Written by 3:34 am Crónica, Narrativa

Homo Pinochepiens

Iván Quezada

 

 

La siguiente crónica hace parte del libro 50 años del Golpe de Estado en Chile. Los jóvenes de la dictadura (Mago Editores, Santiago de Chile, 2023), cuya selección, edición y presentación estuvo a cargo del escritor Máximo G. Sáez. En palabras de Sáez: «Este libro es un registro de un grupo etario que no ha tenido una voz y que fue protagonista indiscutible en la lucha contra la dictadura. Nosotros los jóvenes de los 80 y que nacimos en la década del 60, fuimos niños en el periodo de la Unidad Popular y para el golpe de estado no pasamos los 11 años. Por lo mismo queremos expresar lo que vimos y vivimos en este libro, para dejar actos de memoria y que otros jóvenes se enteren de cómo fue vivir bajo bandos militares». Iván Quezada, autor de la crónica, nació en Valparaíso en 1969, se tituló de periodista en la Universidad de Chile, en Santiago.

 

 

Homo Pinochepiens

 

Escribo convaleciente, con cierto dolor en un hombro producto de una cirugía. Este hecho fortuito es simbólico al tratar los cincuenta años del golpe de Estado de 1973. ¿Vivimos en una dictadura disfrazada de democracia? ¿El tiempo es más lento en Chile que en los demás países del mundo y debemos seguir esperando el paraíso en la Tierra?
…..El 11 de septiembre de 1973, yo tenía cuatro años y sólo me quedan dos recuerdos de entonces. Durante el gobierno de Salvador Allende, con mi familia vivíamos en el plan de Valparaíso, en la avenida Pedro Montt («la más importante de la ciudad», le decía a mis amigos), y cierta noche mi madre me empujó debajo de la cama porque afuera, según ella, había una «pelotera». Rebelde, me escabullí y fui a mirar por la ventana: vi a miles de personas con pancartas y entonando cánticos a favor de la Unidad Popular. La otra imagen es en la calle, de día, poco más allá de nuestro edificio. Acompañaba a mi madre a hacer unas compras y de pronto se producía una «arrancadera», con decenas de personas huyendo de los balazos.
…..Los años siguientes son oscuros en mi memoria. Mis padres, en todo caso, procuraron a sus hijos un espacio privado para disfrutar de la infancia (la mejor etapa de la vida, ¿no es cierto?). Pero en el plano público no podían hacer nada y ahora una capa de herrumbre cubre mis recuerdos. Mi sensación debe ser igual a la de alguien que creció en Italia durante el régimen de Mussolini o en Alemania con Hitler, salvo que aquí no hubo una guerra mundial. Pero tuvimos todos los demás ingredientes del fascismo: permanentes campañas del terror, glorificación del tirano, corrupción legalizada, asesinatos políticos a granel, prensa canalla, etcétera.
…..El mal desatado como no se veía desde la conquista y la colonia españolas. En esa época el poder no necesitaba engañar a las masas; le bastaba con infundir miedo. De modo que la gente asistía impotente al festín de la cofradía pinochetista, cuyos límites no estaban claros. Como niño, no tenía ninguna noción de política partidista, no supe hasta muchos años después los nombres de quienes se aprovecharon del poder total y de lo que supuestamente representaron en la fenecida democracia anterior. Mi intrigaba más el contrabando. Las personas se las ingeniaban de mil maneras para introducir en el país aparatos electrónicos, relojes, alimentos, discos, libros… La clandestinidad también llegaba por el aire, a través de la onda corta, y a altas horas de la madrugada se encendía alguna luz en una casa y en otra no, para escuchar las amargas arengas venidas del otro lado del planeta.
…..Iba de la escuela a la casa y viceversa, a apenas una cuadra de distancia, sin enterarme de nada en mi burbuja infantil. A veces mi padre no se reprimía su frustración durante un almuerzo familiar, pero mi madre rápidamente lo llamaba a contenerse con ese tono de voz fatalista de los chilenos, como diciendo: «¿qué se le va a hacer?». Ya entonces me desagradaba profundamente y ahora todavía más; los conformistas siguen creyendo tener la razón sólo porque son conformistas… Pero iba a otra cosa. El primer atisbo del «horroroso Chile» en mi mundo fue en 1980, para la época del plebiscito de la constitución pinochetista. Teníamos un profesor que odiaba su trabajo, porque quería ser rico. No tenía por dónde conseguirlo, era de familia pobre, pero en su fantasía pensaba que podía lograrlo haciendo «negocios» (en esa época comenzaba la propaganda del «neoliberalismo popular»). Se arrancaba de clases para ir a comprar cacharros chinos, con la esperanza de revenderlos al doble o al triple. Cierto día, antes de abandonar la sala —al parecer, obligado por una directiva del ministerio de Educación—, nos habló un rato del plebiscito, con una mala gana asombrosa. Desapareció y guardamos silencio por un minuto, hasta que el «Negro» (así le decíamos a un chiquillo mal vestido) dijo que en su familia todos votarían «No». Otro niño afirmó lo mismo, el de más allá también y yo igual. Se armó una bulla ensordecedora, un verdadero mitin político, sólo nos faltó decirnos «camaradas»… Hasta que de pronto vimos en la puerta a un uniformado de la aviación, mirándonos feo. ¿De dónde salió? Jamás lo habíamos divisado en la escuela.
…..Pasaron los años y cuando entré a primero medio, mi familia ya se había ido a vivir a Viña del Mar, pero yo seguí estudiando en Valparaíso, en el entonces glorioso Liceo Eduardo de la Barra. A mis catorce años era muy pequeño al lado de mis condiscípulos, parecía de doce o incluso de once años. Un niño. Y como tal me escabullía entre los pacos y los adultos durante las protestas. El primer día de clases conocí el olor de las bombas lacrimógenas y por primera vez vi los rostros desencajados de los policías, ansiosos de golpear a alguien. Para mí, fue un escándalo mayúsculo. Nunca me había peleado con mis compañeros, salvo algunos conatos menores; resolvía las querellas con palabras y por eso muchos viejos auguraban que sería un gran abogado. «¿Por qué no mejor un escritor?», les decía y ellos, con el ceño fruncido, contestaban: «en tus fines de semana». La cuestión fue que una tarde, viajando en micro a Viña, me resbalé y caí como un bulto al suelo. Para mi desgracia, fui a dar junto a un oficial de marina, quien sin mediar palabra me agarró de la espalda con una mano y violentamente me puso de pie. Me volví a mirarlo asombrado y me devolvió una mirada de desprecio, como si con mi caída hubiese roto el orden perfecto del militarismo en Chile.
…..Historias de este tipo tengo por montones, hasta el día en que Pinochet mudó su residencia desde La Moneda a la comandancia en jefe del ejército. Desde ese momento mis anécdotas varían de naturaleza, no tanto porque el supuesto «cambio» finalmente fue gatopardista (la «democracia» resultó ser un buen negocio para el grupo de la clase política que hasta ese momento se declaraba de «oposición»), sino por el pegajoso jingle de «la alegría ya viene» del plebiscito de 1988. El artificio cambió nuestra percepción de la realidad para siempre. Nos hizo creer que todo era distinto, aunque no lo era tanto. Incluso, para los que no se conformaron con la «justicia en la medida de lo posible» o con la otra frase: «cuando toda la gente que estaba viva para el golpe de Estado muera, el país podrá superar el trauma» (ambas gemitas de Patricio Aylwin), surgió el mito de que la democracia anterior a la asonada militar era poco menos que perfecta. Acomodados y desacomodados con la nueva situación buscaron sacar algún provecho, exultantes unos y otros con un hipotético sentimiento de culpa.
…..Y al que no le gustaba el sistema chileno, como dijo un animador de TV en ese tiempo, se podía ir del país «con viento fresco».
…..Esta supervivencia, con éxito económico o fracaso, con adhesión ideológica o no al extremismo neoliberal, con ignorancia o viveza, es lo que yo llamo HOMO PINOCHEPIENS.

