Nelson Romero Guzmán
Abisinia Review le dedica el dossier de su edición No. 17 julio–agosto–septiembre a la poeta colombiana Mery Yolanda Sánchez.
…..Ofrecemos a continuación el exhaustivo y enriquecedor ensayo del poeta y docente Nelson Romero Guzmán, quien con rigor académico y sensibilidad logra hallazgos luminosos dentro de una de las escrituras más lacerantes de la poesía colombiana. El ensayo pertenece al libro Oficios varios (Colección Respirando el verano, Bogotá, 2019).
…..El lector encontrará al final las rutas para acceder a todo el contenido del dossier.
¿Qué tipo de retos enfrenta el ejercicio de la escritura en un medio donde la precariedad del trabajo y las muertes horrísonas constituyen la materia de todos los días? ¿Cuáles son los diálogos estéticos y éticos a los que nos avienta el hecho de escribir, literalmente, rodeados de muertos?
CRISTINA RIVERA GARZA
La obra de Mery Yolanda Sánchez (Guamo, Tolima, 1956), no solo es una de las más representativas de la poesía contemporánea escrita en Colombia, según voces de lectores y de la crítica que con el paso del tiempo se han sumado a este acuerdo, sino también la poeta que ha expresado con mayor sinceridad y hondura poética el drama de la violencia en nuestro país. Puede decirse sin riesgo alguno, que su creación ha girado alrededor de este tema, tanto en sus poemarios como en su novela. La reiteración temática no es gratuita, si pudiera decirse que ya somos casi habitantes de un necropaís, tan bien relatado en las imágenes de esta poeta imprescindible. La escritura de Mery Yolanda testimonia y registra, inagotable, la herida que no espera ser cicatrizada para volverse a abrir.
…..Mery Yolanda ha publicado los libros de poesía La ciudad que me habita (1989), Ritual para las noches (1997) y Dios sobra, estorba (2006), las antologías Un día maíz (2010), Gradaciones (2011), así como las selecciones de poemas Rostro de tierra (2011) y El hombre que escupe mariposas (2017). En el año 2014 apareció su novela El atajo, segundo lugar del Premio Nacional de Novela Corta, convocado por la Pontificia Universidad Javeriana. Sus poemas, cuentos, comentarios literarios y reseñas de libros han aparecido en diferentes antologías y magazines del país, Venezuela, Brasil y México. Obtuvo mención de honor en el concurso El cuentista Inédito del Centro de Estudios Alejo Carpentier en 1987 y en 1994. Fue beneficiada con la Beca Nacional 1998 del Ministerio de Cultura por su proyecto Poesía en Escena (propuesta escénica para la presentación de lecturas de poesía que se realiza en Bogotá desde 1993). Ha orientado talleres de poesía para niños, jóvenes, población de internos en centros carcelarios y habitantes de la calle. Diseñó y ejecutó para el Comité de Derechos Humanos de la Personería de Bogotá el proyecto Puente Experimento Piloto (el teatro, la danza y la literatura como liberadores de la violencia intrafamiliar). Dirige la Asociación Libre para las Artes —Alartes—, entidad de gestión artística y cultural que realiza producción técnica y logística de eventos masivos y de sala.
