Mempo Giardinelli
¡Pasen y disfruten este maravilloso cuento sobre el exilio, la guerra y la Patagonia! Del último libro de cuentos del escritor argentino Mempo Giardinelli Sueño del exiliado y otros cuentos / 流亡者的梦 publicado en Shanghai (China, 2022) compartimos, como primicia para Abisinia Review, el cuento Tío Bob / 鲍勃叔叔 en edición bilingüe. Agradecemos las gestiones y la traducción del español al chino de Angela Tongxin Fan.
Tío Bob
La primera vez que fui a Nueva York terminaban los años ‘70 y con un amigo que estaba exiliado en Suecia —El Polaco Szmule— habíamos planeado encontrarnos allí porque equidistaba entre Estocolmo y México y era una gran ciudad, ideal para desquitar penas de exilio.
…..Llegamos casi juntos, nos alojamos en un hotel más o menos decente aunque de precio poco razonable (en Manhattan no hay hoteles de precio razonable) y la primera mañana salimos a pasear, contentos como primos que van a jugar en el parque.
…..Hacía muchísimo frío y nosotros caminábamos alegremente por la Séptima Avenida, recordando viejos tiempos, amigos comunes y nostalgias de la patria, cuando en la esquina de la calle 46 El Polaco miró hacia la Sexta, me dio un codazo en las costillas y dijo, señalando hacia arriba: «Oia, mirá eso». Y yo miré, y “eso” era una enorme bandera roja que caía desde la ventana de un tercer piso con la leyenda: “Giardinelli
Band Company”.
…..No lo podía creer, porque me crié convencido de que no teníamos parientes en el mundo. Por no sé qué tragedias familiares (la pobreza extrema en los Abruzzos, el analfabetismo de los abuelos inmigrantes, la Primera Guerra Mundial) fui criado en la seguridad de que no teníamos más parientes que unos pocos tíos en Buenos Aires. “Ni siquiera en Italia deben quedar”, escuchaba decir a papá y a las tías. Y a la muerte de él, cuando yo era todavía un niño, las mujeres de la familia me endosaron la pesada carga de ser el último portador del apellido, significara eso lo que significare.
…..Absorto, miré flamear esa bandera sin saber qué hacer. Era obvio que nadie en el mundo iba a gastarme semejante broma, pero la bandera estaba ahí, enorme y lánguida, y para mí completamente irresistible. Era un edificio como los de las películas de Woody Allen, de arquitectura típica neoyorquina de fines del Diecinueve o principios del Veinte: ladrillos rojos ennegrecidos de hollín, ventanas de dobles hojas superpuestas en movimiento vertical, siete u ocho plantas que remataban en una especie de sencillo almenar.
…..Hacia allá fuimos y en la planta baja supimos enseguida que se trataba de un edificio dedicado a la música: todos los pisos y oficinas estaban ocupados por empresas dedicadas a la fabricación, venta, afinación o reparación de todo tipo de instrumentos. El negocio más grande era el que anunciaba la bandera: una fábrica de boquillas para instrumentos de viento.
…..Cuando salimos del elevador, me sentí en una especie de País de las Maravillas: tras la apariencia de vieja ferretería de pueblo, esa gente que llevaba mi apellido se había especializado en fabricar y vender embocaduras para trombones, cornos, trompetas, tubas, oboes, clarinetes, fagotes, flautas y qué sé yo qué más. Allí estaban las embocaduras de todos los vientos, de maderas finas o de bronce, de plata y de plástico, de baquelita y hasta de oro. Allí se exhibían todas las boquillas que uno pudiera imaginar: los modelos más sencillos y los más estrambóticos se lucían en vitrinas, mesas, cajas, cajitas y cajones. El lugar era una especie de tienda antigua, como un almacén de ramos generales pero tan específico que acababa siendo un almacén de ramo concreto, digamos: sea lo que sea que usted toque soplando con la boca, aquí lo encontrará.
