Diálogo Gonzalo Rojas y Esteban Ascencio
Tenemos el honor de ofrecerles el plato delicioso de estos textos pertenecientes a Memorias de un poeta. Diálogo con Gonzalo Rojas (2003), del escritor mexicano Esteban Ascencio. Ascencio nació en Iztapalapa, Ciudad de México, en 1965. Estudió Sociología en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Ha sido colaborador de la revista Casa del Tiempo de la UAM. Director fundador de Laberinto Ediciones.
En el río se encuentra la voz del poeta que yo soy
Bueno, mi río ha sufrido todos los cataclismos. Es impresionante ese lado de la tierra. Antes, cuando yo era chico, era un río crecido, muy alto, y las naves de alto bordo, como se dice en lenguaje náutico, podían ingresar casi hasta las calles de mi pueblo. También, muchos barcos, grandes barcos, han chocado contra las rocas. En otros tiempos naufragaron grandes embarcaciones. No obstante, ahí siguen pescando los muchachos. Nosotros solíamos ir de madrugada con los boteros para hacernos a la mar. Eso a mí me encantaba porque el bote se movía de un lado a otro con cierta furia. Era muy lindo. Hoy día, ya no.
…..Hoy que digo “océano/viento desencadenado” pongo de relieve que el verdadero personaje de Lebu es el viento. ¡Qué lindo aquel paraje! ¡Qué belleza! ¡Cómo no voy a querer a mi pueblo! No hay nada parecido a esto en el rincón chileno. ¡Este océano es un tesoro! Todo eso de Isla Negra, donde vivió y murió Neruda aunque él nació en Temuco, ciudad chilena del departamento que lleva el mismo nombre, allá en la provincia de Cautín. Aquello es una cosa muy liviana. Ésta es una impresión oceánica, éste es el mundo araucano inicial; allí se hizo la guerra de Arauco, ahí lucharon nuestros indios con los españoles ¡tan bravamente! También llegué a sentir miedo estando ahí. Alguna vez, yo mismo remando por el río, se me escapó el remo y quedé a la deriva, la fuerza de la corriente comenzó a arrastrar el bote y grité pidiendo ayuda, pidiendo que me socorrieran. Al ver que nadie me oía, me arrojé del bote y nadé. Pero no fue un naufragio, sólo un pequeño accidente.
…..“Veo un río veloz/brillar como un cuchillo”. El río separa en dos mitades a mi pueblo. Muy temprano llegó ese poema llamado Carbón, que es un poco la evocación de mi padre, sin ser nostálgico, porque a mí no me gusta la nostalgia. La nostalgia es venenosa. Recién casados, allí se instalaron mi padre y mi madre. Entonces había un pueblito que estaba pegado a Lebu. Ahora veo como si el viento desordena las realidades. Fue ahí donde se desarrolló mi infancia. Ahí donde jugamos al volantín, lo que en México conocen como papalote.
…..De súbito, el poeta se aleja en un parpadeo corto, para luego recordar el poema con el que evocara a su padre. Mientras, el viento, a estas horas de la tarde —aquí en este rincón de Chile, llamado Lebu—, es furiosamente violento, apenas podemos mantener el equilibrio sobre este montículo de arena, que nos permite en lo alto del pueblo mirar su profundidad.
…..La fuerza del viento no cesa y al chocar e introducirse entre las grandes rocas, emite majestuosos estruendos, como si nos mostrara su poderío y, sin embargo, me parece no más que el entendimiento con la voz de Gonzalo Rojas, que, erguido, hasta la última palabra del poema se mantiene mirando el océano. Sin duda, este lugar es mítico; las infancias siguen trayendo nostalgias o fantasmas —uno nunca sabe—. Después de un suspiro, Gonzalo continúa la conversación.
…..—Aunque el río ya no es el mismo río, se ha ido. Claro, está ahí, pero ya no es el gran río. Pero está ahí el mar fuerte y la voz del poeta que soy yo.
…..Ahí vivió el hombre que me enseñó a leer cuando tenía ocho años. Pero yo era un flojo porque no leía nada. Ahí está la casa donde nací. Ahora luce distinta. Era de madera y el portón era bonito, y tenía un patio enorme. Nací en el número 842 de la calle Saavedra. La casa tenía una pieza grande. A uno lo parían en casa. En esa habitación mi madre dio a luz a los ocho hijos.
