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La Avenida Nevsky

Nikolái Gógol

 

 

Noticia de los traductores

 

Traducir a Nikolái Gógol implica no sólo trasladar una sintaxis, un ritmo, una vistosidad puntual, un cuerpo simbólico, una respiración artística. Implica, en cierto modo, traducir una cultura y un alma. El alma rusa. Y es necesario aprovechar la fuerza o levedad del ruso hablado que transmite al lenguaje escrito matices invisibles, no recogidos por el frío consejo de los diccionarios.

…..Profundizar en museos y sitios memoriales que preservan la huella del genial autor, el viaje en insomnes trenes escalofriados que hacen sonar sus fierros de Moscú a Poltava y luego el camino a Mirgorod y a la finca natal de Vasíievka, la insistente visita al recinto donde Gógol incineró parte de sus Almas muertas en aquella casa situada en el antiguo bulevar Nikitski de la capital, el contacto directo con sus manuscritos, con ediciones primeras, la charla indagadora con ucranianos especializados en su obra, la insobornable devoción de aquel pueblo por la creación gogoliana. Todo ello ha contagiado esta traducción de un atento sigilo, una voluntad esmerada y un entusiasmo leal y sin fronteras.

 

Henry Luque Muñoz & Sara González Hernández

 

 

 

 

La Avenida Nevsky

 

Nada hay mejor que la Avenida Nevsky, al menos en Petersburgo. Y nada en lo que no influya, según los propios petersburgueses. Para San Petersburgo lo es todo. ¡Qué no resplandece en esa avenida, fulgor de nuestra capital! Yo se que ni uno solo de sus pálidos funcionarios y demás habitantes la cambiaría por lo más preciado de este mundo. No sólo encanta a los que tienen veinticinco años, magníficos bigotes y levitas maravillosamente cortadas, sino también a aquellos que enseñan una barba de blancos pelos y cuya cabeza es tan lisa como una bandeja de plata ¿Y las damas? !Oh¡, ellas gozan todavía más en la Avenida Nevsky. Pero hay alguien, acaso, a quien no impresione nuestra avenida? Tan pronto a ella se llega percibimos aroma de fiesta. Así tengas una diligencia urgente, con solo poner el pie en la Nevsky la olvidas por entero. Es el único lugar a donde la gente va porque así lo quiere, no por necesidad, ni porque obedezca a preocupaciones mercantiles, como ocurre en todo el resto de San Petersburgo. Al parecer, quien llega a la Nevsky es menos egoísta que quienes andan por la Morskaia, Gorójovaya, Liteinnaia, Meschánskaia, u otra calle cualquiera, en donde codicia, avidez y urgencia se traslucen en los rostros de los paseantes y en aquellos que vuelan en sus carretas y coches.

 

 

…..La avenida Nevsky es el corazón que comunica a todo San Petersburgo. Los citadinos y los habitantes de los barrios de Petersburgaia o Vivorskaia, que por largos años no veían a un amigo de Peski o de la Puerta de Moscú, pueden estar seguros de encontrárselo allí. Ningún directorio ni oficina de información le proporcionará noticias tan ciertas como la avenida Nevski. ¡Oh!, la todopoderosa avenida Nevski. Única distracción de los ocupados petersburgueses, tan huérfanos en lugares de recreo. ¡Qué bien barridas lucen sus aceras! Y ¡santo cielo!, !Cuántos pies han dejado en ella sus huellas! Las burdas y sucias botas de los soldados dados de baja, parecen agrietar el granito; la zapatilla diminuta, ligera como el humo, de la damita que gira su cabeza ante las luminosas vitrinas de las tiendas como el girasol hacia el sol; el sable zumbante de un alférez que cruza con aire de ilusión mientras traza en el suelo un hondo rasguño. La avenida Nevsky conserva la huella de todos los que por allí han pasado, dejando la marca del poder de la fuerza o el poder de la debilidad. ¡Qué veloces fantasmagorías se dan cita en el lapso de un solo día por aquel escenario! ¡Cuántos cambios soporta en veinticuatro horas! Comencemos por la mañana al romper el día, cuando San Petersburgo huele a pan recién horneado y las viejecitas con sus pañuelos y sus vestidos rotos acosan a los creyentes con la limosna. Es cuando la avenida Nevsky está vacía. Cuando los dueños y dependientes de las tiendas duermen todavía enfundados en sus camisas de holán, o bien enjabonan sus nobles mejillas y toman café. Los pordioseros se reúnen a las puertas de las cafeterías donde el adormilado Gaminedes¹, que ayer volaba como las moscas sobre el chocolate, se presenta sin corbata, escoba en mano y les arroja pasteles tiesos y sobras de comida. La gente trabajadora camina lentamente por la avenida. En ocasiones la atraviesan mujiks rusos que van de prisa a su trabajo y con las botas tan manchadas de cal que no la lavarían ni las aguas del canal Ekaterininski tan afamadas por su limpieza. A semejantes horas no es decente que las damas se asomen, pues el ruso es dado a expresiones de tal calibre que ni el teatro las pondría en escena. A veces cruza entre los paseantes un funcionario soñoliento, con el maletín bajo el brazo pues el rumbo de su trabajo pasa por la avenida Nevsky. Es justo afirmar que definitivamente por ese tiempo y hasta que alza el mediodía, nuestra avenida no es sino un medio de comunicación, escenario de los que deben ir y venir de manera paulatina a su trabajo, de aquellos que vienen y van a sus obligaciones, o que siguen el ovillo de sus enfados, gente que, en general, pasa por ella tan fuera de sí como si no pasara. Aquí oiremos al mujik ruso hablar de monedas o de kópecs de cobre. Nadie se fija en los ancianos que conversan consigo mismos, mostrando en sus gestos y manoteos el brío de sus palabras, ni se mofa de su presencia, acaso solamente algún pequeño, que envuelto en una batola de paño burdo y llevando en su mano un par de botas nuevas y botellas vacías, corre como el relámpago por la avenida Nevski. A esa hora aunque usted se ataviase con el atuendo más fuera de lo común, aunque abandonase el sombrero por la cachucha, aunque el cuello de la camisa desplazara la corbata, de seguro nadie lo advertiría.
…..Al filo del mediodía aparecen en la Nevski preceptores de todas las nacionalidades, con sus pupilos vestidos de cuello de batista. Los «Johns» ingleses y los «Kokis» franceses llevan de la mano a sus educandos confiados a su paternal cuidado, y con gravedad solemne les explican que los avisos de las tiendas están ahí para enterar afuera al paseante qué cosas venden ahí adentro. Las institutrices, pálidas misses y sonrosadas eslavas, van majestuosas detrás de sus despabiladas pequeñas, ordenándoles alzar un tanto más los hombros y caminar erguidas. En pocas palabras, a esa hora, estamos ante la pedagógica avenida Nevski.
…..Pero a medida que se acercan las dos de la tarde disminuyen los pedagogos, las institutrices y los niños, siendo sustituidos finalmente por los tiernos padres de éstos últimos, que van del brazo de sus amigas, débiles de nervios pero fuertes de atavíos multicolores. Poco a poco se les suman quienes han terminado quehaceres domésticos de alguna importancia, por ejemplo: uno ha consultado al doctor sobre el tiempo y sobre un granito que le salió en la nariz; otro se ha interesado por la salud de los caballos y de sus hijos que ya hacen gala de aptitudes prometedoras; un tercero ha leído los anuncios en los periódicos y un resonante artículo sobre los que llegan y los que salen y los que toman una taza de té o de café. Luego vienen a añadirse aquellos a quienes su generoso destino ha convenido en colocarlos en el rango de funcionarios de misiones especiales dentro del mismo edificio: los mensajeros. Se agregan a ellos los funcionarios del departamento de Relaciones Exteriores, que sobresalen por la eminencia de sus ocupaciones y de sus nobles costumbres. ¡Dios Santo! ¡Qué empleos y cargos magníficos hay en este mundo! ¡Cómo engrandecen y dignifican el alma! Pero yo ¡Ay! No soy empleado y debo privarme de la delicadeza de mis superiores.
…..Todo lo que a esa hora encuentra usted en la avenida Nevski está impregnado de decoro. Los caballeros con largas levitas y manos metidas en los bolsillos, las damas ataviadas con redingotes y sombreritos de raso blanco, celeste y rosa. Patillas únicas se ven aquí, patillas que pulidas con exquisito y asombroso arte, se hacen pasar por debajo de la corbata, patillas aterciopeladas, negras como la marta cebellina o como el carbón, pero que, ¡Ay! Son exclusivas de los funcionarios del departamento de relaciones exteriores. Funcionarios de otros departamentos debieron, por orden del Todopoderoso, olvidarse de las patillas negras y, muy a su pesar, contentarse con una fila de pelos rojos. Aquí encuentra usted bigotes de fábula. Bigotes que ni la pluma ni pincel algunos atinarían a reproducir; bigotes a los cuales se ha consagrado la mejor parte de la vida y que han exigido de su dueño vigilia diurna y desvelo nocturno; bigotes que han conocido las más delicadas esencias y fragancias y embalsamados en exóticas pomadas de prodigio; bigotes que de noche envuelven en delicado papel; bigotes que suscitan el más apasionado afecto de sus dueños y que son la envidia de los paseantes. Millares de variados sombreros, vestidos y chales multicolores que inspiran el favoritismo de sus poseedoras y que dejan ciego a cualquiera en la avenida Nevski. Es como si un océano de mariposas diminutas se alzara de los jardines y revoloteara cual nube fulgurante para desmayarse luego sobre los negros y viriles escarabajos. Aquí hallaremos talles que ni siquiera en sueños los habremos visto, talles esbeltos y tan ceñidos que competirían con un cuello de botella, talles ante los cuales nos apartamos para no dejar deslizar un codazo imprudente: temor y timidez toman por asalto el corazón para que ni un suspiro indiscreto quiebre la armónica obra de la naturaleza y el arte. ¡Y qué mangas femeninas encuentra usted en la avenida Nevski! ¡Oh! ¡Qué encantadoras! Parece como si llevaran globos aéreos y las damas estuvieran a punto de alzar el vuelo si una mano masculina no las detuviera, porque levantar a una dama en el aire es a tal punto delicioso como llevarse a los labios una copa de champán. No hay lugar donde la gente se incline con tanto agrado para saludar como en la avenida Nevski. Allí hay sonrisas únicas que son la perfección del arte y que podrían hacer derretir a alguien de gusto; a veces algunas tales que lo hacen sentir a usted más alto que la aguja del almirantazgo²; otras, en cambio, que lo harán sentir tan bajo que usted parecerá descender más que la hierba. Allí se han de encontrar gentes que hablan sobre conciertos o sobre el estado del tiempo con suma nobleza y dignidad. Y ni qué decir de los miles de raros y excepcionales caracteres con que nos topamos. ¡Dios santo! ¡Qué gentes tan alejadas de lo común! Muchos de ellos, al pasar usted, echan una ojeada a sus zapatos y tuercen luego la cabeza para mirarle el faldón de la levita. Vaya uno a saber por qué lo hacen. Al comienzo supuse que se trataba de zapateros, pero claro que no es así, pues la mayoría trabaja en distintos departamentos y podrían dirigir a la maravilla mensajes de una oficina a otra, o se trata de paseadores de oficio cuya ocupación radica en hojear los periódicos en las pastelerías. Es decir que la mayoría son personas decentes.
…..A esa hora bendita, que es de dos a tres de la tarde, cuando la ciudad se pone en movimiento por la avenida Nevski, tendremos ante nuestros ojos un desfile de lo mejor que ha creado la humanidad. Uno exhibe imponente levita adornada con el más fino cuello de castor; otro enseña una hermosa nariz griega, un tercero exhibe suntuosas patillas; la cuarta es una joven con ojos de no poca hermosura, airoso sombrero; el quinto lleva un anillo con talismán en el distinguido dedo anular; la sexta luce en el piececito una zapatilla encantadora; el séptimo una corbata sorprendente; el octavo unos bigotes capaces de llenarnos de asombro. Pero llegadas las tres de la tarde, el desfile termina y la multitud se desvanece.
…..A esa hora la avenida Nevski muda de rostro y de súbito llega la primavera: la avenida queda inundada de funcionarios envueltos en uniformes verdes, hambrientos consejeros titulares, consejeros palatinos³, etc, etc., aceleran el paso como pueden. Los jóvenes secretarios y los registradores aprovechan para pasearse a gusto como dando a entender que no estuvieron recluidos durante seis horas en una oficina. Y los viejos secretarios colegiados, los consejeros titulares y los consejeros palatinos de más edad marchan cabizbajos, ajenos a los transeúntes, llevando todavía en sus cerebros los archivos con la mar de papeles burocráticos que los ahoga y les echa a perder el ánimo. Durante largo tiempo, en vez de letreros callejeros, ellos solo ven cajas llenas de papeles, o la carota del jefe en el trabajo.
…..Hacia las cuatro de la tarde la avenida Nevski es un desierto y raramente encontrará usted un funcionario. De pronto, una modista salida de una tienda de confecciones atraviesa la calle abrazando una caja de cartón; o un hombrecito a quien un chupatintas lo ha echado al agua y lo ha dejado en la calle, a nombre de sentimientos humanitarios; un extravagante al que le da igual que el tiempo avance o se quede quieto; alguna inglesa alta y seca, con un bolso y un libro en las manos; algún brigadista, ruso hasta la médula, ataviado con una levita tan pequeña que el talle le da a la mitad de la espalda, lleva precaria barba, de él se puede decir que su vida entera ha pendido de un hilo: todo en él es temblor —espalda, piernas, brazos y cabeza— cuando con respetuoso ademán avanza por la cera; a veces pasa también un humilde herrero. A Nadie más encontrará usted en la avenida Nevski.

