Written by 12:49 am Crítica, Entrevista

Osvaldo Bayer: Todo es ausencia

Entrevista de Jorge Boccanera

 

Nos tomamos el trabajo de transcribir esta profunda y conmovedora entrevista como homenaje al escritor y pensador argentino Osvaldo Bayer (1927-2018). Agradecemos al poeta Jorge Boccanera el permiso para compartir este documento que nos ayuda a hacer memoria. La entrevista hace parte del libro «Tierra que anda. Los escritores en el exilio» (Ameghino Editora, Buenos Aires, 1999) y es esta la primera vez que se lee en el medio virtual.

 

Osvaldo Bayer (Santa Fe, ​18 de febrero de 1927 – Buenos Aires, 24 de diciembre de 2018). Escritor, historiador, guionista de cine, periodista. Obra: los Vengadores de la Patagonia trágica (cuatro tomos); Severino di Giovanni, el idealista de la violencia; los anarquistas expropiadores; Radowitzky, ¿Mártir o asesino?; Los rebeldes de Jacinto Arauz; Exilio (libro compartido con Juan Gelman); La Rosales, una tragedia argentina y Rebeldía y esperanza. Recientemente apareció el libro A contrapelo/ Conversaciones con Osvaldo Bayer, reportaje de Ulises Gorini. Para el cine es autor de los guiones: La mafia; Todo es ausencia; La Patagonia rebelde; Cuarentena; exilio y regreso; Juan, como si nada hubiera sucedido; El vindicador; Elizabeth y Panteón militar. Dirigió la cátedra de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires.

 

 

Creo que el tema del exilio es el eje de tu obra y de tu vida. Porque, a mi modo de ver, siempre escribiste sobre gente desplazada, en movimiento; aquellos que han tenido que emigrar, esconderse, buscar un lugar para vivir. Ahí están Radowitzki, Di Giovanni, Soto, Wickens, Wladimirovich, entre otros.

No, me había dado cuenta ¡Mirá las cosas que ve la gente! ¿No?

 

¿Tus padres eran alemanes?

Austriacos, de la ciudad de Schwatz, que está a orillas del Río Rehin a cincuenta kilómetros de donde nació Hitler, ¡mirá vos qué nene! Todavía está la casa donde él nació, es increíble, la gente va a verla, no dicen nada, pasan de largo, se fotografían rápidamente. Ahora es un asilo de niños huérfanos, otra de las paradojas de la historia.

 

Te criaste en un barrio de alemanes, ¿había exiliados?

Había alemanes que llegaron como inmigrantes, exiliados conocí unos cuantos, pero no era de ninguna manera un ambiente de exiliados, no eran definitivos. Los pibes nos criamos muy argentinos porque mi padre era muy liberal, no quería que fuéramos a escuelas alemanas ni nada por el estilo. Tuve la suerte de educarme en escuela del Estado argentino que eran maravillosas en aquel tiempo, la década de 1930 y 1940. Realmente, tengo el mejor de los recuerdos de los maestros, tanto es así que a las escuelas particulares iban los chicos que no daban y hoy es todo al revés. Eso me quedó mucho, y después dos, tres figuras, entre ellas el profesor Griese; siempre íbamos a visitarlo al centro. Eran exiliados, pero eran exiliados nacionalistas alemanes; no me interesaban políticamente, aunque eran interesantes las discusiones con ellos porque me gustaba escuchar las ideas y esas cosas. Me gustaría mostrarte un original que acabo de encontrar. Habla de la primera vez que yo estoy confrontado con la muerte.

 

¿De qué trata?

Es sobre la impresión de la muerte a partir del fallecimiento de un muy amigo de la casa, un exiliado, el anarquista alemán Richard Turath. Me invitaron a un congreso de tanatología, una ciencia interesantísima; me pidieron que dijera algo y escribí mi primer encuentro con la muerte, que es la de este hombre, Turath. Había sido miembro del gobierno de los consejos de obreros, soldados y campesinos de Munich.

 

Otro hombre del desarraigo…

Y sí, porque tenía una enorme tristeza y siempre recordaba su adolescencia y se ponía a cantar, cantaba muy lindo, liras alemanas. Vivía acá, a cincuenta metros; era anarquista y vivía en un prostíbulo, porque las prostitutas tenían una habitación que alquilaban.

 

¿Qué edad tenías?

Trece, catorce, quince. Creo que él murió cuando yo tenía diecisiete. Cuando se dio cuenta de que el lugar era un prostíbulo, no se fue; él les daba consejos a las prostitutas, las acompañó mucho. En el barrio lo miraban mal. No era muy viejo, de unos cincuenta y pico de años, un tipo muy puro.

 

Vos decís en tu libro que uno se va como Payr y vuelve como Bayer.

