
En esta parte del mundo: antología de poemas sobre Bogotá (1926-2022)
Ramón Cote Baraibar, comp.
Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte, Bogotá, 2023, 338 pp.
Los poemas se parecen a las ciudades donde se escribieron
Leer En esta parte del mundo: antología de poemas sobre Bogotá (1926-2022) es un ejercicio extenso y esforzado, como ir en Transmilenio desde el Portal Usme hasta el Portal Suba o desde Bosa San José hasta Toberín. No digo que sea un ejercicio tortuoso, sino que el viaje por las 338 páginas de la antología y la travesía por más de 300 calles para recorrer la capital colombiana de punta a punta coinciden en ser ambos recorridos de largo aliento y de empeño vasto. Bogotá es una ciudad que se conoce sudándola, bien sea atravesando sus enredadas avenidas, bien sea leyendo la extensa poesía que surge sobre ella.
……Pero, incluso a pesar de su extensión, la antología en cuestión limita bastante su campo de interés, pues se centra en los poemas sobre Bogotá escritos solamente entre la segunda mitad del siglo XX y la actualidad. Así que, más allá de algunas pocas excepciones (los poemas de Luis Vidales, León de Greiff y Darío Samper), el criterio escogido deja de lado extensos periodos históricos de la capital, y el rango temporal acotado, que es, de por sí, bastante rico en términos poéticos, no se ordena por decenios, generaciones o líneas de tiempo. Todo ello me deja ver que esta antología se ordena por un criterio que llamaré espacial, más que histórico. Para entender esto, vale la pena detenerse en la manera en que el libro se despliega y se divide en nueve partes organizadas temáticamente, como si se trataran de antiguos cuadros de costumbres.
……Apartado tras apartado, en este libro el lector va descubriendo una ciudad trazada a partir de la observación de su geografía, sus contrastes, sus tipos sociales. Así, en la primera parte, «Galería de retratos», se reúnen personajes tan dispares que apenas coinciden en el hecho de haber pisado el suelo capitalino; el conquistador Gonzalo Jiménez de Quesada comparte espacio con la actriz Rita Heyworth, y los escritores José Asunción Silva, Luis Tejada y José Eustasio Rivera (cada uno tiene un poema sobre su figura) conviven con el policía que vigila la protesta social y con el hombre anónimo que aparece en la página roja del periódico. En la segunda parte, «Algunas calles y tres plazas de mercado», el conjunto de poemas deja ver un contraste entre el sentir desértico presente en el asfalto de la ciudad y la vida frondosa que palpita en los pasillos de frutas y verduras; aridez y florecer, muerte y vida coexistiendo. Por la tercera parte, «Almacenes y oficios», desfilan casas de antiguedades, salones de té, librerías, vitrinas de tiendas, lustrabotas, vendedores de minutos, panaderos y hasta luchadores.
……En las partes que siguen, «Buses a todos los barrios», «Transeúntes» y «Los cerros y las lluvias», empiezan a mostrarse con más intensidad las marcas factuales de la ciudad, los nombres propios de los lugares. Pero no solo aparecen Teusaquillo, Chapinero, el Cementerio Central o el Parque Nacional, esos espacios nucleares en los que muchas veces se concentra el lenguaje de Bogotá, como si una ciudad no pudiera nombrarse más allá de su centro, sino que aquí hay un movimiento que va jalando hacia los márgenes, desde los barrios Santa Fe, Las Nieves y Pablo Sexto hasta el cementerio de Suba o los cerros orientales, donde están el mirador La Paloma, los altos de la quebrada La Vieja y el TransMiCable, todas ellas geografías poetizadas. Los apartados que le siguen, «Septimazo» y «Bogotá fechada», son aquellos que indagan más en las capas subterráneas de historia reciente tras las cuales se erige la ciudad que ahora pisamos. Las presencias fantasmales de escritores y políticos en los cafés del centro o las reminiscencias a los periodos de violencia que nunca han cesado emergen aquí para mostrar que, como se dice en uno de los poemas, «hay una ciudad escondida en la ciudad» (p. 253). La antología finaliza con un apartado llamado «Nostalgia bogotana», en el que se concentra un tema que está latente a lo largo de todas las partes del libro; a saber, la relación conflictiva e intensa entre la ciudad y el sujeto. Los poemas de esta sección hablan del amor hacia una ciudad que se odia, un «otro amor, que es compasión y olvido» (p. 287), o hablan de un dolor dulce hacia una ciudad que nunca cumple lo que el deseo busca, «la nostalgia / de la que nunca fue» (p. 304).
……Todos estos temas entramados a lo largo de nueve apartados crean, entonces, la sensación de una ciudad desplegándose, una Bogotá que se va revelando en su espacialidad, en sus habitantes, en sus geografías físicas y emocionales. Vuelvo a la analogía del cuadro de costumbres para señalar que yo, como bogotano, me sentí un viajero de mi propio territorio a lo largo de las páginas de este libro. Es, pues, una antología que no busca ser historia y en cambio, sin duda, logra ser mapa.
