María Victoria Caracotche
El guardián de la colmena
Leandro Frígoli
Colección de Poesía Concierto Animal
Abisinia Editorial, Buenos Aires, 2021, pp. 85
En mi primer año de carrera, me di cuenta de que la materia de lingüística se convertiría en un pilar fundamental de mi formación académica. Fue un curso que no sólo exploró las estructuras del lenguaje humano, sino que también me llevó a reflexionar sobre la naturaleza misma de la comunicación. El profesor, un apasionado de su campo, seleccionó un texto de Escandell Vidal, que abordaba las catorce propiedades del lenguaje humano, una serie de características que nos definen como especie. Sin embargo, lo que realmente capturó mi atención fue un ejemplo intrigante en el que se mencionaba a otra especie: las abejas. Con este ejemplo, comprendí que, aunque no compartimos el mismo tipo de comunicación verbal, estas criaturas poseen varias características que se asemejan a las nuestras. Esto marcó un antes y un después en mi percepción sobre estos seres que nos rodean.
…….Desde ese momento, no solo empecé a considerar a las abejas como insectos esenciales para que nosotros estemos acá, sino también como seres complejos que se comunican entre sí de formas que aún estamos tratando de entender. La idea de que pueden «hablar» en su propio idioma, y (siendo esta una fantasía que he tenido y se remonta para sorpresa mía en el texto) que tal vez incluso intentan comunicarse con nosotros, abrió un nuevo horizonte en mi mente. Fue así como mi interés por la comunicación se expandió más allá de las fronteras humanas, llevándome a explorar cómo diferentes especies se relacionan entre sí y con su entorno.
…….Personalmente veo este fascinante enfoque como el eje central del libro El guardián de la colmena. La obra profundiza en la vida del autor, poeta y apicultor, y en cómo estas dos profesiones que quizás no se cruzarían a simple vista crean una narrativa impregnada de una profunda conexión entre Frígoli, a quien podemos ver como un observador cercano, y estas pequeñas pero poderosas criaturas. Su estilo evoca una mezcla de admiración y respeto, lo que me hizo sentir, como lectora, que estaba viendo su mundo. Desde sus propios ojos.
…….Amo la poesía cuando me dicta escenarios, experiencias. Sentí que el autor transformaba cada verso en una imagen vívida, con lugares, personas, sentimientos y, hasta podría destacar, estaciones anuales. Debo admitir que la última parte, mi favorita, es donde los momentos se tornan de otro tono (una idea que se me ocurrió al terminar el libro, es que los poemas sean el color amarillo, y la prosa de la parte final el tono negro de las abejas). Esto no quiere decir que las creaciones y el verso se queden atrás, ni un poco.
…….Como mencioné antes, los pequeños fragmentos que en su conjunto crean la obra dan la sensación de ver cortometrajes de una vida común pero a la vez fascinante, atrayente. Estos poemas destilan un calor similar al rayo de sol que te abraza en pleno invierno, envolviéndote en una ternura profunda. A través de sus palabras, Frígoli captura el amor, la pasión, la familia. Y me gustaría destacar los fragmentos que se quedaron en mi mente una vez cerré este libro.
…….Un poema «Amor maternal» dedicado a una niña, su sobrina, fue el que inconscientemente me llevó a mi propia infancia (y el que es capaz de remontarse a la infancia de cualquier lector), describiendo un verano en el cual, y citando el poema, «El veneno de una abeja es un día inolvidable de la infancia» (pág. 52). Es sencillo, a la vez que bello y universalmente nostálgico, crea una conexión que resuena en el corazón del lector.
…….Siguiendo el hilo de la familia, el tributo a su padre en el poema «Lluvia de abejas» fue el que por un momento me estrujó el corazón; cerrando el libro y mirando la escena que se creó en mi mente gracias a él, mientras lagunas saladas brotaban de mis ojos. La pérdida es desoladora. Este fragmento nos lo recuerda. Tanto como el no saber qué hacer frente a ella, cuando estás suplicando que por favor pare, como hizo Juan Carlos Frígoli. Me gustaría destacar un fragmento:
…….«Veo en los ojos de mi viejo un niño muerto de pánico y sin respuesta» (pág. 63)
…….Dios, es impactante y arrasador ver a nuestra imagen de fortaleza, sentirse como un niño desamparado cuando su altura concuerda con uno en el momento en el que está de rodillas implorando por un solo momento de paz. Admiro y respeto esos momentos.
…….Remontándome a lo anterior dicho, la última parte del libro me llenó de una sensación particular, porque se sintió distinto a todo lo que acababa de leer, parte más breve y más descriptiva, el poema en prosa «Hidromiel» (pág. 84) nos da un choque de realidad, recordándonos que el amor desinteresado hacia estas bellas criaturas que son las abejas no se encuentra en todo el mundo. Haraganes (como lo llama el autor) como este viven y existen por doquier. A veces quiero pensar que la función de esos seres es hacerme caer en cuenta en qué momento estoy frente a alguien verdadero, alguien con cariño y calidez, fuera de las frías manos de funcionarios, dirigentes, que tanto intentan, como no, de camuflar su necesidad interna de, hablando mal y pronto, joder al otro.
…….¿Por qué quiero resaltar los momentos que marcaron mi lectura? Porque creo que eso mismo engloba este libro. Momentos. Porque cualquier vida, por más extensa o breve que sea, consta siempre de momentos. Fui felíz como espectadora de algunos de estos versos de Leandro Frígoli. Pude sentir que su obra es un testimonio de cómo los momentos de la vida se entrelazan, a veces de forma caótica, pero siempre llena de emociones, escritas de una forma totalmente desautomatizada, porque así es el poeta, toma todo lo que damos por hecho, todo lo que muchos olvidamos o nos pasa por desapercibido, y lo pone frente a una luz que termina por darle vida. La poesía de Frígoli no solo narra historias; nos ofrece una mirada íntima a lo que significa ser humano en un mundo tan lleno de matices, viviendo entre dos mundos, dos tópicos totalmente homogeneizados, y al leerlo, te sentís como si estuvieras inmerso en la miel más colmada de gentileza y dulzura.
María Victoria Caracotche nació en Buenos Aires, Argentina, en 2004. Lectora apasionada y artista aficionada. Actualmente es estudiante del profesorado en Lengua y Literatura. Participó en el proyecto «Jóvenes y Memoria» (2018-2020).
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de una obra del poeta, ensayista, cronista y artista plástico venezolano Leonardo Gustavo Ruiz ©