Mi familia –Payr Von Altenburg Und Caldif– era del tirol austriaco y a medida que se desplazaba hacia el norte iba comprimiendo el apellido que finalmente quedó en Payr, que la forma tirolesa dialectal, quiere decir “bávaro, venido de Baviera. Los tiroleses lo escriben con “p”, pero mi padre estaba podrido con el apellido. ¿Cómo se llama usted?: “Gaspar Payr”, y nunca la pegaban. Un buen día dijo: me llamo Bayer, como las aspirinas. Que quiere decir lo mismo.

 

Lo decía al principio de la entrevista e insisto ahora; pienso que el desarraigo está en las líneas de tu mano. Se inició con los cambios de domicilio de tu familia –Nequén, Tucumán, Buenos Aires– debido al trabajo de telegrafista de tu padre. Así que, hables de lo que hables, de los anarquistas a los mapuches, estás tocando siempre el tema.

Mirá, yo fui un obsesionado en la búsqueda de mi abuelo, porque mi abuelo, el paterno, es un personaje increíble: fue un anarco total, su familia venía de la nobleza. Se llamaba Joseph Georg, por eso mi segundo nombre es Georg; el tronco de la familia es Altemburg. Yo visitaba ese lugar, en la iglesia está enterrado Ulrich Von Payr, el más antiguo ascendiente conocido de la familia. Fue enterrado con sus dos mujeres (en aquel tiempo los germanos podría casarse con dos mujeres). A lo mejor fue una víctima, qué sé yo…

 

¿Tú abuelo salió de Alemania alguna vez?

Ellos vienen acá a Humboldt –cerca a Esperanza, en la provincia de Santa Fe-, que es colonia de Alemanes; llegan a principios de siglo, antes de la primera guerra. Él era inventor de máquinas, todavía se conserva un arado inventado por él. En sus campos de Humboldt hizo rápidamente fortuna, pero soñaba con ser vagabundo y un buen día se despidió de la mujer y de los hijos, dijo que se iba a ir caminando a Buenos Aires y después a Austria, y que luego volvería. Hay testimonios de gente que lo vio por los caminos haciendo su vida en comunión con la naturaleza, que era lo que él quería, ser absolutamente libre. Yo no lo conocí, mi padre me hablaba siempre de él, algo triste porque nunca más lo volvió a ver, nunca más escribió se perdió completamente. Yo, desde los veintiún años empecé a averiguar adónde podía estar. Uno de sus hijos, Sixtus, creía que estaba cerca en otra colonia alemana, Grutly, pero no. Por fin, revisando materiales en el lugar donde había nacido, Schwatz, estaba la partida de defunción. Quiere decir que había vuelto a su pueblo. Volvió a morir por allá. Visité también el lugar donde había fallecido, un hospital público. Falleció en 1916, tenía más de ochenta. Los datos indican que murió en extrema pobreza, fiel a sus principios de hombre libre, no tenía propiedades ni nada; un alma libre, lo recordaban como un hombre muy agradable y culto.

 

Hay una superposición de exilios: tu abuelo de Alemania a Argentina y gente como Kurt G. Wilkens (el hombre que mata al teniente coronel Varela), que hizo el camino inverso. Vos visitás la tierra de ambos.

Cuando llegué a Schwatz lo sentí como una pequeña patria. Esa aldea de Jaimat, que significa “el lugar del hogar”; en realidad es una pequeña ciudad. Me sentí muy bien allí, averigüé donde había estado la casa de los Payr, fui, está tal cual. Caminé por esas callejuelas y miraba el paisaje como si ellos –mi familia- hubieran regresado.

 

Los datos familiares revelan mucho de tu espíritu.

Mi padre de chico era socialista y mis tías eran mujeres muy liberales. Una de ellas, Gisela, hermana de mi padre, era genial. Fue la primera mujer que vi desnuda cuando íbamos de vacaciones porque ella tomaba el sol en el campo; nos sacaba a pasear, al circo, a una confitería a tomar naranjín. La queríamos con locura. En una ocasión dando una conferencia en Rosario, no hace mucho, un hombre de más edad que yo se me acercó a preguntarme si tenía que ver con Gisela Bayer. Cuando supo que era tía mía se iluminó todo. Me dijo: su tía fue la primera en Rosario en poner una pensión para estudiantes y dejaba entrar a sus novias para pasar la noche, para nosotros era la gloria.

 

Vos te fuiste en el 52 a Alemania, pero antes trabajaste como marinero timonel recorriendo el río Paraná hasta el norte del Paraguay.
Me sentía Joseph Conrad. No hablo de Moby Dick porque en el río Paraná no había ballenas, en fin, fue una vida muy linda. El capitán, un correntino, Francisco Almirón, veía visiones de noche; ya había hundido el antiguo Madrid. Cuando me tocaba la guardia del perro hasta la madrugada, lo tenía atrás mío a los gritos con una chaqueta de capitán y pantalón de Pijama. El pobre deliraba.