 

 

Mi nombre es Iván Quezada, nací en Valparaíso el 18 de enero de 1969. Me titulé de Periodista en la Universidad de Chile, en Santiago. Luego fui redactor de Cultura de casi todos los medios escritos de la capital y también en Valparaíso, para finalmente desempeñarme como Editor General de la Revista Rocinante. Cuando este medio desapareció el 2005, decidí dedicarme a la Edición Literaria y publicar mis propios libros. He trabajado como editor en las editoriales Random House, OjoLiterario o Mago Editores. Más tarde opté por crear mi propia editorial, El Español de Shakespeare. Paralelamente publiqué mis libros Elefantes y Cisnes (novela breve, 2002, TiempoNuevo), Los Extraños (cuentos, 2005, Tajamar), Escritos de ningún lugar (miscelánea, 2010, Mago Editores), Playa Las Dichas (poemas, 2011, Mago Editores), Decepción del mundo (poemas, 2013, El Español de Shakespeare) y El Estudiante de Poesía (poemas, 2016, OjoLiterario). La antología personal, Cuestión de un minuto, registra una primera edición en México, con la Fundación Abbapalabra, y pronto aparecerá una versión chilena, ampliada y corregida. Tuve el honor de editar los libros de Armando Uribe, Óscar Hahn, Poli Délano, Gabriel Salazar, Álvaro Jara, Marta Blanco…

La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de la obra The Bridge, view on the river, 1905,
del pintor, ilustrador y escenógrafo francés © André Derain

 

año 4 ǀ núm. 19 ǀ enero – febrero – marzo  2024
Etiquetas: , , , , , , , , , Last modified: abril 7, 2024

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