 

 

…..Pero cuando el sol declina sobre las calles y las casas, el sereno provisto de una estera se sube en una escalera para encender los faroles, y de la ventana bajita de un mísero almacencito se deja ver una estampa que no fue capaz de asomarse a la luz del día. De nuevo la avenida Nevski revive y comienza el movimiento. Es cuando empieza la hora del misterio, esa hora en que las lámparas esparcen por doquier su luz seductora. Aparece entonces, no poca gente joven, las más de las veces, solteros enfundados en sus abrigos, levitas y capotes. Y es cuando al transeúnte lo invade el sentimiento de no saber a ciencia cierta, para dónde va, aunque sus pasos sean presurosos. Las largas sombras titilan por muros y calles de piedra hasta casi tocar la parte más alta del puente Politseiski. Los jóvenes registradores provinciales, los secretarios colegiados y provinciales, emprenden largas caminatas. En cambio la mayoría de los antiguos funcionarios de la registraduría, los consejeros titulares y palatinos, prefieren permanecer en casa, ya que son casados, ya porque cocineras alemanas suelen preparar maravillas gastronómicas. Usted también podrá encontrar aquí carteros muy entrados en años que a las dos de la tarde caminan erguidos por la avenida con aire de grandeza y majestuosidad. Podrá ver cómo jóvenes registradores colegiados intentan mirar por debajo del ala del sombrero de esas damas de envidiables y carnosos labios y de mejillas de carmín, que tanto gustan a los paseantes y, en particular, a dependientes, comerciantes y artesanos, que se sienten a sus anchas vistiendo levita alemana y que suelen avanzar entre la multitud cogidos del brazo.
…..—!Detente! —exclama en ese momento el teniente Pirogov, mientras da un tirón a un joven de frac y sombrero de copa que va en su compañía— ¿No la has visto?
…..—Sí, es una auténtica Bianca del Perugino.
…..—Pero, ¿A cuál te refieres?
…..—A aquella de cabellos negros. ¡Dios mío, qué ojos! Toda la belleza está en ella: las facciones, el perfil, el óvalo facial.
…..—Me refiero a la rubia, a la que va detrás de ella, por aquel lado. ¿Y por qué no sigues a la trigueña si tanto te gusta?
…..—!Oh!, imposible —exclamó con las mejillas empurpuradas el joven de frac—. ¿Acaso es ella una de esas que hacen rondas nocturnas por la avenida Nevski? De seguro es una dama de nobles apellidos —continuó suspirando—, cuya capa llega a costar más de ochenta rublos.
…..—¡Tonto! Explotó Piragov, empujándolo fuerte e inocentemente hacia donde se veía refulgir la llamativa capa de la desconocida —Ve, tonto, que se te esfuma, mientras yo alcanzo a la rubia—. Y los amigos se separaron.
…..«Las conozco a todas», pensó Pirogov con una sonrisa jactanciosa, persuadido de que ninguna belleza se le podía resistir. El joven de frac y vistosa capa enrumbó sus tímidos y temblorosos pasos hacia la capa que se balanceaba a lo lejos y que resplandecía o se oscurecía, según se acercara o se distanciara de la luz del farol. El corazón parecía salírsele de entre el pecho e involuntariamente aceleró el paso. No le pasaba por las mientes que pudiese merecer la atención de aquella hermosura que se le escapaba volando, y menos admitir el insólito pensamiento del teniente Pirogov: él solo quería descubrir la casa donde habitaba aquel ángel embelesador que parecía haber caído del cielo a la avenida Nevski, y que podía esfumársele en cualquier rincón ignorado. Caminaba él acelerando de tal modo el paso, que con frecuencia atropellaba a los graves dueños de las patillas canas.
…..Este joven pertenecía a aquella clase que entre nosotros constituía un fenómeno bastante extraño, y era a la gente de San Petersburgo lo que esos rostros que aparecen en nuestros sueños son a la realidad. Personajes así constituyen una excepción en un mundo donde todos son funcionarios, comerciantes o artesanos alemanes. Era pintor. ¿No produce, en verdad, una extraña sensación? Un pintor petersburgués, un pintor de la tierra nevada, un pintor del país de los finlandeses, en donde todo es húmedo, resbaloso, monótono, pálido, gris, nublado. Pintores así en nada se asemejan, en general a un pintor italiano, orgulloso y ardiente como Italia y su cielo, sino que, por el contrario, son dulces, tímidos, despreocupados, amantes fervientes de su arte y reunidos con un par de amigos en su pequeña habitación, beben té, hablan con modestia sobre sus objetos preferidos, son capaces de disfrutar del más mínimo detalle de su existencia y permanecen ajenos a todo lo superfluo. Siempre invitan a una viejecita pobre y la hacen posar hasta seis horas seguidas, mientras intentan trasladar al lienzo su rostro apesadumbrado y huérfano de emociones. Él pinta en perspectiva su propio estudio, inundado de todo tipo de implementos artísticos: manos y piernas de yeso que el tiempo y el polvo han ennegrecido, caballetes rotos y pintarrajeados, paletas multicolores, paredes tachonadas de pintura, un amigo que toca la guitarra, y una ventana abierta por la cual se va destiñendo el río Nieva y uno que otro pescador pobre y en camisa púrpura. Por lo general, predominan en sus cuadros los tonos grises y turbios que llevan el facsímil del septentrión, pero, eso sí, hay que decir que se entrega con jubiloso fervor a su arte.
…..Pintores como él dejan ver su enorme talento, y bastaría que respiraran el aire vivificante de Italia para que su espíritu se abriera con bríos de libertad, como una planta que sacada de una habitación revive ante el aire puro. Es usual que pintores así sean tímidos pero, no se sabe por qué, ante el brillo de unas charreteras o el fulgor de unas condecoraciones, bajan el precio de sus obras. A veces les viene en gana vestir con lujo, pero semejante alarde resulta tan llamativo que produce la sensación de un remiendo. En ocasiones los vemos con un frac impecable o una capa manchada, o bien con un formidable chaleco de terciopelo y una levita castigada por rayones de pintura. De la misma manera usted advertirá que puso en la tela una ninfa que miraba al suelo, y que a falta de otro lugar, la bocetó sobre un lienzo en el que antes había plasmado una obra que lo hizo entrar en éxtasis. Un pintor así, nunca lo mirará a usted a los ojos, y de hacerlo, será con ojos que no miran; de él nunca podrá esperarse que clave en alguien la pupila como un gavilán o que ponga la mirada de halcón de un oficial de caballería. Ello se explica porque el pintor al mismo tiempo que clava sus ojos en sus facciones, está mirando un Hércules de yeso que se yergue en su estudio, o porque al propio tiempo su imaginación le propone un nuevo cuadro. Así se entiende que a veces responda sin saber lo que dice, o que la lengua se le vaya en deslices. Las visiones entran de manera tan atropellada en su cabeza, que semejante caos lo vuelve tímido.