 

Posteriormente vino el viaje a Alemania…

…que duró de 1952 al 56; fui con Marlies Joss, mi actual esposa. Entonces éramos amigos. Desde allí enviaba artículos para publicaciones de Buenos Aires, Continente y Noticias Gráficas; trataba de ser un periodista libre.

 

Al regreso, vino la experiencia del sur.

—Quería conocer el país, la Patagonia. Fui jefe de redacción del periódico Esquel y fundé el diario La Chispa, el primer diario independiente de la Patagonia. Eso fue a finales de los cincuenta. Todavía no había salido el diario cuando me metieron preso por defender a un plantador de nogales y a los indios; me acusaron de doble tentativa de homicidio, , un disparate porque yo nunca había manejado un arma. Me llevaron por el centro de la ciudad con las manos atadas y fuertemente custodiado. Por fin me sacó un abogado, hasta un testigo se desdijo y no llegó a iniciarse juicio. Cuando salí saqué La Chispa y eso no lo soportó gendarmería, me echaron argumentando que yo era peligroso para la seguridad de una zona fronteriza. Con mi mujer y mis cuatro hijos llegamos a Buenos Aires.

 

Entrando de lleno al tema del exilio, hay que decir que tu caso es raro: te exiliaste en Alemania y volviste un mes antes del golpe militar.

Salgo en la lista de las Tres A en octubre del 74 y me voy en febrero del 75. Ante las amenazas, mando a mi familia pero yo me quedo. No quería aceptar, lo tomaba como una gran injusticia. ¿Qué había hecho? La película La Patagonia Rebelde, ¿y qué? Además, había invitado al debate a los historiadores militares y a los del partido Radical, a ver si yo había dicho algo raro; digo, a veces uno tiene la creencia de que con estos argumentos la gente podría participar en la discusión para saber la verdad histórica. Nunca quisieron entrar. Pero yo me quedé. No podría vivir en mi casa, había inflación y no podría ir al banco, estaba todo vigilado, así que tuve que irme a principios del 75. Estuve viviendo un año en Essen y en febrero del 76, ante el llamado a elecciones de Isabel Perón , supuse que habría un ambiente democrático. Volví. A las cuatro semanas fue el golpe y fue imposible salir. Fueron momentos difíciles, hasta que en junio me saca la embajada alemana. Yo tengo el mejor concepto de Gottfried Arens, el agregado cultural que se arriesgó con su mujer para sacarme; me salvó esa arrogancia que tienen los europeos. El agregado encaró al ejército y a la cana; primero a la policía que los detuvo y después al ejército, como diciendo: a mí, que soy agregado de la fuerza alemana, no me van a decir nada, me van a creer, y fue así.

 

Vamos por partes, ¿cómo llegaste a la embajada alemana?

Cuando lo mataron al jefe de policía, Cardozo, con una bomba, se enloqueció toda la ciudad. La policía golpeaba casa por casa, pedía documentos y enseguida chequeaban antecedentes. Ese día fui a la casa de Arens; nos habíamos hecho amigos cuando eligió La Patagonia… para el Festival de Berlín, donde obtuvo el Oso de Plata. Yo tenía otros amigos, pero la gente estaba aterrorizada, pensaba en los hijos, tengo muchas anécdotas en este sentido. Fui entonces a la casa del agregado; él me dijo: mi mujer llega mañana de Alemania, el avión se va a Chile y después vuelve a Buenos Aires; ahí te metemos en el avión, pero voy a esperar que venga mi mujer. Cuando la mujer llegó, al mediodía, salimos para Ezeiza. Estaba todo cortado y nos paró la Policía Federal en la General Paz. Íbamos en un Mercedes Blanco que, en esa época, sólo tenía la embajada alemana. Cuando nos detuvimos el tipo dijo eso: embajada alemana. En la Richieri nos paró el ejército, estacionamos en la banquina, pidieron documentos y Arens y su esposa entregaron sus pasaportes, ambos diplomáticos. Entonces el militar me mira fijamente y pregunta: ¿y el señor? Y el agregado, que era loco, le dice: el señor es alemán, es un invitado de la embajada y vamos a despedirlo. El tipo se queda mirando. Yo siempre quise ser argentino, no había sacado la ciudadanía alemana, nunca la saqué, tengo solamente la argentina. Esto se debe a una discusión que tuve con Cortázar cuando él se hizo francés.

 

Pero vos sos alemán para las leyes alemanas…

Y bueno, pero había una cosa de ética en aquel tiempo, porque los que eran únicamente argentinos –por decirlo así- no podría salir del país y los otros sí. Era como pertenecer a otra categoría. Es un pequeño orgullo que tengo, de no haberme basado en prerrogativas ni en nada.

