Entrevista a Mery Yolanda Sánchez
Por Stefhany Rojas Wagner
Abisinia Review le dedica el dossier de su edición No. 17 julio–agosto–septiembre a la poeta colombiana Mery Yolanda Sánchez. Nos complace en gran medida compartirle a nuestros lectores la presente entrevista como un reconocimiento y agradecimiento a la labor de Sánchez en la literatura colombiana. El lector encontrará al final las rutas para acceder a todo el contenido del dossier.
Yo estaba sintiendo un país
Partícipe de la generación de poetas colombianas nacidas en los años 50, Mery Yolanda Sánchez deja entrever una poética de país atravesada por la violencia. Su poesía aborda temas como la guerra, el desplazamiento, la desaparición forzada, la incisión del lenguaje en la cotidianidad y la delgada línea que hace de los vínculos humanos irremediables quebraduras. Con una voz potente y fundamental en la poesía colombiana, Sánchez reconoce la herida y, a través de la palabra, purga la agresión dando cuenta de un territorio fracturado.
…..En palabras de la poeta Luz Helena Cordero: «Los de Mery Yolanda Sánchez no son poemas fáciles. Sus libros no se pueden tragar de un bocado, aunque a veces desconcierten sus cortas líneas, casi tímidas, siempre tratando de escabullirse, de concluir lo inconcluso. Que no se engañen los lectores. Muchos de sus poemas son crónicas del espanto. A veces hay hermetismo como una invitación a transgredir la dureza para encontrar el sentido, el sabor, la esencia que esconden las palabras. Hace afirmaciones tajantes que duelen. Se vale de la ironía y convoca la inteligencia para descifrar los elementos, los símbolos, las imágenes poderosas que emplea. La suya es una poesía palpitante y terrible, como el mundo al que alude».
Mery Yolanda Sánchez nació en el Guamo, Tolima, Colombia, el 30 de junio de 1956. Ha publicado los libros de poesía La ciudad que me habita (1989), Ritual para las noches (1997), Dios sobra, estorba (2006), Un día maíz (2010), Gradaciones (2011), El hombre que escupe mariposas (2017) y la selección de poemas Rostro de tierra (2011). Próximamente el Instituto Caro y Cuervo publicará su obra que incluye el libro inédito Pueblos de agua en los ojos. En 2012 mereció el segundo lugar en el concurso de Novela Breve de la Universidad Javeriana por su novela El Atajo. Participa en los libros de memoria de la Organización Femenina Popular: Vidas de historia, una memoria literaria (2016) y Escritura del desarraigo, historias de Floridablanca (2019). Fue beneficiada con la Beca Nacional del Ministerio de Cultura de Colombia en 1998 por su proyecto Poesía en Escena, propuesta escénica para la presentación de lecturas de poesía en Bogotá entre 1993 y 2013. Ha realizado labores de orientación en talleres de poesía para niños, jóvenes, población de internos en centros carcelarios y habitantes de calle. Dictó cursos de apreciación y creación literaria en la Universidad Nacional de Colombia.
Tú naces en el Guamo, Tolima en una década denominada la Guerra del cincuenta. Cuéntame cómo era tu casa y cómo fue tu primer contacto con la poesía.
Mi casa era de material, grande, con árboles frutales. Mi padre tenía una pequeña huerta donde cultivaba productos esenciales para la sobrevivencia. Era en la zona urbana, pero provincia, por supuesto. El Guamo era un pueblo abandonado. Ardiente. Caliente. Nuestra casa estaba en medio del paso del tren y la carretera que iba a Neiva. Por el otro costado estaba la Colombiana de Tabaco, empresa donde recibían el tabaco de la región y la casa a cincuenta metros del Río Luisa. Los administradores de la empresa de tabaco botaban basura en frente y a mí me gustaba ir a recoger los rollos de la calculadora usados. Un día encontré una máquina de escribir viejísima que le faltaban letras. Esa fue mi primera máquina. Y mi primer contacto con lo que muchos años después supe que era poesía, fue a la edad de cuatro años: en el patio de mi casa, en un poste de madera, mis hermanos pintaron con carbón un radio porque no teníamos. Ellos todas las tardes iban y prendían ese radio y bailaban, yo los miraba. Luego entendí que yo escuchaba música, veía muy bien todo. Había una escenografía natural en medio de los árboles. Aunque ese recuerdo permanece en mí desde siempre, fue en la adolescencia que me di cuenta de que ese fue mi primer acto poético como observadora.