…..En las paredes había una infinita galería de fotos —la mayoría en blanco y negro— de músicos y orquestas famosos: allí estaban Louis Armstrong y John Coltrane, Glenn Miller y Benny Goodman, Artie Shaw y la Filarmónica de Nueva York, Harry James y un cuarteto de trombones que yo desconocía, Dizzie Gillespie y Miles Davis y una sucesión de grandes directores de orquestas como Herbert von Karajan y Eugene Ormandy, y también Gerry Mulligan y Stan Getz y no sé, había decenas de virtuosos, ejecutantes de todos los géneros y estilos; personas de piel de todos los colores y los más diversos tipos de ojos; gentes con sonrisas y con ceños fruncidos, capturados todos por las cámaras tocando sus instrumentos o posando, en fin, eso era una galería magnífica, como un museo del jazz pero también de la buena música universal. Uno recorría esa exposición como quien recorre una de Chagall o de Van Gogh, o sea repleta de piezas que parece que se repiten pero que en realidad nunca se repiten. Claro que en este caso lo más asombrado era, para mí, que todas esas fotografías, todas, estaban autografiadas y las dedicatorias expresaban, unánimes, su agradecimiento a Robert Giardinelli.
…..Del azoramiento me sacó El Polaco con otro codazo:
…..—No podés irte. No podés no preguntar por ese hombre.
…..Me dirigí a una de las tres muchachas que atendían el negocio, que en ese momento estaba bastante concurrido: una docena de clientes hacía consultas o entregaba o retiraba instrumentos. Le dije que quería hablar con Míster Giardinelli. Me preguntó de parte de quién y por qué asunto, y cuando le respondí sonrió como si yo hubiera pronunciado un buen chiste.
…..Pero el hombre apareció enseguida. Abrió la puerta de su despacho y supe quién era en el acto, porque era idéntico a mi papá: los mismos ojos celestes, la misma calvicie, la misma pera partida y la misma sonrisa confiable que yo he recordado siempre de mi padre.
…..La mandíbula se me cayó hasta las rodillas y abrí tanto mis ojos miopes que, debajo de los lentes, deben haber parecido un dos de oro estampado sobre mi nariz. El hombre era muy alto y tenía un manejo muy suelto de su cuerpo y de las situaciones. Se veía que era lo que se dice un hombre de mundo, con mucho kilometraje recorrido, de trato fácil y agradable y un magnetismo natural. Debía tener unos setenta años, pero se lo veía en excelente estado atlético. Canoso en los pocos pelos que se montaban sobre las orejas, su cara delataba a un exboxeador (luego supe que había sido profesional de peso semicompleto). Hablaba Inglés con acento claramente italiano, como un cocoliche gringo igualmente simpático.
…..Dos horas después estábamos comiendo pastasciu’tta en un restaurante romano que había enfrente, sobre la 46, y que se llamaba La Strada y donde lo recibieron como a un magnate petrolero. Él me presentó al maitre y a los meseros como “un sobrino que vino de Sudamérica”. A esa altura yo le había pedido permiso para llamarlo Tío Bob y El Polaco se había excusado de comer con nosotros confesándome que la situación le producía una envidia insoportable y que se iría al hotel a consultar la guía, a ver si encontraba un pariente.
…..Después del postre y mientras tomaba un café con Sambucca, Tío Bob me preguntó si yo vivía, acaso, en la Patagonia. Le respondí que no y le hablé del tamaño de la Argentina, de lo lejos que están el Chaco y Buenos Aires de la Patagonia, de la situación política imperante entonces en mi país, del exilio y de mi vida en México. Él escuchó todo atenta, educadamente, pero yo me fui dando cuenta de que no le interesaban demasiado esas circunstancias, porque a cada rato volvía sobre la palabra mágica: Patagonia. ¿Qué tan lejos quedaba exactamente, como para no haber ido jamás? ¿Cómo eran aquellos paisajes y qué me parecía a mí un desierto de tal magnitud donde antes, millones de años antes, habían habido bosques maravillosos? ¿Cómo era Ushuaia? ¿Lo acompañaría yo hasta los glaciares del extremo sur si él iba a la Argentina? ¿Había buenas carreteras, se podía ir por mar o acaso en tren? ¿Se alquilarían caballos, había hoteles, era posible esquiar sobre aquellos lagos helados, se comían buenas pastas en la Patagonia?
