Written by 3:40 am Minificción, Narrativa

Condena real

Paola Tena

 

Condena real

Los reyes aguardaban en su celda tomados de las manos, mientras el verdugo afilaba la brillante hoja de la guillotina.
…..—Muy dulce —dijeron unos.
…..—Tan rápido —opinaron otros.
…..—Demasiado misericordioso —concluyeron los demás.
…..Entonces abrieron las rejas de la prisión, y después de ataviar a sus majestades con sayos viejos y alpargatas raídas, los abandonaron a su suerte en una casita maltrecha de la periferia.
…..Ha transcurrido un año. Las delicadas manos de la reina languidecen plagadas de callos y sabañones a fuerza de lavar con lejía la ropa de toda la familia, y su paladar ha olvidado ya el placer de las fresas con crema. El rey depuesto se emborracha casi todas las noches con el sueldo miserable que le pagan por cargar bloques para levantar la catedral que él mismo ordenó construir. El príncipe y los delfines nunca estuvieron más sucios, más flacos y así de felices, correteando todo el día tras los rapaces de la barriada.
…..Pronto, un puñetazo anónimo habrá de partirle el cuello al monarca durante una gresca de cantina, y a ella la encontrarán al alba, luego de ahogar a sus hijos en un barreño, pendiendo de una cuerda improvisada con un pañuelo de seda que logró ocultar en el escote, el día en que la turba enfurecida y hambrienta los arrancó del Palacio Real.

Inédito

 

 

 

 

Asedio

Érase una vez una mujer tan colosal que con los dedos de los pies se aferraba al centro mismo de la Tierra, y la curva de sus caderas delimitaba montañas infranqueables. El hueco de su ombligo era un valle donde brotaban árboles de frutos exóticos, y sus senos, montes en los que se perdía cualquiera que se arriesgara a adentrarse en su territorio. Sus cabellos negros ocultaban al sol para inventar las noches y, cuando lloraba, los ríos de su tristeza arrasaban con todo a su paso. Hace mucho que retiré mis tropas y renuncié al asedio, pero aún me sumerjo en la laguna glacial de sus ojos azules cada vez que tengo la fortuna —o la desgracia, ya no sé— de que esa mujer inconquistable me mire.

Inédito

 

 

 

Violeta

Tú encendías el cigarro y, después de fumar una o dos veces, yo te pedía una calada. Eufórica por la excitación y la nicotina, mis labios apretaban el filtro y dejaban una marca roja donde habías puesto los tuyos. Eras mayor que yo un par de años que a veces parecían décadas, tenías nombre de flor, idolatrabas a Kurt Cobain y te burlabas de mí llamándome burguesa, porque yo tenía un coche propio y tú no. Estudiabas medicina solo para que tu padre no te fastidiara más, pero eras la mejor de la clase.
…..Bebías cerveza directamente de la botella mientras yo te observaba sin que te dieras cuenta, porque tu propia mirada estaba perdida en un punto imaginario que solo te pertenecía a ti. Me moría por besarte; ideaba maneras de acercarme con el pretexto de la embriaguez, pero las horas pasaban, y yo me consolaba pensando que la próxima vez sin falta, seguro. Una noche, me pareció que sabías lo que pensaba; formaste una O diminuta con la boca para luego exhalar un chorro de humo blanco que te difuminó las facciones un instante, tus ojos entrecerrados fijos en mí, como retándome. Esperando. Después de aquel día no te vi más, hasta ayer.
…..Han pasado casi quince años, y ya no eres la misma. Vistes ropa de buen corte, te maquillas el rostro antes desnudo y llevas un flequillo que te roza las pestañas. Me devolviste el saludo desde lejos, pero creo que ni siquiera supiste quién era yo, porque la chica que me conocía se quedó a vivir para siempre en esa noche de mi recuerdo, con la enorme camisa grunge y el cigarrillo colgando entre sus dedos finos, esperando, llamándome burguesa por última vez.

Inédito

 

 

 

Horizonte

Si algo distingue a los habitantes de San Borondón —y ellos se sienten muy orgullosos por eso— es que son cuerdos todos, diligentes y terrenales. Pero de vez en cuando surge alguno que asegura divisar islas sembradas de laurisilva, y volcanes que aguardan el momento más propicio para despertar de su sueño milenario; sitios nuevos que emergen y se hunden en mitad del océano donde los demás no ven sino agua.
…..Nadie nos hace caso, y sin embargo continuamos infatigables oteando el horizonte, en busca de un poco de esperanza para sobrellevar la tenaz cordura que nos rodea.