Un hermoso recuerdo, Mery Yolanda. ¿Cómo fue tu primer acercamiento a la lectura?
Aprendí a leer y a escribir muy pequeña porque mis hermanos fueron maestros toda la vida. A los cinco años ya estaba leyendo libros, pero no entendía mucho. Claro, fueron libros que tuve que retomar en mi adolescencia. Recuerdo que el primer libro que leí fue El defensor tiene la palabra de Petre Bellú. Leí esa novela a la que le faltaban las primeras 17 páginas. Cuando llegué a la ciudad a los 17 años lo busqué en las librerías de San Victorino para completar la lectura.
¿Y de poesía qué libros comenzaron a marcar tu vida y el inicio de lo que sería tu escritura?
Con la poesía aprendí primero a escuchar. Mi padre tenía una manera de contar muy hermosa, quedaba en el aire algo poético. Recuerdo que todo lo que llegaba a mis manos lo leía. Aprendí que debía escucharlo todo y debía leerlo todo. Leía a Rubén Darío, José Asunción Silva, Sor Josefa. El pueblo donde nací, a pesar de que mi familia era liberal, es un pueblo que sigue siendo conservador. No llegaba el periódico El Espectador, así que lo primero que leí fueron poemas que salían en las Lecturas Dominicales de El Tiempo y el periódico El Campesino. Allí había mucha literatura, sobre todo cuentos. Recuerdo que una tía administraba una finca de la directora del Conservatorio del Tolima y llevaba los libros que ya había leído. Mi tía nos los prestaba y otros se los regalaba a mis hermanos, yo los leía.
O sea que tenías acceso a literatura mundial con esta biblioteca que se te ofrecía desde muy pequeña, o por lo menos un amplio espectro de la literatura.
Sí, además fueron muchos los insumos que me acercaron a la poesía porque mi madre, por ejemplo, regañaba a mis hermanas cantándoles tangos, tangos de barriada, tangos fuertes. Y yo ya empezaba a entender qué quería decir un verso de una canción, una composición. En los pueblos la gente habla con coplas, con refranes, con lo que llamamos ahora sentencias. De ahí adquirí el don de la síntesis.
¿En qué momento te pica ese bicho de la escritura?
Comencé a escribir cuentos en el colegio. Tenía un profesor que había sido sacerdote y al que le gustaba la literatura, siempre nos ponía ejercicios de escritura y yo escribía hasta los cuentos de mis compañeros. Los primeros cuentos salieron a los seis años. Y la lectura en voz alta fue clave. Mi padre hacía concursos de lectura en voz alta conmigo y mis hermanos. Yo escribía sobre mi vida, sobre todo, los temas principales eran de cosas sociales, de la pobreza, del campo… era mi vida, era mi contexto.
¿Qué hacía Mery Yolanda en su juventud para alimentar su escritura?
Seguía leyendo. Aprendí a escuchar y siempre fui muy observadora. Siempre fui solitaria, callada, casi no me salían las palabras. Me sentía mejor escribiendo lo que pensaba. Y como no quise estudiar me retiré del colegio. Me hice bachiller al presentarme al ICFES en 2010, en un solo examen de 1o. a 6o. Y eso fue porque me lo exigían para la contratación. En los pueblos no era necesario ser bachiller. Empecé a trabajar desde pequeña. Mi primer trabajo fue en un despacho parroquial; escribía en los libros las partidas de bautismo, de matrimonio y de defunción Hacía parte de un grupo de teatro. Íbamos por los pueblos, hacíamos funciones. Me gustaba hasta cuando debía caracterizarme con minifalda, usar cosméticos y tacones. Una hermana tenía un grupo de teatro y de danzas folclóricas con profesores y los empleados de Telecom, ella me incluía en el reparto.
¿Cómo fue ese tránsito de una adolescente de pueblo que decide irse a una ciudad en pleno crecimiento, caótica, convulsiva, como lo era Bogotá en esa época?
