Nicolás Romano
El secreto de este relato está quizá en su conmovedor personaje y en la oralidad que rescata del hombre humilde de la Patagonia. El escritor argentino Nicolás Romano en 2015 ganó el concurso Vidas urbanas con el cuento «El viejo de los perros», el cual integra su volumen En el cuajo de la sangre, el viento. Además figura en la compilación Vidas urbanas en Tierra del Fuego, Antología publicada por la Universidad Nacional de Tierra del Fuego. En 2010 el Plan Nacional de Lectura publicó algunos de sus cuentos y en el 2013 el Concejo Deliberante de Ushuaia le otorgó el Reconocimiento al Mérito por su labor literaria.
El hombre se ve entero en el ojo del animal
dentro de una gota
cayendo todavía en el aluvión de los astros.
TEUCO CASTILLA
Siempre hay un viejo de los perros pero seguro éste, era el más austral. Quien es baqueano en la zona sabe que antes de vueltear en la curva de «Marlleno», se recostaba el rancho en la costa del canal. Todo chapa y madera dando la espalda a las nevadas, resistía los vientos que parecían a destajo, desbastar las piedras, salar el aire, reventar espumarajos de mar contra las paredes calafateadas con estopa y brea, como si se tratara del vientre de una chalupa encallada, escorada a babor de la tempestad. En ese umbral entre la tierra y el agua, llevaba la vida junto a su mujer.
…..Un diente se le adelantaba por entre los labios gruesos, como un soldado fuera de fila, pero no de un ejército regular sino de una montonera de desarrapados y esto lo colocaba a él también más en los márgenes del mundo. Isolina ya los había cruzado y se paraba un tanto más allá. Como dos dientes de ajo sus ojos blancos que solo podían mirar hacia adentro mechaban el rostro terroso surcado de años.
…..No sabía el viejo, porqué el tiempo pasa, pero sí que tenía las manos de un quirquincho batatero de tanto escarbar. La papa y algunas verduras no faltaban nunca en el patio de atrás. Lejos había quedado el carbón, en Malargüe, la estiba, las máquinas viales, su pericia de chofer con la «Peter», centro de un panóptico donde conducían los caminos del deseo regenteado por hora. En los tiempos presentes una pensión de Isolina ayudaba y el hombre se allegaba con un carretón al mercado, donde rescataba mercadería vencida para alimentar chanchos, gallinas y perros que con un zaino bichoco completaban el universo familiar.
…..Pero a veces se enseñorea la desgracia. La luna era un agujero en la media rota de la noche cuando el fuego nació y atropelló la madera reseca llevándose el rancho a caballo del viento. Junto con los viejos quedaron los perros; los demás animales murieron. La «casa verde» fue reconstruida en el alto, orillando la ruta, de espaldas al mar.
…..Entre las ramas del ñire, los gorriones como nueces, llenaron la mañana. Volvió a crecer la hierbabuena, el hombre plantó cilantro, rabanitos, y en esa persistencia verde, a pesar de todo, continuó la vida.
…..Hasta que un marzo llegó con la escarcha mordiendo, el hombre miró el ñire largo enhorquetado en el cielo y olió la nevada. Isolina se fue con la nieve, ingrávida, silente como un copo al caer, con sus dos ojos blancos que solo podían mirar hacia adentro. El hombre, Ñanculepi Cristóbal, para una población que cambiaba y crecía de golpe además de no conocerlo, comenzó a ser, desde ahí para siempre, «el viejo de los perros».
…..La soledad se instala como una llamarada y de la mano, el alcohol para apagarla. Así irrumpe la diabetes, casi un jinete más de su propio apocalipsis. Se le ulcera un tobillo y el pié debe ser amputado.
…..En la casa ya hace tiempo se ha apencado no uno, sino una banda de perros y el viejo, quizás para quebrarle alguna costura a la intemperie, encuentra abrigo con ellos, se amucha a ese colectivo de ternura en cuatro patas, tiene su pertenencia a esa patria de ladridos y ellos se hacen ciudadanos de su corazón gigante, abierto.
…..La precariedad de la casa no contribuye a cicatrizar la herida. Se genera una gangrena crónica y se la van cortando de a pedazos. Es una herida que no cierra. Cada año, un pedazo más de gangrena, es uno menos de pierna.
