Written by 3:50 am Cuento, Narrativa

Los reyes del jala jala

Miguel Falquez-Certain

 

Abisinia Editorial publica simultáneamente en Colombia y Argentina el libro de cuentos Este aire impuro del escritor colombiano Miguel Falquez-Certain, radicado en Nueva York desde hace más de cuarenta años, con ilustraciones del artista puertorriqueño Joaquín Méndez-Gaztambide, en su colección de narrativa Felicidad Clandestina, Homenaje a Clarice Lispector.

…..El volumen reúne nueve cuentos escritos en diversas épocas de la vida de su protagonista, Carlos Alberto Rivadeneira. Según Marvel Moreno «estos cuentos son una denuncia magistral de la violencia, de la agresividad, de la incapacidad de aceptar la diferencia. Esos imbéciles que persiguen y golpean a Carlos Alberto Rivadeneira y sus amigos en “Confusas alarmas” muestran hasta qué grado de iniquidad pueden llegar los machos latinoamericanos por el miedo que les inspira su propia homosexualidad».

 

 

 

Los reyes del jala jala

 

Esa noche definitivamente tenía que verlo. Pablo sabía que era imprescindible que me lo presentara, que pudiera hablar con él para decirle todo lo que pensaba de su vida y de su música, de lo que había representado para mí durante estos últimos tres años de mi vida en Barranquilla. Sabía que había llegado ayer con Bobby, que el resto de la orquesta llegaría hoy directamente de Nueva York, que el Jardín Águila se había engalanado para recibirlos.
…..Esa mañana me había escapado de la facultad de medicina en Cartagena y me había venido en un expreso para asegurarme que llegaría a tiempo, de que no me lo perdería. Eran las tres de la tarde y, como si no fueran suficientes los carnavales que se avecinaban, ya habíamos comenzado a beber y fumar y tomar pastillas y a discutir a voz en cuello en mi cuarto, no importándonos que mi mamá estuviera en el segundo piso golpeando las baldosas con la sillita metálica de mi sobrina, pidiéndonos que nos calláramos, que por lo menos bajáramos la voz. Pero en vano. Uno tras otro venían los discos de boogaloo y jala jala y nos fajábamos a tirar pasos, a sudar a borbotones en el calor pegajoso de mi habitación en esa tarde de febrero.
…..A Nicky, Alejandro y Jimmy no les importaba que el día siguiente fuera viernes ni que tuvieran clases a primera hora. La rumba que se aproximaba en el Águila no tenía precedentes y bien podían irse al diablo los jesuitas con sus admoniciones para asustar a los pendejos. En cuanto a Jimmy, pésimo alumno de un colegio público, los estudios le tenían sin cuidado. Por eso le pedimos a Carmela que nos trajera un termo con café humeante y sin azúcar para que nos proporcionara cierto equilibrio ante tantos Quaaludes, aguardientes y baretas que nos habíamos metido, sabiendo que la noche aún era virgen.
…..Alejandro tenía diecisiete años y estaba en quinto año en el San José. Era moreno, alto y flaco, con nariz ganchuda y unos ojos que siempre se le veían pequeños pero que disparaban chispas como si se estuviera mordiendo la situación que fuera y le sacara punta con cinismo, aunque sin pronunciar palabra alguna. No hablaba mucho, pero, cuando lo hacía, era para definir los parámetros de su amistad conmigo, donde aceptaba que yo fuera homosexual sin compartirlo. Tenía un tío que, según él, era intelectual y homosexual y a quien alguna vez el gobierno le había condecorado con la Cruz de Boyacá. Decía que en su casa había una biblioteca con más de tres mil volúmenes y lo cierto fue que un día se había presentado con ¿Qué es la literatura? de Sartre porque yo se lo había pedido.
…..—Es mejor que nos apertrechemos —dijo—. Hay que ir a buscar bareta a casa de la niña Josefina en el Barrio Chino. ¿Tienen plata?
…..Yo estaba en segundo año de medicina en Cartagena y contaba con un poquito más de dinero que ellos porque me bandeaba dando funciones de magia en primeras comuniones, aunque en el momento no era mucha la que tuviera porque todavía faltaban como dos meses para la temporada de mayo. Les dije que tenía cien pesos que, en 1968, era algo más que suficiente.
…..—Eso no alcanza. Es mejor que compremos una onza y así nos rinde para todos.
…..—Pues vamos al centro y empeño mi anillo de grado. Lo más probable es que me den trescientos pesos porque es de puro oro de 18 quilates.
…..Jimmy dijo que él se las arreglaría por otro lado, pues debía encontrarse con su tío Iván para enrumbarse juntos en la caseta del Águila en lo de Richie. Tenía quince años, era bajito y bien hecho, con ojos almendrados, piel aceitunada y una sonrisa tan sincera que uno no podía negarle nada, aunque lo que le pidiera fuera lo más descabellado de este mundo. Me había parecido muy bello en un tiempo, aunque nunca me había atrevido a caminarle ya que estudiábamos en el mismo colegio. Pero esa belleza salvaje que alguna vez me atrajo se había marchitado rápidamente pues era adicto a los barbitúricos. Casi siempre andaba con su tío Iván, quien sólo le llevaba dos años.
…..Nos despedimos de Jimmy en la terraza de mi casa, y Alejandro, Nicky y yo nos dispusimos a caminar hasta la setenta y dos para agarrar un taxi. Sin embargo, una brisa fresca se enredó en los pinos de la puerta y nos golpeó en la cara, reconcentrando de un golpe toda la borrachera, traba y pastora que habíamos reprimido a punta de agua fría, amoníaco y el café tinto de Carmela. Más borrachos de lo que estábamos conscientes, caminamos tambaleándonos hasta alcanzar la esquina de la cuarenta y nueve, siguiendo la caminata por el camellón de la setenta y dos, hablando a gritos, entusiasmados con la llegada inminente de la orquesta que tanta rumba había animado en nuestras vidas.