Realmente yo no lo decidí. A mi familia no le gustaba que yo hiciera teatro, tampoco que anduviera con mis amigos de la cuadra, cogíamos los caballos que veíamos por ahí así no tuvieran silla, y nos montábamos en ellos No teníamos miedo de nada, en casa pensaban que andaba por mal camino. Un día llegué a casa y en unas cajas de aguardiente habían metido mi ropa. Una hermana me dijo que una prima de nosotros que vivía en Bogotá me había conseguido un trabajo. Le dije: «¿Cómo así? O sea que yo me voy». Ella dijo: «Sí». Tiempo después pensé que yo había sido desplazada porque a mí nunca me preguntaron si quería venir a la ciudad.
La juventud total…
Sí, entonces era un lío, ellos pensaron que yo estaría mejor como una persona seria en una oficina. En efecto, mi prima me consiguió un trabajo como secretaria. Aprendí mucho, aunque ya sabía bastante de contabilidad y fui ascendiendo, haciendo carrera en esa empresa. Llegué el 5 de marzo del año 75. Vivía con mi prima en una habitación donde teníamos una cama pequeña y para no tropezarnos una dormía con la cabeza al lado de los pies de la otra. Me presenté a la Universidad de los Andes para estudiar música ya que desde pequeña me gustaba mucho el piano. Por parte de mi madre la familia fue y es de músicos. En ese momento no era requisito ser bachiller para presentarse en esos cursos libres. En el examen pasé la primera prueba de piano, pero el de cultura general no lo pasé. Después busqué talleres de creación poética y narrativa.
En ese tránsito de llegar a Bogotá, de sus dinámicas y en tu búsqueda de lo que sería tu camino de creación, ¿Cómo llegaste a la Casa de Poesía Silva?
Fui a inscribirme a un taller de poesía, me correspondió con Nicolás Suescún y después con Juan Manuel Roca. Terminó el año de taller y empecé a hacer reemplazos y a manejar la fonoteca. Eso fue más o menos en 1989. Como tenía experiencia en administración por haber trabajado en varias empresas, como obrera calificada, María Mercedes Carranza me pide que organicemos una librería especializada en poesía. Yo sabía llevar un kárdex, inventarios, libros básicos de contabilidad y fui aprendiendo sobre el mercado de los libros. Aprendí cómo buscar los distribuidores de libros para que nos los dejaran en consignación. Así fue creándose la librería y yo quedé con un contrato de término indefinido hasta el año 95.
Como esta entrevista es también para un público latinoamericano, me gustaría que nos contaras ¿Quién fue para ti María Mercedes Carranza y cómo fue tu cercanía con ella?
María Mercedes Carranza era la directora de la Casa de Poesía Silva y era reconocida por su poesía. Ella estaba pendiente de cómo se iban desarrollando los talleres y todas las actividades que se realizaban en la Casa de Poesía Silva. Estaba pendiente de lo que se publicaba y sabía del panorama de quienes escribían en el momento, de quienes asistíamos a los talleres. Ella era un ser integral, además una persona justa. En los dos últimos años que trabajé en la Casa Silva, dicté un taller para jóvenes en la Corporación Colombiana de Teatro. También Patricia Ariza me invitó a un taller dirigido a los habitantes de la calle, donde hice la coordinación editorial de dos libros de poesía como muestra del proceso. Le pedimos a María Mercedes que nos permitiera presentar las obras en la Casa Silva y ella me dijo: «Sí, y ¿en quién han pensado para presentar esos libros?» Entonces yo le di el nombre de un poeta que trabajaba temas urbanos y ella dijo: «No, la presentación de esos libros la va a hacer usted. Porque aquí veo que usted dictó el taller y también la coordinación editorial, y usted va a recibir pago por la presentación porque ese no es su trabajo como librera». Ahí está la dimensión humana de la poeta, directora de la Casa de Poesía Silva, que reconocía el otro trabajo que hacía, mientras era funcionaria de la casa.
En 1989 publicaste tu primer libro «La ciudad que me habita». ¿Cómo fue el proceso de publicación de este libro y cómo fueron tus primeros pasos en la poesía colombiana como autora?