…..Yo no tenía todas las respuestas, y tampoco sé si para este relato interesan tantos detalles. Pero sí diré que Tío Bob era siciliano y había sido criado en un orfelinato de Catania, donde aprendió el oficio de hojalatero y desde muy joven empezó a arreglar instrumentos de viento. Huyó del fascismo y la pobreza justo antes de la guerra y a comienzos de 1940 llegó a los Estados Unidos. Se enroló en el ejército aliado y volvió a Europa y combatió en varios frentes, hasta el año ‘44, cuando con el grado de sargento un bazukazo alemán lo devolvió, herido, a Nueva York. Desde el ‘46 manejaba esa fábrica que —dijo él— “modestamente tiene un stock de bronces, platinos, caños y maderas valuado en unos cuatro millones de dólares”, cifra que pronunció como cualquiera de nosotros diría quinientos pesos pero con inocultable orgullo. El Tío Bob había alcanzado el sueño americano: era ahora un hombre de negocios respetado, tenía un piso sensacional en Sutton Place (que es uno de los barrios más elegantes de Manhattan) y por supuesto era contribuyente del Partido Republicano y admirador de Ronald Reagan. Su orgullo máximo, sin embargo, era haber fabricado la embocadura de todas las trompetas que Satchmo tocó desde los ‘40 hasta su muerte, lo que los había llevado a una amistad muy estrecha a partir de la vez que Armstrong lo llamó desde Tokio y le dijo: “Bob, necesito tres boquillas para el concierto de mañana” y Bob hizo malabarismos para fabricarlas en un par de horas y llevarlas en un DC-6 de la Panagra que aterrizó en Tokio al día siguiente, justo una hora antes del concierto. De allí fueron a Corea y las Filipinas, y anduvieron un mes de gira. Además, su fábrica abastecía a casi todas las grandes orquestas de jazz (Count Basie y Duke Ellington eran sus clientes y amigos) y a las sinfónicas de toda Europa, la Unión Soviética y el entonces llamado mundo socialista. En unos 60 países había músicos que soplaban músicas maravillosas en las embocaduras que fabricaba este hombre.
…..Durante años nos mantuvimos en contacto. Lo visité puntualmente cada vez que fui a Nueva York, y siempre terminábamos cenando pastas y bebiendo Chiantis en los mejores restaurantes italianos. A veces, mientras bebíamos martinis de precalentamiento en el suntuoso piso de Sutton Place, él me mostraba libros de fotografías de la Patagonia, informes y artículos del National Geographic, y hasta postales que solía pedir a cuanto viajero a la Argentina conocía, algunos de ellos saxofonistas reconocidos como Mulligan, Stan Getz o el Gato Barbieri. Y como siempre insistía en preguntarme sobre la Patagonia, más de una vez me sentí avergonzado de mi ignorancia acerca de esa otra mitad de mi país. Pero lo que me impresionaba no era tanto que el Tío Bob supiera de la Patagonia más que yo, sino la etiología, el origen exacto de su curiosidad. Me lo dijo la última vez que nos vimos. Cenábamos en una bodega de ambiente napolitano de la calle 52 y cuando le pregunté por qué insistía con la Patagonia, ésta fue su respuesta:
…..—En la guerra yo maté —dijo, bajando la voz como si la confesión exigiera, como en efecto exigía, silencio y recato—. No sé a cuántos alemanes, porque cuando se dispara, en una batalla, no hay tiempo de precisar aciertos y yerros. Pero una vez vi perfectamente cuando una de mis balas abatía a un alemán parapetado detrás de un muro. Eso fue en Lisieux, después del desembarco en Normandía. Yo le disparé desde mi muro y me impresionó el grito de ese hombre, que no sólo caía sino que protestando. Probablemente profirió un insulto en alemán, lengua que no hablo, pero me impresionó su tono, su rabia. Así que cuando dos o tres horas después ocupamos el pueblo e hicimos una batida para limpiar el terreno y ver si había sobrevivientes, yo me dirigí hacia ese muro. Quería ver a ese hombre que había caído protestando. Y lo encontré, y aún vivía aunque tenía destrozado el pecho y se desangraba sin remedio. Tío Bob pidió otro café, con voz sombría, y encendió un cigarro.
