María Negroni
Abisinia Review invitó a la poeta y escritora argentina, María Negroni, a unirse a este homenaje a Ivonne Bordelois, y nos ha compartido un ensayo, en ocasión de la primera publicación de la correspondencia de Pizarnik, que recuerda y anuda la relación epistolar entre las dos poetas. El presente texto fue publicado por primera vez en Alejandra. A Verbal and Visual Universe. Eight artists inspired by live and poetry of Alejandra Pizarnik The Point of Contact Gallery (Syracuse, Nueva York, Febrero 26-Abril 30, 2010). El lector encontrará al final las rutas para acceder a todo el contenido del dossier.
Como casi todas las poetas de mi generación, comencé a leer a Alejandra Pizarnik cuando ya era imposible conocerla. Para mí, ella fue (y sigue siendo), ante todo, una escritura, es decir un dibujo de pequeños barcos a punto de caerse que contienen —acaso por la misma cercanía del peligro— la promesa de tesoros fulgurantes. Al principio, viajé en ellos para perderme. Me dejé hipnotizar. Fui y vine por esas miniaturas infalibles como quien aprende a escuchar, en una cajita musical enamorada del ladrón que la roba, lo inmenso de las cosas que no sabe. Después me distancié. Después volví, empecé por otro lado. Durante un tiempo, me dediqué a buscar en los textos «malditos» de su producción, alguna clave para descifrarla, como si fuera posible rescatar, a través de los reversos delirantes (y procaces) de esa «sombra», un mundo más veraz, más vivo. Quería una visión total, no fragmentos. Un cuadro sin mutilaciones. Algún trozo de «verdadera canción», donde pudieran fluir juntos el poema y lo obsceno, en esa suerte de libre circulación textual que se enseñorea en su obra, haciendo de toda fuga, paradójicamente, una imposibilidad.
…..Aliento similar, me parece, persiste a lo largo de esta Correspondencia Pizarnik. Las cartas se suceden como piezas de un rompecabezas, a la vez vital y literario, traman una red compleja donde el trofeo más alto de Alejandra (su poesía) convive con los «chistezuelos» y el tono lúdico de su conversación, la ternura con la astucia, la vulnerabilidad con los múltiples disfraces del sarcasmo. Todo se vuelve excusa para la evocación. Los libros que leía. Su voz, al parecer, llena de esguinces. Los comentarios mordaces sobre los profesores de Letras. Las entrevistas a Borges, Victoria Ocampo, Juárroz o Hernández. Su pensamiento crítico. Las reuniones en Sur, los dibujos expuestos junto a Mujica Láinez, los diálogos con Miguel Angel Bustos y su repudio por los alineamientos políticos.
…..Hay mucho, en efecto, en este libro. En su transcurso, Alejandra se va a París y desde allí (desde un departamento que el recuerdo de Bordelois transforma en «un navío ebrio o zona de tabaco intenso y entrevero prodigioso de libros y papeles») propone proyectos de trabajo en común a los amigos, comparte con ellos «contactos» literarios y estimula con creces su escritura. La vemos admirar a otros con amplitud e inteligencia, condolerse con el sufrimiento ajeno, ser esa «presencia literaria activa, rápida y alerta» que le permite difundir su trabajo. Y también la «supliciada» por los miedos, la que pide perdón por sus demandas infantiles, sus cartas «llenas de yo-yos» y se desfonda cuando la amistad asciende a la pasión porque amar «sin fondo» es, tal vez, horrible («Sylvette, tu es la seule, l’unique. Silvina, curame, ayudame, no hagas que tenga que morir ya», le escribe a Silvina Ocampo).
…..Su poética, mientras tanto, afina la puntería: «Me gusta el lenguaje exacto, reza una carta a Rafael Squirru, le mot juste, las cosas correctas, terriblemente visibles y que se levantan como se levantan del papel las letras del poema de Quevedo que acabo de leer. El sueño sí, pero dotado de las cualidades del teorema. La metáfora sí, pero exacta: que no sea posible cambiar un «esto» es igual a un «eso» —de modo que hay que formarlo como quien alza en la oscuridad una mano asida a un puñal».
…..Nada sorprende, en realidad. No, al menos, con una sorpresa distinta a la que infligen los poemas. «Muy pronto —le escribe a su amigo Rubén Vela— te enviaré unos pocos pájaros de fuego, unos delirios, una breve palmada en el hombro tieso de la señora muerte». Lo mismo vale para el humor y los arrebatos de «exhibicionista» que asoman en varias de las cartas (a Barrenechea, Molloy, Pichon Riviere) pero, sobre todo, en las dirigidas a Osías Stutman, que alcanzarían ellas solas para fraguar una teoría alucinatoria sobre su escritura.