Empecé a publicar mis poemas en volantes y los vendía en los bares, también iba a repartirlos en los festivales de El Semanario Voz. Cuando apoyaba huelgas, paros con personas del Partido Comunista. En esa época el PC apoyaba todas las artes y las mujeres activistas a las que yo acompañaba a las marchas comenzaron a decirme que ya era hora de que dejara esos volantes y que publicara un libro. En ese momento yo estaba en un taller de poesía con Juan Manuel Roca; una funcionaria de la Casa Silva me dijo, ¿Quiere que Juan Manuel Roca le haga el prólogo? Si quiere yo habló con él y le dije que bueno. No sé si ella ya había hablado con él o qué, en todo caso ella me contó: «Le dije a Roca y él dijo que encantado». Me hizo el prólogo y de ahí en adelante él empezó a apoyarme. Juan Manuel coordinaba el Magazine Dominical de El Espectador, cuando yo tenía poemas inéditos, él me publicaba. Él fue clave con la difusión y en las valoraciones que hizo de mi trabajo. Imprimí el libro en un taller que Roca me recomendó donde a él le publicaron País secreto. Siempre fui una persona de bajos recursos económicos, así que le dije a una prima que vendiéramos unos enseres que le tenía guardados y que me prestara el dinero para la impresión.
Desde este primer libro tus lectores vemos que hay una impronta, una huella muy fuerte de la violencia. Por ejemplo, en el poema «Miedo» publicado en «La ciudad que me habita» está la presencia del compañero desaparecido, así como a lo largo del libro van apareciendo estas voces. Según me contabas en algún momento, esta búsqueda va madurando en ti desde que eras niña, ¿cómo es que este contexto desemboca en tu trabajo?
Las historias que mi padre nos contaba cuando éramos pequeños, eran ciertas. Él fue perseguido político porque en el Guamo no había más de dos familias liberales. Él varias veces fue subido al camión para ser ajusticiado en el río Saldaña, y casi siempre era mi madre la que lo salvaba porque ella era de una familia de personajes influyentes, su primo era inspector de policía, entonces iba y decía: «Se llevaron a mi marido en el camión». Y pronto perseguían ese camión y lo bajaban de ahí. A la gente le pegaban un tiro de gracia y lo tiraban al río. Mi padre era gaitanista, entonces desde niña empezó en mí ese bichito, esa cosa que dolía. Seguí aprendiendo del contexto social que me correspondía. Cuando presenté en el Festival de Voz Proletaria La ciudad que me habita, estaba la noticia que la noche anterior habían asesinado al Dr. Luis Carlos Galán.
…..Viví en la coyuntura; por ejemplo, el poeta Manuel Gustavo Chacón, el cual aparece en Poesía emboscada, antología que hace Saúl Gómez Mantilla, con el que leí en un festival, a los ocho días fue asesinado; en otro festival bailé con el Dr. Leonardo Posada y a los ocho días lo mataron. Era una cosa fuertísima, era el contexto que vivíamos, pero entenderlo, asimilarlo para luego tomarlo y transformarlo era nuestra responsabilidad. Luis Vidales me decía que podría ser que en ese momento lo que hacíamos no fuera tan importante, sino que con el paso del tiempo eso iba a tomar la importancia que merecía.
¿Qué ha cambiado en tu escritura y en lo que piensas de lo que es la poesía a lo largo de estos años en donde has construido una obra?
Para mí el tema sigue siendo el mismo porque estoy en el mismo contexto. La guerra solamente muta, cambia de protagonistas, pero la guerra sigue, la matazón sigue. He tenido transformaciones en cuanto a la estructura y los recursos estéticos y estilísticos. Sí, creo que cada libro es una nueva propuesta en estructura, eso sí, pero en cuanto al tema, escribo desde el mismo contexto, en el mismo territorio.
En tu larga tarea de creación y de divulgación de la poesía como tallerista, has trabajado con población carcelaria y con personas en situación de calle. ¿Cómo fue trabajar con estas poblaciones vulnerables y enfrentarte con estas sensibilidades?
Con los habitantes de la calle la experiencia fue impactante, hay gente que uno no espera conocer y que, más allá de todos los prejuicios, uno se da cuenta de que algunos son mejores seres humanos que uno. Aún me veo con Pablo, El amante de la Luna, que ahora es artesano, fue muy bello el encuentro con él porque fue superando cosas, antes no quería que uno le corrigiera un poema, luego aceptó y quiso publicar un libro. Después me dijo que había comprado una máquina de escribir y que se iba para Brasil. Hoy todavía lo veo y es una persona muy solidaria.