 

Estábamos en que el oficial se te había quedado mirando.

El oficial se queda mirando, sí, y le ordena el alemán que siga, pero en esos treinta segundos yo me pregunté por qué le había dicho eso. Imagináte si me pide los documentos, ve que soy argentino, los bajan y piensan que les están mintiendo. Gottfried Arens acaba de morir; era un hombre muy cristiano, muy conservador. Hice un artículo sobre todo esto que te estoy contando.

 

Pero en la autopista no acabó la cosa.

No. Sigo. Entonces yo pienso, cuando lleguemos al aeropuerto hay que decir la verdad. El me agarró del brazo, dejó a la mujer afuera y caminamos hacia donde dice Pasaportes; le dije a un suboficial: el señor es protegido por la embajada alemana, voy a llevarlo al avión de Lufftansa. Al tipo le agarró un jabón impresionante: un momentito, dijo; cerró todo, y ahí quedó la cola. Después vino un oficial con los ojos grandes así y nos encerraron en su cuarto con llave por dos horas, se ve que preguntaban a Dios y a María santísima. De pronto llegó otro oficial a interrogar a Arens, lo sacaron a la puerta; él insistía en que no me iba a dejar en ningún momento hasta que despegara el avión, argumentaba que tenía órdenes del embajador. Al final se presentó el comandante Santuchione, me miró a los ojos, traía mi pasaporte, se lo quedó mirando y me dijo: usted va a salir ahora, pero nunca más va a volver a pisar el territorio de la patria, ¿entendió? Le sostuve la mirada y no respondí, porque era una provocación. Cuando el avión remontó vuelo creí que nunca más iba a regresar, sentí un poco de nostalgia y mucha bronca por la humillación con esos tipos.

 

¿Cuándo pudiste volver?

En octubre del 83, a tres días de las elecciones. Estaba todavía Bignone. Cuando regresé, la televisión alemana quiso filmar mi vuelta; se hizo la película Exilio y regreso, dirigida por el argentino Carlos Echeverría, con quien filmamos luego Juan, Como si nada hubiera sucedido, sobre el púnico desaparecido de Bariloche. Bueno, el protagonista de esa película es el pueblo, la alegría de la gente. ¡Cómo se había abierto todo de pronto!

 

Háblame de la solidaridad.

Alemania tuvo que hacer algo por los exiliados por la mala conciencia de todo lo que sucedió; Argentina había tomado algo así como 35 mil refugiados por cuestiones raciales entre los años 33 y 45; se portó muy bien con los antinazis. En Alemania me tocó presidir el exilio, ir como representante del exilio al Ministerio de Relaciones Exteriores alemán con un obispo de la Iglesia Evangélica; luchamos por quinientas plazas para refugiados argentinos que estaban presos a disposición del Poder Ejecutivo y podían optar por salir al exterior. Entre pitos y flautas llegaron setenta y cinco refugiados con sus familias y no todos los que esperábamos; primero porque la dictadura no los liberaba, segundo porque había que hacer muchísimos trámites. Mi reproche es que, mientras esto pasaba, el gobierno socialdemócrata le vendía armas a la dictadura.

 

¿Y la gente del pueblo, la hospitalidad?

La izquierda alemana es muy acogedora, muy buena, los exiliados no pueden quejarse; también la Iglesia Evangélica consiguió visas, alojamiento, etc. A los refugiados se les pagaba una casa y se les daba algún dinero; vale decir, la ayuda social hasta que consiguieran trabajo. Por supuesto cada uno tenía su drama familiar, problemas de tipo psicológico y todo eso. Esos años los pasé viajando, dando conferencias sobre la Argentina; recorrí toda Alemania; Amnesty o las iglesias pagaban los pasajes. Después viajé a Suecia, Holanda, Bélgica y Francia.

 

Tu vida cotidiana, ¿cómo era?

El primer año no conseguí trabajo, estaba ocupado por el exilio chileno: eran arriba de cinco mil y habían copado toda esa parte. Además, yo no iba a competir ni a sacar a nadie. Así y todo, hice algunas cosas para la tele-visión, pero nada más. Mi mujer trabajó en un emporio de supermercados; vivíamos en una pieza, luego alquilamos una casita en Essen.

 

Con tus hijos…

…que son cuatro. Al regreso a Alemania entré a trabajar en la televisión traduciendo guiones para las versiones en español de algunas películas. Ganaba como para mantener a la familia, no la pasé mal. Tenía, eso sí, bronca porque en Argentina me cortaron justo cuando me había independizado del periodismo y vivía de mis escritos, de mis libros, mis guiones. Luego de La Patagonia… con Olivera íbamos a hacer una serie de películas; con Torre Nilson había hecho La Mafia, en fin, hubo que irse. Entre los proyectos quedó trunco el de la película Tiernas hojas de almendro, un romance entre dos adolescentes alemanes, durante la guerra en la colonia alemana en Argentina. Cuando terminamos el guión, Olivera lo presentó para filmarlo con un seudónimo mío.