 

 

…..Así es nuestro joven, el pintor Piskariov: dócil y retraído, pero dentro de su alma guarda ese sentimiento que como chispa se transforma en fuego. Con furtiva pasión va presto a su objetivo, si, tras esa dama que con solo regalarle una mirada despertó su ser y avivó su audacia. Esa criatura desconocida que quedó encadenada con brío a sus ojos, a sus pensamientos y sentimientos, esa que le lanzó una mirada. ¡Dios mío!, ¡Qué rasgos magníficos! !Qué enceguecedora blancura! La hermosísima frente lucía coronada por unos cabellos del color del ágata. Y su asombrosa cabellera se derramaba en bucles, que por debajo del sombrero, se desmayaban sobre las mejillas tocadas con el suave rumor venido del aire fresco del atardecer. Diríase que sus labios clausurados son como un enjambre de señales que abren la puerta de ilusiones doradas. En su armoniosa boca parecían contenerse, fundirse y reflejarse todas las evocaciones de la niñez, los sueños y la tierna inspiración que nace ante un luminoso quinqué. Ella miró a Piskariov y esa mirada puso a temblar su corazón. El rostro de ella transparentaba un sentimiento de indignación ante el desvergonzado que la seguía, y le arrojó una mirada severa. Mas era tanta su belleza que hasta la ira la adornaba.
…..Apenado y sobrecogido por la timidez, Piskariov se detuvo e inclinó su mirada. ¡Cómo dejar que esa criatura bendita se fugase sin descubrir su angelical morada! Tal pensamiento menguó su timidez hasta el punto de que resolvió continuar. Más para que no se hiciera tan evidente que la seguía, él se mantenía alejado, mirando con fingida indiferencia a los lados, pasando los ojos por los avisos, y entre tanto no se le pasaba por alto ni un paso de la desconocida.
…..Cada vez la calle iba siendo más silenciosa y menos concurrida. La bella miró hacia atrás y Piskariov creyó descubrir en sus labios una leve sonrisa. Pero no, todo su ser se estremeció al comprender que el brillo de aquella boca era sólo el engañoso reflejo del farol. Se burlaban de él. Y el pecho se le fue llenando de suspiros, era como si su ser ardiese en una llama viva, mientras a su alrededor todo quedó amortajado de niebla. El piso se movía veloz bajo sus pies al tiempo que los coches, tirados con arrojo, por los caballos, parecían quietos. El puente se iba agrandando a la vez que su arco se quebraba, las casas se veían patas arriba, la garita del vigilante salía a su encuentro y se desmoronaba ante sus ojos. El vigilante y su alabarda, así como los letreros parecían brillarle en sus propias pestañas. Y toda esa era obra de una sola mirada, de un único gesto de esa divina cabecita. Sin dejarse oír, ver, ni entender, él se desplazaba a pasos agigantados tras las huellas tenues de esos talones de prodigio. Entonces decidió atenuar el vuelo de sus pasos que marchaban al ritmo de su corazón. De pronto la duda se tomaba su pensamiento y se preguntaba ¿Será real la nobleza que yo veo en ese rostro? Se detuvo, pero el ardor de sus sentimientos y los latidos de su corazón lo impulsaron hacia adelante. Tan fuera de sí estaría que no se dio cuenta de que tenía enfrente una casa de cuatro pisos, con sus cuatro filas de ventanas encendidas que lo miraban al mismo tiempo, y la solidez del hierro en el portón puso freno al vuelo de su entusiasmo. Vio cómo la desconocida subía veloz la escalera y lo miraba mientras se llevaba un dedo a los labios y le hacía una seña que invitaba a seguirla. Las rodillas del pintor temblaban, sus sentimientos reverberaban y una ráfaga de alegría animó su corazón. Bueno, ¡esto ya no era un sueño! ¡Cuánta ventura en un instante! ¡Santo Dios! ¡Tanta vida maravillosa en sólo dos minutos! ¿Pero acaso no sería un sueño? ¿Sería real aquella santa mujer por la que él estaba dispuesto a dar la vida entera? Únicamente aproximarse a su morada era ya un placer indecible. Parecía imposible que ahora ella le consagrase a él su bondad y gentileza. Voló por la escalera sin experimentar pensamiento terrenal alguno. Ningún ardor humano lo impulsaba, una inocente llama platónica lo consumía. Era en ese momento un joven casto para quien el amor constituía algo exclusivo del espíritu. Y lo que en un momento perverso despertara el huracán del deseo, hoy lo santificaba. La confianza que aquella celestial comenzaba a despertar en él, lo comprometía a una caballeresca obediencia. Ansiaba que ella le dictara las más severas órdenes para someterse a su albedrío con servilismo de esclavo. No dudaba que algún acontecimiento misterioso y al mismo tiempo excepcional llevaría a la desconocida a brindarle su confianza. Podría ser que todo ello le exigiera enormes servicios, pero él se sentía con el empuje suficiente para afrontarlo todo.
…..La escalera ascendía curvándose como un caracol, es decir tenía la forma en espiral de sus sueños.
…..—Suba con cuidado —resonó la voz como un arpa y sus venas se llenaron de un nuevo azoro.
…..En la penumbra del cuarto piso la desconocida tocó a la puerta. Esta se abrió y entraron juntos. Una mujer de no poco atractivo los recibió con una vela en la mano. Pero miró de tan desvergonzada manera a Piskariov que él bajó los párpados. Entraron en el salón. Tres figuras femeninas clavaron sus ojos en ellos desde distintos rincones. Una barajaba las cartas, otra solo con dos dedos tocaba al piano algo semejante a una vieja polonesa. Una tercera peinaba ante un espejo su larga cabellera y no parecía inmutarse ante la llegada del visitante. Qué poco grato espectáculo ofrecía aquel cuarto a la mirada del recién llegado, un cuarto que bien podía adjudicársele a un soltero aficionado al desorden. Los elegantes muebles lucían tapizados de polvo y en el friso afiligranado había tejido su tela una araña. A través de una puerta entreabierta que conducía a otra habitación, se destacaba una bota con espuela, así como las refulgentes charreteras de un militar. Una cavernosa voz masculina y carcajadas de mujer resonaban grotescamente.
…..¡Santo Dios! ¡A dónde se habría metido! Al comienzo se resistía a creerlo y comenzó a observar atentamente los objetos que llenaban la habitación. Pero las paredes desnudas y las ventanas huérfanas de cortinas mostraban que allí hacía falta una verdadera ama de casa. Los desgastados rostros de aquellas desventuradas criaturas —una de las cuales sentándose ante su nariz, lo miraba con fijeza como se mira una mancha en un vestido ajeno—, lo persuadieron de que había caído en una abyecta cueva, donde a sus anchas se agitaban perversos deseos, fruto de una equívoca educación y de la caótica aglomeración de la ciudad. Allí donde el individuo ultraja sacrílegamente la inmaculada pureza de la vida, donde la mujer, belleza sin par en este mundo, consagrada por el Todopoderoso, se transforma en un ser extraño, impregnado de falsía, en ese ser que echa a perder su alma y donde su femineidad entera atrae de modo repulsivo las desvergonzadas propensiones del hombre para sacrificar esa hermosa debilidad que la hace distinta a nosotros. La mirada asombrada de Piskariov recorrió a la mujer de pies a cabeza, tratando de confirmarse a sí mismo si era aquella que en la avenida Nevski lo había sumido en éxtasis. Pero ella estaba ante él sin perder nada de su belleza, intacto su rutilante cabello y sus ojos lucían más celestiales; sus diecisiete años emanaban una cautivante frescura, y algo dejaba entrever que acababa de ser atrapada para entregarla al libertinaje, pero el vicio no había osado aún mancillar sus mejillas de rosa fresca. ¡Oh! ¡Cuánta hermosura!
…..Piskariov permanecía petrificado frente a ella y solo quería borrar de su mente todo cuanto había visto, para rescatar la magia de otros momentos. Pero la beldad se sintió incómoda ante tan prolongado silencio, y mientras le enseñaba una insinuante sonrisa, lo miraba directamente a los ojos. Mas aquella sonrisa estaba contaminada de tan lamentable impudicia, era tan extraña y tan poco armonizaba con su rostro como la expresión misericordiosa de la cara del avaro, que habría seducido a cualquiera, o como el libro de contabilidad en las manos del poeta. El pintor se estremeció. Ella entreabrió los labios, pero de aquella linda boca solo brotaban expresiones torpes y banales. Era como si la pérdida de la castidad implicase también la pérdida de la inteligencia. Piskariov ya nada quería oír. Lucía a la vez cómico y desorientado como un niño. Lejos de querer aprovechar aquella situación y de alegrarse, él emprendió la fuga, veloz como una cabra salvaje, y puertas afuera se lanzó a la calle.
…..Al llegar a casa se derrumbó en una silla y dejó descolgar sus brazos como el pobre que después de encontrar una valiosa perla la hubiese dejado caer al mar. «¡Una belleza de celestiales facciones! ¡Y en qué lugar la he venido a encontrar!, fue todo cuanto pudo decir.
…..En verdad, nunca se apodera tanto de nosotros la conmiseración como cuando vemos la belleza pervertida por la llaga infecta del vicio. Aunque ella cayera víctima de otros infortunios, su belleza… su delicada belleza, en nuestra mente solo puede igualarse a lo casto, a lo puro. La mujer que embrujó al desdichado Piskariov era una verdadera maravilla. Por ello resultaba tan sorprendente verla en tan despreciable ambiente. Sus rasgos estaban dibujados con asombrosa perfección, y todo su semblante emanaba un hálito tal de dignidad que parecía inaudito admitir que la depravación hubiera puesto en ella sus aterradoras garras. Sin mayor esfuerzo hubiera sido joya invaluable, tesoro y vida de un apasionado esposo. Hubiera sido estrella inigualable y discreta en una familia sencilla, y le hubiera bastado con un solo gesto de sus asombrosos labios para que se hubieran cumplido sus dulces órdenes. Ella pudo haber sido diosa en un salón multitudinario adornado de brillante parquet y refulgentes velas, y la multitud se hubiera rendido de admiración a su paso, boquiabierta y extasiada. Pero, ¡Ay! Ella cayó bajo un terco espíritu satánico ansioso de quebrar la armonía humana que la había lanzado al abismo, a la sombra de fatídicas carcajadas.
…..El pintor desgarrado por un sentimiento atroz, permanecía sentado mientras una vela se consumía. El filo de la media noche había quedado atrás, las campanas de la torre daban la 1:30 y Piskariov permanecía inmóvil, con los ojos en duermevela, desorientado, sin ánimo. Aquella quietud lo fue introduciendo en una lenta niebla. Las paredes de la habitación comenzaron a esfumarse, solo el fuego de unas velas lo iluminaba a través del ensueño. Un súbito golpe en la puerta lo hizo enderezar y volver en sí. La puerta se abrió y entró un lacayo de elegante librea. A su solitaria habitación nunca se había asomado tan pomposa servidumbre. Y menos a tan insólita hora. El pintor quedó perplejo y con impaciente curiosidad miraba al lacayo recién llegado.
…..—Vengo de parte de la señora que usted tuvo el honor de visitar hace una hora. Ella me ha pedido transmitirle el ruego de ir a verla. El coche está a su disposición —dijo el lacayo con ceremonial saludo.
Piskariov quedó silencioso y asombrado. ¡Un coche! ¡Un lacayo con librea!… ¡De seguro aquí hay un error!
…..—Escuche, querido amigo —dijo él tímidamente—. Me parece que usted se ha equivocado de puerta. Sin duda su señora lo ha enviado a preguntar por alguien muy distinto a mí.
…..—No señor, no se trata de una equivocación. ¿Usted acompañó a mi señora caminando hasta el cuarto piso de una casa en la calle Litéinnaia, verdad?