…..Pablo López Mendivil era el nuevo gerente de la Pepsi-Cola y le había conocido a su llegada de Venezuela cuando vino a asumir su cargo de administrador para toda la costa atlántica colombiana. Me lo había presentado Luciano Méndez Blanco, una loca encantadora que vivía enredada en toda la parafernalia de los abalorios, los maquillajes y la buena sociedad y quien afirmaba, con muchos aspavientos, que «López Mendivil era de lo más granado de la sociedad caraqueña». De todas formas, Pablo y yo nos hicimos buenos amigos, aunque él fuera diez años mayor que yo, parrandeando incansablemente en sus apartamentos de Cartagena o Barranquilla, o recorriendo el trayecto que separaba a las dos ciudades en su descapotable rojo los fines de semana. Ahora se le había ocurrido la genial idea de traer por primera vez a Colombia a Richie Ray y Bobby Cruz para que se presentaran con su orquesta en los carnavales, promocionando de esta forma la Pepsi-Cola. Por consiguiente, como era de esperarse, esa noche todos estábamos invitados a una fiesta privada con los músicos en la caseta del Jardín Águila para dar comienzo a su estadía, la cual también incluiría presentaciones gratuitas en templetes al aire libre desperdigados por varios barrios de Barranquilla.
…..Cuando íbamos a la altura de la Heladería El Mediterráneo, en medio de la borrachera de pronto divisé a García Márquez sentado al frente, en el café del Hotel Alhambra, bebiendo cervezas con cuatro amigos.
…..Con mis diecinueve años acabados de cumplir y un poema publicado en el periódico local, sentía que estaba perdiendo el tiempo estudiando medicina. Le reconocí de inmediato porque su nombre y foto aparecían por esos días en todos los periódicos del país a raíz del éxito editorial en el extranjero de la recientemente publicada Cien años de soledad, novela que todavía no se podía conseguir en las librerías colombianas. Sin embargo, había leído El coronel no tiene quien le escriba, La mala hora, La hojarasca y La mama grande. De modo que cuando todas las mañanas me montaba en el bus para ir a la facultad y veía que una mujercita hazañosa se las tiraba de ir leyendo el que tal vez era el único ejemplar de esa novela en todo el país, la envidia me carcomía por dentro. La portada de Sudamericana era reconocible en cualquier parte por las fotos que le habían dado la vuelta al mundo hispánico: un galeón abandonado en medio de la selva.
…..—Espérenme un momento —les dije a mis amigos, toreé un carro que venía en sentido contrario y corrí hasta la mesa del Alhambra y sin ninguna vergüenza le pedí un autógrafo. Al ver el grado de borrachera en que estaba, se sonrió y me preguntó si tenía un libro para firmarlo. Le dije que no y entonces me sugirió que pasara al día siguiente por la Librería Nacional con uno de sus libros, que con mucho gusto me lo firmaría. Le contesté que tenía que irme para Cartagena ese lunes y que no me sería posible asistir. De modo que agarré una de las servilletas de la mesa y le rogué que me la firmara. Se me quedó mirando un instante y soltó una carcajada:
…..—¿Y quién crees que soy? ¿María Félix?
…..Me reí con él y me despedí porque ya Alejandro y Nicky me llamaban impacientes.
…..Rumbo al Paseo Bolívar en busca de una casa de empeño, analizamos la estrategia del día. Con el dinero que nos dieran por el anillo iríamos adonde la niña Josefina, una casa de citas situada a tres cuadras de la Cafetería Almendra Tropical que hacía las veces de caleta para los jíbaros, nos tomaríamos un par de frías en el …..Vietnam, regresaríamos a cambiarnos y nos encontraríamos esa noche con todo el combo en la rumba de Richie Ray y Bobby Cruz en el Jardín Águila.
…..Ya en el Vietnam a eso de las seis, nos encontramos con el negro Chamorro, un personaje siniestro corruptor de menores que todos nos habíamos topado de una u otra forma a los catorce años. Era un gordo pequeño y vulgar que vivía en Panamá, aparecía y desaparecía sin ningún aviso y nadie sabía con certeza a qué se dedicaba, si al tráfico de menores o al de drogas. No pudimos evitarlo y se nos pegó sin agüeros en la mesa.
…..—Ajá, chino, ¿cómo es el maní? —dijo Chamorro. A todos los muchachos les decía chino.
…..—Nada, viejo man —le respondió Alejandro—, calentando motores para la gran noche.
…..—No le digas nada —le interrumpí—. Es privada.
…..—Calma, viejo Carlos —dijo Julio Chamorro—. Me voy de aguante. No quiero que me inviten.
…..—Vamos a lo de Richie, viejo Julio. Tronco de viaje —dijo Nicky.
…..—¿Tienen cosa? —dijo Chamorro.
…..—Vamos al baño, viejo Julio —dijo Alejandro—, que aquí no se sabe quién es tira.
…..Al rato nos llegó el olor de marihuana y me metí al baño paranoico diciéndoles que pararan porque uno nunca sabe. El negro Chamorro que sale del Vietnam y yo que pago la cuenta apresurado para largarnos al carajo.
…..En la calle Murillo, mientras terminaba de fumarme la chicharra con Nicky, oigo que Alejandro nos grita que vienen tiras. Como sólo tenía dos meses que fumaba y no sabía cómo deshacerme de ella, la tiré al piso y nos fuimos caminando más deprisa, pero ya era demasiado tarde. El policía encubierto nos vino al encuentro cuando vio la chispa que golpeaba el pavimento y se agachó a recogerla.
…..—¿Conque burros, ah?
…..No había nada que hacer. Chamorro y Alejandro se habían esfumado. No teníamos nada encima porque la onza la llevaba Alejandro en los calzoncillos.