 

A las mutilaciones que produjo la dictadura, habría que añadirles estos proyectos.

¿por qué tuve que irme del país? Yo estaba haciendo la historia del movimiento obrero, son tiempos que se pierden. Cuando volví no encontré trabajo, por eso debía regresar a Alemania seis meses, lograba las divisas allá y las gastaba acá. La televisión argentina estaba intervenida por los radicales

 

¿Cuándo empezaste a hacer una vida dividida entre Alemania y Argentina?

Cuando regresé me quedé cinco meses, volví a Alemania y estuve otro tanto, y así siempre; allá hacía traducciones. Esa experiencia es un despelote, no vivís en ninguno de los dos lados porque siempre estás atrasado, volvés y tenés que enterarte de todo lo que ocurrió; uno cae como sapo de otro pozo, la gente te habla de tipos que vos no conocés o hablás de alguna persona que murió un año atrás. Yo estuve haciendo seis meses y seis meses, hasta que logré la cátedra de Derechos Humanos hace cinco años, entonces ya fueron ocho meses acá y el resto allá. O sea que tenía un mes de verano en Alemania (julio) y dos inviernos completos, porque allá diciembre, enero y febrero, es invierno. Nunca más va a volver a ser ese pequeño paraíso que teníamos con mi mujer y mis hijos en Martínez, una casa grande con árboles que plantamos nosotros.

 

¿Tus hijos están afincados allá?

Los pibes se fueron justo cuando empezaban la universidad, así que estudiaron allá. El mayor se recibió de arquitecto, el segundo de ingeniero en construcción de barcos, el tercero es periodista y mi hija primero fue bailarina de ballet y ahora hace teatro para niños.

 

¿Sienten la fragmentación?

Siempre está la tristeza, ¿no? Por aquello de que el país de uno, la patria de uno, es donde pasó la niñez. Cuando vuelven ya no es lo mismo, regresan a buscar los amigos de la adolescencia y esos amigos están casados, tienen Cinco empleos, así que cuando vienen es una decepción, se conforman con recorrer, ver alguno que otro y nada más. No es lo mío, que me volví a afincar. Los cuatro hablan español.

 

En Alemania, ¿en qué idioma hablan ustedes?

Una mezcla, pero una mezcla porque las nueras hablan solamente alemán y los nietos también; ahora cuando estoy solo con ellos sí, hablamos español, a ellos les gusta; con mi mujer, Marlies, aquí en Argentina hablamos en alemán.

 

¿Con qué compatriotas te reunías afuera?

Con varios. Una vez me vino a visitar Osvaldo Soriano. Llegaba de Bruselas, me visitó en Essen y en Berlín. Cuando venía a Essen me jodía todo el día con San Lorenzo. Sabía los resultados. Yo le decía que era hincha del mejor equipo de todos: del club del cual fue hincha el mejor de todos. Está todo dicho: soy de Rosario Central, igual que el Che Guevara, porque Guevara era de Central. Me lo dijo la hermana Celia; ella vino a Berlín, me visitó y cuando entró me dijo: mira, vengo, pero con una condición: no me hagas ninguna pregunta sobre mi hermano. Yo no tenía esa intención, y es comprensible lo que me decía. Habremos conversado dos o tres horas; cuando la acompañé al subte le dije si podía hacerle una sola pregunta sobre su hermano: ¿de qué cuadro era hincha? A Osvaldo le dije que San Lorenzo tenía el nombre de un cura; me miró con bronca y me dijo: no, el nombre fue puesto por el Combate de San Lorenzo. Le contesté: peor, militarista. No le gustó un pito, se la pasó pensando. Pasaron dos o tres días, en eso llegó contento, los almuerzos los hacía él y yo la cena. Me dijo: yo no sé cómo vos podés ser hincha de un club que tiene por nombre esos adminículos que usan las viejas para rezar. Me mató con eso, se ve que lo estuvo pensando mucho.

 

¿Cómo se vive en un país del llamado Primer Mundo que ostenta un alto índice de agresiones alentadas por la xenofobia?