…..Hoy día, la que fuera su casa, luce distinta, y aunque tabiques y rejas de madera ocultan su interior, parece una morada triste, y solo un viejo árbol apenas asoma. Gonzalo Rojas camina hacia ella, me señala lo que fue el enorme patio de sus juegos infantiles compartidos con sus hermanitos, y me indica el lugar donde se encontraba el cuarto en que oyó por primera vez la palabra relámpago. Así es esto de la vida —pienso—, vivimos en un torbellino de tristeza y felicidad.
Mirando las estrellas cumplí los ochenta años
Sin que yo quiera confundir, ahí se encuentran los elementos, lo telúrico de mi poesía, como sucede con muchos otros latinoamericanos, y esto podríamos preguntárselo a Juan Rulfo. Los parajes siempre funcionan. Jalisco funciona en Rulfo. Son esos desamparos, esas situaciones que da la naturaleza.
…..Aquí ha adquirido altura de inmediato nuestra conversación. Dirás entonces: —Yo no fui a dialogar con Gonzalo Rojas en su casa—. Porque estar en Lebu es estar hablando de lo mayor. Porque estamos hablando de poesía, de las infancias y de las adolescencias de un poeta.
…..Y de los amores. Ahí vi a una muchacha corriendo en la arena de la playa —hoy día está un poco distinta— y me fasciné de ella, con ella, por ella. Y ése fue el encantamiento mayor de mi vida, y nunca le dije nada… Eso llega a pasar en las adolescencias sombrías y hermosas a la vez.
…..Durante los veranos, los muchachos solíamos tirarnos del muelle de fierro al océano, sin miedo, y ella nos admiraba, se fascinaba con la gallardía y con el coraje nuestro.
…..Elena era una amiga de mis parientes, como suele ocurrir en la mocedad. Algunos años, ya en Santiago, frecuentándola en esa mansión de tres pisos marcada con el numero 696 —serán los días en que me alejaba de la Mandrágora, aquel grupo surrealista de muchachos, extraña alianza de unos cuantos rebeldes que renovaron el oxígeno total, como sus antepasados los románticos alemanes y los surrealistas franceses—.
…..A veces entraba a esa casa y la encontraba a ella con su fulgor y esa voz de diapasón oscuro y llameante. El más hermoso hueso de mujer que he visto y ¡aquellas piernas! No era Nadja —inspiradora de André Bretón, a quien se le debe los orígenes del surrealismo y el convocar a fundir el sueño en la realidad — pero pudo haberlo sido. El espíritu de aquella morena mía, fue la encarnación de lo erótico de mis días. Creo que lo sabía, pero nunca se lo dije; ni me lo preguntó. |
…..Era grande el asedio que enfrentaba a diario mi dama: aventureros, letrados, burgueses tentadores, estudiantes. Ella se los bailaba a todos con su gracia y esa sensualidad que recorría todo su cuerpo. Y yo sólo miraba y callaba. Hasta que vino uno de esos atletas de la Facultad de Ingeniería y la fascinó por entero. Entonces comencé a volverme loco y ahondar más y más en mi mutismo. Me ahogaba.
…..Cierta noche, al salir de aquella casa en un silencio absoluto, maldije al amante: —Que se muera el usurpador, que se muera, que ese Pedro muera ahora mismo, que ese Pedro remuera—. Mala fue mi maldición contra el novio inofensivo, que esa misma madrugada yendo en su carro de Santiago a Llolleo se estrelló y en un vuelco increíble las ruedas terminaron reventándolo. Horas después llegué a ella sintiéndome un criminal, pero no dije una sola palabra. Meses más tarde vine a reencontrarla en Lebu. Y me di cuenta que la había amado con tal ferocidad que el silencio era mi única salvación. Ya en Santiago, a las pocas semanas de ese reencuentro, escribí un texto durante el correr del tranvía 17. La salvación, pieza autoirónica como la de los románticos que vislumbraron el caos desde el amor. Así las cosas, hasta que volví a verla en 1944, nacido ya mi primogénito. Aún recuerdo aquellas últimas palabras que me dijo: —Y terminaste casándote—, una frase fatídica desde lo altanero, ¡claro!, de su belleza devorante.
…..Intento imaginar aquellos momentos en que Gonzalo Rojas estaría frente al hechizo deslumbrante de La Nena Martínez —así solía nombrarla—, sin embargo, en mi cabeza sólo aparecen siluetas desdibujadas, o no lo sé, tal vez entrelazadas con palabras de tiempo al rojo vivo. Admito que no menciona ninguna frase de poesía, mas porque son fundamentales, en este caso imaginen que canta Paisaje con viento grande.
…..—Todo eso lo conservo.