La poeta en su propia voz
Para iniciar el acercamiento a su mundo literario desde adentro de la propia autora, se toman fragmentos de entrevistas que se le han realizado, no con el propósito de presentarlas como nociones explicativas de su escritura, sino para reconocer desde su propia voz las pulsiones que la animan a escribir. Se toma como referencia una entrevista que le realicé en el año 2013 para la revista «Tiempo de palabra», y otra hecha por Laura Castillo y Henry Alexander Gómez, para la revista latinoamericana de poesía «La raíz invertida», concedida en el año 2017, luego de la publicación de su única novela El atajo. Se transcriben aleatoriamente algunos fragmentos:
Desde mi primer libro La Ciudad que me habita trato los temas que me interesan, que me afectan. Sólo puedo decir de lo que conozco y en correspondencia con el tiempo que vivo. Mi padre me mostró la realidad, me enseñó a leer libros, pero también las noticias, la naturaleza y el contexto en el que crecía. Mi país, en el que evoluciono, me ofrece muchos temas y atiendo los que de acuerdo a mis convicciones debo tratar, desde mi punto de vista. Cuando escribo no determino el tema, él es el resultado de sentir, observar para transformar esa cosa tan terrible de realidad que me toca. No tengo otra manera de hacer presencia. Quizás para mí misma, para mi propia recuperación. Porque también me he sentido agredida, violentada por los acontecimientos. (…) Como ser humano me gusta pensar que hago un registro de lo que me ha tocado vivir de manera sincera, desde mi interior, de lo que percibo. Ya los lectores encontrarán o no recursos estéticos. Si lo que hasta ahora aparece en mi escritura ha sido a partir del despojo no es mi culpa. Es lo que está ahí, así haya muchos lavatorios. Asumir un proyecto de vida para hacer creación poética, ya es un compromiso serio que además no se puede abandonar así se quiera. (…) No sé inventar, mi escritura siempre parte de hechos reales (…) Mi encuentro con la poesía, en una etapa inicial, no fue con la palabra escrita, fue con hechos poéticos (…) La poesía ya estaba en mí desde el momento en que empecé, con mi oficio de observadora, a ver más que los otros. (…) Terminé de trabajar este manuscrito y se lo mostré a un amigo, a un estudiante de literatura y él me dijo que eso era una novela. En mi caso no lo tenía claro, si eso era un testimonio, una crónica o una novela. (…) Para mí la literatura siempre ha sido un ejercicio de sanación (…) Para mí, la gran poesía es de imágenes, la gran poesía es subvertir la realidad, hacer del cadáver algo hermoso (…)
…..Así queda autorretratada una poeta que asume la escritura como testimonio de su existencia, de la historia, del mundo que vive, siente y observa a partir esa tarea poética de ver por los que no quieren ver o de ayudar a mirar entre los despojos, en las orillas sin nombre y en las estrechas márgenes de la realidad. De esta manera, la poeta asume en su escritura una actitud poética y política frente a su comunidad y su comunión con la palabra.
…..La poesía de Mery Yolanda, a lo largo del tiempo, ha contado con una crítica favorable, además de su mención constante en estudios sobre la poesía colombiana, selecciones y antologías. Su obra siempre se ha asociado con los temas de la violencia, con la expresión directa, pero a la vez sencilla y enigmática de su lenguaje y con la visión de una realidad cruda. En el prólogo a su primer libro La ciudad que me habita, Juan Manuel Roca escribió:
La mayor parte de las veces la poesía escrita por mujeres, en nuestro país, cae en la misma orilla de lo que atacan: un sexismo inocuo que autonombran como «poesía femenina». Con esas categorías, habría, también una «poesía masculina», ampliando el círculo de mediocridades teóricas. La poesía de Mery Yolanda es poesía. No es sexista ni asexuada. Es el testimonio de alguien que tiene ojos para escudriñar no solo su adentro, sino, también, el adentro del «otro» y de un país donde «en los clasificados/la muerte/ocupa el hecho/de estar más vigente/que el viejo/arrendador de habitaciones. (Roca, 1989, p. 8).
Cuerpos despedazados y cadáveres textuales
Voy a leer algunos textos poéticos de Mery Yolanda Sánchez como simbolización de los cuerpos despedazados por «las máquinas de guerra». Textos que contienen cuerpos abiertos y expuestos a la intemperie, a la interpretación de la mirada y a la denuncia del poder que ejerce su control a través de sus mecanismos más violentos, siendo el cadáver la inscripción de esos signos que muestran la brutalidad de sus mensajes y los mecanismos con el que opera la violencia sobre el cuerpo. …..No es la muerte vista como el hecho trascendental que vehiculiza la poesía en su concepción romántica (desde José Asunción Silva llegando a Raúl Gómez Jattin y tantos otros poetas que en Colombia la han exaltado hasta el suicidio), sino la muerte como un asunto mucho más realista y a su vez delirante, dentro de una historia también real, en un contexto cierto y en un lugar preciso: Colombia, siglo XX e inicios del XXI, con todos sus matices e ingredientes: genocidio político, guerrilla, paramilitarismo, falsos positivos, narcotráfico, corrupción, violencia que se desplaza por territorios de campesinos, comunidades indígenas, fronteras urbanas, a través de varios mecanismos como masacres, tomas violentas de poblaciones, desplazamientos masivos, desapariciones, secuestros, fosas comunes, minas quiebra patas, motosierras, etc. Es esa la noción de muerte presente en la poesía de Mery Yolanda Sánchez, por tanto, los cuerpos de sus cadáveres no son los que deja en una habitación un malogrado amor en el romance o la novela decimonónica, ni la muerte repentina, por accidente o por el simple llamado de Dios, sino la muerte programada por la necropolítica, camuflada en afeites desde los manuales oficiales y no oficiales, con lista en mano y organizaciones que la administran, en fin, la muerte como mercancía y como acumulación de capital (por ejemplo, patentizada en el falso positivo). Por eso la poesía de Mery Yolanda Sánchez no es la que defiende la idea del poeta inspirado, ni esa que está retratada en las estéticas de los formalismos y la que los poetas sumisos, enfilados tras el poder de representación, defienden a capa y espada. Sus metáforas colindan con nuestra realidad: «Aseguran, que la flor nacional es una orquídea negra» («Lecciones antiguas», p.62), «Hace falta mucho detergente / cuando mi país hasta en la ropa duele» («Salmo», p. 69).