Yo, a raíz del apellido, no sufrí nada de eso. La izquierda alemana es muy antirracista, de manera que hay dos Alemanias. Recuerdo que cuando llegué a Berlín, heredé el departamento en un barrio obrero en Kreuzberg, un barrio bohemio, reo; entonces un estudiante alemán que se había recibido Y se iba con su mujer a México me dejó su departamento. La entrada estaba toda baleada de la época de la guerra. Cuando entré por primera vez una viejita me preguntó dónde iba, le dije que era el nuevo inquilino era un edificio de tres cuerpos, antes los que ganaban más iban al primer bloque y ahora van al último para no escuchar los ruidos de la calle – y me respondió: «mire, en el primer bloque viven árabes y turcos, igual que en el segundo, pero acá somos todos alemanes». Mala suerte le digo, entonces me tengo que ir. «No -me dice-, usted se llama Bayer, pase.» Resulta que los turcos vienen a vivir a los barrios pobres, a los barrios obreros, contaba la viejita: «no es por racismo, pero tuvimos acá una familia turca que cocinaba todo el día con sus olores impresionantes, la música a todo lo que da, los chicos jugando y gritando en la escalera y nosotros no estamos acostumbrados, se nos acabó la paz». Son viejos que ganan poca jubilación, viudas de guerra, y rechazaban otras costumbres. Es así como uno explica el racismo, porque la gente empieza a decir «turcos de mierda», cosa que no dicen los alemanes ricos porque ellos no los ven, no conviven. Otra cosa es la desocupación de la juventud, eso que vos ves, ese tres por ciento neonazi. A los alemanes, con el complejo de culpa que tienen por el Holocausto, el racismo los afecta muchísimo. Los sociólogos tratan de interpretar el fenómeno de la discriminación; la primera causa es la desocupación y la falta de educación política; en el fondo la gente vota a un tipo sonriendo en un afiche, como acá en Argentina. Pero ¿quién discute los fundamentos políticos? Los estudiantes, pero no los sindicatos, que son socialdemócratas y en política no se meten.

 

¿A la desocupación se une la crisis de la familia?

La propaganda induce a la juventud a liberarse; está la posibilidad de sacar un préstamo, tener un departamento y ser independiente de los padres, pero cuando se reciben no tienen trabajo ni seguro por desocupación, que llega recién a los trece meses de trabajo. La ley dice que los que no tienen trabajo deben ser mantenidos por sus padres. Entonces la propaganda va por un lado y la realidad por el otro. La ley dice otro disparate: que si los padres no pueden mantener a sus hijos, deben hacerlo sus abuelos. Y entonces el tipo se siente totalmente humillado; ¿cómo un joven va a pedirle plata a sus abuelos o va a hacerles un juicio? Y bueno, la reacción es «estos turcos hijos de puta que te vienen a robar el trabajo».

 

Se registran unos dicisietemil atentados por año.

Eso existe y es terrible: El asunto es así: los partidos de derecha de Italia o Francia sacan más votos que el partido neonazi, pero los atentados son de los neonazis son más brutales: esto de quemar albergues, casas de turcos, de agarrar aun negro en el subte y tirarlo por la ventana. Una vez vino Soriano a visitarme a Berlín, lo esperé en una estación y tomamos el subte; viajaba una bandita de tipos rapado: vestidos de negro con botas militares, y empezaron a cantar una marcha de las SS a todo pulmón. Osvaldo me preguntó quiénes eran, le dije que se callara que si nos escuchaban hablando español nos mataban. Entonces viene un tipo rapad, se toma la cerveza frente a nosotros, arroja la lata y la aplasta con el taco, y la deja de la altura de una moneda. Venían buscando turcos o negros. Nos quedamos mirando el techo, porque esos tipos te deshacen a patadas. Cuando se bajaron Osvaldo me preguntó: ¿acá siempre es así? No —le contesté—, tuvimos mala suerte. Pasa de vez en cuando, los persigue la policía.

 

¿No tuviste ningún problema con los cabezas rapadas?

Con esos grupos no. Sí he discutido en la universidad, discusiones de tipo político. Una vez llegué a un congreso y me desinvitaron porque critiqué a Alemania. Fue en el 79. Me invitaron a hablar sobre el tema del exilio en Alemania. Lo titulé «Residencia en la amada tierra enemiga», y hablé de las dos Alemanias. Me habían pedido que enviara el texto para publicarlo antes del congreso y yo lo mandé por escrito. Era un congreso organizado por el Instituto para las Relaciones Exteriores. De Argentina vinieron Marcos Aguinis y Roberto Guariglia. A mí me invitaron por el lado del exilio. Unos diez días antes del evento me escribieron diciéndome que habían declinado la invitación, ya que mi intervención les parecía muy injusta. Yo había preguntado si se podía escribir lo que uno sentía, y me habían dicho que sí. El trabajo está en el libro Exilio; como todas mis cosas está documentado. Era una cosa de tipo histórico, decía por ejemplo que el gobierno le vendía armas a Argentina y condecoró a un representante de la dictadura. Finalmente, se publicó en uno de los diarios alemanes más importantes a doble página justo el día de iniciación del congreso. Cuando los delegados al congreso lo leyeron, se manifestaron a favor mío y firmaron un documento repudiando la censura. Todos menos Aguinis, alfonsinista.