…..Fumaba Cohibas, unos puros gordos y carísimos que por supuesto él podía pagar. Me convidó uno, que acepté sólo por acompañarlo y para calmar la ansiedad que me producía su relato.
…..—El alemán me miró y me preguntó, en un Inglés bastante bueno, si había sido yo. Le respondí que sí, y me pidió un cigarrillo. Yo dudé porque teníamos orden de rematar a los heridos que estuviesen agonizando, pero rápidamente me dije que yo, en su situación, también hubiese pedido fumar un último tabaco. Mientras lo encendía y aspiraba todo lo profundo que sus heridas se lo permitían, el alemán dijo que le daba mucha rabia morir de manera tan estúpida. Enseguida estuvimos de acuerdo en que era idiota lo que estábamos haciendo: matarnos unos a otros mientras los que dirigían la guerra dormían en las camas en las que probablemente morirían ya ancianos. Charlamos como viejos amigos y él me preguntó qué pensaba hacer después de la guerra. Le dije que pensaba fabricar lo que fabrico, en Nueva York. El me dijo que le hubiese gustado conocer la Patagonia. Le habían contado que allá hay paz, ovejas, cielos inmensos, viento, mar y hielos perfectos y hermosos. Se había jurado que cuando terminara la guerra, si sobrevivía, ya no querría vivir en Europa ni con mucha gente alrededor. Entonces me pidió que si un día yo iba a la Patagonia, me acordase de él. Por favor, repitió un par de veces, por favor, y se murió con un cigarrillo aún encendido entre los dedos. No alcanzó siquiera a decirme su nombre, pero me dejó un encargo para toda la vida. Enseguida un teniente me preguntó si había novedades tras ese muro. Le dije que no, ninguna novedad, y entonces me ordenó volver con mi batallón… Nunca he contado esto —terminó el Tío Bob— y tampoco he ido jamás a la Patagonia. Pero un día lo haré y tú vendrás conmigo, ¿verdad?
…..Le dije que por supuesto y cambiamos de tema. Después nos despedimos y ya no volví a verlo. Falleció a comienzos del ‘93 y lo supe por una carta que me envió, meses después, Tía Rose, su esposa de toda la vida. Lamentablemente, murió sin cumplir su deseo de viajar a la Patagonia y tampoco llegamos a saber fehacientemente si éramos o no parientes de sangre. Calmo y agradable, una vez me había dicho, con su mejor sonrisa, que no podía saberlo del mismo modo que no sabía cómo había llegado a aquel orfelinato de Catania donde alguien lo dejó una noche, con solamente lo puesto y un cartel que le daba un nombre y un apellido. Pero los dos supimos, siempre, que éramos parientes y que algo más profundo y verdadero nos unía. Su parecido con mi padre era concluyente, pero además yo conjeturo que quizás él me vio alguna vez demasiado parecido al hijo que no tuvo.
…..De vez en cuando visito a Tía Rose en su piso de Sutton Place. Comemos pastas en algún restaurante italiano de Manhattan y, por supuesto, siempre hablamos del Tío Bob y de cuánto lo quisimos.