……Pero así como ciertos mapas revelan más sobre su cartógrafo que sobre la geografía representada, valdría la pena preguntarse qué dice esta antología, también, sobre las y los poetas que están en ella. Sería extenso entrar en detalles sobre este asunto, pero quisiera señalar dos imágenes de Bogotá recurrentes en los poemas de la compilación que me parecen dicientes al respecto. Por un lado, está la imagen de la ciudad como una mujer conocida, admirada o repudiada. Son varios los versos en los que Bogotá es «luminosa como una muchacha de catorce años» (p. 198), cuando se la injuria es como una «esposa fea» (pp. 180 y 181), cuando se la ama es como «una novia sin senos en un jacuzzi» (p. 231), en la madrugada es «una muchacha que duerme» (p. 202) y al ser una «ciudad a medio hacer, siempre a punto de parecerse a algo», es «como una muchacha que comienza a menstruar, / precaria, sin belleza alguna» (p. 266). Exceptuando la última imagen, que es de una fiereza descarnada, todas las demás me parecen bastantes desagradables; sin embargo, surgen cada tanto en la antología como una manera de entender a la ciudad a través de la figura femenina ya tan manida. Por otra parte, está la imagen de Bogotá como camposanto. Las calles de la ciudad son «un cementerio de postes sin luz» (p. 87), bajo la lluvia se abren «fábricas cementerios hospitales» (p. 212). Bogotá misma es «cementerio de sueños, pobre corazón roto, / nada inmortal lo habita» (p. 289), es «un dorado paraíso perdido / cementerio de mis deseos» (p. 293), y no es un buen sitio para el amor «porque el mundo es un gran cementerio» (p. 311). Entre la personificación femenina de tintes eróticos y la insistencia de la experiencia citadina como cementerio valdría la pena pensar qué dice esto sobre nuestra tradición poética bogotana y qué tanto nuestra imagen íntima de la ciudad se compone de un eros y un tánatos reiterados y en tensión.
……Pero hay algo más que revela esta antología sobre la poesía misma, y es la manera en la que el paisaje citadino y su constante cambio enriquecen, expanden y dan aire a nuestro lenguaje poético. Me parece que volver a esta afirmación siempre resulta alentador, pues quiere decir que la poesía sigue estando viva, no muere. Doy tan solo dos ejemplos de ello. Por un lado, hay un poema de versos largos y continuos encabalgamientos que logra captar el ritmo zigzagueante y vivaz de un lustrabotas «en la lucha por conseguir la yuca de los hijos», «aunque por eso tengamos que pagar guandoca» (p. 111). Los modismos y localismos vueltos ritmo e imagen poéticas encierran esa vida agitada y picaresca de este personaje citadino, que a la manera de un monologante habla de su destino en medio del país y la ciudad que le tocó en suerte. Por otro lado, está un poema dedicado al vendedor de minutos, que «ha dejado su sombra parqueada en el tiempo» y que dota a este poema de un lenguaje lírico tan florecido y propio como el carrito de ventas que lo acompaña. Así, como estallidos del habla, surgen en el poema «chicles con centro líquido», «chocorramos», «chocolatinas», «papas de limón», «paquetes de Doritos», «cigarrillos por unidad» y «huesos en la calle» (pp. 127-128).
……Sin duda, las imágenes que se reiteran en distintos poemas, las geografías centradas y descentradas que se nombran, los personajes que transitan el espacio poético y el lenguaje lírico que se expanden con las transformaciones del espacio citadino, todo ello da cuenta de cómo «los poemas acaban pareciéndose a las ciudades donde fueron escritos» (p. 20), como bien señala el compilador de este esforzado trabajo, Ramón Cote Baraibar. Pero la vastedad de este libro, su despliegue temático de tinte costumbrista y su imagen de mapa informe e inasible me permite añadir que también las antologías terminan por parecerse a las ciudades. En su acumulación, límite y disposición terminan por copiar su carácter, ese que, como tantas otras cosas mudas, apenas se intuye.
Johny Martínez Cano nació en Bogotá, en 1993. Es magíster en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia y está terminando un máster en Escritura Creativa en la Universidad Complutense de Madrid. Compiló el libro Toda la vida del pensamiento: B. Sanín Cano en el fin de siglo colombiano (Biblioteca Nacional, 2020) y es coautor de la autopublicación Leer poesía: una conversación. Dirige De sobremesa, un pódcast dedicado a la poesía. Sus poemas aparecen en las antologías Pecados capitales (Ediciones Exilio, 2019) y Morir es un país que amabas (Escarabajo Editorial, 2024). Actualmente trabaja en su primer poemario.
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de una obra del poeta, ensayista, cronista y artista plástico venezolano Leonardo Gustavo Ruiz ©