…..En las cárceles trabajé un buen tiempo con el Comité de Solidaridad con Presos Políticos en el Buen Pastor. Yo iba los viernes, era casi un trabajo de servicio humanitario. En esa época el Patio Sexto era para las mujeres guerrilleras, a veces estudiantes universitarias que cogía la policía se encontraban allá. La experiencia en esos sitios siempre ha sido sobre todo muy humana al reconocer a estas personas y que ellos lo reconozcan a uno también como un civil. A la Cárcel La Picota y a la Localidad de Ciudad Bolívar, fui en un programa del Instituto Distrital de Cultura y Turismo que se llamaba Tejedores de Sociedad. Me di cuenta de que todo es elástico, todo fluye y por mucho que uno se sienta intimidado se puede dar la vuelta de tuerca, eso es muy interesante porque al final uno se siente bien, siente que pasó algo, que se hizo algo, es muy gratificante.
Sin duda, una persona corajuda es aquella que se atrevería a trabajar con estas poblaciones tan sensibles, pero dime Mery Yolanda, en tus búsquedas, ¿qué detonó en ti el impulso de llevar la poesía a estos espacios?
La primera vez que fui a una cárcel fue a la Picota como tallerista. En ese momento pensé que ver el horror en vivo, sentirlo, también puede ser un privilegio, porque uno aprende que puede aportar algo para la transformación de la sociedad. Ya después me invitaron a La Modelo, donde se hizo un concurso literario y con los resultados, una revista. Me fui sintiendo cómoda porque era importante escuchar a otras personas. Esto me ayudó a confrontar lo que decían los medios con otras versiones, así ejercía mi derecho a tener la libertad de pensamiento al contextualizar. Sin darme cuenta todo esto iba alimentando mi poesía.
En ese camino, ¿recuerdas algún acontecimiento que te haya marcado profundamente en algún taller o con algún participante?
Una mujer que era comandante guerrillera de las FARC en el Buen Pastor me contó al detalle, riéndose, cómo cometía un asesinato; esto me sorprendió muchísimo y me di cuenta que las mujeres pueden ser más perversas que los hombres, porque algunas cuentan sin ningún rubor. Un hombre no explica, no da detalles y lo mismo en la literatura, ellas escriben así, con el color de la sangre, en ese sentido los hombres son más delicados. Y esa era la mujer que asistía al taller que más me quería, la que no me permitía comer de lo que le daban a ellas, a las detenidas, sino que pedía el almuerzo de ella y el mío. ¿Cómo un ser humano que me daba tanto amor a mí, podía explicar un asesinato de la manera como lo decía? Eso no se me olvida nunca, encontrar en un solo ser un blanco y negro tan marcado.
En tu larga carrera también trabajaste con el Ministerio de Cultura cuando te ganaste una beca nacional por tu proyecto Poesía en Escena ¿De qué manera fusionas la escena, el teatro y la literatura como un elemento que rescata y desarrolla la experiencia poética?
En la Casa de Poesía Silva me di cuenta que los poetas llegaban, leían y se iban, no había un público activo. Todo eso lo fui observando y como yo coordinaba lo que hacía la Corporación Colombiana de Teatro en Literatura, en una Muestra de Mujeres en Escena, que dirigía Patricia Ariza, acordamos que yo coordinaría un espacio de poesía; ahí mismo comencé una convocatoria de poetas. Hablé con William Fortich, director de teatro, y le conté que yo quería hacer unas lecturas de poesía, dentro de una atmósfera teatral. Él me dijo que yo estaba loca. Empezamos a trabajar bajo su dirección artística. Tomábamos los poemas; por ejemplo, de Stefhany Rojas, y le hacíamos una propuesta teatral con todas las expresiones artísticas. Dependiendo de las atmósferas que nos daba la poética, hacíamos la puesta en escena, con danza, música, expresión corporal, sonidos, escenografía, etc.