…..La poesía de Sánchez es también la otra versión del suceso radial, televisivo, de la columna periodística y de la viñeta al carboncillo. Lo enuncian algunos títulos de sus poemas, como «A dos columnas», «Periódico viejo», «Notas», «Foto fija», «Últimas páginas» o «Aviones». No es la poesía que interioriza el dolor y se conduele, sino que lo traspasa y lo muestra, porque el lenguaje con el que dice el poema es producto de la observación sin complicidades, abierta, descarnada, lacerante y sincera. Mery Yolanda Sánchez registra, como ningún poeta en Colombia, el conflicto sin tregua que padecemos y se sigue prolongando en nuestra historia. Su obra ha sido fiel a esa apuesta, tanto en verso, lo mismo cuando asume el poema en prosa o la novela como registro más amplio de la realidad. No se ha desviado de ese compromiso, ni en su lenguaje, ni en sus búsquedas temáticas. En su obra la poesía tiene un lugar propio: la violencia, haciendo de la literatura un correlato de lo que presencia como poeta testigo de un tiempo y de unas circunstancias concretas. Sin pretender ser un lector necrófilo, la poesía de Sánchez responde a lo que la escritora y poeta mexicana Cristina Rivera Garza llama el «cadáver textual», esos textos despedazados, desapropiados, que responden a una lógica de la realidad de la muerte, por eso un organismo que encarna también puede ser un ser muerto.
Las condiciones establecidas por las máquinas de guerra de la necropolítica contemporánea han roto, por fuerza, la equivalencia que unía al cuerpo textual con la vida. Un organismo no siempre es un ser vivo. Es más: en tanto ser vivo, a un organismo lo define, bien argumentaba Adriana Cavarero, el estado de vulnerabilidad característica de lo que siempre está a punto de morir. En circunstancias de violencia extrema, como por ejemplo en contextos de tortura, las argucias del necropoder logran transformar la natural vulnerabilidad del sujeto en un estado inerme que limita dramáticamente su quehacer y su agencia, es decir, su humanidad misma. Un organismo puede muy bien ser un ser muerto. No es exagerado, pues, concluir que en tiempos de un neoliberalismo exacerbado, en los que la ley de la ganancia a toda costa ha creado condiciones de horrorismo extremo, el cuerpo textual se ha vuelto, como tantos otros organismos que alguna vez tuvieron vida, un cadáver textual (Garza, p.35—36).