…..—Sí, yo fui.
…..—Bien, entonces, le ruego apresurarse. La señora desea verlo y le suplica ir a su casa de inmediato.
…..Piskariov bajó la escalera a saltos. Y, en efecto, en el portal había un carruaje. Se introdujo en él, las portezuelas se cerraron y las piedras comenzaron a retumbar bajo las ruedas y los cascos, mientras una procesión iluminada de casas y de avisos llamativos circulaba por las ventanillas. Por el camino Piskariov cavilaba sin atinar a explicarse una aventura que le proponía tantos interrogantes: la casa propia, el carruaje, el lacayo de costosa librea, aquella habitación del cuarto piso, las ventanas empolvadas y el desafinado piano. El carruaje se detuvo ante un portal lujosamente iluminado y Piskariov quedó aturdido ante el tropel de coches, el estridente vocerío de los cocheros, las ventanas resplandecientes y el sonido de la música. El lacayo de lujosa librea lo ayudó a bajar del coche, con respetuoso ademán lo acompañó a un vestíbulo adornado con columnas de mármol, donde se podía ver un portero de áureo uniforme y un sinfín de capas, abrigos de piel y arañas magníficas.
…..Una pomposa escalera iluminada, en un ámbito fragante, lo conducía a los aposentos posteriores. Al ingresar en el primer salón la multitud que allí se congregaba le hizo dar un paso atrás. La amplia diversidad de rostros lo confundió por completo. Le pareció como si una fuerza satánica hubiese fragmentado el mundo en innumerables pedazos para luego juntarlos en orden caótico. Los hombros resplandecientes de las damas, los irreprochables fracs negros, las arañas y candelabros, las gasas vaporosas y flotantes, las etéreas cintas y el obeso contrabajo erguido tras la baranda del magnífico palco de la orquesta… todo lo deslumbraba. Vio a la vez tanto ancianos como a venerables figuras ya entradas en años, pertenecientes a la nobleza, cuyos elegantes trajes estaban cubiertos de condecoraciones. Vio damas que con altiva suavidad y gracia acariciaban con su paso el parquet o permanecían sentadas en fila. Oyó un torrente de palabras en inglés o en francés, vio jóvenes de negro frac con un aspecto majestuoso en el hablar y en el callar, con esa discreción que no permite decir una palabra ociosa, y con qué gallardía expresaban su humor, con qué distinción sonreían, con qué elegancia lucían sus patillas, con qué arte lucían sus pulidísimas manos al arreglarse la corbata, y las damas, dueñas de una firme altivez, mostrábanse como envueltas en un vaporoso encantamiento. Con aire de cortedad Piskariov apoyó su espalda en una columna sin salir de su turbación. Entonces la multitud rodeó a un grupo de bailarines ataviados con lujosas prendas parisienses, los vestidos estaban tejidos el mismísimo aire, suavemente tocaban ellas el piso con sus diminutos pies y parecían, al rozar el parquet, más etéreas que si se deslizasen sobre nubes. Entre todas las damas había una, la de mayor belleza, que se destacaba también por el fasto multicolor de su vestido. Sin embargo, su naturalidad era tal como si semejante atributo lo tuviese de nacimiento. A veces, entornando sus largas y gruesas pestañas, lanzaba una mirada furtiva a los presentes y la palidez dorada de su rostro se hizo aún más segadora cuando, al agachar la cabeza, una suave sombra se desmayaba sobre su frente esplendorosa.
…..Piskariov puso en juego todas sus fuerzas para romper el cerco que la gente formaba. Pero la mala suerte quiso que una cabeza grande, poblada de cabellos rizados se interpusiese. Y lo apretujaban tanto que no podía dar un paso atrás ni adelante, temeroso asimismo de agredir con su cuerpo a algún consejero secreto. No obstante consiguió abrirse camino y avanzar. Ya allí, no sabía si debía poner en orden el desarreglo de su indumentaria. ¡Dios del cielo! ¿Qué significaba esto? En la levita tenía manchones de pintura. En su afán de salir había olvidado cambiarse de traje. Enrojeció hasta las orejas y agachó la cabeza queriendo desaparecer. Pero era imposible fugarse, pues cadetes de uniforme reluciente formaron un muro alrededor de él. En ese instante quiso estar tan lejos como fuese posible de la bella de hermosas pestañas y frente dorada. Cogido por el temor, levantó los ojos indagando si ella lo miraba. ¡Dios santo! La tenía al frente.
…..—¿Pero qué es esto? ¿Qué ocurre? Es ella en persona —exclamó casi gritando. Sí, era la misma que encontró en la avenida Nevski y a quien siguió hasta su casa.
Ella levantó las pestañas y dejó caer sobre todos su mirada clara. !Ay!, ¡Ay!, ¡Ay! «¡Oh, qué hermosura», dijo para sí con la voz entrecortada por un suspiro. Ella arrojó una mirada al círculo, donde todos estaban ansiosos de ganar su atención, pero apartó luego la vista fatigada y distraída y sus ojos se encontraron con los de Piskariov. «!Dios mío! ¡Paraíso celeste! ¡Dame fuerzas, Creador para soportar todo esto! ¡Desgarrará y me arrebatará el alma!». Ella hizo una señal, pero no con la mano, tampoco inclinando la cabeza, sino con su mirada que hechizaba, le dijo algo que nadie podía descifrar. Algo que solo él comprendía. El baile seguía al ritmo de una música insistente que parecía de súbito terminar, pero que volvía con renovado estruendo, hasta que calló por completo.
…..Ella se sentó, su pecho latía bajo la vaporosa gasa, su mano (¡Dios del infinito, la perfección nunca llegó a tanto!) se posó sobre las rodillas oprimiendo el vaporoso vestido que parecía respirar música. El suave color lila de su vestido hacía resplandecer aún más la blancura de su mano. ¡Si tan solo pudiera rozarla! ¡Rozarla y nada más! ¡Nada más le pedía a la vida en ese instante! Piskariov estaba detrás del asiento de ella, mudo y con la respiración contenida.
…..—¿Se ha aburrido usted? —le preguntó ella—. Yo también me he sentido aburrida. Al parecer usted me odia… —añadió ella bajando sus largas pestañas.
…..¿Odiarla yo? ¿Odiarla a Usted? ¿Yo?… quiso responderle Piskariov en el colmo del desconcierto.
…..Y es seguro que él se hubiera desmayado con un torrente de palabras inconexas, si no fuera porque apareció un chambelán que exhibía una peluca de perfectos bucles y, mientras mostraba una fila de bien alineados dientes, se expresaba con tan agudo humor que cada palabra se hundía en el corazón de Piskariov como una puntilla. Por fortuna alguien apareció y le dirigió una pregunta al chambelán.
…..—¡Oh!, ¡qué insoportable es todo esto! —dijo ella levantando hacia Piskariov sus angelicales ojos—. Prefiero irme al otro extremo del salón. Allí lo espero.
…..Ella se confundió entre la muchedumbre y desapareció. Él atravesó veloz aquel gentío, moviéndose como loco y pronto estuvo al lado de la bella. Permanecía sentada como una reina, más hermosa y fulgurante que todas las demás y lo buscaba con la mirada.
…..—¿Está usted aquí? —dijo ella con voz apagada—. Voy a ser franca con usted. Le habrán sorprendido las circunstancias en que nos conocimos. ¿Habrá pensado acaso que yo pertenezco a esa repugnante clase de gentes entre las cuales me encontró? Le parecerá extraña mi conducta, pero le descubriré el misterio. ¿Será usted capaz de mantenerlo en absoluto secreto? —añadió con ojos que lo miraban fijamente.
…..—¡Sí, sí, sí…! ¡Se lo prometo!
…..En ese mismo instante se acercó a la bella un individuo entrado en años que le hablaba en un idioma desconocido para Piskariov y la tomó del brazo. Ella miró al pintor pidiéndole con ojos suplicantes que la aguardara en ese sitio, pero él, presa de la impaciencia, no tenía fuerzas ni para obedecer siquiera deseos venidos de aquella boca. Intentó seguirla pero la multitud lo separó. Ante sus ojos se esfumó el vestido lila mientras avanzaba, empujando a diestra y siniestra a todo aquel que se encontraba a su paso. Solo veía en los salones figuras venerables, que sumidas en sepulcral silencio se entregaban a jugar el whist. En una de las salas, personas mayores discutían sobre la necesidad de abolir el servicio militar. En otra, caballeros vestidos de impecable frac lanzaban comentarios banales contra la voluminosa obra de un poeta inteligente. Piskariov advirtió que un hombre de edad madura y respetable apariencia lo tomaba por un botón de la levita, pidiéndole su opinión sobre un acertadísimo comentario suyo, pero Piskariov lo distanció con un áspero gesto, sin advertir siquiera que aquel caballero ostentaba en la solapa de su traje una condecoración de notable importancia. Entonces, pasó a otra sala: tampoco allí estaba la bella, y en una tercera, tampoco la encontró.
…..«¿Pero dónde se habrá escondido? ¡Que me la devuelvan, no puedo vivir sin ella! ¡Cómo quisiera oírle lo que no terminó de decirme!» Sin embargo, todas las búsquedas resultaron vanas.
…..Tomado por la preocupación y el agotamiento, se refugió en un rincón, mientras observaba la multitud. Pero, de pronto, frente a sus ojos comenzaron a dibujarse las paredes de su habitación. Él levantó la mirada. Tenía ante sí una palmatoria con una vela que ardía casi consumida. El sebo chorreaba sobre la mesa.
…..¡Pero solo se trataba de un sueño! ¡Dios santo, qué sueño había tenido! ¿Y para qué había despertado? ¡Si se hubiera prolongado un minuto más! ¡Entonces ella habría aparecido! Una luz anémica y fastidiosa penetraba por su ventana. La habitación, toda gris, estaba amortajada en un turbulento desorden. ¡Oh!, nefasta realidad. ¿Por qué será adversaria de los sueños? Piskariov se desnudó apresuradamente, extendió su cuerpo bajo las sábanas y enrollándose en las cobijas, quiso atrapar siquiera un jirón del sueño que se le escapaba. La visión retornó, pero ya no le traía el sueño que tanto quería soñar: unas veces aparecía el teniente Pirogov con su pipa, otras el ujier de la Academia de Bellas Artes, ya un consejero de estado, ya la cabeza de una campesina finlandesa cuyo retrato había pintado alguna vez, ya una maraña y tonterías de ese talante.
…..Piskariov permaneció tumbado en la cama hasta que rayó el mediodía, pero no se le cumplió su deseo. ¡Oh!, si sólo por un instante pudiera rescatar sus embelesadoras facciones, si sólo por un instante lograra oír el redoble de su paso ligero, si sólo por un momento surgiera ante él su desnudo brazo, blanco como la nieve de las alturas. Caos y confusión se adueñaron del pintor. Y ausente de todo, relajó su cuerpo en una silla, pendiente de su sueño y con la congoja dibujada en el rostro. No tenía ánimo para hacer nada. Su mirada vacía y sin vida se posó en la ventana que daba al portal donde un sucio repartidor de agua vertía el líquido que se congelaba en el aire, mientras afuera la cavernosa voz de chivo de un ropavejero anunciaba: «¡Compro ropa vieja, «¡Compro ropa vieja!». La dura realidad cotidiana tocaba a la puerta de su oído.
…..Permaneció sentado hasta la tarde, cuando apasionadamente se lanzó a la cama. Durante un tiempo forcejeó con la vigilia hasta que le llegó el sueño. Pero era un sueño banal y mezquino. ¡Dios mío! Que tu bondad todopoderosa la traiga ante mis ojos, aunque sea por un instante. Aguardó a que cayera la noche y se sumió en el sueño, pero éste solo le mostró a un funcionario que para colmo era funcionario y fagot. ¡Oh! ¡Qué insoportable!… ¡y por fin apareció ella! Ahí estaba su cabecita… sus rizos… lo miraba… ¡Ay tan poco tiempo! De nuevo cayó una densa neblina y la visión generó en imágenes descabelladas.