…..La Asistencia Pública toma cartas en este naufragio, pero se encuentra con un serio problema. El viejo y los perros resisten.
…..Cuando no son los canes que no los dejan entrar en la casa, es Cristóbal que sale, escopeta en mano. No está dispuesto a que lo bañen y mucho menos que le vayan mancando así nomás la vida, de a pedazos. Se ha atrincherado en la esperanza de mantenerse libre y él mismo, a pesar de la soledad, de los años, y de las astillas de pierna que han ido volando como si se tratara de talar un árbol.
…..Hay otro obstáculo enorme: no pueden comunicarse. El viejo se ha quedado sordo y solo se relaciona con los animales. Con grandes esfuerzos y trámites se gestiona un audífono. Es entonces el gran conciliábulo de todos los perros, donde deciden masticarlo. Se han comido el audífono, que no llega a durar ni dos días y otra vez el mundo en la casa del viejo ha quedado acotado a esa relación entrañable y cerrada de un hombre y los perros.
…..Incomunicados y sin poder acceder a su vivienda, sin embargo se llega con él a un acuerdo: Cristóbal asistirá diariamente, desde la mañana hasta las dos de la tarde, al «Hogar de día» y dispondrá de un transporte. Lograrán bañarlo, aunque lo tengan que agarrar de a cuatro. Ahora tiene desayuno, una comida diaria y la vianda.
…..Pero lo que se teje de día, se desteje de noche. La asepsia que saben conseguir en el Hogar, se pierde luego en el rancho donde duerme con sus compañeros cánidos. Para la infección, es un callejón sin salida. La muerte le ha abierto un ojo como una chumacera en el sur de la pierna; agazapada desde allí, lo vigila, clava el remo y avanza.
…..Cristóbal llega cada día hasta el Hogar en colectivo, apoyado en su muleta. Aparece hediondo, con los pantalones llenos de cazcarria. Es de los perros, la trae pegada en la botamanga. Sumado a la supuración de la herida, el hedor provoca la marginación de todos y como contraparte, una enconada resistencia. Montado en su silla de ruedas, tracción a sangre, como mula panadera va vuelteando al resto de los viejos. Parece un ritual macabro esa ronda al compás de la provocación a grandes voces: «¡olor!…, ¡olor!…, ¡olor!»… y vuelan los botellazos de los furibundos compañeros. Cristóbal, desde su silla móvil, contesta con munición gruesa, una batalla campal, hasta que estalla la amenaza: «¡Voy a sacar las armas, no va a quedar ningún viejo de estos!».
…..Y el tullido Ñanculepi se duerme por momentos, a bordo de su rodado, cerquita de la puerta; en un espacio ya suyo se queda como esperando. A su lado, contra la pared, cuelgan de la muleta un par de bolsas con pan; no lleva para él sino para aquellos que lo esperan en el rancho. La vianda que le entregan tampoco se la queda, va a enriquecer la polenta para engordarlos. Cuando abandona el Hogar, de camino a la parada se lo ve repartiendo panes a cada cusco que pasa.
…..La «casa verde», orillando la ruta, es un paisaje de perros en las ventanas. Parecen divididos por castas, unos asoman desde la que da a la cocina-comedor, otros con el hocico pegado a la del aposento, unos pocos miran detrás de la que tiene un pequeño galpón contiguo; estos últimos reciben menos el calor de la casa, sufren más la intemperie. Pero todos tienen pasaporte a la estancia del viejo, pues éste ha levantado una tabla del piso para garantizarla. Cualquier cosa distinta son códigos entre ellos.
…..Bordeando la puerta, en un paralelo exacto a la ruta, uno manchado, con pinta de pastor, se estira como un horizonte más de pelos largos. Y sobre el destartalado Renault de Cristóbal, varado en la entrada desde hace algunos años, dos en el capot y hasta tres en el techo que les sirve de atalaya, mantienen una expectante vigilancia. Es un extraño sombrero de tres picos para los desprevenidos viandantes que miran con curiosidad ese particular paisaje con fondo de montañas.