…..Ningún poeta estaría conforme con que a sus poemas los tildaran de «cadáveres textuales», sin embargo, está metáfora de la muerte cabalga en los poemas de Mery Yolanda. Para entenderla, la autora se vale de un proceso de escritura —inconsciente o no— de fragmentar el texto en imágenes separadas por el punto gramatical. Además, la sutileza del uso de las temporalidades (la evocación y el contraste con el presente), la virtualidad visual de dichas imágenes por distintos territorios y espacios, como el bien logrado matiz de visión que raya con el delirio propio de la captación de sus ideas poéticas de mostrar en perspectiva una realidad cruda, hace que estos textos alcancen mucho movimiento en la lectura, sin que ese mismo descentramiento del lenguaje los haga herméticos. Es así como la poeta logra mostrar en sus textos el desmembramiento de los cuerpos. Se trata de una lectura oculta en la forma que, sin que la poeta lo percate, se muestra al lector, como si en los folios de un expediente, en una sección fotográfica o una visión cruda de la realidad, se mostraran las partes de un cuerpo desmembrado. No todos sus poemas asumen de manera rotunda esta forma, pero sí la mayoría y los mejor logrados, casi todos en prosa. En el centro de esta propuesta poética, está su poema «En el silencio». El mismo título hace pública una práctica que acompaña los actos más violentos en nuestra sociedad: el silencio y sus cómplices, como santo y seña de las atrocidades. El resultado son los cadáveres, la fosa común o el falso positivo. En el poema, línea tras línea, párrafo tras párrafo, van desfilando partes del cuerpo en posición desordenada, caótica: las vaginas, las costillas, el lado izquierdo del rostro, los «cortes de relatos» en las mejillas, el ojo derecho, luego «los fragmentos de manos», el pedazo de pierna, en fin, el croquis despedazado de país, que la poeta tanto inquiere. Pero hay algo más: esta presentación del cuerpo disloca igualmente las frases, las fragmenta en una unidad descompuesta, donde pueden leerse claras intencionalidades: «…la rata que explota es para el vecino en cabezas giros canción de motosierra», «cae el dedo índice del pecho pedazos de piernas única luz del corredor». Si se logra leer un contexto desde las sugerencias del lenguaje, las imágenes reconstruyen cuerpos destrozados en una sala de urgencias de la ciudad, transportados desde algún lugar; allí, una enfermera mide el tiempo de la muerte, hay agujas y un corredor, helicópteros y pedazos de banderas, cisternas y monjas, vómitos y camándulas, danzantes y ruedas, todo en un revuelto apocalíptico, pues así son nuestros tiempos, así es la guerra, así es también el poema y debe leerse como se leen los cuerpos despedazados en un campamento de muertos y heridos después de un bombardeo, como se lee una de estas escenas dantescas: una lectura de delirio, por eso el poema en sincero, sin que se vaya de nuestra realidad, sin que la oculte; en últimas, prosas de alto vuelo poético.
…..Con base en las pesquisas anteriores, la crítica ha reconocido en la poesía de Sánchez una actitud distinta para confrontar la realidad, como lo expresa el poeta y crítico colombiano Álvaro Marín: «Ante la actitud convencional de algunas expresiones de la literatura colombiana, la poesía de Mery Yolanda es una respuesta sin maquillaje; expresa más una escatología crítica de su contemporaneidad que la cosmética que pretende ocultarla. Hay en la escritura de Mery Yolanda, como una buena parte de la expresión latinoamericana, un vulcanismo que desconfía del símbolo y de la razón como dadoras de sentido. (Marín, 2006, p. 12).
…..Pues bien, en el siguiente poema, se expresa la rapidez y la crueldad con que actúa el asesino o los asesinos. La masacre, la huida y la persecución por tierra y por aire marcan episodios de la violencia en Colombia, pero también los encierros improvisados de alambres de púas, es decir, toda una serie de actos monstruosos que el poema pone en escena, a través del mismo procedimiento de la imagen fragmentada en distintos eventos del mismo episodio. Pero hay algo que resuena después del dolor: la carcajada de los asesinos, es decir, el asesinato como una expresión de humor, como una clara muestra de regocijo. Esta carcajada denuncia una práctica horrenda en Colombia: la risa como celebración de la masacre, no importa a quienes represente. Cito el poema:
Los otros
No alcanzaron a sentir miedo. Cuando los cortaron el dolor llegó primero, la boca de la bota en la cara. Pronto el susurro de la sierra fue lejano. Un pajarito almorzó los pecados de las vísceras.
Sus sombras siguen y recogen los sombreros que atajó el viento.
Las mujeres orinan cualquier lugar.
Los niños se volvieron ancianos amarrados a los alambres de púa.
Tres territorios debajo de las carcajadas de los asesinos.
Y sus sombras también son perseguidas, señaladas y marcadas desde los pájaros metálicos, dueños del cielo.