…..El policía quería que llamáramos a la casa y les pidiéramos dinero a nuestros padres, pero mientras trataba de convencernos de que lo hiciéramos, nos hizo caminar por toda la calle Murillo hasta el Permanente Sur donde nos reseñó en la portería con el secretario de turno.
…..Nos pusieron con otras treinta personas de la peor calaña en el patiecito del Permanente mientras decidían qué hacer con nosotros. Lo peor que podía suceder era la temida «remisión» a la Cárcel Municipal, que, según Nicky, al parecer experto en este tipo de cosas, era lo que había que evitar a toda costa ya que era un camino sin regreso, con juez penal y pasada por el tétrico Patio Amarillo donde la virginidad de los adolescentes desaparecía como por encanto.
…..Nicky tenía dieciséis años, un cuerpo bien desarrollado, aunque pequeño, unos ojos color de guarapo, una nariz aguileña y unos labios gruesos y sensuales como los de Sophia Loren. Nicky era el «malo» del barrio y aunque le tenía temor sentía por él una atracción irresistible. Nunca me había atrevido a decirle nada porque no sabía cómo iba a reaccionar.
…..Cuando comenzó a lloviznar en el patiecito del Permanente, nos metieron en un cuartucho asqueroso con paredes sin empañetar y nos tuvimos que sentar en el piso de tierra. Fue allí cuando descubrí que tenía unos muslos perfectamente formados que querían escapársele de la tela apretada de sus bluyines azul celeste. Creo que mis miradas furtivas le dijeron lo que yo no me atreví a confesarle.
…..Cuando llegó Alejandro con el Dr. Arredondo, un abogado de «ambiente» mayor que nosotros y compañero de algunas parrandas en La Ceiba, ya eran las siete y media de la noche. El Dr. …..Arredondo sabía «dónde ponían las garzas» y nos sacó de ese antro sin ningún inconveniente.
…..La borrachera y la traba se fueron al diablo con el susto que habíamos pasado, de modo que nos alejamos de allí cuanto antes. El Dr. Arredondo nos llevó en su carro y nos dejó en nuestras respectivas casas.
…..Y a las nueve de la noche me bajo del taxi y me encamino sin rodeos hacia la entrada del Jardín Águila donde diviso en la puerta al inconfundible Pablo López Mendivil con sus dos metros de estatura y luciendo una camisa hawaiana de espanto y brinco.
…..—Ajá, Pablo, ¿ya llegaron?
…..—La rumba está prendida, pero nada que aparecen.
…..—Entonces llego a tiempo.
…..—Sí, sí, vale, pasa. Cónchale, creí que te había pasado algo.
…..—Un percance, pero ya está arreglado.
…..—En la mesa del fondo tienes tu puesto, junto a la tarima.
…..En eso se escucha una algarabía y la gente comienza a empujarse porque por ahí ya vienen Richie y Bobby con todas sus trompetas y la gente los sigue delirantes, gritándoles «¿Qué hubo, Richie?», «Bacano, Bobby», «Bienvenidos», «Que viva el boogaloo, Richie», y ellos encantados de la vida van estrechando manos y abrazando a todo el mundo, abriéndose paso por entre la multitud hasta llegar a la puerta del Águila, y Pablo me presenta a Richie, «Placer en conocerte», «Legal, cuadro», y Bobby viene de punta en blanco, sonriéndole a todo el mundo, y Richie con entero tornasolado y corbatín y zapatos negros puntiagudos y con sus cabellos ensortijados nos viene trayendo el ritmo, brother, hasta que por fin llegamos todos hasta el fondo y yo me siento en mi puesto, aunque no veo a Jimmy ni a Nicky ni a Iván ni a Alejandro por ningún lado, «se lo están perdiendo», pienso, y miro al fondo y no los encuentro, y ya se suben Richie y Bobby al escenario y se comienza a oír el lamento de trompetas que anuncia la entrada gloriosa de la voz de Bobby llena de matices que empieza a modular «Voy pa’ Colombia», y el público se levanta enardecido, vitoreándoles, diciéndoles que son los mejores, que como ellos no hay otros, la verraquera, que son los reyes del jala jala, mi pana.
…..En medio de la estridencia de las trompetas se oyen dos disparos. Los sonidos de la orquesta desafinan, muriendo paulatinamente, y la voz de Bobby se detiene en seco. En el aire cargado de la caseta se oye un rumor contenido que se convierte en furia y de repente el público arremolinado comienza a desplazarse hacia las salidas. Cuando Pablo López Mendivil se sube a la tarima y comienza a dirigirse al público con su voz pausada tratando de calmar los ánimos, yo me encamino con pasos cada vez más veloces hacia la salida principal, llevado por un desasosiego que no logro definir, pidiendo excusas a medida que me abro paso, y desembocando finalmente por la puerta del Jardín Águila donde diviso a la policía enfrentada con un gentío que se desborda hasta la Avenida Olaya Herrera gritándoles improperios, preguntándoles por qué, que por qué tenían que haberlo hecho.
…..Cuando finalmente logro llegar hasta el centro del gentío comprendo que son Iván y Alejandro y Nicky los que están arrodillados hablándole a alguien que aún no logro ver, y cuando por fin caigo a su lado, empujado por la multitud que me arrincona, veo que es Jimmy, el quinceañero de la sonrisa eterna de piel aceitunada y naricilla encantadora, comprendo que es Jimmy, el mismísimo Jimmy el que está tirado en el suelo con un tremendo huraco en la mitad del pecho por donde le sale un río de sangre turbia, y que los párpados le tiemblan, que poco a poco se vuelven vidriosos sus ojos almendrados y que por las comisuras de los labios le va corriendo una saliva espesa y blanca e ininterrumpida que se mezcla con la tierra oscura. Le agarro las manos y se las siento tremendamente frías. Por último, arroja por la boca un coágulo de sangre que nos pringa a todos, mientras observamos cómo se nos va yendo de a poquito, cómo el alma se le hace trizas en el instante mismo del adiós.