鲍勃叔叔
我第一次到纽约去,是70年代末,跟我的朋友波拉克·祖穆勒一起——他当时也处于流亡之中,身在瑞典。我们约好在那里会面,因为纽约正好处于斯德哥尔摩和墨西哥城中间的位置,又是一座充满魅力的城市,用来暂时甩开流亡的窘况,再合适不过了。
我们几乎是同时到达,在一间还算体面的酒店住下,价格离谱——曼哈顿完全没有价格合理的酒店。第一天早上我们出门游览,就像第一次去公园玩的孩子们一般兴高采烈。
那天很冷,我们开心地沿着第七大道步行,回忆起往日的时光和彼此共同的朋友,并怀念着故土。在46街的拐角处,波拉克朝第六大道望去,立刻用胳膊肘捅了捅我的肋骨,向上指着说:“喂!快看那儿啊!”我看过去,他指的“那儿”是一条巨大的红色条幅,从三楼的窗口垂下来,上面写着:“贾尔迪内里器乐公司”。
我简直不敢相信自己的眼睛。因为长久以来我一直相信,自己的家族在世界上已经没有亲戚了。家里不知道出过什么惨剧——不管是阿布鲁佐地区的穷山恶水、祖辈移民时的目不识丁、还是第一次世界大战——我们都认为除了布宜诺斯艾利斯那几个少得可怜的亲戚外,世界上再没有任何亲人。“即使在意大利应该都没有了。”——我曾经听爸爸和姑姑们这样说过。他去世时,我还是个孩子,家族里的女人们从那时起就把沉重的期望全倾注在了我身上,说我是贾尔迪内里家最后一棵种子了。
我出了神,盯着那鲜红的条幅不知该做些什么。毫无疑问,全世界不可能有谁会花心思跟我开这样的玩笑,但那条幅就在那里,巨大而沉稳,对我来说完全无法抗拒。那栋楼就像伍迪·艾伦电影里的那样,典型十九世纪末或二十世纪初的纽约城区建筑——红砖被烟熏得有些发黑,竖直的双扇玻璃窗户,七八层的样子,上面是设计简单的楼顶。
我们走了过去,刚到一楼就发觉,整栋楼都为音乐而设——每一层楼的每一家店铺不是做乐器的、卖乐器的、就是修乐器的。其中规模最大的一家正是那条幅上标示的,一间制作吹奏乐器零件的公司。
走出电梯,我的感觉仿佛是来到了某种奇幻王国一般——外表不过是一家老旧的乡村五金店,而这些跟我同一个姓的人擅长制造乐器的吹嘴——有大号、小号、圆号、长号、单簧管、双簧管、低音管、笛子……天知道还有些什么。用于各种管乐器的应有尽有,也有木制、铜质的、银质的、塑胶的、甚至金的。店里陈列的吹嘴们超乎你的想象,从最简单的设计,到最奇异的造型,在玻璃橱、展示台、柜子、盒子和抽屉中令人目不暇给。那是一间很有年头的铺子了,看起来就像一家日常杂货铺似的。可里面卖的东西却是如此的专精,都有些不真实。怎么说呢,只要是用嘴吹的乐器,这里都有。