 

Entramos en el marco de algo que tuvo visos de polémica y no llegó: expresarse en todos sus términos. ¿Crees que hubo un corte entre exiliado de adentro y de afuera?

Es un tema principal. Yo jamás hablé mal de la gente que se había q: dado, pero un señor, Luis Gregorich, que después fue funcionario de Alfonsín, estando yo en Alemania hizo una página entera hablando bien del señor Jorge Asís (él lo inventó). Yo tengo un absoluto respeto por la gente que se quedó, tengo una enorme admiración por los que se quedaron y lucharon, en primer lugar por las Madres de Plaza de Mayo. Entonces, hay una admiración tremenda en el sentido de la gente que se quedó y no colaboró, que hizo su exilio interno y mantuvo una línea. Pongo como ejemplo a Roberto Cossa y el ciclo de Teatro Abierto. Nunca se me ocurrió hablar mal de la gente, pero siempre me encuentro con personas que están muy enojadas conmigo porque me atribuyen haber dicho que los que se quedaron eran cobardes. ¿Y dónde lo dije? ¿dónde lo escribí? Es la cosa de Gregorich, la campaña que él hizo.

 

Vos utilizás una frase de Heinz Abosch, «el exilio es una enfermedad que lleva a la cuarentena del afectado».

Uno vivió en cuarentena y además otra cosa, mi desaliento era no poder regresar y hacer las cosas que quería, mis investigaciones, escribir mis libros de historia; al mismo tiempo a mí me enloquece el ambiente argentino, me siento como pez en el agua. Cuando voy a Alemania es para trabajar, porque aquí es muy difícil.

 

Cuando te referís a las rondas frente a la embajada argentina en Alemania, decís que se vivía la sensación de sentirse judíos en la marcha, como si llevaran la estrella amarilla.

Claro, les estropeábamos la cosa, ocupábamos la calle, y los alemanes que pasaban apurados nos miraban como diciendo ¿y éstos quiénes son? No entendían nada.

 

¿Hay una colonia argentina en Alemania?

No se puede hablar de que haya una colonia, pero sí hay muchos argentinos, algunos casados con alemanas o al revés. Hay argentinos que enseñan idiomas, algunos están en la universidad, pero es un círculo pequeño, se reúnen siempre; también hay un periódico latinoamericano, hay muchos chilenos exiliados desde la época del derrocamiento de Allende.

 

La palabra «exiliado» quiere decir cada vez más cosas, porque un desocupado es también un exiliado, un tipo que no tiene esperanza, ¿hay un exilio de la esperanza?

A mí me llegó muy a fondo el exilio alemán en Argentina, el exilio antinazi. Después volví de estudiar en Alemania en el año 56, me interesó mucho hablar con los exiliados alemanes que no habían regresado a su país Cuando regresé me hice socio del Vorwárts y llegué a ser presidente. Ahora soy presidente honorario, porque renuncié. Son todos exiliados los que fundaron esto. Aún quedan algunos como el doctor Alfred Bauen, que es un poco el motor de los exiliados alemanes de aquella época.

 

Yo sabía de los exiliados nazis…

Claro, pero en el ínterin llegan muchos alemanes exiliados, social demócratas, comunistas, como los Bunke, a cuya hija Tamara la matan en Bolivia junto al Che Guevara. Cuando se creó la República Democrática Alemana, los Bunke se fueron a vivir allá; queda solamente la madre. Ese es un caso, hubo miles. El Alemania Federal visité a algunas de estas personas, como Hans Lehmann; lo visité en las cercanías de Francfort. A comienzos del 30 fue redactor en Buenos Aires de la revista antinazi Das andere Deutschland; recordaba con emoción la solidaridad de los sindicatos argentinos con los expulsados alemanes.

 

Varias veces citás a Karl von Ossietzky como luchador y lo homologás a la figura de Rodolfo Walsh, ¿podés abundar sobre este hombre?

Karl von Ossietzky fue un luchador de la izquierda alemana, famoso por sus discursos pacifistas. Lo mete preso Hitler en el campo de concentración de Oraniemburg y estando prisionero recibe el Premio Nobel de la Paz. Entonces Hitler, para no tener problemas, lo libera sabiendo que va a morir; fallece en su casa ocho días después. Un luchador inquebrantable.

 

Cuando en otra entrevista mencionaste tus primeras lecturas (Salgari, Verne, Tolstoi, Chejov y toda la literatura alemana), agregaste a Horacio Quiroga, precisamente el autor de «Los desterrados».