…..Cuando la nevada es grande, Cristóbal no llega al colectivo. Ante la reclusión, el Hogar, con chofer y un asistente, le manda la vianda. El envío llega a la puerta de la casa. Golpean las manos a falta de timbre y ese sonido activa todos los engranajes de un aceitado mecanismo. Los empleados del Hogar de día, no saben que están siendo evaluados, y que su suerte estará sellada por una decisión soberana, aquella que emane de una asamblea permanente que se está llevando a cabo. Participan de toda laya y pelaje. Son los cuscos, quiltros, viralata, los tan nuestros perros de la calle. Sangre libre, los más fuertes para sobrevivir en las condiciones más adversas que han escapado a la maldita idiotez globalizada de imponer las modas con las razas. El consenso se establece entre miradas, algún que otro gruñido, un corto ladrido y los operarios son rodeados y obligados a retroceder al tiempo que aparece el viejo, la escopeta en las dos manos y con voz imperativa señala el techo de su auto: «¡Dejarlo,… ahí arriba!»
…..Un búnker la vivienda de Cristóbal, cuando está bien los animales no permiten que se acerque nadie, pero cuando está mal son los primeros que llaman. A puro ladrido alertan al vecindario. Esa sinfonía con aullidos incluidos trae a la vecina y eso ya le valió la vida varias veces. En la última gran llamada, entró al rancho, extrañada también de no verlo desde hacía más de un rato. Lo encontró caído, con medio cuerpo bajo la cama. Está inconsciente, con un brazo fracturado. Se agacha para ayudarlo y encuentra, junto a ese cuerpo ahí debajo, siete perros en montón, los ojos como ascuas, que lo están aguantando.
…..Ahora el hombre impide la entrada del enfermero en su casa, la insulina va quedando de lado. Luego responderá que no entra porque «el maricón le tiene miedo a los perros». Ya no se deja tratar la herida ni permite la insulina en el Hogar, insiste en que «alguien le cambia la medicación para matarlo». El criterio del galeno dictamina que se la puede colocar solo. A partir de entonces el control está perdido.
…..Cristóbal no permite ayuda de nadie pero continúa asistiendo al Hogar, peleando con los viejos y quedándose dormido a bordo de su silla en ese lugar suyo, cerquita de la puerta. De la muleta cuelgan, como siempre, dos bolsas con pan. Pero no todo es pelea, cuando internan a Mireya, una de las abuelas, durante unos cuantos días, en el Hospital, cada vez que al salir del sopor se recobra, solo encuentra a su lado al viejo Cristóbal, firme como alpargata del doce, en su pequeño rodado.
…..Es junio y llega la nevada grande. Parece que nadie extraña a ese hombre, su muleta y su silla de ruedas. Solo los perros saben leer el presagio tatuado en la piel de la tarde; ese día ladran, como nunca aúllan y ladran. Los sonidos se apagan con la nieve, el otoño está agonizando y alguna migración se pierde detrás de las montañas.
…..Es el ocaso, contra el hueso del horizonte se despelleja el día, Cristóbal Ñanculepi también migra y se pierde más allá de la vida, más allá de las montañas. Los canes saben orinar cuando se trata de marcar la zona. El viejo Cristóbal, con su marca de humanidad y su enorme coraje, recorta una zona en la libertad infinita y nos la deja a todos como si fuera un pan, el último que reparte.
…..Los perros también se van. Como siempre ocurre en estos casos aunque no se trate del más austral, casi se podría decir simplemente que desaparecen. Seguramente andarán de asamblea en otra parte.
Nicolás Romano. Nació en 1951. Vive en Tierra del Fuego desde hace 38 años. Desempeñó tareas diversas: baqueano del Parque Nacional T.D., estibador del puerto de Ushuaia, marinero, vendedor ambulante, secretario de prensa y difusión del Sindicato Docente S.U.T.E.F y preceptor en el Centro Polivalente de Arte, entre otras tantas. Libro de cuentos En el cuajo de la sangre el viento (Editora Tierra del Fuego). Cuentos en Antología de cuentos fueguinos (Banco de Tierra del Fuego y la editora de la Provincia). Sus cuentos han sido antologados y recopilados en diferentes antologías. Sus poemas figuran en Antología Federal de Poesía, regional patagónica, Antología Poética. Breve tratado del viento sur (Escarabajo Editorial, Bogotá, 2017) y Yo vengo a ofrecer mi poema. Antología de Resistencia (Escarabajo Editorial, Abisinia Editorial, Bogotá, 2021).
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de la fotografía «Algunos de los mil caminos» del artista © Juan Sebastián