Pablo Montoya
El escritor colombiano Pablo Montoya le obsequia a los lectores de Abisinia Review este maravilloso acercamiento a Arvo Pärt, uno de los compositores más singulares y deslumbrantes del siglo XX. Montoya, nos aconseja escuchar antes dos de las composiciones de Pärt a las que hace alusión especialmente. Les dejamos las rutas a un clic de distancia:
¿Cómo debe escribir su música un compositor?, preguntó el adolescente Pärt al portero de su casa, en Rakvere. Este paró de barrer las hojas otoñales. Luego de reflexionar unos instantes, respondió: debe amar cada sonido. En estas palabras el compositor, nacido en 1935, habría de fundar una de las poéticas más singulares de la música contemporánea. Hay otra consideración clave a la hora de acercarse a su obra. El mismo Pärt la plantea a sus discípulos. Toca en un piano las solitarias notas de Für Alina y comenta: cada sonido es como una brizna de hierba. Y cada brizna de hierba debe ser tan importante como una flor.
…..En medio de la velocidad y el vértigo, del ruido y la alienación masiva, y teniendo como telón de fondo las caídas de las utopías que han marcado el siglo XX, la obra de Arvo Pärt es reveladora. Significa un regreso a lo antiguo y una negación de las veleidades de las modas. Y lo antiguo en él es el Medioevo en el que la voz humana es el mejor medio para dialogar con Dios y abrazarse a su esencia, que es plena como un acorde perfecto. Pärt no se desplaza, empero, en el tiempo a través de la vía del paganismo, como lo hicieron las tendencias neoclásicas que van desde el Erik Satie de las Gymnopedias hasta el Igor Stravinski de Apolo Musageta y el Ottorino Respighi de Los pinos de Roma. Tampoco lo hace amparado en las erudiciones literarias de arqueólogos de la antigüedad tipo Flaubert, Yourcenar y Quignard. Él se distancia de cualquiera de estas complejas revisiones del pasado y toma, en cambio, la senda de la sencillez que conduce al primitivo cristianismo eslavo. Lo ha hecho así porque su interés por el pasado ha surgido de una crisis existencial que lo lanzó al silencio durante casi diez años.
…..Nacido en Estonia, país que cayó en la encrucijada de dos sistemas totalitarios –el nacionalsocialismo del Tercer Reich y el comunismo soviético–, Pärt se educó bajo la égida musical de Dimitri Chostakovitch y Serguei Prokofiev. Algo le decía, sin embargo, que ese lenguaje y esa estética no eran suyos. De adolescente, tomaba la bicicleta y daba vueltas en torno a un altoparlante público que vomitaba sinfonías marciales, himnos patrióticos, óperas proletarias de las emisoras oficiales. Mareado por el proselitismo sonoro propio del realismo socialista, Pärt se repetía que jamás compondría una música de semejante índole. Y resulta muy sugestivo ver cómo su música, minimalista y de contornos sacros, terminó por convertirse, a pesar de su regreso a la tonalidad, en una respuesta rebelde a las fórmulas estéticas del comunismo, pero también al atonalismo de las vanguardias de la posguerra.
…..Las experiencias juveniles de Pärt con el dodecafonismo –era casi obligatorio ser seguidor de Schönberg en esos años– lo tornaron indeseable a las autoridades comunistas de Estonia. Debido a las presiones de las políticas represivas de la Unión Soviética –que habrían de iniciar con las purgas artísticas de Stalin y continuarse en los gobiernos sucesivos–, Pärt guardó silencio de 1968 a 1976. Prodigioso silencio que lo condujo al encuentro de su propia voz y que lo convirtió en uno de los músicos más emblemáticos de los nuevos tiempos. Antes, es verdad, en los años sesenta hubo de beneficiarse de la política de deshielo, que permitió que en los países del Este se escucharan y estudiaran las obras del serialismo, el politonalismo y la música atonal. Es este período, por lo demás, el que muestra a un Pärt afecto a seguir el rumbo señalado por los jóvenes compositores europeos más renombrados como Luigi Nono, Pierre Boulez y Karlheinz Stockhaussen.