Por eso me gusta también lo de (Guillermo Enrique) Hudson. He leído todos los libros de él, la nostalgia cuando se va a Inglaterra hace tiempo; también sus textos sobre Entre Ríos, las colinas, siempre 51 y piensa en la Argentina. Allá escribe los libros Días de ocio en la Patagonia, Allá lejos y Hace Tiempo; también sus textos Entre Ríos, las colinas, siempre me acuerdo de Hudson.

 

 

Jorge Boccanera nació en Bahía Blanca, Argentina, en 1952. Es poeta, crítico y periodista. Su extensa obra se compila en Suma Poética Tráfico/Estiba (2019). Obtuvo numerosos premios, entre ellos el Casa de las Américas de Cuba, en 1976; el premio Casa de América de España, en 2008 y el Premio Honorífico «José Lezama Lima» de Casa de las Américas de La Habana, Cuba, 2020. Fotografía: José Ángel Leyva.

La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de la obra:
Escarmenar I
40×80
De la artista mexicana © Ninfa Torres

 

año 2 ǀ núm. 10 ǀ marzo – abril 2022
Etiquetas: , , , , , , , , , , , , , Last modified: mayo 1, 2022

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Carta de las mujeres de este país

Letter from the Women of this Country

AUTOR

Fredy Yezzed

ISBN

978-1-950474-09-7

PRECIO ARGENTINA

ARS $18.000

PRECIO COLOMBIA

COP 35,000

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La canción que me salva

The Song that Saves Me

AUTOR

Sergio Geese

ISBN

978-1-950474-03-5

PRECIO ARGENTINA

Agotado

En este asombro, en este llueve

Antología poética 1983-2016

AUTOR

Hugo Mujica

ISBN

978-1-950474-15-8

PRECIO COLOMBIA

COP 35,000

El país de las palabras rotas

The Land of Broken Words

AUTOR

Juan Esteban Londoño

ISBN

978-1-950474-05-9

PRECIO ARGENTINA

Agotado

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COP 35,000

Las semillas del Muntú

AUTOR

Ashanti Dinah

ISBN

978-1-950474-22-6

PRECIO ARGENTINA

Agotado

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Agotado

Paracaidistas de Checoslovaquia

AUTOR

Eduardo Bechara Navratilova

ISBN

978-1-950474-25-7

PRECIO ARGENTINA

AR $10.000

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COP 35,000

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Este permanecer en la tierra

AUTOR

Angélica Hoyos Guzmán

 

ISBN

978-1-950474-82-0

PRECIO ARGENTINA

ARS $10.000

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COP 35,000

La fugacidad del instante

AUTOR

Miguel Falquez-Certain

 

ISBN

978-958-52674-5-9

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COP 100,000

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Mudar el mundo

AUTOR

Ana Gandini

ISBN

978-987-86-6012-7

PRECIO ARGENTINA

ARS $10.000

El guardián de la colmena

AUTOR

Leandro Frígoli

ISBN

978-987-88-0285-5

PRECIO ARGENTINA

ARS $10.000

El diario inédito del filósofo
vienés Ludwig Wittgenstein

Le Journal Inédit Du PhilosopheViennois Ludwing Wittgenstein

AUTOR

Fredy Yezzed

ISBN

978-1-950474-10-3

PRECIO ARGENTINA

ARS $16.000

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Fragmentos fantásticos

AUTOR

Miguel Ángel Bustos

ISBN

978-958-52096-8-8

PRECIO COLOMBIA

COP 35,000

El bostezo de la mosca azul

Antología poética 1968-2019

AUTOR

Álvaro Miranda

ISBN

978-958-52793-5-3

PRECIO ARGENTINA

Agotado

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COP 35,000

Geografía de los amantes del Sur

AUTOR

Mónica Viviana Mora

ISBN

978-958-53033-2-4

PRECIO COLOMBIA

COP 35,000

Geografía de los amantes del Sur

AUTOR

Mónica Viviana Mora

ISBN

978-958-53033-2-4

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COP 35,000

Yo vengo a ofrecer mi poema

Antología de resistencia

SELECCIÓN & CURADURÍA 

Fredy Yezzed, Stefhany Rojas Wagner

y Eduardo Bechara Navratilova

ISBN

978-958-53033-3-1

PRECIO ARGERTINA 

AR $20.000

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COP 80,000

El inmortal

AUTOR

John Galán Casanova

ISBN

978-95853-39439

PRECIO COLOMBIA

COL 35.000

 

Las voces de la tierra

AUTOR

Yanet Vargas Muñoz

ISBN

978-958-49-3124-5

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COL 35.000

 

Lo que se desvanece

AUTOR

Luis Camilo Dorado Ramírez

ISBN

978-958-53394-8-0

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COL 35.000

 

Por el ojo del pincel

AUTOR

Mónica Fazzini

 

ISBN

978-987-86-5317-4

PRECIO ARGENTINA

ARS $10.000