…..En el libro de Mery Yolanda Sánchez Dios sobra, estorba (2006), hay un cuestionamiento no a Dios por parte del yo lírico, sino desde una voz colectiva sumida en las contradicciones de su tiempo; un Dios cuestionado por su rol ausente en la historia, por su huida de la realidad, más presente como una ficción en la conciencia del hombre y no como un fin moral. La guerra es su propia negación. Dios, entonces, se erige en un testigo mudo que sobra y estorba. El poema «Altillo» es una composición de cinco imágenes sucesivas: unas tijeras que se abren, el corte de un papel, las formas de la luna y el cierre contundente: «Pensaba en el hombre que entró a la iglesia de San Francisco con un hacha en la mano» (p.51). Las imágenes de Mery Yolanda son duras, porque leen una realidad que así lo es, no necesitan del afeite lírico y, sin embargo, son contundentes, novedosas y dicen de nuestra condición humana frente a Dios: la presencia del hombre con un hacha al hombro es ya la señal de que para el asesino Dios sobra, estorba.
…..Por lo anterior, la poesía de Mery Yolanda está habitada por imágenes que no ocultan las heridas de la violencia sobre los cuerpos; el cuerpo de la mujer, del padre, del hijo, del niño o del anciano son el objeto donde queda la marca, la huella imborrable de esta historia cruel que nos ha tocado. Pero también quedan registradas visualmente. La visualidad es una de las fortalezas de la poesía de Sánchez y su desacralización, pero siempre llevadas a la mente del lector desde una atmósfera que raya con la pesadilla. Cito algunas a manera de ilustración:
…..«…la nostalgia es una mujer sin dientes con el cuerpo cicatrizado y doblado hacia el vacío» (Tu otro diagnóstico, p.23)
…..«Das la vuelta y el espejo te enseña el lapo que quedó en la espalda cuando te colgaron de los pies para que vomitaras tu nacimiento» (De perfil, p. 36).
…..«Las vaginas expulsan rabias, tuercas, putas y ladrones; orinan soldados, poleas, desgraciados y astillas de madera (En el silencio, p.43)
…..«Los desesperados quisieron atravesar tu silencio sin ser vistos, pero el brillo de las sogas iluminó tus ojos quietos y hubo luz en la boca dormida y tus párpados tuvieron un ligero movimiento (Preludio, p.16).
…..«No fueron suficientes los arrullos de las plantas para salir de la casa donde los ahorcados elevaban sus lenguas» (Cultivos, p. 27).
…..Todas ellas imágenes de cuerpos torturados, de textos fragmentados por la violencia que ejerce sus influencias en la creación literaria. Por eso Mery Yolanda lee en el libro del suceso de la vida de su propia realidad, sus esencias poéticas, para que a su vez leamos sus imágenes, nuestras propias imágenes en las que de algunas formas estamos retratados.
La poesía como diálogo con el otro: escritura y memoria
El poeta Francisco de Quevedo, como lector, escribe en un soneto que vivía en conversación con los difuntos. Dante en la literatura universal y Rulfo en la literatura latinoamericana también conversaron con los muertos. En Colombia, la poesía de Mery Yolanda Sánchez entabla el diálogo con los difuntos de la guerra. Este diálogo lo hace a través de Carlos Iván, un personaje anónimo de nuestra violencia, ícono del colombiano campesino, con una familia, que puede ser también algún torturado y finalmente masacrado, como tantas otras víctimas inocentes. Carlos Iván aparece desde el primer libro de Sánchez La ciudad que me habita (1989) y su presencia fantasmal y su voz continúa hasta su último libro El hombre que escupe mariposas (2017). Llama la atención que, en el conjunto de una obra poética, se otorgue voz a un personaje encargado de construir una unidad narrativa dentro de los poemas. Este caso ocurrió en Colombia con la obra de Álvaro Mutis y su personaje Magroll. Así, tanto en la obra de Sánchez como en la de Mutis, Carlos Iván y Maqroll resultan siendo personajes biografiados, claro está, desde distintas circunstancias y lenguajes, quedando así propuesta otra lectura de la poesía desde la narrativa. En estos dos autores colombianos, la vía narrativa es fundamental en sus poéticas. De esta manera, Carlos Iván es la biografía de la violencia con rostro humano. Precisamente, en el libro Rostro de tierra (2011), Mery Yolanda lo revive en el patio de su infancia, pero a la vez le vaticina su muerte. «Acordes» es un bello poema en memoria de Carlos Iván, su presencia en el campo, sus garzas, pero también el recuerdo de su ojo desmembrado, son una señal de que estos poemas, al igual, son no solo «fichas amnésicas», si no que en sí mismos son pasajes de la memoria de un personaje que el poema reencarna y reconstruye para salvarlo del olvido y contarnos desde una narración omnisciente en el poema, pasajes de su vida que, en el conjunto de sus libros, pueden también leerse como biografía o testimonio. No es forzado este planteamiento en la poesía de Mery Yolanda, es apenas lo justo reconocer que funde vida narrativa a sus imágenes, desapropiándose a veces de la poesía y fundiéndola con la narración testimonial; realmente, un procedimiento extraño y asombroso para el caso de la poesía escrita en Colombia.