 

 

…..Desde entonces su vida quedó anudada al hilo extraño de los sueños. Diríase que en el día soñaba con los ojos abiertos y en el sueño permanecía en vigilia, de tal modo que si alguien lo hubiese sorprendido sentado y sin chistar palabra ante la mesa vacía, o se lo hubiera encontrado en la calle, lo habría tomado por un lunático o por un alcohólico. Su mirada estaba totalmente vacía, todo su ser lucía impregnado de congoja, a tal punto que parecía como si de su semblante se hubiese ausentado la vida. Esperando, aguardaba a que llegara la noche. Semejante estado lo dejó rendido y su desdicha mayor era que el sueño se había fugado de su ser.
…..Ansioso de salvar su único tesoro, echó mano del recurso más insospechable para combatir el insomnio. Había oído que existía un medio seguro para recuperar el sueño: el opio. Mas, ¿cómo conseguirlo? Recordó a un persa, dueño de cierta tienda de chales, que casi siempre que se lo encontraba le pedía que le dibujase a una mujer bella. Piskariov decidió encaminar sus pasos hacia ese desconocido que de seguro tendría opio. El persa lo recibió en un desván y con las piernas cruzadas.
…..—¿Para qué necesita opio? —le preguntó. Y Piskariov le contó sobre sus insomnios.
…..—Está bien… yo te doy el opio, pero tú me dibujas una mujer bonita, muy bonita, que tenga las cejas negras y los ojos grandes que parezcan dos olivas y yo mismo detrás de ella fumando pipa. Pero tiene que ser bella, muy bella. Tú me entiendes.
…..Piskariov prometió hacerlo todo. El persa se retiró y al minuto retornó con un frasco lleno de un líquido oscuro, que con cautela vertió en otro frasco y lo puso en manos de Piskariov, recomendándole no tomar más de siete gotas en un vaso con agua. Con incontenible ansiedad se apoderó del frasquito que no había cambiado por una montaña de oro y salió volando hacia la casa. Al llegar echó unas gotas en un vaso con agua y se tendió en la cama.
…..¡Santo Dios! ¡Qué dicha! De nuevo se le presentaba. ¡Más ahora su apariencia era distinta! ¡Oh!, ¡qué maravillosa lucía junto a la ventana de una sosegada casa campesina! Su arreglo mostraba esa cristalina sencillez que sólo es posible hallar en los pensamientos de los poetas. El peinado… ¡Dios del cielo! ¡Qué naturalidad y cuánto engalanaba su presencia! Un pañuelo caía descuidadamente de su cuello. Todo en la beldad era sortilegio. Todo en ella era de un buen gusto indecible. ¡Y qué gracia emana de su ser al andar! ¡Qué musical redoble el de su paso! Cuánta sencillez en su vestido. ¡Oh! Cómo reluce en su muñeca aquel brazalete tejido. Y le decía con los ojos bañados en lágrimas:
…..—No me desprecie, por favor. No soy lo que usted cree. Míreme, míreme fijamente y dígame: ¿soy acaso la que usted se imagina? ¡Oh!, ¡no, no, no! Quién se habría atrevido a pensarlo… quién.
…..El despertó, solo emoción, solo destrozo, y con los ojos bañados en lágrimas.
…..—Más valdría que no perteneciera a este mundo sino al mundo de la creación inspirada del artista. Entonces ya nunca me apartaría del lienzo, y la miraría y la besaría eternamente.
…..Tú serías mi vida y el aire que respire como en un sueño fabuloso. Entonces sería feliz y nada me faltaría. Te invocaría como al ángel guardián antes del sueño y el desvelo, y a ti acudiría cuando quisiera pintar lo divino y lo sagrado. En cambio, ahora… !Qué desdichada existencia? ¿Qué gano con que ella sea real? ¿Acaso llevar vida de loco sirve de algo a quien delira, o a su parentela o a aquellos que antaño lo querían? Dios ¡qué sentido tendrá la vida! Un divorcio continuo entre sueño y realidad: siempre por distinto camino.
…..Pensamientos así lo asaltaban a menudo. Su cabeza se negaba a pensar y su estómago a recibir alimento alguno, solo aguardaba con impaciente ánimo y apasionado amor a que la noche le trajera la anhelada visión. Aquella imagen de la bella se tomó a tal punto su existencia y su imaginación, que terminó por visitarlo todos los días. Fantaseaba, sus pensamientos eran completamente puros como los de un niño. Y a través de su casta visión, el objeto de sus sueños se hacía cada vez más candoroso y diferente.
…..Ingerir opio enardeció aún más su imaginación. Y si alguna vez existió un enamorado loco hasta lo indecible y enajenado por una huracanada, turbulenta y destructora pasión ese desdichado era él. Entre todos sus sueños hubo uno que lo colmó de alegría: aparecía su propio estudio. Se le veía feliz al tomar la paleta. Ella estaba cerca de él. Y era su mujer. Sentada a su lado dejaba descansar su maravilloso brazo en el respaldo de la silla y contemplaba el cuadro. Su mirada lánguida, sus ojos fatigados mostraban el cansado fulgor de la dicha… la habitación era toda claridad, limpieza pura. En ella se respiraba fragancia de paraíso. ¡Dios santo! ¡Ella puso su hermosa cabecita en el pecho de él! Mejores sueños nunca pudo tener. Ya vuelto a la palpable realidad, se sintió con mayor brío, más fresco y menos distraído que antes. En su cabeza surgieron pensamientos extraños.
…..«Tal vez, pensó Piskariov «ella fue arrastrada al vicio por algún desventurado capricho del destino, tal vez haya entereza en su alma que la lleve al arrepentimiento; tal vez ella desee alejarse de pavorosos riesgos. ¿Será posible que la mire yo con indiferencia, cuando basta tenderle la mano para salvarla?».
Sus pensamientos iban aún más lejos. «A mí nadie me conoce» se decía para sus adentros. Y de otra parte: «¿Qué soy yo para los demás? Más tampoco ellos a mí me importan. Si ella fuese capaz de arrepentimiento la tomaría yo por esposa. Sí que lo haré y de seguro obraré con mayor rectitud que otros muchos, digamos, los que toman por mujer a su ama de llaves o a seres despreciable. Acometeré mi hazaña con serenidad y acaso sea una hazaña grande. Así le devolveré al mundo su más preciado adorno».
…..A medida que fluían en él esos frívolos pensamientos se iba crispando. Se miró al espejo y vio un rostro macilento y demacrado. Entonces comenzó a arreglarse, se bañó, se peinó, se puso el frac nuevo, un llamativo chaleco, se acomodó la capa y salió a la calle. Respiró el aire fresco y sintió frescura en su corazón, como si hubiera rescatado toda su energía, como si hubiera convalecido al fin de una prolongada enfermedad. Parecía que el corazón se le iba a salir de entre el pecho, a medida que se acercaba a la calle donde tuvo el fatídico encuentro.
…..Largo tiempo buscó la casa, pero era como si la memoria lo traicionara. Dos veces recorrió la calle y no supo ante cuál edificio detenerse. Por fin creyó acertar. De prisa subió la escalera y tocó a la puerta. Esta se abrió y … ¿quién saldría a su encuentro? Su ideal, su misteriosa creación, el original de su anhelado retrato. La que hacía plena su vida con intensos y dulces sufrimientos estaba ahora de cuerpo entero frente a él. Piskariov se estremeció a tal extremo que las piernas casi no soportaban el peso del cuerpo. Poco faltó para que se derrumbara. Tomado por un arrebato de alegría se puso a temblar tan fuerte que las piernas casi no atinaban a sostenerlo. Allí estaba frente a él, tan hermosa como siempre: y a pesar de la somnolencia de sus ojos y la palidez de sus mejillas, su belleza no perdía brillo.
…..—¡Ah! —exclamó ella al verlo, mientras se restregaba los ojos somnolientos, a pesar que ya eran las dos de la tarde—. ¿Por qué se marchó usted en aquella ocasión?
…..Nuestro pintor pareció desfallecer, tomó asiento y se quedó mirándola.
…..—Pues justo ahora acabo de despertarme. Me trajeron a las siete de la mañana completamente borracha —añadió sonriendo.
…..¡Oh! Mejor sería que hubiese nacido muda, o que no tuviera lengua, antes que pronunciar semejantes palabras. Ella le mostraba en un instante su vida entera. …..Entonces él quiso de una vez por todas, y sin hacer reparos, poner a prueba su capacidad para persuadirla. Tembloroso, colmado de pesadumbre y con voz trémula empezó a exponerle cómo veía él la penosa situación de ella. La beldad lo escuchaba ensimismada, con aire de sorpresa, como ante algo extraño y desconocido. La bella miró a su amiga que sentada en un rincón dejó de limpiar un peine y atenta fijaba su atención en el nuevo predicador.
…..—Es verdad, soy pobre —dijo Piskariov luego de la prolongada plática constructiva—. Pero trabajaremos. Con el correr del tiempo mejoraremos nuestras vidas. Nada hay más grato que vivir de nuestros propios frutos. Yo pintaré cuadros y tú sentada a mi lado, inspirarás mis obras, bordando o haciendo tus labores. Y nada nos faltará.
…..—¡Qué dice usted! —interrumpió ella irritada—. No soy ninguna lavandera ni costurera para ponerme a trabajar.
…..¡Dios misericordioso! Aquellas palabras desenmascararon toda la bajeza repugnante de una vida vacua y libertina, compañera fiel de la depravación.
…..—¡Cásese conmigo! ¡Seré siempre como usted desea! —exclamó la amiga que había permanecido hasta ahora en silencio, haciendo un gesto ridículo con su rostro apesadumbrado que hizo reír a la beldad.
…..¡Oh!, aquello era ya excesivo. ¿Quién podría soportarlo? Y Piskariov como privado de la facultad de pensar y de sentir, se lanzó a la calle. Vagó el día entero mudo, ciego, atolondrado y preso de la pena. Vaya uno a saber cómo ni dónde pasó la noche. Solo al día siguiente, por mera intuición logró regresar a su casa, tan pálido y demacrado que bien podrían confundirlo con un loco. Se encerró en su habitación, sin que a nadie abriese la puerta, ni diese señales de vida. Transcurrieron cuatro días y nada se percibía. Una semana y todo seguía igual. Alguien decidió acercarse, pero nadie respondió. Al final derribaron la puerta y encontraron el cuerpo sin vida, degollado. Una barbera ensangrentada yacía en el piso. Los brazos convulsivamente extendidos. El pavoroso aspecto de su cara daba a entender que su mano había vacilado y que fue presa de horribles sufrimientos, antes de que su alma pecadora se desprendiese del cuerpo.
…..Así dejó el mundo el pobre Piskariov, víctima de una pasión loca, tímido, silencioso y dotado de esa chispa de talento que fácilmente habría podido convertirse en refulgente llama. Nadie lo lloró. Nadie acompañó sus despojos sin alma. Tan solo el rostro indiferente de un guardia y el insensible médico forense. Su ataúd fue conducido en silencio a Ojtá, sin auxilio religioso alguno. Lo lloró tan sólo un centinela y eso porque había bebido vodka más de la cuenta. Ni siquiera el teniente Pirojov acudió a despedir a ese pobre desgraciado a quien en vida había acogido con generosa protección. Conviene decir que Pirogov no estaba para entierros, pues tenía en mente una aventura excepcional. Pero dediquémosle unas palabras…
…..No me gustan los ataúdes ni los difuntos y siento un hondo desagrado cuando se atraviesa en la calle un largo cortejo fúnebre y un soldado inválido, vestido de capuchino, se lleva a la nariz una toma de tabaco con la mano izquierda, porque en la derecha sostiene una antorcha. Me acongoja sobremanera ver una carroza fúnebre y un ataúd adornado de terciopelo; pero a la congoja se añade una tristeza más cuando veo un coche desnudo que lleva un mísero ataúd de madera, sin guarnición alguna, seguido tan solo por alguna vieja andrajosa, que por no tener nada que hacer resolvió seguirlo en algún cruce del camino.
…..Al parecer dejamos al teniente Pirogov cuando se separaba del infeliz Piskariov y aquel marchaba tras la rubia. Aquella rubiecita, esbelta y fina estaba dotada de sugerente atractivo. Solía detenerse en frente de las tiendas e introducir su mirada en vitrinas que exhibían cinturones, adornos, pendientes, pañuelos, guantes y otras tonterías. Iba y venía dando vueltas y mirando a todas partes. «Ya me perteneces palomita» se decía ufano Pirogov, mientras ocultando el rostro tras el cuello el capote, para no ser reconocido por algún amigo, continuaba su persecución. Pero no será ocioso contarle al lector quién era el teniente Pigorov.
…..Sin embargo, antes de continuar, no está demás decir algo sobre la sociedad a la cual él pertenecía. Hay en San Petersburgo oficiales que conforman una especie de clase intermedia de la sociedad. En veladas o en almuerzos que ofrece algún consejero de estado, o consejero efectivo de Estado, que ha logrado su título después de cuarenta años de servicios, siempre se encontrará a uno de ellos. En veladas de este talante es usual que se hagan presentes las no pocas hijas del anfitrión, incoloras como el mismo San Petersburgo, solteronas empedernidas; tampoco pueden faltar la mesita para el té, un piano y los bailes hogareños. En semejante escenario, es usual también que aparezca una dorada charretera refulgente bajo las lámparas, al lado de una rubiecita de buenas costumbres que a su vez está rodeada del hermano o del amigo de la casa. Es muy difícil sacar de su apatía y hacer reír a aquellas señoritas de sangre fría. Para ello se necesitaría tener un gran arte o carecer de él por entero. Conviene no pasarse de inteligente ni de cómico en la conversación, debe en cambio mantener aquel nivel que tanto encanta a las mujeres, en el que predomina la estupidez.
…..Pero en tal sentido conviene conceder justos méritos a los caballeros mencionados. Poseen el don de hacer reír y hacerse escuchar de tan descoloridas beldades. El mejor reconocimiento a tan atinado esfuerzo humorístico, suele traducirse en exclamaciones en tono jadeante como «Ay cállese, ¿no le da vergüenza hacernos reír tanto?» En las altas esferas caballeros así rara vez aparecen, o mejor dicho, nunca. Allí únicamente se admite a quienes son dueños de rancio abolengo. A los caballeros a quienes nos referimos sólo se les considera personas instruidas y de buenos modales. Les gusta hablar sobre literatura: admiran a Bulgarin, a Pushkin y a Grech⁴. En cambio se refieren con desdén y satírica perspicacia a A.A.Orlov. Ellos no se pierden ninguna conferencia pública, así sea sobre contabilidad o sobre el cuidado de los bosques. Nunca faltan a las representaciones teatrales, salvo tal vez, en casos como el de Filatka⁵ que hiere a fondo su refinado gusto y constituye un ventajoso auditorio para los empresarios. Lo que más les seduce en el teatro son los buenos versos, así como llamar ruidosa y repetidamente a los actores a escena. No pocos de ellos imparten clases en establecimientos de escasa importancia o tienen alumnos particulares, o se dedican a arreglar pequeños cabriolés tirados por un par de caballos. Es entonces cuando su círculo se amplía, llegan incluso a casarse con la hija de un comerciante que toca el piano y tiene una dote de cerca de cien mil rublos y una buena cantidad de parientes barbudos.
…..Pero, conviene decir, que hay que llegar al menos al grado de coronel para alcanzar semejante honor. Porque las barbas rusas aunque huelan a repollo, están lejos de resignarse a ver a sus hijas al lado de cualquiera. Y, eso sí, el ideal es que den ellas con un general. Son estas las expectativas que distinguen a esa categoría de jóvenes. No obstante el teniente Pirogov poseía cualidades enteramente suyas. Recitaba a la perfección versos de Dmitre Danskoi y La desdicha de tener talento⁶: exhibía el raro ingenio de arrojar el humo de su pipa en sucesivas volutas y con un arte que llegaba a formar diez eslabones encadenados. Contaba con gracia el chiste que explica por qué un cañón es distinto a un rinoceronte. La verdad, sería difícil resumir todos los dones que a Pirogov le regaló la buena estrella.
…..A él le seducía hablar de actores y actrices, pero no de la manera grotesca como se refieren a estos asuntos los jóvenes tenientes. Estaba muy ufano del reciente ascenso recibido, aunque a veces se tiraba en el diván diciendo: «!Oh! vanidad de vanidades. ¿Qué importa que yo sea teniente?» Aunque, por supuesto, para sus adentros se sentía muy halagado con semejante grado. En las pláticas solía hablar del caso con fingida indiferencia, y en cierta ocasión, al tropezarse en la calle con un escribiente, que al parecer, se dirigió a él descortésmente, lo detuvo en el instante para hacerle ver, con breves, pero enérgicas palabras, que no era un oficialillo de menor rango. Su grandilocuente manera de hablar aumentaba en grado sumo, al advertir que pasaban dos damas de singular atractivo. Pirogov parecía tener cierto gusto natural por la belleza. Y estimuló a Piskariov en su arte. Es probable que lo hiciera también porque quería ver trasladada al lienzo su varonil figura. Pero dejemos en paz el talento de Pirogov. Baste añadir que un ser excepcional no podía ocultar sus prodigiosos atributos y que quien profundizara en él descubriría nuevas maravillas.