…..Así nos ganamos una beca después de cuatro años de estar trabajando. Estuvimos en el Teatro Colón, que fue como el posgrado gracias a la Embajadora de Bolivia de ese momento. Ella buscó la plata para que yo hiciera la puesta en escena. Montamos en 20 días. Fue muy duro porque la escenografía nos tocó hacerla en hierro, en lámina. En escena se ponían los poemas, se hacía un trabajo de mesa, dibujábamos lo que queríamos ver en el escenario. Pero no era un performance, en el performance usted dice Luna y ahí le aparece una luna y no, era una hermenéutica propia, era otra cosa. Fue fuerte, pero hasta los técnicos del Teatro Colón quedaron enamorados de nosotros. Porque nosotros tuvimos la delicadeza hasta de mandarles carta de agradecimiento. Sí, fue un evento lleno total. Hasta el alcalde que era Antanas Mockus estuvo. Ese proyecto cumplió 20 años, yo trabajaba solamente para Poesía en escena. Al escoger un poeta debíamos leerlo, hacer una propuesta escénica sin dejar de ser creadores. Creo que la concepción de este proyecto también tiene que ver con mi infancia, porque fue la imagen del radio, los grupos de teatro que iban al Guamo y que llevaban buenas obras. Todo tiene que ver con todo y están involucradas todas las artes. En ese sentido Poesía en escena fue la prolongación de mi obra poética.
¿Con tu recorrido sobre la poesía y el trabajo escénico, qué opinión tienes sobre las escrituras expandidas que están tan en boga en la búsqueda de la poesía joven?
Es una propuesta que tiene otras maneras de llegar a públicos diversos y que tiene aceptación. El trabajo de Poesía en Escena fue de difusión, de hacer un homenaje a los autores y lo hicimos con hechos poéticos en el escenario. Nosotros, llevábamos a los poetas a que hicieron exposición de sus obras. Servíamos como puente para la escucha.
Pasemos a la narrativa. En el 2012 publicas tu novela El atajo. Allí también persiste el tema de la violencia con el viaje que hace el narrador en primera persona por una geografía dispersa ¿Qué lleva a que después de tanta escritura en la poesía y después de tanto tiempo que has forjado tu carrera en el pensamiento poético, retomes la narrativa de tus primeros años y publiques esta novela?
Viajé a diez municipios del departamento de Nariño como Promotora de Lectura durante veintiún días. El tiempo fue corto para el recorrido. A mi regreso mi alma estaba enferma. Debía ir al médico, pero decidí escribir, escribir, escribir. Cuando tuve muchas páginas me fue aliviando. Leí lo escrito y me di cuenta de que había literatura, que había poesía. Demoré en depurar el texto casi siete años. Quitarle poesía porque era muy fuerte, sólo imágenes e imágenes. Yo decía, no, esto no lo lee nadie. Bueno, igual no sé si hice bien o mal, pero ¿por qué la poesía? ¿por qué paso de la poesía a la narrativa? Porque yo creo que las sensaciones fueron más fuertes. Eran ríos y ríos de sucesos que no se podían concretar en un poema, o en un libro de poesía. Eso lo vine a entender mucho después. Que era otro fluir de palabras, que era otra necesidad. Tenía que describir porque tenía que argumentar las situaciones, las acciones, los sucesos. Lo que yo no tuve claro es si era testimonio, crónica o novela. Eso me tocó preguntarlo porque yo no sabía qué era eso. Yo no sé si es correcto decir que casi que fue una cosa accidental. No sé, soy de las personas que creen en la magia y creo en la pasión, en la magia y en el misterio. Hay cosas que de manera racional me es difícil entender, me cuesta mucho racionalizar mi ser creativo. En los últimos años que me hacen entrevistas o tengo que hablar de mi obra y me es difícil.
Entonces allí también reside el fenómeno poético. ¿Tienes algún escritor que te acompañara en la escritura desbordada de tu novela?
He leído varias veces la obra completa de García Márquez, pero amo decir que vivo en Rulfo. También me emociona mucho el poeta alemán Gottfried Benn. Otro que es así para mí, como otro dios, como Rulfo, es Luis Cardoza y Aragón. Hay un libro de Luis Cardoza y Aragón que se llama Pequeña sinfonía del Nuevo Mundo, eso es poesía pura para mí.
Y sobre esos misterios, recuerdo una tarde paseando por Buenos Aires que me hablaste de ese «estar con una misma» en el ejercicio de escritura. ¿Tienes algún ritual en el momento de sentarte a trabajar?
Mi ritual es no recibir llamadas, no hacerlas, no ver películas, no oír noticias, estar completamente sola. Sí, me encierro, todo fluye y me siento liviana y tranquila. Llego a un momento en que me siento leve.
Hasta aquí hemos hecho una mirada general a tu trayectoria y a tu vida como escritora, como gestora cultural y tallerista. En estos arduos años de trabajo, ¿cómo ves que se ha transformado la poesía escrita por mujeres desde que publicaste tu primer libro hasta el día de hoy?