Acordes
Carlos tiene garzas, ellas levantan una pata y duermen. No se sabe si es la izquierda o la derecha pero una pata levantan las garzas de Carlos. Carlos aprende a mentir, señala caminos y asegura que van las hormigas. Hace mucho que el resplandor del día le limitó todo pequeñito. Se le volvió mínimo el rostro del río, de los árboles, de su propia voz. Carlos sabe moverse en los tres pasos de ida y tres de vuelta para encontrar las almas dormidas. En su pequeña tierra, tres pasos son suficientes para encontrar el bastón y volver al pozo donde rodó su ojo izquierdo, el que le quitó la misericordia de Dios. (p.42)
…..En el poema titulado «Carta a Carlos Iván», que es una pieza del mejor sarcasmo nacional construido desde la literatura, el personaje íntimo de la poeta es recordado. La carta al inicio hace uso de un tono intimista, melancólico y familiar que, segmento después hasta su cierre, se vuelve ácido invocando el baile, la muerte, la partitura y el himno nacional.
Carta a Carlos Iván
Pienso en ti
Para contestar
El saludo a mis muertos.
Pienso en ti
Para olvidar la rumba Donde los disparos
Son la partitura
Del himno nacional.
…..Carlos Iván hace parte de la cotidianidad, como un desaparecido que se niega a abandonar la casa, el patio, la escalera, las puertas, el campo, el arroz, el árbol, es decir, la vida, porque su designio es el de permanecer reencarnado en la memoria de la escritura que le permite seguirse asomando al mundo. Carlos Iván es una realidad dolorosa: la de los muertos que viven con nosotros. El poema «Segundo tiempo» lo reencarna ya al final de sus días, en la lista negra.
Segundo tiempo
Un día dejarás a un lado tu sur del castigo por el recuerdo de tus hijos en las calles hambrientas. Te prepararás para escapar antes de contar veintiún pasos al patíbulo. Volverás al norte donde agonizaron tus madres. No recordarás el arma que le mandó nueve silencios a tu cuerpo ni el monstruo que oprimió el gatillo. Tampoco recordarás las manos que te obligaron a dejar tu niñez en el frío de tu abuela muerta. Volverás a las apuestas por tus otras vidas y levantarás con más fuerza la botella que te hace olvidar la oscuridad. Tirarás en el centro de la gallera tu última gratitud, la que no estaba escrita, pero que ahora reconoces en la mano que estira para dar de beber a tu victimario. Olvidarás un día, Carlos, que pronto aprendiste a encontrar perdices para la cena de tu amo y a gritar la noticia de puerta en puerta, donde tú eras el próximo de la lista.
…..En fin, la recurrencia de esa segunda persona —el Tú de Carlos Iván— construye la composición tonal del estilo de los poemarios de Mery Yolanda Sánchez. Esa persona ausente, pero virtualmente presente en el diálogo poético, se designa con diferentes inflexiones: «Has tenido suerte», «recuerda que cuando te reuniste con los verdugos», y así sucesivamente los poemas mantienen a ese destinatario del poema. Para Emilio Lledó «La palabra que surge como diálogo con otros o como creación literaria, es, precisamente, nuestra “obra”, la consolida la defensa contra el “olvido”» (p.71).