…..La conjunción de la vigilancia estatal de la música y el descubrimiento que hace del canto llano, atravesado también por una fuerte crisis religiosa, hace que Pärt vuelva a la tonalidad y a Dios. Entonces, fruto de este choque, compone Credo. Rafael Fernández de Larrinoa se refiere a esta obra para coro y orquesta como un collage donde aparecen elementos seriales y ruidistas. Ellos dialogan, aunque sería mejor decir se disputan, con evocaciones del “Clave bien temperado” de Bach. Pero, además de esta colisión de dos estéticas, que pugnaban en la conciencia y la sensibilidad de Pärt, lo que más molestó a los oyentes oficiales fue el texto que se imponía sobre el debate ideológico planteado por la obra y que trasuntaba el de esos años brumosos: “Creo en Jesucristo”.
…..La depresión de Pärt, abarcadora del cuerpo, la mente y el espíritu, y que tantas veces ha sacudido a los artistas –y ahí está Tolstoi como paradigma en el panorama eslavo–, partía del gran vacío espiritual en el que estaba sumido desde hacía años. La audición de un canto gregoriano en una librería de Tallinn fue su camino de Damasco. Entonces Pärt se dedicó a investigar y a estudiar las manifestaciones de los monjes de Ambrosio y de Gregorio el Grande y la polifonía de la Escuela de Notre Dame y del Renacimiento. No demoró en unirse a las filas rígidas de la Iglesia ortodoxa rusa. Más tarde vino el exilio en Berlín, donde vive desde 1981. Y una serie de descubrimientos sonoros entre los cuales sobresale el que él mismo denominó música tintinnabular. Concepto que remite a las campanas de mano que empleaban los monjes para llamar al recogimiento y a la labor diaria.
…..Con Für Alina, la primera de sus obras que habría de popularizarlo, Pärt rompe su silencio y se sumerge en sonoridades tintineantes. Y seguirá haciéndolo en piezas tan representativas como Spiegel im Spiegel, Summa, Fratres y Canto a la memoria de Benjamin Britten. Mucho de la honda transparencia del sonido de las campanas monásticas hay en estos hallazgos. Hallazgos que había emprendido, años antes, y desde una óptica igualmente mística, el Federico Mompou de la Música callada. Mompou parte de un verso de Juan de la Cruz, “Música callada, Soledad sonora”, para indagar en la pureza atávica de los sonidos campanarios. Mucho de esto hay, por supuesto, en el Pärt de sus composiciones instrumentales. Un minimalismo gótico que nos ubica en el oxigenante final de las grandes experimentaciones estructurales donde primaba más, tanto en el compositor como en el oyente, la razón que los sentidos, más los complejos teoremas de la inteligencia que las secas ondulaciones del alma. La música de Pärt abre, pues, el espectro compositivo hacia una espiritualización sencilla pero nunca exenta de profundidad.
…..El otro Pärt, el de la obras corales y voz solista como De profundis, Memento, Salve Regina, Miserere y My heart’s in the Highlands, manifiesta la certeza de que es la voz humana el más acabado instrumento musical; y las naves de los templos, su acústica elevada. Pero es en Da Pacem Domine donde se alcanza lo sublime. La sublimación del dolor provocada por la muerte. Aquella que es trágica y la sesga el odio y estremece el corazón de la humanidad desde hace siglos. Pärt homenajea a la víctimas de la violencia terrorista de nuestros días –los inocentes que murieron en los trenes de España en 2002– acudiendo a un coro a capella que canta la desolación y también la esperanza. Las voces se acompañan con lentitud. Tejen una delicada y evanescente polifonía que, en los tramos irresolutos, transita por la angustia y la soledad.