A mí me decían que hiciera yoga y que leyera poesía oriental porque yo veía la cosa muy oscura. Si ellos no la veían no era culpa mía, yo estaba viendo, estaba viviendo un país, sintiendo un país y la gente tenía miedo de hablar de aquello que no se podía hablar. Hoy se habla con mayor soltura sobre temas como homosexualidad o violencia contra la mujer, sino que se extralimita esa escritura y se pierde lo estético; en ese sentido algunas mujeres se empecinan en ser protagonistas de hechos políticos, y sobreponen esto al hecho poético y a mí me interesa la literatura, la poesía. Si esa poesía deriva en que sea bien valorada por lo político, pues bien. Si no también, porque yo creo que el gusto está en el hacer. Yo como creadora me siento bien en el hacer, lo que venga después es ganancia. Grandes transformaciones se han dado desde la época en que publiqué mi primer libro. Pocas éramos las mujeres que nos atrevíamos a hablar del momento histórico que vivíamos. Ahora se escribe más, pero sin mayor nivel, en cuanto a lo que es para mí la poesía: imagen, metáfora, símbolo, diversas connotaciones. Sí, hay mucha diversidad.
Pero de ahí a que lo que se publique tenga un valor literario, de que sean lectores o lectoras, de que se trabaje en el oficio con respeto…
Creo que se nos lee sin mayor atención, se dice «es buena, es mala» sin argumentación. Hace poco encontré el libro El refugio de los dioses de Janeth Rico Preciado, publicado por Abisinia, y hay imágenes increíbles, leí con ella en Tunja y ¿cuántas personas conocemos a esta autora? ¿Qué estamos haciendo para que ese trabajo se difunda? También conocí a Yadira Rosa Vidal Casadiego, una poeta del Chocó que es una antropóloga y tiene un manejo de lenguaje y una puesta de temas ancestrales, digna y fuerte. La conocí en el Encuentro Nacional e Internacional de Mujeres poetas de Cereté el año pasado. Lo que pasa es que no nos estamos dando el tiempo, un buen tiempo para leernos y decir y poder hablar de tendencias. Hay diversidad, cierto, y hay unas búsquedas que pasan de la literatura a una puesta escénica donde yo quisiera que alguien me explicara eso. ¿En qué contribuyen estas puestas a la verdadera literatura, a la poesía? Y si esas personas que están haciendo eso, esas nuevas propuestas, están leyendo buena poesía, si están escribiendo buena poesía.
Para terminar nuestra charla, Mery Yolanda, quisiera saber cuáles serían esas voces de la poesía colombiana que tú resaltarías como importantes y de las cuales puedas recomendar su lectura.
Resaltaría a Juan Manuel Roca, Matilde Espinosa, Emilia Ayarza, José Manuel Arango. De gente joven hay unas mujeres que tienen dos componentes para mí importantes, han estudiado literatura y tienen un bagaje y un conocimiento sobre la materia y son voces fuertes: Andrea Cote, Tania Ganistky o Camila Charry, o sea, son voces imprescindibles en el panorama nacional. Por otro lado, la poesía de la gente joven que vive fuera de Bogotá está dando sorpresas, tenemos a Ela Cuavas que recientemente mereció el Premio de Poesía Cote Lamus. Tal vez se me queden muchos nombres más. Lo más interesante es que hay, dentro de las personas que escriben poesía, de lo que yo considero poesía, una amplia diversidad, ahora con el tiempo vamos a ver qué queda sobre la arena.
Bogotá-Buenos Aires, septiembre de 2023
Stefhany Rojas Wagner nació en Bogotá, Colombia, en 1994. Es poeta, artista, editora y gestora cultural. Es co-fundadora y directora de Abisinia Editorial y de la revista argentina Abisinia Review. Fue ganadora de la convocatoria de Pasantías en Bibliotecas Públicas del Programa Nacional de Estímulos, Ministerio de Cultura de Colombia, 2019, con el libro-objeto de entrevistas a mujeres que han sufrido la violencia en el municipio de Guatapé Mi cuerpo como un río (Medellín, 2019). Breve tratado de la melancolía es su primer libro de poesía el cual fue uno de los ganadores del VIII Premio Nacional de Poesía Obra Inédita (2020), publicado con Valparaíso Ediciones (2021).
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de una obra del artista colombiano © Fercho Yela