Ahora soy un hombre de ochenta y cinco años y no pienso como esos viejos imbéciles que llaman a sus nietos, a sus nueras, a los parientes, y hacen como una ceremonia nostálgica para celebrar sus años. Yo nada tengo que ver con la vejez ni con la muerte. Cuando cumplí los ochenta años hice lo contrario: me fui a mi Lebu solo con mi alma.
…..En esa noche bonita llevé conmigo unas linternas y comencé a ver el océano, desde el muelle de fierro. ¡Qué hermosura! Eso era más hermoso que cualquier fiesta que me hubieran hecho. Me acordé de mis infancias ahí donde está el faro que guía a los pescadores y a los marinos que entran o salen del océano para entrar o salir del río, porque el río está ahí y están las rocas peligrosas.
…..Llegué, como siempre estoy llegando, a este muelle de fierro, a este lugar metafísico donde ahora estamos. El viento, como hoy, sacudía cada vez más fuerte. Era de noche, y ahí, mirando las estrellas, cumplí los ochenta años. Me gustó aquello; ése siempre he sido yo.
…..¿Por qué me fui a cumplir los ochenta años al mar y estar de pie contra el viento, en ese océano? No por nostálgico, sino porque ése es mi mundo. El Roquerío que defiende su ser y, ese árbol laberíntico del cementerio, origen de tanta vida.
…..Todo tiene sentido en estos momentos. Se entiende mejor. Esta es una conversación muy provechosa. Una conversación con un poeta en su órbita. Porque soy animal de mundo, he vivido en China, lo mismo en los parajes más distintos del Asia, del África áspera, en Europa. ¿Cuántas veces? Qué sé yo. En Estados Unidos ¡infinito! En mi México largas temporadas, en Colombia, en Venezuela, en casi todos los parajes americanos. Pero las infancias son genéticas.
…..—Se dice que cuando el hombre es viejo necesariamente regresa a su infancia—, opino mientras Gonzalo Rojas me mira casi recostado sobre ese largo sillón con bordes de madera, de espaldas a cientos de libros. Su boina es negra y su pierna izquierda, de hueso duro de ochenta y cinco años, descansa en una silla mientras, las grabadoras siguen registrando su vida, y los vasos de esta especie de aguardiente continúan acompañándonos.
…..—Eso es cierto —admite el poeta—. A la altura de mis ochenta años inventé una palabra que me la celebraba mucho el pintor Roberto Matta: la palabra “reniñez”. Hay que volver a eso.
…..Es cierto, ahora que camino y respiro este puente-muelle, doy cuenta del misterio que encierra en la obra de Gonzalo Rojas, porque es cierto lo que dice: —hay que estar aquí para entenderlo. No dejo de oír su silencio en estos minutos que contemplamos el infinito, viajando sobre el puente de fierro—, y poco o nada hacen falta las palabras, el silencio es el entendimiento. Ahora, un sacudón venido de no sé dónde, fragmenta nuestro diálogo privado y volvemos a ser mortales. El ímpetu del viento mueve y remueve nuestro cuerpo, pues el crujir del puente anuncia que el oleaje crece.
Abandonamos este lugar.
Esteban Ascencio. Iztapalapa, Ciudad de México, 1965. Estudió Sociología en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Ha sido colaborador de la revista Casa del Tiempo de la UAM. Director fundador de Laberinto Ediciones. Subdirector de Literatura y autores de la Coordinación Nacional de Literatura del INBAL. Profesor de CIEP Narrativa en el Centro de Desarrollo Editorial y de Contenidos, Escuela de Edición de Lima, Perú. Durante su estancia en Sudamérica trató íntimamente con el poeta chileno Gonzalo Rojas, el poeta porteño Horacio Salas y el novelista argentino Ernesto Sabato, entre otros. En los Antitalleres comparte su propuesta de “Lectura en voz alta”. Obra publicada: Me lo dijo Elena Poniatowska, 1997. 1968 Más allá del Mito, 1998. Memorias de un poeta. Diálogo con Gonzalo Rojas, 2003. Poesía y Tango. Encuentros con el poeta Horacio Salas, 2004. Los cántaros de la noche, 2005. Sabato en esos instantes, 2010. Variaciones sobre la vida mundana de una MUJER INFINITA, 2017. Antólogo de: Mis cuentos preferidos y otros relatos de Rubén Darío, 2018; Orondo, 2020, y Epílogo, 2022, entre otros.
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de la obra
«Domadores de gorriones»,
dibujo con tintas y acuarelas, año 2018,
de la artista © Alejandra Carabante