 

 

…..Decíamos antes, que Pirogov se obstinaba en seguir a la desconocida, haciéndole preguntas que ella derrumbaba con afilados e incomprensibles monosílabos descorteses. Luego de pasar la oscura puerta de Kazán, desembocaron en la Meshanskaia, calle donde alternaban los tenderetes de baratijas con las tabaquerías, y donde venden lo suyo artesanos alemanes y ninfas finlandesas. La rubia, con presuroso paso se metió en una casa de deplorable aspecto. El teniente la siguió. Ella ascendió por una escalera estrecha y sombría y entró por una puerta por la que también ingresó valientemente Pirogov. Se halló en una habitación grande, de paredes mugrientas y techo ahumado. Numerosas herramientas e instrumentos de cerrajería, así como cafeteras y candelabros relucientes poblaban la mesa; el suelo estaba alfombrado de limadura de acero y de cobre, entonces comprendió que se encontraba en casa de un artesano. La desconocida, siempre en fuga, desapareció por la puerta lateral. Por un instante, él quedó paralizado, pero fiel a la osadía rusa resolvió avanzar y pronto se vio en otra habitación muy distinta de la primera: orden y pulcritud reinaban de tal modo que no podía dudarse que su dueño era un alemán. Pirogov quedó perplejo por lo que se presentaba ante sus ojos.
…..El teniente tenía ante sí a Schiller, pero no al autor de Guillermo Tell y de una Historia de la Guerra de los Treinta Años, sino al maestro Schiller, hojalatero de la calle Meschánskaia. Ante él estaba también Hoffman, pero no el escritor, sino el formidable zapatero de la calle Ofitsiérkaia, gran amigo de Schiller. Este, borracho y sentado en una silla, zapateaba mientras arrojaba frases de cólera. Todo ello no sorprendía a Pirogov, salvo la extraña postura de los personajes. Schiller permanecía sentado y erguía la cabeza de gruesa nariz. Hoffman se la sostenía con dos dedos, mientras blandía su navaja de zapatero por encima de ella. Ambos hablaban en alemán, y como en este idioma el teniente Pirogov solo sabía decir gut Morgen, nada entendía de aquella historia. En síntesis la habladuría de Schiller se refería a lo siguiente:
…..¡No quiero esta nariz! No, no me sirve para nada —decía manoteando—. Únicamente en la nariz me gasto al mes tres libras de tabaco. Y como en las tiendas alemanas no hay tabaco ruso, debo comprarlo en una tienducha rusa a cuarenta kópecs la libra, lo que suma un rublo con veinte kópecs. Óigame bien, amigo Hoffman, sólo en la nariz gasto cuarenta kópecs. Además los días feriados hago un alto en el espantoso tabaco ruso y tomo rapé auténtico, pues en esos días no estoy para mal tabaco. Consumo al año dos libras de rapé que me cuestan dos rublos la libra. Seis más catorce son veinte rublos cuarenta kópecs, sólo en tabaco. ¡Es un robo! ¿No le parece amigo Hoffman? —Este que también estaba ebrio, contestaba afirmativamente-, ¡veinte rublos cuarenta kópecs! —continuó Schiller—. Soy alemán de Suabia. Tengo a mi rey en Alemania. ¡No quiero la nariz! Tómela, por favor. ¡Córtela!
…..De no haber aparecido el teniente Pirogov, Hoffman le habría rebanado la nariz a Schiller, sin más ni más, pues empuñaba la navaja como quien se dispone a cortar una suela. Schiller se molestó en alto grado por la inoportuna presencia de aquel intruso, en tal decisivo momento. A pesar de encontrarse bajo los efectos de la cerveza y el vino, se sintió muy fastidiado porque un extraño lo viera en semejante estado y listo a someterse a tamaña intervención. Pirogov, entre tanto hizo una inclinación y con su habitual cortesía, dijo:
…..—Tengan la bondad de dispensarme…
…..—¡Fuera de aquí! —respondió Schiller, pronunciando cada sílaba con lentitud.
…..Pirogov se sorprendió sobremanera, pues nunca nadie se había dirigido a él de tal modo. La sonrisa que puso al comienzo se desdibujó por completo y sintiendo agredida su dignidad, dijo:
…..—Respetable señor, tal vez, usted no ha caído en cuenta que soy un oficial…
…..—Para mí que usted sea un oficial no significa nada. Soy un alemán de Suabia. Yo mismo… —y al decir esto descargó un puñetazo en la mesa—, ¡yo también puedo ser un oficial! Año y medio de cadete, dos de alférez y al día siguiente sería oficial. Pero no quiero servir. A los oficiales yo les hago ¡Puff! —Schiller extendió la mano y dio un soplido en ella.
…..El teniente Pirogov adivinó que lo mejor era desaparecer, pues se sentía desairado al recibir un tratamiento absolutamente inadecuado para su rango. Más de una vez se detuvo en la escalera como reuniendo fuerzas y pensando de qué manera avergonzar a Schiller por su insolencia. Por último concluyó que lo podía perdonar pues no era más que un borracho. Y mientras llegaba a su cabeza la imagen de la bella rubia, resolvió echarlo todo al olvido.
…..Al día siguiente Pirogov convino en visitar muy temprano el taller del hojalatero. En la primera habitación encontró a la linda rubia que con voz severa que armonizaba con su carita, le preguntó:
…..—¿Qué quiere usted?
…..—¡Ah! muy buenas, mi linda. No me reconoce, picarona, qué preciosos ojitos tiene —Y diciendo esto el teniente Pirogov intentó levantar suavemente la barbilla de la joven con uno de sus dedos. Indignada la rubia lo esquivó preguntándole de nuevo con voz severa.
…..—¿Qué quiere?
…..—Verla, aparte de eso no quiero nada —explicó Pirogov en tono simpático, al tiempo que se acercaba a ella. Pero viendo que la asustadiza rubia se preparaba a desaparecer por la puerta, añadió:
…..—Belleza, quisiera encargar unas espuelas. ¿Podría usted hacérmelas? Aunque para amarla más bien necesitaría unas bridas… ¡Qué manecitas tan encantadoras!
En semejantes casos el teniente se comportaba siempre con una alta cortesía.
…..—¡Ahora mismo llamaré a mi marido! —exclamó la alemana y desapareció.
…..Minutos después Pirogov vió entrar a Schiller soñoliento y recuperado a medias de la borrachera de la víspera. Al ver al teniente, una niebla confundía en su cabeza el recuerdo del día anterior. Su memoria se negaba a reproducir lo ocurrido, pero sospechando haberse comportado torpemente, resolvió adoptar un tono hosco ante el oficial.
…..Las espuelas no cuestan menos de quince rublos —dijo, no solo empeñado en deshacerse de Pirogov, sino porque, como buen alemán, le apenaba presentarse ante quien lo había sorprendido en situación vergonzosa.
…..A Schiller le gustaba beber sin testigos, con la complicidad de dos o tres compinches y sin que llegaran a verlo incluso sus propios ayudantes.
…..¿Por qué tan caras? —inquirió Pirogov en tono amable.
…..—Es trabajo alemán —respondió Schiller con voz helada, al tiempo que se acariciaba la barbilla—. Un ruso se las hará por dos rublos.
…..—Bien, para hacerle ver que usted me simpatiza y deseo ganar su amistad le pagaré los quince rublos.
…..Schiller se quedó pensativo y como buen alemán se sintió abochornado. Buscando deshacerse del cliente le dijo que antes de dos semanas no podría tenerle el encargo. Pero el teniente Pirogov, sin reparo alguno, manifestó estar completamente de acuerdo.
…..Cavilando, el alemán empezó a ingeniárselas para hacer un trabajo tan bueno, que efectivamente costara los quince rublos. En ese instante entró la rubia al taller y comenzó a buscar algo, en la mesa atestada de cafeteras. El teniente aprovechó el momento en que Schiller, entregado a sus pensamientos, pareció ausentarse, se acercó a ella y le rodeó los brazos desnudos con los de él. El hojalatero iba montando en cólera.
…..—Meine frau⁷ —gritó
…..—Was wollen Sie doch⁸ a la cocina.
…..—Gehen Sie⁹
…..Y la rubia desapareció.
…..—Entonces ¿puedo volver dentro de dos semanas?
…..—Sí señor, dentro de dos semanas —asintió pensativo el hojalatero—. Ahora tengo mucho trabajo.
…..—Hasta pronto. Volveré.
…..—Hasta entonces —respondió Schiller cerrando la puerta tras el teniente.
…..Pirogov resolvió no dar un paso atrás y continuar con sus intentos, a pesar de que la alemana le había ofrecido resistencia. Le resultaba difícil aceptar que su imponente caballerosidad y su atractivo de oficial causaran desagrado en la rubia. Conviene anotar que detrás de la favorable prestancia física de la rubia, en verdad se escondía una mujer tonta, aunque la tontería suele dotar de encantos a una esposa. Voy a decir con franqueza que conozco numerosos hombres que viven maravillados de la estupidez de sus mujeres y hasta la consideran signo de candor infantil. La belleza hace auténticos milagros.