四面墙上挂满了照片,大部分都是黑白的,都是著名的乐手和乐团。有路易斯·阿姆斯特朗和约翰·柯川、格伦·米勒和班尼·古德曼、亚迪·肖和纽约交响乐团管弦乐队、哈里·詹姆斯和一个我不认识的四人乐队、迪齐·吉莱斯皮和迈尔士·戴维斯;还有一大批著名的交响乐指挥家,比如海伯特·冯·卡拉扬和尤金·奥曼迪,还有加利·穆里根和斯坦·盖兹,以及各种我不认识的名人,演奏着各式各样的乐器。他们有着不同颜色的皮肤,眼睛的形状多种多样,有人面带微笑,有人眉头紧锁,被镜头捕捉到的一瞬间不是正在演奏着自己的乐器,就是摆着华丽的姿势。这简直就是一座无与伦比的艺廊,一座爵士乐甚至全球音乐的博物馆。漫步其中的人就像置身于夏卡尔或者梵高的展览之中,琳琅满目的展品似乎都差不多,但实际上却没有一幅与其他的完全相同。当然,这一切中最使我惊叹的,在是每一张照片上——没错,是全部、所有、每一张照片上——都带着亲笔签名。而致辞都是写给同一个人的:感谢罗伯特·贾尔迪内里。
波拉克也吓到了,又给了我一胳膊肘:
“你不能就这么走了,你必须得去打听打听这个人。”
我走向前台三个姑娘中的一个,当时店铺里异常忙碌,十多个顾客或是在咨询着什么,或是在交乐器或是取乐器。我跟她说,我想找贾尔迪内里先生。她问我是谁找,有什么事。我如实以告,她笑出了声,好像我刚讲了一个不错的笑话。
但那个人很快就出现了。他推开办公室的门,我一眼就知道一定不是别人,因为他简直跟我爸爸长得一模一样——同样的浅蓝色眼睛,同样的谢顶,下巴上同样的一个浅窝,同样令人安心的微笑,那就是我记忆中父亲永远的样子。
我的下巴都要掉到膝盖上了,我的近视眼睁得不能再大,在镜片后面,应该像鼻子上方挂了两个铜铃似的。那人个子很高,周身透着一股随性自如的气息,看上去就是一个人们口中的“世界公民”。他一定攒了很多航空里程数,充满了亲和力和天生的磁场。他应该有七十多岁了,却仍然保持着运动员般的好身材,灰白的头发稀稀疏疏,集中在耳朵周围,脸庞像极了一个退役的拳击选手(后来我才知道,他曾经是专业的轻量级搏击运动员)。他说的英语里有明显的意大利口音,活脱脱一个和蔼的白人欧洲裔移民。
两个小时后,我们已经坐在街对面一家名叫“斯特拉达”的罗马餐厅里享用意大利面了。那里的人把他当石油大亨一般礼待。他向餐厅领班和所有的服务生介绍,我是他“从南美洲过来的侄儿”。当时我已征得他同意,称他为“鲍勃叔叔”。波拉克找了个借口,没跟我们一起吃饭。后来他直言,当时的情形让他无比羡慕嫉妒恨,于是直接回了酒店开始翻黄页,想看看自己能不能也找到一个亲戚。
吃完甜点,喝着茴香酒咖啡的时候,鲍勃叔叔问我是不是住在巴塔哥尼亚。我回答不是,还给他大概形容了阿根廷有多大、查科省和布宜诺斯艾利斯离巴塔哥尼亚有多远、我的阿根廷当时正在经历的紧张政局、还有我在墨西哥的流亡生活。他认真而耐心地倾听着,但我察觉到,他对这一切的兴趣都不太大,因为每隔一会儿,他都会重新提起那个有魔力的字眼:巴塔哥尼亚。到底有多远啊,我怎么从没去过呢。那里的风景到底是怎样的?我觉得该是一片浩瀚的沙漠,而它数百万年前曾经森林茂密。乌斯怀亚是什么样子?如果他到阿根廷去,我会陪他去最南端的冰川吗?那里的公路路况好吗?能不能乘船?或者搭火车?要租马骑吗?有没有酒店?在那些冰湖上能滑冰吗?巴塔哥尼亚有正宗的意大利面吗?
