Yanina Audisio
Literatura del punctum
Parda
Victoria Viola
Enero Editorial, Buenos Aires, 2021, 84 p.
NOUVELLE EN VIÑETAS. Los capítulos, brevísimos, se presentan fechados. La historia, múltiple, alterna referencias entre 1966 y 1998. Los lugares, un puñado de localidades y zonas más o menos identificables de Argentina (y su imaginario). Hay ahí indicios para seguir. A su vez, los títulos casi asumen el engañoso valor de definiciones. Por rodeos, el avance del relato a veces recurre a la regresión; cuando los años parecen sucederse secuencialmente, aparece el retroceso, que no es repliegue sino relectura, un asomo al capítulo anterior o a un tiempo previo, para destacar u opacar algo.
ESCENA VELADA. En «La cámara lúcida», Roland Barthes señala modos de acercamiento a las imágenes: hacer, experimentar, mirar. Implicada en todos ellos, Mariam, la voz cantante de Parda, recrea sus experiencias como si las hubiera mirado una y otra vez. Lejos de la reiteración, los recursos a los que apela Victoria Viola son la visión recortada, la brevedad, el desvío. Dirige la luz sobre ciertas sustancias y a su acción, porque no acaba de vérselo, el mundo palpita, monstruoso y bello. Produce un decir preciso, engarzado por la imagen que ocasiona captación y captura. Deja señales tenues de lo que pudo pasar allí, cierta tonalidad, una temperatura.
LAS VOCES AJENAS. Mariam hace aflorar otros decires, mediante citas mínimas que resaltan un dolor, un cariño, una falta, un apetito. Así la familia, el barrio, la escuela, el campo, las amistades, los amores cobran densidad desde variadas perspectivas en el continuum del deseo. Ella misma, anhelante, a vuelta de página, asceta. Un solo fragmento, especialmente convulso, es narrado en tercera persona, voz imposible de rastrear, que atestigua lo que la protagonista le ha relatado. Luego, como las preguntas sin respuestas por los que no aparecen, se extingue.
PUNZAMIENTO. De modo sucinto y virtuoso, este libro nos sitúa en la pérdida: las violencias vienen de todas partes y en el procedimiento narrativo es como si las escenas fueran forzadas a la parálisis. El cierre frecuentemente poético de los capítulos cumple con el hallazgo, la emoción o la rareza, también el pinchazo, que Barthes define para todo punctum.
NARRACIÓN RASGADA. Ocurre la condensación; una escena se suspende para cristalizar en oraciones como versos, donde hasta el narrador muta, igual que si carraspease y diera ocasión a una voz sagrada que no incurre en la parábola: no hay moraleja sino saber sobre el dolor, un decir sobre la fatalidad, un hacer con la divinidad. La invocación es por las ausencias. Lo enseña El Árabe: el libro sagrado antes de abrirse debe entrar en contacto con los cuerpos.
LA EDAD DE NUESTROS MUERTOS. La anacronía funciona como un eterno retorno. Las preguntas insisten: cómo integrar lo que se violenta todos los días, cómo duelar al desaparecido. El proceso militar, la guerra de Malvinas, y las violencias raciales, de clase y de género. «Es la historia que dio con sus cuerpos» dice Mariam. Lo que no puede cantarse, se tararea en un silbo bajito. Ahora y siempre.
VOZ SILENCIADA. La narradora, a la que su propia madre pide que sea «una tumba», trae, en sus omisiones y alteración temporal del relato, el miedo. Si el silencio es para no morir, el silencio se parece a la muerte. Contar será entonces un hacer con el miedo. Los pasos para atrás y vuelta para adelante y de nuevo para atrás, coinciden en un punto con el recorrido que describe la voz poética de «En el país de Nomeacuerdo» de María Elena Walsh: Un pasito para allá, ay, qué miedo que me da. Sin embargo, contrario al confeso olvido de la canción (Un pasito para allí, no recuerdo si lo di), esta novela delimita la memoria como territorio a revisitar, porque si una vez lo vivido ha sido silenciado, la enunciación en fragmentos será insuficiente para revelar la historia y sus crímenes.
HISTORIA DE LA HISTORIA. Parda está salpicada de punctum para quienes habitamos el subcontinente latinoamericano. Victoria Viola rescata un álbum familiar de las desgracias, esto es, la familia se unta en el relato histórico o la historia atraviesa la familia o nadie se salva del todo de estos naufragios, de estos incendios. Una historia familiar que es una historia nacional y regional.
SUBALTERNIDAD. La familia es también el lugar de la privación, el desprecio, el descuido. Pone en tensión los orígenes, la pertenencia repudiada. «Me marea la tristeza refugiada en lo pequeño y cotidiano», dice Mariam. Parda, negra, en todo caso oscura, devaluada hasta por su propia madre. En el relato se presume una ascendencia mora, pero podría ser de cualquier otra etnia migrante, de pueblos originarios o mestiza, es decir, marcadamente sudamericana, argentina. La legión que entra por la puerta de servicio a las grandes casonas de la patria, autodefinida blanca y de raíz europea.
LA MARCA DEL NOMBRE. Algo impropio, desenfocado. Felipe se llama el esqueleto. Guillerminas, las sandalias. El alambre se nombra con el apellido del Padre de la Patria y Libertador de América, San Martín. La autora realiza un logrado ejercicio de alumbramiento sobre la inadecuación de las palabras para lidiar con el mundo y con las cosas. Los niños arman en las paredes frases que no significan nada. Igual los retan.
YERRA RIOPLATENSE. La impronta poética y el atravesamiento histórico ya se anuncian desde el epígrafe, los últimos versos de una de las estrofas del «Cielito de la Independencia»: Cielito, cielo dichoso,/cielo del Americano,/que el cielo hermoso del Sud/es cielo más estrellado. El cielito es una forma de composición lírica gauchesca y un baile popular colectivo de gran repercusión en la década de 1810 en los salones rioplatenses. Circuló entre las tropas como arenga y para amedrentar al enemigo. Un canto que surge de la plebe es tomado por la cultura letrada para invocar la unión en la defensa de la causa libertaria. En Parda, también un llamamiento: contra el olvido.
APACHETAS. En diferentes puntos del Camino del Inca, altares erigidos en honor a la Pachamama, montículos de piedras apiladas en forma cónica en cercanías a las cuestas difíciles, una manera de pedir que las desgracias se aparten. Con el paso del tiempo, se constituyen en hitos que demarcan los caminos y donde los viajeros dejan sus ofrendas. Así, Victoria Viola alza la casi exclusiva voz de Mariam que cuenta lo que puede y lo demás lo amontona al modo del canto, piedrita siempre certera: como cifró Juan Gelman, hablarte o deshablarte/dolor mío.
Yanina Audisio nació en Río Cuarto, Córdoba, Argentina, en 1983. Es poeta, escritora y traductora. Ha publicado los poemarios La boca y su testigo (Primer premio 7mo Concurso de Cuento y Poesía Adolfo Bioy Casares, Municipalidad de Las Flores, 2013), Piedras, papeles, tijeras (Buenos Aires, 2016), Bajo poncho (Buenos Aires, 2019) y Cielo sobre el charco (Buenos Aires, 2019). Próximamente se publicará su nouvelle El filo para arriba y su libro de poesía Sol por un rato, ambas obras premiadas con menciones de honor y este último publicado por Abisinia Editorial. Es traductora del inglés en Abisinia Review. Actualmente reside en Buenos Aires.
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de la fotografía «Cuando las palomas lloran» del artista © Juan Sebastián