…..En una mujer hermosa todas las degradaciones del alma, antes que generar rechazo, se convierten en atractivo. Hasta el vicio mismo toma la forma del amor. Mas, si la belleza desaparece la mujer debe ser veinte veces más inteligente que el hombre para inspirarle respeto, sin hablar ya de amor. Dicho sea de paso, la esposa de Schiller, habida cuenta de su tontería, era responsable en sus obligaciones, lo que se constituía en obstáculo para el osado Pirogov. Mas vencer obstáculos trae siempre satisfacciones y con los días, iba creciendo su interés por la rubia. Comenzó él a preguntar con insistente frecuencia por las espuelas, hasta que agotó la paciencia de Schiller, el cual no tuvo más remedio que empeñar todas sus fuerzas para terminarlas con prontitud. Y cumplió su cometido.
…..—!Ah!, ¡qué maravilloso trabajo! —exclamó el teniente Pirogov al verlas—. Dios santo, ¡Qué calidad tan extraordinaria! Ni nuestro general tiene unas que se le parezcan.
…..Tales palabras fueron como el santo y seña que abrió las puertas en el alma de Schiller. Un brillo de alegría apareció en sus ojos y procedió a reconciliarse de inmediato con su cliente. «Sin duda es inteligente este oficial ruso». Pensó
…..—Se me ocurre ahora que usted podría hacer unas incrustaciones para mis armas. Para la funda de cierta daga, por ejemplo.
…..—¡Ah , por supuesto— dijo Schiller sonriente.
…..—Entonces le traeré una daga turca a la que me gustaría cambiarle la funda.
…..—Estas palabras produjeron en Schiller el efecto de una bomba. «¡Era lo único que me faltaba!», se dijo para sus adentros, mientras fruncía el ceño irritado por haberle dado pie para encargar un nuevo trabajo.
…..Sin embargo, consideraba deshonesto rechazarlo y con mayor razón si el oficial ruso había elogiado su trabajo. Asintió con la cabeza en señal de aprobación, pero el descarado beso que el oficial puso en los mismísimos labios de la hermosa rubia antes de marcharse, dejó a Schiller sumido en una niebla de perplejidades.
…..Pero es hora de brindarle al lector noticias más amplias sobre Schiller. Se trataba de un alemán auténtico, en el sentido literal de la palabra. Cuando remontaba los veinte años, —esa edad feliz en la que a un ruso todo le tiene sin cuidado—, Schiller ya había trazado su propio destino y se propuso cumplirlo al pie de la letra. Según sus normas, se levantaría a las siete de la mañana, almorzaría a las dos, sería puntual en todas sus obligaciones y se emborracharía los domingos. Se propuso hacer en diez años un capital de cincuenta mil rublos, y este empeño se cumpliría con tal exactitud, como si fuese un dictado de la misma providencia, pues más fácil sería que un funcionario se olvidara de presentarse ante su jefe, que un alemán traicionara sus planes. Nada en el mundo haría aumentar la cuota establecida por él, para los gastos ordinarios, y de presentarse un alza en el precio de la papa, él no daría un kópec más, disminuiría su consumo habitual, y aunque a veces el estómago protestara, terminaría por acostumbrarse.
…..Su maniático sentido del orden llegó a tal extremo, que se impuso besar a su mujer no más de dos veces al día, y para respetar esta cifra, ponía sólo una cucharadita de pimienta en la sopa; sin embargo, el día domingo tomaba menos a pecho esta norma porque Schiller se bebía dos cervezas y una botella de vodka al comino, si bien esta bebida poco le apetecía. Desde luego, no bebía tanto como los ingleses, que terminando el almuerzo, cerraban la puerta con llave para no correr el riesgo de tener que invitar a alguien a emborracharse con ellos. Muy al contrario, él como buen alemán, bebía muy inspirado con Hoffman, el zapatero, o con el carpintero Kunz, compatriotas suyos y célebres borrachines.
…..Así era el carácter del noble Schiller que se encontraba en una situación a cual más embarazosa. Aunque era flemático, la actitud de Pirogov puso en su pecho la punzada de los celos. Cavilaba y cavilaba sin encontrar la clave para quitar al oficial del medio. Entretanto el teniente se entregaba a hacer humear su pipa, rodeado de sus amigos —porque, eso sí, la providencia construyó el mundo de tal manera que donde hubiera oficiales, había también pipas—, dejando entrever mientras hablaba con una sonrisa gozosa y diciente, que en el horizonte había una alemanita y que está ya a un paso de pisarle los talones, aunque no le fueran muy propicias las posibilidades en la práctica. Un día mientras caminaba por la calle Meschánskaia, identificó pronto el aviso del taller de Schiller, rodeado de cafeteras y samovares. Para júbilo suyo veíase también la cabeza de la rubia que asomada a la ventana miraba pasar a los transeúntes. Él se detuvo, le hizo una señal con la mano y la saludó diciendo:
…..—Gut Morgen.
…..La rubia le hizo una inclinación de cabeza como si se tratara de un gran amigo.
…..—Dígame, ¿está su esposo en casa?
…..—Cómo no, sí está en casa.
…..— ¿Y cuándo acostumbra salir?
…..—Pues nunca está los domingos —dijo la ingenua rubiecita.
…..«Es una información útil», pensó Pirogov.
…..El domingo siguiente el teniente apareció ante la alemana como caído del cielo. En verdad Schiller no estaba en su hogar. La responsable ama de casa se atemorizó al comienzo, pero como Pirogov fue muy cauteloso en esta ocasión y exageró sus gestos caballerescos… ella, agachándose, dejó ver la voluptuosa belleza de su bien contorneado torso. Le hacía bromas muy delicadas y la ingenua rubia respondía todo con monosílabos. Luego de hacerle un cerco con delicadas tácticas corteses, y advirtiendo que no obtenía ganancia alguna, resolvió invitarla a bailar. La alemana aceptó encantada porque las alemanas siempre están a la cacería de bailes. Pigorov centró en este lance todas sus esperanzas: de una parte le procuraría a ella diversión y contento, de otra, era una oportunidad para que ella apreciara en él su viril y elástica figura y, sin duda, el baile los acercaría hasta fundirlos en un abrazo, que sería, ahí si, como empezar por el comienzo. Hasta aquí es evidente que tenía su éxito asegurado. El baile se inició al compás de un ritmo lento, lo cual venía muy a propósito, pues con las alemanas lo indicado es no apresurarse demasiado. Pero, de pronto, la alemanita se detuvo en la mitad de la sala y mostró su maravillosa pierna. Semejante amplitud sorprendió a Pirogov, quien se lanzó a besarla. Ella empezó a gritar, lo cual a los ojos del oficial, hacía más feroz su atractivo. Entonces, él la cubrió de besos. De súbito la puerta se abrió y entró Schiller con Hoffman y el carpintero Kunz. Todos estos respetables artesanos habían bebido hasta decir no más. Pero dejo al lector que juzgue hasta qué grado pudo llegar la indignación de Schiller.
…..—¡Imbécil! —gritó Schiller montando en cólera—. ¿Cómo se atreve a besar a mi mujer? Usted no es un oficial ruso, es un canalla. ¡Al diablo! Amigo Hoffman, ¡soy un auténtico alemán y no un cerdo ruso!— Hoffman asintió con la cabeza, ¡Ah a mí nadie me va a poner cuernos! Amigo Hoffman sácalo del pescuezo.
…..Pero éste manoteó con fuerza en señal de negativa. Su cara estaba de un color púrpura, igual al de su chaleco.
…..—Ya llevo ocho años viviendo en Petersburgo. Mi madre es de Suabia y mi abuelo de Nuremberg. Soy alemán y no una res con cuernos.
…..—¡Destrózalo amigo Hoffman! ¡Agárralo de patas y manos, camarada Kunz!
…..Y éste así lo hizo. El teniente trataba inútilmente de zafarse de esos tres mastodontes, los más corpulentos entre los alemanes de la ciudad, y lo agredían con tanta saña y brutalidad que no tengo palabras para describir tan lamentable suceso. Estoy seguro que al día siguiente Schiller ardía de la fiebre, no dudo que su generosa complexión temblaba como una hoja a cada minuto, esperando la llegada de la policía. Sé que él habría entregado todos sus ahorros para que lo sucedido la víspera fuera sólo un sueño. Pero la realidad era irreversible. La cólera e indignación de Pirogov no tenía límites. Tan terribles agravios lo hacían reverberar hasta el delirio. …..Estaba convencido de que enviar a Schiller a la lejana Siberia y procurarle una bien dosificada tanda de látigo diario, sería para él castigo menor. El oficial voló a casa para cambiarse de ropa y dirigirse luego al general, a quien deseaba contarle con vehemencia y lujo de detalles el escándalo de los artesanos alemanes. Y hasta tenía ya en mente los términos en que iba a dirigir una comunicación escrita al Estado Mayor. Pero si éste no convenía en aplicarles un castigo ejemplar optaría por dirigirse al Consejo de Estado y, de no resultar, acudiría a la propia cabeza del gobierno.