De San Borondón. Un viaje literario, Ediciones Idea, 2020

 

 

 

Viajes interplanetarios

Sus deseos de comprarlo todo en Marte fueron la ruina de nuestra familia. Que allá una encuentra telas de mejor calidad, que si el pescado es más fresco y mira qué fabulosos ramos de flores. Pero al final ni flores, ni pescado ni telas. Cuando nació nuestro primer hijo, con su viscosa piel verde y ese par de ojos que casi le ocupaban la cara entera, por fin comprendí el porqué de su incontrolable afición por los viajecitos interplanetarios.

Finalista anual de Relatos en Cadena, Cadena SER, España, 2021

 

 

 

Capilla Sixtina

Ahora ya vestido, se da cuenta de que es cierto lo que le dijeron los ángeles: no es lo mismo. Pasea de noche por las calles del Vaticano embutido en pantalones pitillo, la camisa de seda negra abierta hasta medio pecho como un gigoló; enamora a las monjas trasnochadas, bebe grappa a morro en los bares de los barrios bajos y discute de teología con los turistas. Pero no es igual que en las fiestas nocturnas de la Capilla Sixtina: cientos de cuerpos semidesnudos contoneándose al son de las arpas y las cítaras, rizos de cabello, sudor y telas vaporosas apenas cubriendo los torsos magníficos. Cuando vuelve de madrugada a la Capilla se quita esa ropa ridícula y la oculta dentro de un hueco invisible en el muro, sube al techo y en un acto de reconciliación, toca la punta del dedo de su enfurecido Padre, el único que nunca baja de su pedestal a gozar un poquito la vida.

De Revista Microtextualidades, 2021

 

 

 

Dos veces por año

Se citan en la ciudad. Fingen no conocerse, pero reservan habitaciones en el mismo hotel. «Aquí podemos ser quienes queramos», piensan. Estrellas de cine, y se desnudan lentamente. Ilusionistas, haciendo promesas que nunca habrán de cumplir. Gobernantes del país, despidiéndose en el metro. Pero de vuelta en el pueblo son quienes deben ser: la maestra de primaria y la esposa del alcalde. Simplemente, y nada más.

Del Libro-objeto Ciudades, Ediciones Sherezade, 2021

 

 

 

Los pies

Adora los pies. Más que eso: le fascinan, la hipnotizan. Siendo joven estudió ballet clásico cinco años sin que le gustara, solo para mirarle los pies a la profesora; todavía recuerda con un placer casi erótico cómo ella exhibía sin pudor sus pies contrahechos por años de danzar de puntillas, las uñas irregulares, violáceas y de bordes sangrantes que la maravillaban. El rostro de la profesora se ha difuminado en su memoria, pero ¿sus pies? Los reconocería entre miles.
…..Cuando nacieron sus hijos, un par de varones, les besaba los pies a todas horas, pero cuando crecieron y su ritual se fue complicando, le dio por acariciar los piecitos desnudos de otros bebés, pero ya no era lo mismo. Siempre lamentó que alguno de sus hijos no hubiera nacido mujer. «Son tan diferentes a los niños», se lamentaba recorriendo El Corte Inglés, sección calzado infantil, y miraba con mal disimulada tristeza los taconcitos. De vez en cuando compraba un par, sólo por mirarlo unos días en casa, y lo devolvía antes de que expirara el plazo.
…..Su madre padecía de diabetes, pero no le dio mucha importancia, hasta que le amputaron el pie izquierdo justo por encima del tobillo. Desde entonces se entregaba a fabulaciones morbosas pensando en ese miembro segado, solo y en el abandono, exiliado a la tierra de los muertos. Hubiera querido ofrecerle un funeral, dedicarle unas palabras de despedida, y su inexistencia la sofocaba. Los domingos, cuando iba a casa de su madre para hacerle compañía, sin poder evitarlo miraba fijamente el sitio que debería ocupar ese pie fantasmal, hasta que su madre la sacaba de sus ensoñaciones. “¿Qué miras?”, le preguntaba cuando la notaba alelada, contemplando el vacío. “Nada”, respondía siempre. Definitivamente, hay cosas que es mejor guardarse para una misma.

Del libro cartonero Cuentos incómodos, Cartonera Alebrije, 2020

 

 

 

Paola Tena (México, 1980). Pediatra, escritora e ilustradora. Ha publicado en antologías y revistas dedicadas a la microficción. Imparte talleres de escritura creativa y elaboración de fanzines. Ha publicado los libros de microficciones Las pequeñas cosas (Ediciones La Palma, 2017), Cordón Colorado (Ediciones Sherezade, 2020); MiniBestiario, Cuentos Incómodos, Versión no autorizada y Kit de emergencia (Cartonera Alebrije, 2019, 2020, 2021, 2022), y el libro de relatos Rosa Mexicano (Ed. La tinta del silencio, 2020).

La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de la fotografía «Lamento» del artista © Juan Sebastián

 

año 2 ǀ núm. 12 ǀ julio – agosto  2022
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