…..Todo lo anterior indica que la obra poética de Mery Yolanda Sánchez es una escritura del presente, sobre el presente y la memoria como reencarnación de ese mismo presente. Todo en su escritura es revivido o reinstalado en el ahora. La escritura aquí es interiorización colectiva del relato del otro y de su propia intimidad, pero lejos de lo escatológico y de la quejumbre. Escribe Emilio Lledó que «Para que esa memoria —salvación de la muerte y el árbol en el que maduran las experiencias individuales— pueda encontrar el terreno adecuado a su cultivo, necesita continuamente una voz que habla de la intimidad» (p.85).
La poesía en la novela El atajo
«Me tomo el derecho de tener memoria», sentencia un epígrafe de la misma autora puesto al inicio de su novela El atajo, publicada por la Pontificia Universidad Javeriana en el año 2014. Ese año, Mery Yolanda pasa de la poesía a la novela con igual acierto. Ya dije que la narración no es ajena a sus poemarios. Poesía y narrativa van en préstamo en sus creaciones. Si sus libros de poemas son un tejido de la violencia en Colombia, su novela es la continuación de dicho relato. Es la sinceridad de una escritura, una apuesta de las más auténticas en la literatura colombiana de finales del siglo XX e inicios del XXI. Queda claro que su obra, su trabajo artístico y su legado, es reconstruir memoria, y para decirlo con nombre propio, la memoria del conflicto armado en Colombia. No es Mery Yolanda la escritora que escribe un libro sobre la violencia para estar a la moda; antes de ella, escribir sobre la poesía no era una moda como sí lo es en estos momentos, la memoria de quienes la perdieron en la guerra, la escritura como restitución de este presente, es la misma sangre de su escritura.
…..La novela de Mery Yolanda Sánchez está inscrita en las representaciones que Josefina Ludmer llama «territorios del presente». Para esta teórica argentina, las escrituras del siglo XXI se alejaron de la autonomía estética con las que eran reconocidas hasta el siglo XX y ahora son «el testimonio como prueba del presente» y no narran lo que ya pasó (p. 72). Son literaturas que no se casan con ningún género, su lugar es la diáspora. Ludmer les da el nombre de «Literaturas posautónomas», las cuales
Toman la forma del testimonio, la autobiografía, el reportaje periodístico, la crónica, el diario íntimo, y hasta de la etnografía (muchas veces con algún «género literario» injertado en su interior: policial o ciencia ficción por ejemplo). Salen de la literatura y entran a «la realidad» y a lo cotidiano, a la realidad de lo cotidiano (y lo cotidiano es la TV y los medios, los blogs, email, Internet, etc.). Fabrican presente con la realidad cotidiana y esa es una de sus políticas. (p.74)
…..Estas literaturas se originan en territorios de conflicto y por tanto «fabrican presente». En la novela El atajo, la protagonista y a su vez narradora, se adentra por poblaciones abandonadas y en permanente conflicto armado, ubicadas en la selva del Pacífico colombiano. El propósito del narrador protagonista y a su vez testigo de los acontecimientos narrados, es promover el humanismo a través de talleres de lectura en dichas comunidades marginales y olvidadas por el Estado, Casas de la Cultura y bibliotecas públicas. Lo que la novela narra es el periplo de dicho viaje, descubriéndonos una realidad desgarradora, matizadas con las vivencias personales de la narradora que hacen ver un mundo entre real y fantasmagórico, pero doloroso. Son catorce capítulos que mezclan la narración testimonial con la poesía, seccionado cada capítulo en pasos, quedando así señaladas las rutas por donde marcha la viajera mientras nos narra lo que vive, piensa, siente y presiente, en dos planos espaciales ubicados en el presente: la selva y la ciudad como lugar de procedencia. Pero es la poesía la que hace su mayor trabajo en la narración y la remoción de lo anecdótico. Esta permite intercalar la intimidad de la voz narrativa que se desdobla permanentemente. De ahí pasajes que son poemas en prosa, de imágenes vivientes, duras e interpelativas como esta:
En la iglesia encuentro un santo más desconsolado que yo. Le toco las piernas y le ruego por mí. En ese momento a cualquier cosa le podía haber pedido misericordia. Le pregunto qué hace él por los caídos en desgracia, por las pestes que llevamos en el esternón. El santo se burla de mí. Usted, santo, dígame quién ayuda a los infelices, a los abandonados, quién pone su corona, su gloria, su estatua, su dios. Y su varita se mueve. Escarbo en los bolsillos, busco mi origen. Debajo de mi rabia, ratas con hostias en la boca. Y se escurren mis orines en jarrones con flores lilas. Estoy en la tierra que nunca cicatriza porque su herida es una marca abierta (p. 62)
…..Como se puede ver, la novela es una reconstrucción del presente, los lugares marginales que la mayoría de los poetas no reconocen en sus escritos, mezcla de realidad y delirio, dolor, abandono y olvido de la fe. Así en el bello pasaje anteriormente transcrito, ya ni siquiera el hombre se burla de los santos, sino que el santo mismo se ríe y se burla del hombre. El santo ha perdido la fe en lo humano. Así queda delatado «el mundo al revés» de las creencias religiosas y los discursos políticos que se cruzan y se tensionan, en un Estado que promueve el catolicismo como salvación desde su Iglesia institucionalizada, ante su impotencia respaldada en su legislación. Así, El atajo resulta ser una novela densa, con diferentes vetas de escritura que permean nuestra realidad, la interroga con dureza, a la vez que su escritura aloja la heterogeneidad poética y narrativa a la vez, el testimonio y la ficción, la confesión y la denuncia. En fin, escritura del presente, necesaria y viva, como toda la obra de esta escritora imprescindible que es Mery Yolanda Sánchez.
…..Con todo, Mery Yolanda es una de las poetas y escritoras del Tolima con un reconocimiento a nivel nacional muy importante. Su obra representa un aporte sustancial a la realidad de nuestro tiempo, logra poetizar la tragedia nacional, revelarla y denunciarla desde los recursos expresivos de la escritura como simbología del desmembramiento del cuerpo; además que lo hace desde una voz evocada: la de Carlos Iván, ícono de las víctimas de la violencia en nuestro país; igual esta poeta construye memoria y presente en su escritura. Así, su novela El atajo completa sus búsquedas poéticas y narrativas. Una escritura imprescindible, a veces solitaria, que emerge por su propia cuenta, lejos del virtuosismo del lenguaje presumiblemente poético, porque responde a un mundo que exige ser leído desde su propia entraña, con su propio lenguaje.
Referencias bibliográficas
Lledó, Emilio (2000). El surco del tiempo. España: Biblioteca de bolsillo
Sánchez, Mery Yolanda (2011). Rostro de tierra. Colombia: Universidad del Valle
(2006). Dios sobra, estorba. Colombia: Universidad Nacional
(2017). El hombre que escupe mariposas (Doble Fondo XIII).
Colombia: Biblioteca Libanense de Cultura
(2014). El atajo. Colombia: Pontificia Universidad Javeriana
(2010). Un día maíz. Colombia: Universidad Externado de Colombia
Rivera Garza, Cristina (2013). Los muertos indóciles. Necroescrituras y desapropiación. México: Tusquets Editores.
Nelson Romero Guzmán. Ataco, Tolima (Colombia), 1962. Lic. En Filosofía y Letras por la Universidad Santo Tomás y Magíster en Literatura, Universidad Tecnológica de Pereira en convenio con la Universidad del Tolima. Premio Nacional de Poesía «Fernando Mejía Mejía» por su libro Rumbos (1992); XIV Premio Nacional de Poesía por Concurso Universidad de Antioquia, por el libro Surgidos de la Luz (2000); Premio Nacional de Poesía Instituto Distrital de Cultura y Turismo de Bogotá por Obras de mampostería (2007); 56 Premio Internacional de Poesía Casa de las Américas 2015, otorgado en la Habana a su libro Bajo el brillo de la luna y Premio Nacional de Poesía Ministerio de Cultura de Colombia 2015 por su libro Música lenta, editado en el 2014 por Arte es Colombia, Colección Letras. Otros libros publicados: Apuntes para un cuaderno secreto (en coautoría con la mexicana Kenia Cano, Biblioteca Libanense de Cultura, 2011), Animal de oscuros apetitos (Universidad Externado de Colombia, 2016). Es docente de planta de la Universidad del Tolima, en el IDEAD, y vinculado al grupo de investigación de Literatura del Tolima. Fotografía por Abisinia Review.
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de una obra del artista colombiano © Fercho Yela