 

 

…..No obstante, todo concluyó de una manera extraña; por el camino resolvió entrar en una pastelería, allí consumió dos pastelillos de hojaldre, hojeó el periódico La Abeja del Norte y ya al salir, su cólera se había fugado como por encanto. Además, la tarde fresca y sosegada lo invitaba a pasear por la Avenida Nevski. A las nueve de la noche sentíase tan sereno que convino en no molestar al general en un día de fiesta. Además era seguro que estaría cumpliendo de sus compromisos dominicales. Así que Piragov cambió de idea y optó por dirigirse a una velada en casa del contralor de gobierno, donde funcionarios y oficiales departían, la mar de contentos. Allí se sintió muy a gusto y tanto sobresalió en el baile de la mazurca que suscitó admiración de damas y caballeros.
…..«De qué extraña manera está hecho el mundo», pensó nuestro oficial al tercer día, mientras paseaba por la Avenida Nevski y evocó aquellos sucesos. «No somos más que juguetes del destino. ¿Alcanzaremos algún día lo que deseamos? ¿Conseguiremos encauzar nuestras fuerzas hasta realizar nuestro ansiado anhelo? Todo ocurre al revés. A unos la vida les da caballos maravillosos y con indiferencia se pasean en ellos sin advertir su belleza. Otros, cuya alma arde de entusiasmo por los caballos, deben resignarse a marchar a pie y alegrarse cuando por su lado solo pasa un trotón. Y hay quienes entran más de dos bocados. Y también hay quienes tienen una boca más grande que el arco del ayuntamiento y ¡ni para qué hablar!, deben conformarse con un almuerzo alemán a base de papas. ¡No somos más que juguetes del destino!».
…..Sí, la Avenida Nevski es escenario de las más inusitadas sorpresas. ¡Ay!, no conviene creerle mucho a esa avenida. Yo siempre me protejo bien con mi capa e intento ignorar todo lo que sucede a mi alrededor. ¡Todo está hecho de falsía, todo es un sueño y lo que vemos es sólo apariencia!
…..¿Piensa usted acaso que ese señor que se pasea exhibiendo su impecable levita, hecha a la medida es muy rico? Claro que no es así: toda su fortuna está reducida a una levita. ¿Piensa usted que esos dos gordinflones que se detienen frente a una iglesia en construcción, discuten su estilo arquitectónico? Sin duda que no. Hablan sobre la extraña manera como dos cornejas enfrentadas se miran. ¿Piensan ustedes que aquel transeúnte que manotea con tanto entusiasmo se refiere a cómo su esposa lanzó por la ventana una pelotica para atraer la atención de cierto oficial? Pues no es así. Él habla sobre Lafayette. ¿Piensan ustedes que esas damas…? No, a las damas es a las que menos se les debe creer. Su destino es mirar en las vitrinas de los almacenes baratijas, que consideran tesoros. Todas huelen a fajos de billetes. …..¡Y que Dios nos libre de mirar a las damas por debajo del sombrero! Si ante mí se contonea la capa de una divinidad, por nada la sigo, ni siquiera por curiosidad. …..Es preciso alejarse de los faroles. Hágalo usted tan pronto como pueda. Y tendrá suerte si todavía no le han manchado su levita con su aceite inmundo. Pero no sólo el farol nos engaña. La Avenida Nevski es una mentira andante, una mentira sin fin, y aún más en la noche, cuando un río incontenible de gentes inunda sus andenes, cuando la niebla se desmaya desde lo alto destacando casas blancas y pajizas, cuando toda la ciudad se parece al estallido del trueno y al fulgor del relámpago; cuando nubes de carruajes se toman los puentes y los cocheros gritan y saltan en los caballos, y cuando hasta el mismo demonio prende las luces sólo para mostrarnos la estampa de un mundo irreal.

 

NOTAS

  1. En la mitología «el más bello de los mortales» Zeus, prendado de él, lo llevó al cielo y lo convirtió en servidor. En este caso: criado (nota del traductor)
  2. Se refiere a la alta aguja que corona La Torre del edificio del Almirantazgo(Nota del traductor)
  3. Pedro I instituyó en 1722 un escalafón de rangos dividido en catorce clases. Los consejeros palatinos pertenecían a la séptima, los secretarios colegiados a la décima, los secretarios provinciales a la decimosegunda, y los registradores colegiados a la decimocuarta. (Nota del traductor)
  4. F.V.Bulgarin y N.I.Grech: escritores y periodistas conservadores, adictos al gobierno, que alcanzaron cierta notoriedad en los años treinta (Nota del traductor)
  5. Sainetes así fueron montados en los treinta y lograron éxito con su acento popular, a pesar de la crítica a la aristocracia (Nota del traductor)
  6. Comedia de A.S. Grivoiedov (1795-1829), que en su país se convirtió en obra cumbre del género (Nota del Traductor)
  7. ¡Mujer!
  8. ¿Qué desea Usted?
  9. ¡Váyase!
Traducción: Henry Luque Muñoz
y Sara González Hernández,
Mayo 1994

 

 

Nilolái Vasílievich Gógol nació en Soróchintsi, 1 de abril de 1809 – Moscú, 4 de marzo de 1852. Es uno de los máximos exponentes de la literatura rusa del siglo XIX a pesar de que, por educación y cultura, podría ser considerado ucraniano. Perteneciente a una familia de la baja nobleza rural, Gógol se trasladó a San Petersburgo en 1828, donde entabló amistad con Aleksandr Pushkin. En la misma ciudad impartió clases de historia en la Universidad. Su comedia El Inspector (1836) lo convertiría en un autor popular, aunque debido al tono de la obra decidió trasladarse a Italia. Durante los cinco años que pasó en Europa occidental escribió la obra Almas muertas (1842), que es considerada por la crítica como la primera novela rusa moderna, y que al parecer responde a una idea planteada a Gógol por Pushkin. En los últimos años de su vida abandonó totalmente la literatura para concentrarse en la religión, lo que le llevó a quemar la segunda parte de Almas muertas diez días antes de su muerte, aunque algunas páginas fueron salvadas y publicadas posteriormente.

La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de la obra Catatumbo,
material y técnica: hierro pintado, 2017,
del artista venezolano © Daniel Suarez

 

año 4 ǀ núm. 18 ǀ octubre – noviembre – diciembre 2023
Etiquetas: , , , , , , , , , , Last modified: diciembre 17, 2023

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