我也并不知道所有的答案,而且对于写这个故事,应该也没必要放那些细节吧。总之我了解到,鲍勃叔叔来自西西里岛,在卡塔尼亚的一家孤儿院里长大,在那里学会了做锡器活,从很小的时候就开始修吹管乐器了。为了逃离法西斯和极度的贫穷,他在大战爆发之前离开了欧洲,20世纪40年代初到了美国。他加入过同盟国联军,在战争中随部队回到了欧洲,参加了很多次战役,直到44年在德国的炮口下负伤,带着中士军衔回到了纽约。从46年开始,他一直经营着这家乐器作坊,照他的话就是:“也就是有一大批铜管、银管、金属管和木管,值四百多万美元吧。”他把这数字讲得像是我们讲五百比索一样,但语调中是掩饰不住的自豪。鲍勃叔叔实现了美国梦——他现在是备受尊重的生意人,在曼哈顿最优雅的街区萨顿宫有一处精致的公寓,当然也是共和党的拥护者,罗纳德·里根的粉丝。然而,他最大的骄傲却是,路易·阿姆斯特朗从四十年代到去世时吹的所有小号上的吹嘴,都是他制作的,两个人之间也私交甚笃,特别是那次阿姆斯特朗从东京给他打来电话之后。当时他说:“鲍勃,我需要三个小号嘴,明天演出急用。”而鲍勃叔叔大秀了一把帽子戏法,两小时之内就都做出来了,又带着它们登上泛美-基斯航空的道格拉斯DC-6客机,第二天就在东京着陆了,刚刚好是音乐会开始前一小时。他们从那里一起去了韩国和菲律宾,进行了为期一个月的巡回演出。他的公司为几乎所有著名的爵士乐团供过货,贝西伯爵和艾灵顿公爵都是他的客户和好友,包括欧洲各国的交响乐团,甚至苏联和当时所谓的“社会主义世界”,都是他生意的覆盖范围。在六十多个国家里,都有人通过我眼前这个男人制作的吹嘴,演奏出美仑美奂的乐章。
我们多年来一直保持着联系。每次我去纽约,都会雷打不动地去看他。我们总会一起去最好的意大利餐厅吃帕斯塔面,喝香缇葡萄酒。有那么几次,在他萨顿宫豪华的公寓里,我们喝着温好的马丁尼,他给我展示自己收集的巴塔哥尼亚风光摄影集、国家地理杂志的报道和文章、甚至还有他请去阿根廷旅行的朋友们寄回来的明信片,包括穆里根、盖兹和加托·巴毕利等著名萨克斯演奏家。他也一如既往地坚持问我关于巴塔哥尼亚的事,我已经不止一次心生愧疚,觉得自己不该对阿根廷南端一问三不知。但最令我惊叹的不是鲍勃叔叔对巴塔哥尼亚的了解远胜于我,而是这件事的源头,这滚滚而来的好奇心究竟是从何而来。他在我们最后一次会面的时候终于揭开了谜底,就在52街上一家那不勒斯风格的酒馆里。当我问他到底为何对巴塔哥尼亚执念如此之深,他是这样回答的:
“我在战争中杀过人。”他说,声音低下来,在坦白之中自然而然变得沉静而肃穆:“我也不知道自己杀了多少德国人。战争中,根本没有时间理会哪枪中了,哪枪偏了。但有一次,我清楚地看到自己的子弹击中了一个埋伏在掩体墙后面的德军士兵。那是在法国利雪,诺曼底登陆之后。我从自己的掩体上方冲他射击,那人的叫声让永远都忘不了。他不只是倒下了,还一边往下倒一边大声咒骂着。或许是用德语飙了一句脏话吧,我没听懂,但他的语调和怒火吓到了我。于是两三个小时后,当我方已经占领了村庄、奉命去地毯式搜索确认没有幸存者的时候,我直接走向了那面墙。我想看看这个叫骂着倒下的人。他就在那儿,还没断气,但胸口受了致命伤,血流不止。
鲍勃叔叔声音忧郁地又叫了一杯咖啡,点燃了一支烟。他抽的是古巴雪茄,又粗又大,贵得惊人,当然对他来说这不算什么。他也递了一支给我,我接受了。只是为了陪陪他,也缓解一下这故事带来的忧伤。
“德国人看着我,用流利的英语问,是不是我。我回答是。他问我要一支烟,我有些迟疑,因为上面的命令是给所有已经没救的伤员补上一枪,但很快又告诉自己,如果我是他,也会想要抽最后一支烟的。我给他点上烟,他在伤口允许的范围内大口大口地吸着。德国人说,他很愤怒自己竟然要以这种愚蠢的方式死。很快,我们的观点达成了一致——这一切都蠢透了:我们在这里自相残杀,而发起战争的那些人则高枕无忧,甚至将来还能安度晚年。我们像多年的老友一般聊了起来,他问我战争结束以后有什么打算。我说自己想回纽约开个作坊。他告诉我,如果可以的话,他希望能去巴塔哥尼亚看一看。人们跟他说那里很宁静,有羊群、无尽的天空、风、海和最纯净最美丽的冰。他发过誓,如果战争结束了,而他还活着,就不想继续在欧洲生活了,不想身边有那么多人。那一刻他请求我,如果有一天能到巴塔哥尼亚去,要想着他。拜托你,他重复了两次,拜托你,随后就死去了,指缝中的香烟还没有熄灭。这时有个军官走近问我,墙后面有什么情况吗?我说没有,什么也没有。于是他命令我随大家返回营地……我从来没跟人说起过这些。”鲍勃叔叔讲完了:“也从来没有去过巴塔哥尼亚。但有一天我会去的,而你会陪着我,对吗?