…..Somos una comunidad. Nos debemos los unos a los otros. Pese a todo, anhelamos el bien. Piensa o siente el oyente mientras escucha las voces de Pärt. Lo buscamos en nuestras pláticas cotidianas. Lo pedimos sin cesar en las meditaciones, en las oraciones que edificamos con nuestro aliento breve. Pero el mal es un visitante consuetudinario de nuestras sociedades. Y la muerte violenta de los otros nos habla del hondo desequilibrio que nos circunda. La lamentación en Pärt susurra que somos pequeños, mutables y caducos. Y toda esta constatación sería insoportable si no hubiese un relieve en el que podamos recostar nuestro ser para consolarnos.
La composición de Pärt es, durante los cinco minutos y cuarenta segundos que dura, ese relieve ansiado. Porque las voces planean en el vacío y lo llenan de perdón, esperanza y luminosidad. Aunque las voces se desgarran de nuevo y quieren alegar porque debemos morir y la perennidad es un bien demasiado lejano para nuestra frágil condición. Con todo, el centro tonal de Da Pacem Domine atrae para conjurar todo el malestar del mundo. La obra culmina entonces en una transparente aceptación del dolor. En ese final hay reconciliación con el absoluto, que no es más que una reconciliación con la vida, con los otros, con la naturaleza, así el fundamento de todo devenir sea la crisis incesante.
…..Arvo Pärt es alto y delgado. Dueño de un vigor dulce y apacible. De barbas espesas y ojos profundos. Sus manos son largas, finas, severas como su música. En esta fotografía, una de ellas toma una campana. Es esa campana que canta la belleza y lo cristalino de su música después de las guerras y las matanzas de millones de seres humanos para llegar a un supuesto bien. Y al escucharlo reflexionar sobre el sentido de su oficio, podría concluirse que no hay una prolongación material más nítida de esta obra que la propia figura del compositor. Esta música, que ha salido de una paciente búsqueda, basada en la experiencia del dolor y la soledad, y en la felicidad que significa compartir la vida con los animales, las plantas y los minerales de la Tierra, se refleja también en las sombras recogidas de las iglesias ortodoxas, en las sinuosidades radiantes que otorgan los bosques en la primavera, en la lluvia que cae parsimoniosamente en los jardines del crepúsculo, en esa conversación que desde tiempos remotos establece el viento con las rocas y éstas con el cauce de los ríos y el mar.
…..Sin aspavientos sonoros y acudiendo a una expresividad tan sencilla como estremecedora, la música de Pärt se ancla en la sed metafísica del hombre. Música clara, simple, lúcida. Sonidos cuyo misterio reside en comprender que la misión más alta del compositor es entrar en la esencia de ellos y que el mejor modo de hacerlo es amarlos.
Pablo Montoya(Barrancabermeja, 1963) Premio Rómulo Gallegos 2015 por su novela Tríptico de la infamia. Profesor de literatura de la Universidad de Antioquia. Ha publicado los libros de cuentos Cuentos de Niquía (Vericuetos, París 1996), La sinfónica y otros cuentos musicales (El propio bolsillo, Medellín, 1997), Habitantes (Índigo, París1999), Razia (Eafit, Medellín, 2001) Réquiem por un fantasma (Hombre Nuevo Editores, Medellín, 2006) y El beso de la noche (Panamericana, Bogotá, 2010); los libros de prosas poéticas Viajeros (Universidad de Antioquia, Medellín, 2007) y Sólo una luz de agua; Francisco de Asís y Giotto (Tragaluz Editores, Medellín, 2009); los libros de ensayos Música de pájaros (Universidad de Antioquia, Medellín, 2005) y Novela histórica en Colombia 1988-2008: entre la pompa y el fracaso (Universidad de Antioquia, Medellín, 2009) y las novelas La sed del ojo (Eafit, Medellín, 2004) y Lejos de Roma (Alfaguara, Bogotá, 2008). Ha participado en diferentes antologías de cuentos y poesía colombiana y latinoamericana. Sus traducciones de escritores franceses y africanos y sus ensayos sobre música, literatura y pintura han sido publicados en diferentes revistas y periódicos de América Latina y Europa.
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de una obra del artista español © Juan Carlos Mestre