…..Podría decirse que esta Correspondencia prueba —una vez más—, en la parábola de su crescendo (o desmoronamiento) tonal que, en el derrotero Pizarnik, la política del deseo desemboca fatalmente en una ética del desastre: Alguien canta, luego transgrede, luego acentúa el caos, da rienda suelta a «la desmesura indeciblemente dichosa» que se abre entre la infancia y la noche y fracasa. Lo obsceno, quiero decir, desgarra el discurso melancólico (se torna herida) y produce un holocausto cultural que acaba en un opus nigrum, un carnaval de muecas donde se escucha, al fondo, la «musiquita cacofónica» de la desventura. Alejandra agregaría, quizá, que el arte empieza cuando una condesa cava un sótano como un animal cavaría una cueva en el bosque, cuando en esa caverna la mujer queda prendada, como un vampiro imposible, de la fugaz negrura de lo eterno.
…..No hay aquí ninguna incongruencia. Todo encuentra un sitio en este dibujo que Ivonne Bordelois teje como un tapiz, sin pretender ser vista. Así, desde atrás, repitiendo el gesto cuidadoso de Pizarnik para con cada uno de sus destinatarios, dando lugar al homenaje de otros (Pezzoni, Azcona Cranwell, Orozco, Gelman, Ostrov), aportando los datos necesarios para ubicar obra y circunstancias de cada quien, y sobre todo, tendiendo los puentes con los diarios, poemas y textos póstumos. Nada la distrae de su «decisión de la verdad», incluso si esto implica reírse de sí misma, como cuando evoca el momento en que Alejandra y ella se conocieron: «Munida de un diploma de la UBA —escribe en el Prólogo—, becada por el gobierno francés, vagamente provista de un cuasinovio abogado porteño, aparentemente razonable y estudiosa, yo debo haber estado cerca de representar para Alejandra algo así como la antípoda de lo que fue su lema preferido, la frase candente de Rimbaud: «La vraie vie est ailleurs»: la verdadera vida está en otra parte.
…..Esa «otra parte» es también una música que se canta alrededor de una ciudad. París, «patria secreta», lugar de revelaciones, de otoños grises, donde es posible, a pesar del desamparo externo, cortejar la felicidad de cerca, enloquecerse (como dice en carta a Barrenechea) «rítmicamente», «escribir con más libertad (pero esto es tan complejo y tan indecible», reconoce ante el editor de Zona Franca, Juan Liscano).
…..El deseo se había gestado despacio. «Confío en que los dioses de las muchachas tristes —le escribía a Requeni mucho antes de partir— no me dejarán reventar adentro del seno duro y árido de la familia». Después, le sobrevendrá el pánico a ser arrancada de la fiesta antes del final. «Me entristece la idea de volver —advierte a su familia—. Es muy importante, en todo sentido, continuar aquí. Más que importante, es primordial y me haría un efecto catastrófico cortar bruscamente este lento crecimiento que se inició en mí desde que llegué».
…..Si menciono esta fiebre defensiva (que no es más que el reverso del terror que solía producirle Buenos Aires) es porque en torno a este núcleo argumental el intercambio epistolar entre Pizarnik y la propia Bordelois alcanza su punto de inflexión más alto. Allí las dos amigas se explayan sobre el tema del destierro, los costos de partir, la imposibilidad del regreso a los lugares felices y otras penas que, bajo la forma de cambios de espacio, no son acaso más que viejos ardides o desorientaciones del alma.
…..Retrato de una poeta argentina, autobiografía compartida de una generación, transmisión de una herencia literaria, cuadro de época con algo de estampa intelectual y emocional, esta correspondencia representa —desde la perspectiva de Ivonne Bordelois— el cumplimiento de una deuda de fidelidad personal hacia la amiga. Así la leo, también, y así la celebro, como una prueba del encuentro personal y literario entre dos mujeres que ha sabido transmutarse en don, en «patria secreta» compartida.
María Negroni publicó numerosos libros, entre otros: Arte y Fuga, Cantar la nada, Elegía Joseph Cornell, Interludio en Berlín, Exilium, Objeto Satie y Archivo Dickinson (poesía); Ciudad Gótica, Museo Negro, El testigo lúcido, Galería Fantástica, Pequeño Mundo Ilustrado y El arte del error (ensayo); El sueño de Úrsula y La Anunciación (ficción). Beca Guggenheim en poesía y Premio Internacional de Ensayo Siglo XXI, su obra ha sido traducida al inglés, francés, italiano, sueco y portugués. Islandia (primera edición Monte Ávila Editores, 1994) recibió, por su versión en inglés (Station Hil Press, 2001), el Premio al Mejor Libro de Poesía en Traducción del año del PEN American Center (Nueva York, 2002).
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de la obra
«Mi noche triste»,
dibujo a tinta sobre papel, año 2017,
de la artista © Alejandra Carabante