我说,当然。我们就此改变了话题。那次告别以后,我再也没有见过他。他是1993年去世的,我在几个月后收到了他的太太——罗丝婶婶的一封信,才知道了这个消息。很遗憾,他死前未能完成去巴塔哥尼亚旅行的心愿。我们也一直没能确认,彼此之间到底有没有血缘关系。有一次,带着最平静和蔼的微笑,他曾经对我说,自己可能永远也不会知道了,就像他不知道到底是谁趁着夜色把他放在了卡塔尼亚那家孤儿院的门前,只有身上的衣服和一张写着姓名的纸条。但我们两个人都知道,我们必定是亲人,一定有某些深邃而真实的东西,冥冥之中把我们连在了一起。他和我父亲外形上的相似勿容置疑,但我猜,也许他的内心深处,已经把我视为了自己那个一直未能拥有的儿子。
后来我还去萨顿宫的公寓看过罗丝婶婶几次。我们一起在曼哈顿的意大利餐厅吃帕斯塔。当然,我们也总会聊起鲍勃叔叔,以及我们有多么爱他。
De Chaco For Ever, Editorial Edhasa, Buenos Aires, Argentina, 2016,
Y Sueño del exiliado y otros cuentos流亡者的梦, Shanghai Translation Publishing House上海译文出版社, China, 2022.
Mempo Giardinelli (Resistencia, Chaco, Argentina) es un escritor y periodista argentino muy popular, multipremiado y traducido a 26 idiomas. Fue galardonado con el Premio Rómulo Gallegos en Venezuela, Premio Nacional de Novela en México, el Premio Grandes Viajeros en España, y en noviembre de 2021 recibió en Chile el Premio Manuel Rojas a toda su obra narrativa. Como académico, enseñó en la Universidad Iberoamericana (México), la Universidad Nacional de La Plata (Argentina) y la Universidad de Virginia (Estados Unidos). Creó y preside desde hace 26 años una Fundación dedicada al fomento de la lectura y dirige un Instituto de Enseñanza Superior. Es Doctor Honoris Causa por la Universidad de Poitiers, Francia, la Universidad del Norte (Paraguay) y por otras tres Universidades argentinas: de Formosa, de Misiones y del Nordeste. En su vasta obra destacan las novelas La revolución en bicicleta, El cielo con las manos, Luna caliente, Imposible equilibrio y Santo Oficio de la Memoria. También sus libros de cuentos Vidas ejemplares, Estación Goghlan, Luminoso amarillo y Chaco For Ever. Y su obra de literatura infantil y juvenil es muy popular en Argentina, así como en varios países de América Latina.
Angela Tongxin Fan范童心, maestra de idiomas, traductora y promotora de la cultura china y latinoamericana, actualmente reside en México. Es docente de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Domina el chino, el inglés y el español y ha visitado más de 60 países de todo el mundo. Ha participado y colaborado en varios eventos culturales y literarios en Latinoamérica, ha publicado 2 libros de traducciones literarias de español al chino: Venta de ilusiones de Diego Muñoz Valenzuela y Sueño del exiliado y otros cuentos de Mempo Giardinelli, más varios libros infantiles.
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de la obra:
Dolorosa
De la artista mexicana © Ninfa Torres