Jaime Orlando Guevara
Selección, curaduría y microcomentario
a cargo de Jonathan Alexander España Eraso.
Jaime Orlando Guevara materializa una sensibilidad de lo espectral que hace que en sus microrrelatos una arquitectura se construya desde sí misma. En efecto, lo que Guevara erige es un campo de relaciones y fuerzas narrativas: por un lado, las historias se recogen en instantes («constelaciones» diría Mallarmé); por el otro, estos instantes se atraen unos a otros. En ese espacio habitable cada ficción no es un objeto acabado, hecho, sino por rehacer. Se abre a sí misma. Y al abrirse parece corresponderse con el movimiento de lo oculto que mana en la revelación.
Los microrrelatos de Jaime Orlando Guevara son la síntesis de la vida en vilo que se detiene en el presagio, con el fin de develar, con rigor y economía verbal, lo oscuro y lo transparente. Así, parece que la verdadera naturaleza de su escritura es lo «umheimlich»: el reverso de lo familiar que nos abisma.
Mamá
No soportar el encierro, la soledad, el frío y las largas noches de desvelo me llevaron de regreso a casa. Atravesé muros y ojos de espanto hasta llegar al cuarto de mamá. Al verme junto al espejo del tocador, ella se abalanzó sobre mí. Sus brazos me cobijaron como si supiera que regresaría.
…..Desde ese momento, mamá me llevaba a todas partes.
…..Una noche, escuché a mis hermanos:
…..―Está delirando ―decían.
…..―No duerme, habla sola, se comporta de una manera extraña. ¿Han notado que, al vernos, nos pide que no hagamos ruido? Dice que Emilio está durmiendo en su cama, pero Emilio está muerto. Hace dos domingos que lo sepultamos. Lo mejor es un sanatorio —sentenció el mayor.
…..Sin medir las consecuencias, ellos decidieron traerla a este lugar. Ahora, no me mira, no habla conmigo, no juega a las escondidas, ni me lleva de la mano.
…..Todos los días permanece junto a la ventana, a la espera de que sus otros hijos la visiten mientras la observo como si fuera un fantasma.
Minúsculos
Elabora un diminuto columpio que cuelga a una de sus ramas. Cubre la superficie con pequeñas piedras de colores e instala una farola de juguete. Cada día se sienta a leer junto a la ventana y observa, intermitente, el vaivén del columpio, como si esperara a alguien.
…..Cierto día, un hombrecillo aparece. Se columpia embelesado, mientras escucha las historias que ella lee. Con el tiempo, el hombrecillo baja del columpio y corta el árbol. Con la madera construye una casa a su medida y la invita a seguir.
…..Tras varios meses de viaje, el esposo regresa a casa. No encuentra a su mujer por ningún rincón, así que se asoma a la ventana donde ella solía leer. En el borde reposa una maceta con una casa en el centro. El hombre se detiene. La observa. Ubicado junto a la ventana de la casita, ve un bonsái. De sus ramas penden dos columpios diminutos.
Génesis del delirio
Al principio, los sueños parecen imposibles, luego improbables y eventualmente inevitables.
CHRISTOPHER REEVE
Despierto agitado. Un sudor frío recorre mi cuerpo. Sigo sobre la cama y siento que la sangre fluye por mis venas. Miro el reloj a mi derecha. Es medianoche. El cansancio me lleva de regreso al sueño. Caigo en un abismo.
…..En medio de la oscuridad, el golpe de la caída me estremece. Abro los ojos y veo de nuevo el reloj a mi derecha. Las manecillas giran sin encontrar una hora exacta.
…..Escucho gritos tan cerca que la habitación no deja de sugerirme otra presencia. Sin más remedio, me levanto, abro la puerta, activo el interruptor y me veo allí, otra vez, cayendo al abismo hasta desaparecer de mi propia vista.
De regreso
Debajo de las cortinas, las típulas acompañan a las polillas y a otros insectos que el tiempo ha dejado intactos. Un aire seco, con olor añejo, sopla cada vez más furioso por la casa. Todo está tan frágil. Los pasos quiebran la quietud. Las habitaciones están vacías. Una ausencia prolongada aúlla a lo largo de los pasillos. ¿A dónde se habrán ido? Las fotografías palidecen y el cuarto donde me escondí sigue con llave. En el solar, una triada de cruces labradas con sus nombres me responde. Salgo de la casa sin que nadie se percate de que vine a buscarlos.
La casa de Amalia
No tiene puertas ni ventanas. En su lugar, una cortina de plantas trepadoras cubre la fachada de color oliváceo. Para entrar, se escala un largo muro con ladrillos que sobresalen como prensas de agarre y sólo se desciende hacia el interior en caída libre.
…..Amalia siempre está abajo, a la espera de los visitantes que, tras largas horas en silencio, deciden lanzarse. Una capa verde de agua fría y sin fondo cubre el interior, un verde que se confunde con el de los cuerpos hinchados que danzan en la casa.
De La casa de Amalia, Pasto, 2023.
Jaime Orlando Guevara Roncancio (Villapinzón, Colombia). Docente y minificcionista. Ha realizado publicaciones comunitarias con el grupo de escritura de IDARTES, Usaquén 2019. Además, ha publicado en Letras Itinerantes, blog digital de minificción contemporánea y en la MicroAudioteca, un espacio audiovisual dedicado a la literatura breve internacional.
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de la obra «Cuentro otro sueño, hablo de esa pesada dificultad para llegar a la palabra»
serie «El pre texto del sueño»
Tinta china negra sobre papel acuarel.
35 cm x 25 cm
del artista © Agustín Iriart