 

 

Miguel Falquez Certain nació en Barranquilla, Colombia. Es poeta, novelista, cuentista, dramaturgo y crítico literario. Vive en Nueva York desde los años setenta donde se desempeña como traductor en cinco idiomas. Es autor de diez poemarios, seis piezas de teatro, una noveleta, una novela y un libro de narrativa breve, por los cuales ha recibido varios galardones. Es licenciado en literaturas hispánica y francesa en Hunter College y cursó estudios de doctorado en literatura comparada en New York University. Participó en talleres de creación literaria con Manuel Puig, Reinaldo Arenas, Alain Robbe-Grillet y E.L. Doctorow. Sus últimas publicaciones: Prometeo encadenado / Prometheus Bound (Nueva York Poetry Press, 2022), la antología personal de poesía Hipótesis del sueño. (Nueva York, 2019) y su novela La fugacidad del instante (Bogotá, 2020). En octubre de 2019, la XIII Feria Hispana/Latina del Libro en Nueva York se celebró en su honor.

La composición que ilustra este paisaje de Abisinia, a manera de homenaje, fue realizada a partir de la obra «La calle» del artista © Fernando Botero

 

año 3 ǀ núm. 15 ǀ enero – febrero – marzo  2023
Etiquetas: , , , , , , , , Last modified: abril 23, 2023

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